martes, julio 11, 2006

Crónicas Mundialistas: La fiesta que no fue (México 0, Angola 0)

La fiesta que no fue Publicado el 17 de junio

 

Minutos antes del partido entre México y Angola, una ciudad frenética, cargada de chelas, de monchis y de esperanza, buscaba el mejor lugar para ver y festejar la previsible victoria del Tri sobre las Palancas Negras. Camisetas verdes y blancas por doquier, prisa en el rostro, y también sonrisas con vocación de convertirse en felicidad plena. 
Esa vocación quedó frustrada con una actuación irregular del equipo, una noche grande del portero Joao Ricardo, una buena dosis de suerte de los de Angola y otra dosis, todavía más grande, de terquedad de Ricardo Antonio LaVolpe. 
El planteamiento inicial del técnico del Tri fue muy parecido al que usó en el primer tiempo contra Irán, con dos medios de contención experimentados y de calidad probada, para controlar el medio campo. El único cambio, obligado, fue salir con Sinha como medio creativo de ataque, en vez del fallido experimento con Guille Franco en el primer juego. Pero Angola no se plantó igual que Irán. A diferencia de los persas, no propuso e intento concentrarse en la defensa, acumulando hombres y cortando el juego. En otras palabras, el medio campo ya estaba dado. 
Por eso, salvo un lapso breve a mediados de la primera parte, México transitó tranquilo hasta las cercanías del área rival. Y a partir de ahí se complicó. Mientras Pavel y Torrado se cansaban de recuperar balones, Sinha se cansaba de mandar pases filtrados que se topaban con alguna parte de un cuerpo angoleño y el Guille se cansaba de perder todo lo que le caía cerca: un mal pase, un movimiento equivocado, un tiro infame, un faul en mal momento. Los minutos corrían y la fanaticada cuyo coro hizo enmudecer de nuevo la grabación del himno nacional en el estadio enmudecía a su vez. Y, a diferencia del partido contra Irán, no eran muchos los gritos y las recomendaciones a larga distancia de los espectadores frente a las teles del país. 
De pronto, el equipo que a todos nos ha hecho soñar —con la generosa ayuda de los patrocinadores— sólo provocaba tensión, nervios, impotencia. LaVolpe se tarda en hacer los cambios. El primero no sirve de nada. Entra Cabrito por Sinha y demuestra, por ducentésima vez, que no sabe concluir las jugadas. Consume 75 minutos en sacar del partido al peor hombre del encuentro, su consentido, quien falló una oportunidad clara y un gol hecho (tras un pase extraordinario de Salcido); con el Kikín aumenta la peligrosidad del equipo. El sonido de un rayo coincide con su llegada: ¿será presagio de otro relámpago que desahogue nuestras gargantas o de una tormenta que se avecina en la tarde ya nublada? 
Poco después, ya con el tiempo como yugo, hace la sustitución más útil: saca a Pineda, un lateral de vocación defensiva al que no le dieron el poco juego que buscó por las bandas, y mete a Ramón Morales. Con Ramón en los costados, el equipo funciona mejor. Rafa Márquez vuelve a cargarlo en sus espaldas y a demostrar que está en otra liga, en todos los sentidos de la palabra. Serán 15 minutos de un asedio que causa peligros constantes. Ni Bravo ni Fonseca culminan la jugada esperada y aparece, del otro lado, la figura de Joao Ricardo, un portero veterano y sin contrato que vive, en esos minutos de Hannover, el mejor momento de su vida deportiva. Atrapa un centro venenoso, desvía un trallazo de Márquez, se cuelga a una mano del balón centímetros antes de que encuentre la cabeza del Kikín. Sus compañeros lo abrazan cuando el juego termina. 
Acaba de caer un aguacero (eso era el rayo, y no otra cosa). Las calles aledañas a Reforma se pueblan de gente vestida de verde, que regresa cabizbaja de la fiesta que no fue. Ni en los alrededores del Angel, ni en las casas, ni en los corazones de los mexicanos. Pero sobre todo no fue fiesta en la cancha, porque algunos de los que podían armarla no estuvieron finos, otros fueron bloqueados por el rival, la suerte y los postes (dos veces) y otros más porque entraron tarde o de plano se quedaron en la banca (o en México, ¿verdad Lozano?). 
Por lo pronto me hago dos preguntas: ¿es la inconsistencia signo de genialidad? ¿Pueden ser los rifles de diávolos un "arma secreta"? Y de momento me doy la misma respuesta de hace varios meses: no entiendo a LaVolpe.

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