El Péndulo Azzurro y el Factor Barthez
Publicado el 9 de julio
De los 32 que calificaron, ya sólo quedan dos. Es una final inédita, pero ambos equipos han probado las mieles del campeonato (Italia frente a Checoslovaquia, Hungría y Alemania; Francia frente a Brasil). Es también una final justa, porque llegaron quienes mejor jugaron en la etapa de nocaut.
De Italia se dice que juega un partido bueno y otro mediocre. Así pareció al inicio, cuando derrotó a Ghana en un juegazo, empató con Estados Unidos en una guerra en la que no mostró garra, derrotó ampliamente y jugando bien a la República Checa, sufrió innecesariamente con Australia y le puso un baile a Ucrania, matándola cuando quiso.
Le tocaba el juego mediocre contra Alemania y mandó al basurero la peculiar teoría del péndulo azzurro. La fuerza de los teutones estaba en su capacidad de generar juego y de irse directamente a la ofensiva, jugando mucho a ras de pasto. Así pasaron sobre Costa Rica, deshicieron la heroica defensa polaca, arrasaron con Ecuador, borraron del mapa a Suecia y obtuvieron un empate, que pudo ser victoria en tiempo normal, contra la poderosa argentina. Por lo demás, su defensa, tras un inicio trastabillante, parecía a punto. ¿Sería capaz Italia de parar esa máquina?
La Italia tradicional, la del contragolpe, hubiera muerto en el asedio. Pero esa no apareció. En cambio, tuvo el control del balón, se armó desde atrás, tiró mucho a puerta y tuvo la gran virtud de rematar de inmediato a los alemanes, luego de la primera estocada. Lippi le ganó la partida a Klinsi. “Más sabe el diablo…”. Pero también se la ganó a la historia. Italia terminó con cuatro delanteros, para gozo de los tifosi, que siempre quieren ganar, pero prefieren hacerlo así.
Francia ha ido de menos a más. Primero un juego soporífero contra ese valium de camiseta roja que era la selección suiza. Luego, un partido muy peleado, en el que cometieron el error de echarse para atrás tras un gol tempranero, y un sufrido empate con Corea. Más tarde, un dominio claro sobre Togo que tardó en reflejarse correctamente en el marcador. Parecía que Francia no traía nada y que el retiro de Zidane sería más sombrío que brillante.
Luego vino el juego contra España. Zinedine volvió a ser Zizou. Su opuesto, Ribery, terminó por ganarse a pulso la titularidad, enloqueciendo a los españoles, quienes ya se hacían en finales. Thuram ordenaba una defensa, también causando desesperación a los ibéricos. Le dieron la vuelta al juego y ganaron con clase. Vendría la prueba contra Brasil, evidenciaron las carencias de los sudamericanos al grado de que no parecía un equipo. Atravesaban el medio campo brasileño como Pedro por su casa, y por un rato —sobre todo cuando la tocaba Zidane y cambiaba endemoniadamente los ritmos— parecía que los brasileños eran los de blanco. El juego contra Portugal fue feo, trabado, los únicos destellos fueron de los bleus. La victoria también.
Ahora se enfrentan. Será una cuestión de inspiración. Me atrevo a señalar una debilidad francesa. Se apellida Barthez.
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