jueves, marzo 14, 2024

Glorias olímpicas: María del Rosario Espinoza


 

La de María del Rosario Espinoza es una historia que comienza de manera parecida en muchas partes, pero rara vez termina tan bien. A la niña, hija de una familia de pescadores en La Brecha, Sinaloa, le gustan los deportes de contacto. Al papá le gustaba el boxeo, pero en el pueblo sólo hay una escuelita de taekwondo. Ahí entra Chayito a los cinco años y rápido destaca. La ponen a combatir contra niños y les gana. También a los más grandes.

Pronto el gimnasio local le queda chico; no tiene rivales. Niña todavía, va diariamente a entrenar a Guasave (escondiéndose o haciéndose la dormida en el camión para no pagar, según el corrido que lleva su nombre). Con el talento y la constancia viene una seguidilla de triunfos: en la Olimpiada Nacional Infantil, a los 12 años; en el Panamericano Juvenil, a los 15; campeona nacional a los 17. Su primera prueba en el ciclo olímpico fue a los 18, en los JCC de Cartagena 2006, donde obtiene la medalla de bronce.

Al año siguiente viene el salto cuántico. Se hace de la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Río y se corona campeona mundial en Pekín en la categoría de menos de 72 kilos, derrotando a la coreana Lee In-jong.

En los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, donde hay menos divisiones de peso, se esperaba una final entre María del Rosario y la bicampeona olímpica y campeona mundial de la categoría máxima, Chen Zhong, conocida como “La Reina del Taekwondo”, pero el sorteo resultó desbalanceado, y tanto la china como la mexicana quedaron en “la llave de la muerte”. Espinoza se deshizo con relativa facilidad de la tunecina Ben Hamza y de la sueca Kedzierka. Se esperaba una semifinal contra Chen, quien aparentemente había derrotado a la británica Sarah Stevenson, pero los del Reino Unido protestaron porque no se había contabilizado una patada al casco de parte de su competidora (todavía no existían los dispositivos electrónicos). Tras una larga revisión, el triunfo fue justamente otorgado a la británica… quien cayó fácilmente ante María del Rosario en la semifinal. Tampoco hubo mayores problemas en el combate contra la noruega Nina Soheim, y Espinoza se llevó el oro,.

Vendría un ciclo olímpico más complicado para María del Rosario, con la aparición de taekowndoínes muy altas, ligada a la inclusión del sistema electrónico de puntuación, que hizo disminuir la explosividad de las acciones de combate y favoreció a quienes tenían más facilidad de puntuar (es decir, a los de elevada estatura). Antes de los Juegos Olímpicos de Londres sólo consiguió un oro, en los JCC de Mayagüez y no fue parte del equipo mexicano en los Panamericanos de Guadalajara. Pero eso no la arredraría, se había estado adaptando. En los juegos de 2012 inició ganando con dificultades a una camboyana que le llevaba 5 centímetros: tuvo que recurrir a los puñetazos en el pecho, que valen sólo un punto. Luego, la sorpresa: cayó ante la serbia Milica Mandić, más alta por 7 centímetros. Como Mandić ganó su semifinal (terminaría llevándose el oro), Espinoza pasó al repechaje: aplastó a una novata de Samoa que, sin embargo, en sus intentos desesperados, la lesionó, y se enfrentó a la cubana Glenhis Hernández por el bronce. Hernández resultó ser un costal de mañas, y la pelea fue ríspida, pero María del Rosario se hizo de la medalla.

En el ciclo rumbo a Río 2016, Espinoza ganó otra vez en JCC, pero no llegó a medallas en el Mundial y se tuvo que conformar con la plata en los Panamericanos de Toronto, cuando cayó en la final ante Jackie Calloway, de Estados Unidos (Jackie había sido su sustituta en el equipo mexicano de Londres, pero ante el muro que representaba María del Rosario prefirió competir por el equipo de las barras y las estrellas). En la cita olímpica, sin embargo, la historia sería otra: Espinoza inició ganando con facilidad a la filipina Alora; luego tuvo un reñido combate con Wiam Dislam de Marruecos, y ganó en tiempo suplementario. Se vio en la semifinal nada menos que con Calloway y el combate, muy táctico, fue todavía más parejo, pero María del Rosario ganó por decisión. La final, sin embargo, fue dispareja, principalmente por la diferencia de estaturas: la china Zheng Shuyín mide 1.88, y para Espinoza fue imposible entrar sin recibir. Merecida plata. María del Rosario había logrado el triplete: oro, plata y bronce en tres distintas olimpiadas.

Todavía había varias victorias en la alforja de María del Rosario: rumbo a Tokio 2020 se hizo de la medalla de bronce en el Mundial de Muju 2017 y de la plata en el de Manchester 2019. También había logrado el triplete en los Mundiales. Tras la suspensión por la pandemia, se pensaba en la multimedallista olímpica como candidata a un cuarto podio. Se enfrentó por el boleto olímpico con otra sinaloense, Briseida Acosta, en un combate épico, explosivo, que se fue al round extra. Briseida se llevó el triunfo.

Más tarde vendrían para María del Rosario, simultáneamente, la decisión de ser madre y el anuncio del retiro. La gloria olímpica ya estaba ahí

jueves, marzo 07, 2024

Leyendas olímpicas: Carl Schuhmann


 La figura eterna de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna es Spiridon Louis, pero quien nos puede dar una idea más clara del sabor y de las peculiaridades del evento ateniense de 1896 es Carl Schuhmann, quien logró una serie de marcas que nadie podrá igualar en los juegos actuales.

Schuhmann era parte del equipo alemán de gimnasia. Un hombre bajito, elástico y muy fuerte. Inspirado en la idea de competir, decidió inscribirse en pruebas diferentes a las de su deporte. No se quedó corto. Se inscribió en siete pruebas de atletismo, en lucha grecorromana y en levantamiento de pesas. Nadie ha competido en tantos deportes en la historia de los juegos modernos.

El 6 de abril de 1896, Schuhmann compitió en salto triple, y alcanzó el quinto lugar. Una hora después, en el lanzamiento de disco no le fue bien: quedó en penúltimo y no pasó a la final.

El día 7 no pasó a la final de salto de longitud; luego participó en lanzamiento de bala: impulsó el peso 10 metros y no calificó. Esa misma tarde Schuhmann compitió, en el mismo estadio Panathinaiko, en la competencia de halterofilia, que no tenía categorías por peso; era sólo de fuerza, y los dos eventos eran levantamiento a una mano o a dos manos. Schuhmann participó en el segundo. Un danés y un británico empataron en primer lugar, con 120 kilos; Schuhmann y dos griegos, en tercero, con 90 kg. Se definió que quien decidiría quiénes se llevaban los laureles sería el Príncipe Jorge de Grecia, con base en la elegancia del estilo. El británico había hecho algo parecido a lo que hoy se conoce como envión, así que el oro fue para el danés. Y sin duda, al príncipe le parecieron más estéticos los griegos que Schumann.

El 9 de abril fueron las competencias de gimnasia, la especialidad del alemán. Ese día se llevó el oro en salto de caballo y causó sensación entre el público con su rutina de barra fija, “llena de trucos de circo”. Ese mismo hecho disgustó a los jueces, que lo descalificaron. Sin embargo, por equipos (se desplegaron diez barras fijas para que hicieran los movimientos sincronizados) Alemania ganó el oro. El segundo para Schuhman en el día. En caballo con arzones no alcanzó medalla, pero en las barras paralelas por equipos se hizo de un tercer laurel dorado.

Faltaba la parte más interesante: la lucha grecorromana, que se celebró el día 10. Schuhmann prefirió luchar que participar en el salto de altura o el salto con garrocha, donde se había inscrito, a pesar era notablemente el más bajito y menos pesado de todos los contendientes que se las verían en un círculo de arena dentro del estadio Panathinaiko. Las luchas eran sin límite de tiempo y ganaba el que ponía de espaldas al rival.

En la semifinal, Schuhmann derrotó al británico Elliot, el mismo que perdió el oro en pesas por falta de estética, y que esta vez hizo un berrinche tal que tuvo que ser escoltado fuera del estadio por los príncipes griegos. La final fue contra Giorgios Tsitas, un griego que le llevaba 15 centímetros y que le había dislocado el hombro a su rival en la semifinal. Lucharon descarnadamente por 40 minutos y, cuando Tsitas empezó a denotar gran cansancio, los jueces decretaron suspender el encuentro por falta de luz, a pesar de las protestas del alemán. 

Al día siguiente, el 11 de abril, a Schuhmann le tomó otros 15 minutos poner de espaldas a Tsitas, y así se convirtió en el primer campeón olímpico de lucha desde Aurelius Helix, de Fenicia, en el año 213. De paso, con cuatro oros, fue el máximo medallista de los Juegos Olímpicos de 1896. Toda una leyenda.

 

 

 

miércoles, febrero 28, 2024

Nerón, campeón olímpico


 

Uno de los datos curiosos de los Antiguos Juegos Olímpicos es que quien más títulos ganó en unos solos Juegos fue Nerón, Emperador de Roma. Siete veces recibió la corona de laurel que lo consagraba como campeón durante los Juegos de la 211 Olimpiada. Pasaría un milenio para que, ya en los tiempos modernos, alguien lo igualara y otras 9 olimpiadas para que fuera superado. Hay que decir, sin embargo, que las condiciones para las victorias de Nerón fueron un tanto particulares.

Nerón era, entre otras cosas, fanático de algunas partes de la cultura griega; entre ellas, los deportes. También era fanático de su ego. Ansiaba ser considerado como un semidios. Una parte de ello era coronarse como campeón olímpico. No sólo eso, ambicionaba convertirse en un periodonikes; es decir, en un campeón de las cuatro competencias deportivas panhelénicas (los juegos Olímpicos, y los juegos regionales: Ístmicos, Délficos y de Nemea), lo que hoy llamamos "el ciclo olímpico". Incluso fue más allá y creó los Juegos Nerónicos, que duraron lo mismo que su reinado.

Pero había un problema logístico para lograrlo, y este era que los distintos juegos se realizaban en diferentes años y las responsabilidades del imperio dificultaban que Nerón anduviera yendo a Grecia cada año. Así que convenció amablemente (al fin era el emperador) a los organizadores para que todos se realizaran en el año 67, y él realizara un gran gira triunfante. Eso implicó que los 211 Juegos Olímpicos de la Era Antigua, programados para el año 65, se retrasaran un par de años.

En los tiempos de Nerón, los juegos olímpicos no eran muy del agrado de la élite romana. Les parecían vulgares y algo bárbaros: demasiada desnudez, demasiados aceites, esclavos que competían, trompetas a altísimo volumen. Algo indigno para un emperador.  A Nerón esas críticas no le importaron. Escribe Suetonio: "Porque pensó que era igual que Apolo en la música y como el Sol en el manejo de cuadrigas, Nerón decidió también imitar los logros de Hércules en la lucha".

En Olimpia, Nerón participó en un evento de combate (que no era el pancracio, ganado aquellos juegos por Xenodamos de Antiquira), y se llevó la corona de laurel. También compitió en las categorías de arte: ganó el concurso de heraldos, tocando la trompeta; fue victorioso el de actuación en tragedia y, por supuesto, arrasó en el de tocar la lira. Es muy probable que los jueces, amantes de su propia vida, hayan sido unánimes.

Sus otras tres coronas de laurel fueron en eventos ecuestres. Ganó la carrera de cuadrigas y otras dos competencias, ambas inventadas por él: la carrera de cuadriga de potros y la de carruaje tirado por diez caballos (él fue el único en llevar potros y diez caballos al evento). Se cuenta que, en esta última, los corceles alcanzaron tal velocidad que tiraron a Nerón y le impidieron terminar la carrera. Aún así, los jueces, sabios y prudentes, le concedieron la victoria y los honores.

Sobra decir que, en los demás juegos panhelénicos Nerón también se llevó las coronas de laurel (de cilantro, en el caso de los juegos de Nemea) y se convirtió en periodonikes. Eso le dio tal felicidad que, "aunque no haya nada que no pueda esperarse de mi magnificencia", le concedió a Grecia la libertad y la exención de tributación al imperio. 

Nerón regresó a Roma en una cuadriga tirada por caballos blancos, rodeado de guirnaldas de la victoria, y organizó grandes y lujosas fiestas en honor a sus logros olímpicos. 

Un año más tarde, una rebelión lo obligaría a huir y a quitarse la vida.  

Moneda de 4 dracmas, conmemorativa de los Juegos Oímpicos del año 67


miércoles, febrero 21, 2024

Glorias olímpicas: Al Oerter


 

Al Oerter es el epítome del atleta olímpico del siglo XX. El Discóbolo Moderno. Siempre fue amateur.  Siempre fue buen compañero y rival. Siempre dio su máximo durante los Juegos. Tuvo en su corazón la llama olímpica de la solidaridad hasta el final de su vida. Y en el ínterin, ganó cuatro medallas de oro consecutivas, el único atleta de campo en hacerlo.

Aunque le ofrecieron becas por jugar futbol americano o beisbol, Oerter encontró en el lanzamiento de disco su mejor manera de expresión deportiva. Sus primeros juegos olímpicos fueron los de Melbourne 1956, en donde -cuentan- junto con el garrochista Bob Gutowski se birló una caja de vinos destinados a los eventos donde participaba la casa real británica. Ahí no era favorito, pero superó su propia marca y, con 56.36 metros, se hizo del récord olímpico y se llevó el oro en el lanzamiento de disco.

Para 1960 sí era favorito, a pesar de no haber quedado en primer lugar en el selectivo de Estados Unidos. Había ganado los Juegos Panamericanos y se encontraba en plena forma. En el quinto lanzamiento de la final, Oerter superó a su compatriota Rink Babka y, con 59.18 metros, se hizo de su segundo oro olímpico, otra vez rompiendo el récord.

Su prueba más difícil fue en 1964. Para entonces, ya había logrado establecer un récord mundial, pero poco antes de los juegos de Tokio, el chaco Danêk impuso uno nuevo. Además, Oerter llegó a Japón con una lesión en el disco cervical, por lo que competía usando collarín. Para colmo, resbaló entrenando en el piso mojado y se rasgó el cartílago de la costilla, que es algo muy doloroso. Decidió siempre apostar a un solo lanzamiento: en la final fue el quinto. Se quitó las vendas que le cubrían el torso, tomó una pastilla contra el dolor, lanzó el disco con lo último que le quedaba y, tras dejar el círculo, tuvo que ser ayudado a retirarse y sentarse. Pero había lanzado 61.00 metros, nuevo récord olímpico y tercer oro consecutivo.

Tampoco en 1968 Oerter era favorito. De hecho, nunca ganó un selectivo de EU. A pesar de ello, en México ganó con relativa facilidad: tres de sus lanzamientos superaron al mejor del medallista de plata. Su marca fue 64.78, cuarto récord olímpico e inédito cuarto oro. Cuando se le preguntó por qué era tan excelente en los Juegos Olímpicos, Oerter contestó: “Estos son los Olímpicos, mueres por ellos… no hay trabajo, no hay poder, no hay dinero que supla la experiencia olímpica”. Nunca buscó la fama, pero obtuvo la gloria.

El discóbolo se retiró en 1969, y se dedicó a su profesión: ingeniero de sistemas. A los 43 años, volvió a competir en busca de una plaza rumbo a Moscú 1980. Quedó en cuarto lugar del selectivo, y no se sabe si le hubieran dado la oportunidad de buscar una hazaña inigualable, porque Estados Unidos boicoteó aquellos juegos. Es probable que hubiera ganado, porque a los 45 años rompió por última vez el récord mundial.

Siempre enamorado del espíritu olímpico, Oerter estableció una fundación para promover el arte realizado por atletas olímpicos y paralímpicos. Utilizó el disco para sus propias obras, con un método parecido al de Pollock. La fundación tiene un museo en Florida que recoge las obras de competidores famosos y semidesconocidos. Y, viendo el catálogo, hay que decir que las de Oerter son de las mejorcitas.

viernes, febrero 02, 2024

Diez películas de los años 20

 Antes de que nos ganen los años 20 del siglo XXI, va una lista comentada de las diez películas de los años veinte del siglo pasado que más me han gustado:


Bronenosets Potyomkin (1925) - El Acorazado Potemkin


Película obligatoria para entender el Siglo XX. Una obra revolucionaria no sólo en la intención propagandística: también en el uso del montaje, el ritmo, los encuadres. Lenguaje cinematográfico a pleno, que atrapa al espectador. La obra maestra de Eisenstein.




Metropolis (1927)

Sentó bases para el cine inteligente de Ciencia Ficción. Hay dos elementos en esta famosa película de Fritz Lang. que son particularmente atractivos: la descripción de una sociedad futurista fuertemente dividida en clases y la extraordinaria concepción artística de la sociedad del futuro. Además, es sumamente entretenida.





Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (1922) - Nosferatu

Esta gran versión expresionista de cine de horror, dirigida por Murnau, que tiene como antecente inmediato la pandemia de fiebre española, que estaba en sus momentos finales al tiempo de la filmación, fue particularmente terrorífica en tiempos del COVID. Es interesante que la llegada de la plaga que trae Nosferatu sea el afán de lucro. 


Un chien andalou (1929) - Un perro andaluz

Comentado aquí como uno de los cortometrajes que más me han gustado, Es una película que rompe ferozmente con todas las convenciones, Es cubismo (la segmentación de una cosa para convertirse en otra) y es surrealismo, ese lugar en donde los sueños (o las pesadillas) hacen frontera,.
Un filme imprescindible. Grande, Buñuel.





Chelovek s kinoapparatom (1929) - El hombre de la cámara

Otra visión del cine experimental soviétco. El manifiesto del cine-verdad, donde el ojo de la cámara es el del ciudadano, que es la idea de Dziga Vertov.. No hay guión, no hay actores. El escenario es la vida. Pero el filme es también una oda a la modernidad, al trabajo humano, a la vida cotidiana, al despertad revolucionario de las ciudades.







La chute de la maison Usher (1928) - La caída de la casa Usher

También inluida en la lista de cortometrajes favoritos, esta película de Jean Epstein tiene varias cosas inquietantes, además de la trama, que es buenísima. El uso del close-up para evidenciar fetichismo, el uso de la iluminación para crear un ambiente denso, lleno de sensibilidad y decadencia.. 




Das Kabinett des Doktor Caligari (1920) - El gabinete del Doctor Caligari

Esta historia de terror, en donde llegamos a la conclusión de que la autoridad está loca, es el expresionismo alemán más clásico. Aquí, la historia se entreteje con el decorado y la ambientación. El mundo se nos presenta distorsionado, porque es la visión de un loco. Y tal vez todos estemos locos y seamos víctimas inconscientes del Doctor. Esa es la magia de este filme.





Safety Last! (1923) - El hoimbre mosca


Una de las mejores comedias románticas, que termina por una insólita persecusión por un rascacielos, Safety Last es una película muy divertida y el personaje de Harold Lloyd es entrañable, como siempre. Buenísimos efectos visuales y slapstick de calidad.  








The General (1926) - El maquinista de la General

Buster Keaton era un genio de la comedia física y también un tremendo director. Esta es una comedia de acción que mantiene al espectador en suspenso, y que genera admiración por las grandes acrobacias del actor, convertido en improbable héroe de la Guerra Civil de Estados Unidos (aunque del lado equivocado).. 





The Kid (1921) - El Chico

El primer largometraje de Charlie Chaplin como director es una magnífica combinación de comedia con múltiples gags y buen melodrama lacrimógeno. 
Es también una crítica progresista a la sociedad de su tiempo, lo que sentaría un precedente para posteriores filmes de Charlot. Jackie Coogan, como El Chico, hace un papel tan bueno que casi se come a Chaplin.




Menciones honoríficas:

The Idle Class (1921)
The Gold Rush (1925)
Modeling (1921)
Oktyabr (1927)
Der Golem, wie er un die Welt kam (1920)
Regen (1929)
L’auberge rouge (1923)
Ballet mécanique (1924)
The Pilgrim (1923)
Neighbours (1920)


jueves, enero 25, 2024

¡Cámara José Agustín, ¿cómo que piraste?!?

Cuando se supo que José Agustín estaba ya muy enfermo, Héctor Orestes Aguilar escribió: “Ningún otro autor mexicano del siglo XX ganó tantos lectores para la literatura y decidió tantas vocaciones literarias como José Agustín”. Lo dijo con las palabras correctas. Soy uno de esos lectores que, deslumbrado al leer a ese chavito que escribía como nosotros hablábamos, inició con él la aventura de sumergirse en la literatura. Lo hice como buen latinoamericano: con un desorden espectacular.

Ahora José Agustín piró, y todos nos sentimos un poco huérfanos.

(Se escucha a Duke Ellington, “(In my) Solitude”). Aparece una novela adolescente, pero escrita con una pluma que no lo parece. Se encuentra uno con un estilo desenfadado, siempre fluido, moderno, coloquial, cotorro. Vivo. Hay sexo explícito, engaño, groserías, drama. Es -clic- La Tumba. ¿Esto lo escribió un chavo de 19 años? ¡Es un puto genio!

(En el tocadiscos, Roy Orbison, “Only the Lonely”). Uno teje con la guitarra; el otro, con las letras. Si hay una autobiografía escrita en primera persona, esa es la que publicó, precoz, José Agustín en 1966, dentro de una serie orquestada por Emmanuel Carballo. Fue mi primera lectura de él, así que conocí primero al personaje y luego a su obra. Ahí se presenta el chavo roquero, que tiene aventuras extrañas y entrañables como ir a Cuba a casarse (también prematuramente) y a alfabetizar, y que combina la cultura popular, música, cómics, películas, con lo que era el canon literario de entonces. Hace un chingo de name dropping.

(Tocan los Beatles “Lucy in the Sky With Diamonds” -¿o son los Biceps?-). Juegos de palabras, cotorreo onomástico, la historia de un adolescente que camina hacia la adultez, pero lo hace de una manera a ratos rabiosa y a ratos ensimismada. Un montón de cambios de ritmo, de tiempos y de espacios, juegos con la puntuación y/ José Agustín empieza con De Perfil la tarea de experimentación literaria. Ya es una suerte de rockstar.

(Ahora el soundtrack es Bob Dylan: “A Hard Rain is Gonna Fall”). Tal vez el libro que más disfruté de José Agustín, porque lo leí apenas salido de la imprenta, es Inventando que Sueño, que tenía una portada muy chida realizada por el hermano del escritor. Es una colección de cuentos que va desde un sainete cotidiano (“Amor del bueno”) hasta una suerte de thriller de terror (“Lluvia”). Hay experimentación, pero también experiencia y, de nuevo, una habilidad enormísima para reproducir, cuando quiere, el habla cotidiana. El oído de José Agustín sólo se compara con el de Rulfo y Yáñez, pero José Agustín tenía un oído urbano, moderno.

(Se oye “Venus in Furs”, de Velvet Underground). José Agustín le entra de lleno a la experimentación con una obra vanguardista, que tal vez sea teatro: Abolición de la Propiedad. Una pareja, una grabadora, una espera, un juego con el tiempo, una violencia irremediable. Interesante, pero difícil lectura.

(El turno es para John Lennon, “How do You Sleep?”). José Agustín escribe para la efímera revista Piedra Rodante, y sus reseñas son lectura obligada. Al revisar el disco y esa rola de Lennon, se responde: “Paul ha de dormir muy bien, porque así es esto de la inconsciencia”. Me quedé por toda la vida con la útil segunda mitad de la frase.

(Obviamente, Jailhouse Rock, con Pelvis) En 1970 llegaría la venganza de la momiza, agarran a José Agustín con mota y lo refunden en Lecumberri. De ahí surge su divertida obra de teatro “Círculo Vicioso”, que alguna vez vi representada en CU (el güey más loco de la cárcel se llamaba Jorge Ayala Blanco, como el crítico de cine). Y también ahí inicia la escritura de Se está haciendo tarde (Final en Laguna). José Agustín pasa a ser “gente seria”, sin serlo nunca real (y afortunadamente).

(Van las notas de “In the Court of the Crimson King”, del grupo casi ídem). Se está haciendo tarde es considerada por muchos como la obra mayor de José Agustín, harto juego de palabras, harto albur, harto yin & yang, una buena dosis de rock y una mucho mayor de drogas. Una vueltecita por el infierno acapulqueño medio siglo antes de Otis. Confieso que no le pude dar el golpe.

(Tiempo de pop-ulrí: tocan Van Morrison, Patti Smith, Iggy Pop...). Vendrían otras novelas joseagustinianas. De ellas he leído tres; todas con gusto. Ciudades Desiertas, Cerca del Fuego y Armablanca. La primera es una gran descripción crítica del mundo académico gringo, combinada con la disección de las pasiones irracionales del amor y con el macromachismo común a los personajes de José Agustín. La segunda es, quizá, su obra más madura: una historia que, con el oído privilegiado del maese, y su capacidad para reproducirlo, borda la amnesia (que en México sólo puede ser sexenal), los sueños, el miedo y el delirio (que en México siempre tiene que ver con lo absurdo). Y relata un gran juego de beisbol. La tercera es un thriller-divertimento-homenaje a José Revueltas: muy cotorra y legible, aunque en ella hasta los tiras del 68 hablan como José Agustín.

(Ahora se escucha una sinfonía de miles, es rock, blues, progresivo, tocho). Reservo el antepenúltimo párrafo para un libro-objeto muy chido: Los Grandes Discos del Rock 1951-1975. Su magia es que no son ensayos, sino José Agustín cotorreando y citando, muy subjetiva y libérrimamente, acerca del rock, sus pasiones y sus pasones.

(Suenan los Blue Meanies de la película Yellow Submarine). Algo que no se le dio al maese José Agustín fue la precisión. Eso se ve en su bookcito juvenil La Nueva Música Clásica (sobre rock, obviamente), lleno de errores hoy imperdonables y, de paso y de pasón, de su pasión por Angélica María. Ese defecto se repite en sus noventeros y tragicómicos “ensayos” políticos (como quien dice, “peor para la realidad”). Y digamos que su cine me arranca sonrisas, pero no es mi hit.

Tempus fugit. Los principales de aquellos jóvenes escritores rebeldes a quienes Margo Glantz, despectivamente, les puso el mote de “literatura de la onda” (mote que la raza lectora retomó con orgullo) han muerto. Murió Parménides, forever young, fiel a su leyenda. Murió Sáinz, en el destierro. Murió Avilés Fabila, tras desvanecerse en el sauna. Y ahora nos dejó el más grande, el más chavo de todos, el que nos dejó en el espíritu la más profunda impronta. ¡Cámara, qué mala onda!

Silencio.

miércoles, enero 10, 2024

Premios Nobel de Economía bien ganados (2021 y 2023)

Hay ocasiones en que la Fundación Nobel le atina a la hora de otorgar el Premio Nobel de Economía. Fue el caso en 2021 y 2023. Aquí, un par de breves reseñas de la obra de los ganadores. 


Un Nobel por pensar fuera del cuadro (2021)

Resulta por lo menos interesante que el Premio Nobel de Economía haya sido otorgado a destacados investigadores, más por su método que por los hallazgos específicos en la materia. Y, por lo menos para mí, eso es muy saludable, porque lo que hicieron David Card y Joshua Angrist, y posteriormente modeló Guido Imbens, fue, simplemente, usar el sentido común y pensar fuera del cuadro.

Sucede que en economía la teoría suele mandar. Y que, a menudo, los economistas quieren constreñir la realidad a sus construcciones teóricas. Es muy común que se confunda la teoría con la realidad, se le niegue su calidad de construcción y se la convierta en un fetiche.

Lo que hizo David Card, primero con Alan Krueger y más tarde con Angrist, fue dejar de lado el fetiche y ponerse a ver la realidad medible. En vez de dar por sentados como verdaderos los postulados casi teológicos de la economía tradicional, ideó un método para verificar los resultados de las políticas públicas: las diferencias en las diferencias.

El más famoso de los estudios se hizo en 1992, cuando Card tenía sólo 26 años. Fue sobre los efectos en el empleo de un aumento en los salarios mínimos. La ortodoxia económica dice que un incremento en los mínimos llevará a mayor desempleo, por los efectos del aumento en los costos de las empresas y que, por lo tanto, lo mejor es dejar a las fuerzas ciegas del mercado determinar los salarios.

Bueno, pues lo que hizo Card fue no creer a pie juntillas en lo que le habían enseñado en su primer curso de microeconomía, sino verificar en el terreno los efectos, y hacerlo tomando en cuenta todas las variables posibles.

En Nueva Jersey hubo un aumento de los mínimos y no cayó el empleo. De inmediato, los economistas tradicionales intentaron explicar el asunto para que la aparente paradoja cupiera dentro del corset de su teoría. De seguro otras variables, como la dinámica del crecimiento económico o el fin de los retrasos en la demanda eran la causa de que no hubiera habido un aumento en el desempleo.

Y aquí lo importante es el método: para descubrir el efecto del aumento del salario en el empleo había que utilizar un grupo de control, tal y como se hace -por ejemplo- en las vacunas, para diferenciar los resultados entre quienes son inoculados y quienes reciben un placebo. Y lo complejo es encontrar el grupo de control.

Card y Krueger encontraron dos grupos de control. Primero, se enfocaron en los trabajadores del sector de comida rápida, en el que muchos ganan el mínimo. Luego, compararon la evolución del empleo entre los de las empresas de Nueva Jersey que habían dado el aumento con los de la vecina Pennsylvania, que no lo había dado. Y también lo compararon con los de las empresas de Nueva Jersey que ya pagaban desde antes por encima del mínimo legal.

Con los grupos de control, quedaban cubiertos elementos como la dinámica de la economía, los cambios en los costos de la oferta, la demografía y los gustos del público, que eran los argumentos de los esclavos de la teoría. Y lo que hicieron fue revisar las diferencias en el empleo de uno y otro grupo: la diferencia de las diferencias era el efecto neto del aumento salarial. Y pum, resultó, para el abierto enojo de los teóricos, que el libro de texto estaba mal.

Hay quienes aún insisten -los vimos aquí hace no pocos años- en que el libro de texto está bien, y la realidad está mal.

Angrist hizo con Krueger un trabajo similar, en el que resultaba que las personas nacidas en el primer trimestre del año escolar de EU eran más pobres que los nacidos posteriormente. La razón era que podían legalmente dejar la escuela antes que sus compañeros de curso. Aunque es obvio que pocos lo hacían, esa diferencia implicaba un nivel marginalmente más bajo de escolaridad. Lo radical es que se pudo ver que un año de escolaridad equivalía a un 10 por ciento más de ingresos en la vida adulta.

Otro trabajo de juventud de Card es el que abordó la controversia sobre los efectos de la inmigración de los marielitos (la oleada de refugiados cubanos) en el mercado laboral de Miami. La teoría dice que debió de haber tenido un impacto tanto en el nivel de los salarios (mandándolos a la baja) como en el del desempleo (incrementándolo). Pero no fue así, el mercado laboral de Miami fue lo suficientemente flexible como para absorber mano de obra que en su mayoría era no calificada y los inmigrantes, como consumidores, contribuyen a la demanda de sus servicios.

Pero otra vez, más que derivar de ahí una teoría general sobre la inmigración, lo relevante es el método: no tomar las teorías dominantes como Verdad Revelada, sino trabajar de manera científica para verificarlas… o no.

Estos economistas, ahora premiados (Krueger no pudo serlo porque falleció en 2019), fueron acusados en su momento de afectar la credibilidad de la teoría económica. Porque iban contra la sabiduría convencional y mostraban que muchos de los postulados de la ortodoxia económica están sobre pies de barro.

Lo que hicieron -ojo, con matemáticas y sentido común que dieron lugar a modelos medianamente complejos, no con mera “intuición popular”- fue un acto de iconoclastia. La investigación empírica unas cuantas veces da la razón a la teoría económica tradicional, pero más veces todavía, se la niega. Card, Angrist e Imbens minaron con ello el edificio de la ortodoxia del libre mercado. Pensaron afuera del cuadro.

Y ahora se llevaron el Nobel


 

La economista detective (2023)

El comité que otorga el Premio Nobel de Economía ha tenido a bien, en años recientes, ya no premiar tanto a economistas que elaboran sofisticados modelos matemáticos, y hacerlo más a quienes se encargan de escudriñar en la realidad, usando las matemáticas como herramientas auxiliares. Es el caso de la premiada en 2023, Claudia Goldin, quien ha trabajado sobre todo en el terreno de los mercados laborales, y en cuyos textos se puede ver -ella misma así se autodescribe- a una detective que va en pos de las pruebas.

A veces esas pruebas aparecen donde uno menos se lo espera, pero un buen detective las sabe encontrar.

Lo que más han difundido los medios de Goldin, al conocerse su premio, es una visión perogrullesca de la participación laboral de las mujeres a lo largo de los últimos 200 años. Obviamente, los trabajos de esta economista van mucho más allá. Van dos ejemplos.

Uno es su trabajo sobre las restricciones a la inmigración en Estados Unidos de 1921, que aborda el asunto desde 1890. Goldin lo analiza desde tres ángulos: uno la definición de los grupos que estaban a favor y en contra de las restricciones migratorias; otro es el de la discusión legislativa a lo largo de las tres décadas anteriores, donde se pueden ver diferencias regionales, que a su vez tienen que ver con razones demográficas y económicas; el tercero, el análisis de los mercados laborales segmentados durante la época. Resulta una historia fascinante.

En el ensayo, Goldin demuestra que la migración no hizo que disminuyera la tasa de crecimiento de los salarios generales, pero sí frenó los salarios para trabajadores no especializados sólo en algunos sectores de la economía (de hecho, creció la brecha entre salarios obreros). Explica también cómo -de manera similar, por ejemplo, a las posiciones actuales sobre migración-, el sentimiento antiinmigrante era más fuerte en regiones, a menudo rurales, donde los migrantes eran menos del 10 por ciento de la población, que en las ciudades grandes y pequeñas donde eran mucho más. Y explica cuáles eran los grupos a favor de la migración (el capital, la población de las localidades donde los migrantes se habían integrado y tenían peso político) y en contra (el sindicato AFL y los nativistas de estados predominantemente rurales). Luego desarrolla las razones del por qué la balanza se fue inclinando paulatinamente hacia la restricción de la migración (efectos laborales de la I Guerra Mundial, cambio generacional en estados que habían sido de reciente migración europea, etcétera).

Con la ayuda del tiempo, la historia económica sirve también para analizar similitudes y diferencias respecto a problemas similares el día de hoy. Y a hacerse preguntas relevantes: ¿qué mercados laborales están afectando los migrantes? ¿Cómo lo hacen? ¿Por qué las respuestas sociales ante el fenómeno son diferenciadas según la región? ¿Por qué también lo son las respuestas políticas? ¿Qué grupos sociales están a favor y cuáles en contra?

Otro de los ensayos importantes de Goldin tiene que ver con la píldora anticonceptiva. En particular, analizó sus efectos sobre el acceso a la educación, los mercados laborales y la evolución de la mujer en el trabajo como profesionista. La clave del detective es encontrar el momento justo en el que se puede hablar de efectos, sin caer en generalidades.

Lo que hace Goldin es estudiar cohortes diferenciadas a partir del acceso legal a los anticonceptivos orales (que no fue un asunto inmediato y automático, sino con diferencias legales, regionales y de costumbres). Y no intenta estudiar a toda la población, sino que se centra en las estudiantes universitarias y las recién graduadas, para entender los efectos en la población más informada.

Los resultados del estudio hablan de un cambio espectacular, con grandes diferencias entre las nacidas en 1950 y las nacidas en 1957. Los cambios no son solamente en la matriculación, sino sobre todo en otros dos aspectos: la edad de matrimonio (que también tiene efectos en los hombres) y el tipo de entrada y permanencia en el mercado laboral.

Esto a su vez llevaría a cambios todavía mayores: en una sola década se incrementó 26% la proporción de mujeres estudiantes universitarias y también cambió el tipo de carreras a las que se inscribían: casi toda la diferencia fue hacia disciplinas que entonces no se veían como “típicamente de mujeres”: más mujeres en economía y negocios, ciencias sociales, ciencias duras, ingenierías.

A partir de ahí, Goldin ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a estudiar las transformaciones en los mercados laborales de las mujeres: un siglo en el que pasaron del dilema “familia o carrera” a las fases de “trabajo un tiempo, luego me dedico a la familia” o “primero tengo familia, después trabajo”, a la realidad de “carrera y familia”. Esto significa estudiar el papel en la economía de los llamados “trabajos flexibles” y la relación de éstos con la tecnología. El desarrollo de esta última apunta a mayor flexibilidad de los empleos y, por lo tanto, a mejores oportunidades para las mujeres, que siguen sufriendo una brecha salarial, principalmente por el hecho que, al tener hijos y normalmente encargarse de ellos, no tienen esa disponibilidad 24/7 que tanto gusta a algunos empleadores.

Es refrescante que se premie el trabajo de una vida dedicada a cosas que sí importan en la vida de las personas, y no a modelitos abstrusos.