lunes, diciembre 26, 2005

BIopics: Servicio Militar Nacional


1970-71 también fue el año en que realicé mi Servicio Militar. Lo hice como adelantado, a la edad mínima posible. Tres argumentos sostenían mi decisión: sería más fácil hacerlo en la prepa que en la Universidad, por razones de exigencia académica; mejor me cortaba la escasa greña ahora y me la dejaba crecer libremente después; los adelantados tenían automáticamente bola negra, y no podían ser encuartelados.

Elegí correctamente la sede para mi servicio: la Universidad La Salle, a donde tenías que acudir los sábados por la tarde y a la que se podía llegar a pie desde la casa. Fui a inscribirme un día de septiembre y noté que había muy pocos conscriptos, así que decidí esperarme otras tres semanitas y no marchar de balde. En octubre fui, con Rafael Pérez, nos reclutaron (yo tenía el número 67) y nos pusieron a marchar. El cupo no se llenó hasta la primera semana de noviembre.

El Servicio era una güeva, una obligación a la que todos acudíamos de mala gana. Marchar, correr un poco, marchar todavía más. Soportar los regaños gratuitos de mi mayor Reyero y mi teniente coronel Barreto. Sentir que el tiempo, cuatro horas semanales, corría muy despacio, tener unas ganas locas de largarse. Los primeros meses fueron en la propia Universidad La Salle; la segunda mitad, en la calle de Palomas, cerca del Campo Militar Número Uno (y allí había grupos de muchachas que pasaban en sus carros, nos veían marchar, se burlaban abiertamente y nosotros no podíamos hacer nada: “¡Reprímase, hijo!”, espetaba mi teniente coronel Barreto).

¿Qué aprendí en el Servicio? Aprendí que los fusiles tienen diez piezas, entre las cuales están caja, cañón y gatillo (no aprendí a desarmarlo porque me hice pato el día que me tocaba hacerlo). Aprendí que la granada defensiva pesa más que la ofensiva, que el seguro no se saca con los dientes, que no se lanzan como bolas de béisbol y que hay que parapetarse antes de tirar. Aprendí que los mexicanos somos xochimilcas, no comunistas. Aprendí los grados del ejército y a obedecer las órdenes del clarín. Aprendí que si vas con una prostituta y luego orinas bien duro, disminuye la posibilidad de contraer una enfermedad venérea. Aprendí a ser la parte intermedia de una pirámide humana. Aprendí que, aún vestidos de civil, los conscriptos tienen que saludar militarmente a sus superiores. Aprendí que se sentía bien padre cómo vibraba el Zócalo entero, el día de la Jura de Bandera, cuando el clarín daba la orden de “En Descanso”. Aprendí que a las botas militares del COVE (obligatorias) se les salían los clavos por dentro y era útil y necesario aplicarles una suela interna de zapato tenis. Aprendí que no se toleraba un largo de pelo en el que el mayor Reyero te pudiera agarrar un puño con la mano, so pena de tusada con peluquero militar. Aprendí que los cuatro batallones que hicimos el Servicio en La Salle éramos en realidad “señoritas de la Academia Maddox”.

Mitos Geniales I : Lalo del Mazo (biopics)

Los curas del Patria decían que en el cielo jugabas futbol todo el día y nunca te cansabas. Eso quería decir que Pelé era el Sumo Pontífice, el coach Lorenzo García era nuestro párroco y Lalo del Mazo, el más grande candidato a la beatificación.

Lalo del Mazo tenía todo para ser una estrella mundial del balompié. O al menos, así lo veíamos. Era tres años más grande que yo, pero estaba sólo una generación arriba porque su papá, quien en una época fue Secretario de Recursos Hidráulicos, lo había mandado a estudiar ¡futbol! a Inglaterra, según contaba la leyenda escolar. Del Mazo tenía una cancha para practicar futbol, en pleno Polanco, a la que invitaba a unos cuantos elegidos (yo fui elegido una vez: atestiguo que era una cancha de pasto perfecto, como para Futbol-7). Era buenísimo. Un mago para el drible y la gambeta, ponía pases con telémetro y, sobre todo, era contundente en el ataque. Era tan bueno para el fut que una vez nos retó a un partido: él solito contra once “regulares”. Nos bailó y nos ganó. Por supuesto, era la estrella de la selección del colegio.

Aunque se llevaba con sus similares, los riquillos de la escuela (a quienes apodé “Los Pistons” por su amor a los automóviles), Lalo era un cuate sencillo y desmadrosón. Bromeaba con Pablo Medina Mora: “Quihubo Mora”, le decía, y Pablo, respondía: “Quihubo Mazo, ¿nos echamos una carrera de motos”. “Pues ponte los tenis”, replicaba Del Mazo.

En el primer Torneo de los Barrios, organizado por El Heraldo de México, el equipo que se armó alrededor de Lalo Del Mazo llegó a la final. Como era obvio, el América se fijó en él, lo contrató y en la tele y los periódicos se dijo que era un joven sensación, destinado a ser campeón de goleo.

En el cielo jugabas fut y no te cansabas, pero en la tierra la condición física no era el fuerte del reventado Del Mazo, siempre confiado en su habilidad. Habrá sido el sino, o la mala leche del entrenador, el caso es que Lalo debutó en Primera División un domingo de primavera en la campaña 1970-71 en el Estadio Coruco Díaz de Zacatepec, también conocido como “la jungla cañera”.

El Zacatepec era un equipo pobre, el verdadero heredero de aquellos “prietitos” del Atlante de antaño; baste decir que su jugador emblema era El Harapos Morales. Como buen equipo chico, dependía de sus resultados como local, donde era dificilísimo derrotarlos. Se cuenta que, media hora antes de comenzar el juego, los empleados del estadio lo regaban, para que el tremendo calor convirtiera a la cancha en un enorme sauna. Tenían el pasto alto, para que el campo de juego fuera más pesado. Al público, que constaba casi totalmente de trabajadores cañeros notoriamente bebidos, tras las rejas, a dos metros de la línea de banda. Y los jugadores contaban con que el árbitro les perdonara alguna falta, aunque fuera artera, con tal de no enfurecer al Respetable. La Jungla Cañera, pues.

Allí debutó Lalo Del Mazo. Allí se despidió del futbol de primera división. Falló dos goles hechos en la derrota del América, se coció de calor, demostrando su escasa condición física y lo cosieron a patadas. A sus cuates “pistons” que fueron a verlo les llovieron cervezas, meados y mentadas. Allí terminó un mito genial. Ese mismo año desapareció el Necaxa y comencé a irle al Zacatepec.

lunes, diciembre 05, 2005

Diario de un Votante Indeciso II

Soy un votante indeciso para las presidenciales y también para la jefatura de gobierno del DF.

Ayer, las huestes de Bejarano y compañía facilitaron un tramo de mi decisión. Al triunfar Marcelo Ebrard en la interna del PRD, me queda claro que no votaré por ese partido para el gobierno de la capital. Chucho Ortega estaba lejos de tener mi voto, pero no estaba automáticamente descartado, como sí lo está Marcelo, representante de la peor combinación de priísmo y perredismo.

¿Qué otros candidatos hay? A Beatriz Paredes la considero inteligente, con ideas, progresista y preparada. Gobernó bien Tlaxcala y es uno de los pocos priístas respetables. Pero hay tres cosas de su candidatura que no me gustan: su silencio cómplice durante los sainetes Madrazo-Montiel-Elba, su campañita de jingles zonzos que apelan al corazón y no tienen propuesta y su partido.
Demetrio Sodi, a pesar de sus cambios partidistas, me parece una persona honesta y con ideas. Es el único de todos los candidatos en liza que ha hecho propuestas concretas sobre los problemas de la ciudad. Un hombre que, por lo menos, da la impresión de que sí conoce la urbe que lo vio nacer y en la que vive. No me gusta su lógica de venta de su candidatura.
Jesús Galván y los otros precandidatos del PAN-DF demostraron su fracaso cuando no supieron detener a la aplanadora de AMLO en el periodo 200-2003 cuando pasó por encima de ellos -que tenían una buena representación en la Asamblea-. Después de conocerlos un poco de cerca, los del PAN-DF me dejaron la fuerte impresión de ser unos inútiles y vividores.
Así las cosas, Sodi puntea en la búsqueda de mi voto, pero Beatriz o algún otro se puede colar. Estaré atento a las encuestas: si hay alguien capaz de darle un susto a Ebrard, para ese candidato será mi "voto útil".