martes, marzo 17, 2015

Biopics: Il buon giornale



Hay ocasiones en las que la portada de un libro te llama la atención, te imanta por quién sabe qué razones, te hace comprar el objeto y, al cabo de unos años, descubres que ese flechazo resultó ser un momento importante en tu vida. Es lo que me sucedió en una librería de Módena, en febrero-marzo de 1987, cuando mi mirada se desvió a la portada de Il buon giornale (“El Buen Periódico”), un libro escrito por Piero Ottone, quien había sido director del Corriere della Sera en mis tiempos de estudiante en Italia y ahora fungía como capoeditore de La Repubblica, el diario que había cambiado el rostro del periodismo italiano.

El libro tenía un subtítulo muy llamativo: “Cómo se escribe, cómo se dirige, cómo se lee” y Ottone tenía buena fama. Había movido oportunamente el Corriere hacia la izquierda, sin que por ello dejara de ser el referente del stablishment, y había contribuido al proyecto de La Repubblica de Eugenio Scalfari, para convertirlo en el diario más importante del país.

Lo he de haber leído con avidez y como esponja, pues han pasado los años –hace más de un cuarto de siglo lo presté a una periodista, y no lo devolvió- y tengo presentes muchas de sus anécdotas y lecciones, las cuales he aplicado en el oficio al que terminé dedicándome, que es, Gabo dixit, el mejor oficio del mundo.

Relataré, más o menos en desorden, a como los recuerdos, algunos de los puntos de Il buon giornale que se me quedaron para siempre.

Ottone hablaba de los viejos corresponsales, de cuando no había comunicación inmediata con el extranjero, y aquellos mandaban cartas o télex, o al volver contaban sus experiencias. ¿Qué tiene que hacer un corresponsal o un enviado? Relatar como cuando regresas de un viaje y les cuentas las cosas interesantes a tu familia y a tus amigos. Tratas de hacer un relato sabroso, con algún apunte revelador, y no te desgastas en temas trillados: tratas de atrapar lo que descubriste, lo que te platicaron y las sensaciones en frases que puedan decir mucho.

Otro asunto, el del estilo, con el recuerdo del mítico jefe de redacción que pedía que cada frase fuera “sujeto, verbo, complemento, punto y aparte. Si quiere meter una coma, viene y me pide permiso”. Una prevención contra el estilo rebuscado de algunos reporteros que se sienten García Márquez, sin serlo.

Temas todavía más importantes: la precisión por encima de todo. Primero, en el lenguaje: es más conveniente repetir una palabra que, en aras de una supuesta riqueza de vocabulario, transformarla después en falsos sinónimos o en un lenguaje ajeno al lector. Eso es algo que cala en un país donde los hospitales son nosocomios, el agua es el vital líquido, las mujeres son féminas y el Presidente es el Primer Magistrado de la Nación.

Siguiente consejo: no hacer largas citas entrecomilladas al inicio de una nota sin revelar de inmediato quién las dice. El método no crea suspenso, sino fastidio en el lector, y suele ser signo de que el reportero no supo cómo empezar su texto. En el mismo tenor de la claridad, es imperioso no obligar al lector a leer un montón de cosas antes de que empiece a entender de qué se trata el asunto. En otras palabras: la “nota” debe estar en los primeros párrafos.

Ottone trata un asunto fundamental a través de la historia de una hostería clausurada por las autoridades sanitarias a causa de la presunta existencia de ratas. El diario no puede dar por buena, sin más, la presencia de las ratas (a menos de que el reportero las haya visto personalmente): tiene que decir que se trata de una afirmación del inspector de salud. Pero también debe buscar al dueño de la hostería, quien tal vez declare que le cerraron el restaurant porque no quiso pagar una mordida. El buen diario da ambas versiones, y deja al lector la tarea de decidir quién tiene más credibilidad (en este caso, el inspector o el dueño de la hostería).

Esto nos lleva al otro tema capital: el de las fuentes de información. La regla es citarlas, para que el lector sepa cómo nos enteramos del asunto y, también, para que norme su criterio de credibilidad al considerar cuál es la fuente. “Si tu fuente quiere mantenerse anónima, desconfía”, dice Ottone.

Evidentemente hay ocasiones en las que, por razones de seguridad, es necesario no ser explícitos respecto a las fuentes. En esos casos, hay que aproximarse lo más posible a la realidad, para ayudar al lector. Lo que no se debe hacer es escudarse en el anonimato de las fuentes para lanzar versiones interesadas de los hechos. O peor, para dar cuenta de rumores no comprobados.

Otra cosa que dice Ottone es que el lector es como Adán. Es como el primer hombre. O como alguien recién llegado. No está obligado a saber los antecedentes de un asunto, por lo que hay que recordarlos; tampoco, a saber quiénes son los declarantes, por lo que hay que decírselo; mucho menos, a reconocer por sus siglas a personas e instituciones relativamente desconocidas.

Un buen periódico –dice nuestro autor- trata de las personas más que de las instituciones, porque a la gente le interesan las personas. Le interesan los políticos más que los partidos, las historias con las que se puede identificar más que los análisis abstractos.

Ottone admite que no se puede ser siempre objetivos, pero insiste en que hay que intentarlo siempre. Llama a los periodistas a no decir nunca que la objetividad no existe. “Es la coartada de quien quiere contar mentiras”.

Un consejo que me costó trabajo entender -porque lo hice casi a golpes, yo de terco- es el concepto de que "no puedes llevar al público de paseo".

Qué quiere decir esto? Que hay temas de la agenda política y social sobre los cuales los periodistas (o los políticos) pueden insistir una y otra vez, pero que no pegan hasta que la opinión pública está madura para ellos, dispuesta a hacerlos suyos. Entonces pueden volverse un alud incontenible, capaz de cambiar el estado de cosas. Me pasó con el tema de la despenalización del aborto, que no pegó hasta la tercera vez que intentamos ponerlo en el primer lugar de la agenda.

En otras palabras, los periodistas (o los políticos) no son capaces de generar un movimiento social si no están dadas de antemano las condiciones en el ánimo de la opinión pública. En ese caso, pueden intentarlo una y otra vez, para topar con pared una y otra vez.
 

Finalmente, Ottone señala que en los medios de comunicación no hay espacio para la democracia deliberativa: dependen de quien está al mando. Si tiene personalidad, no se limitará a tomar unas cuantas decisiones, sino que le imprimirá a la empresa su propio temperamento, sus peculiaridades personales, al grado que la empresa terminará pareciéndosele (cita varios ejemplos internacionales y yo puedo recordar distintos diarios mexicanos cuyo apellido era el del director que generó un estilo).


jueves, marzo 05, 2015

El búmerang del eufemismo


El jueves 5 de marzo, al menos un par de periódicos nacionales, La Jornada y Ovaciones, tuvieron como encabezado de primera plana que el secretario de Hacienda Luis Videgaray, “Anuncia otro recorte para 2016”.

Surge de inmediato la pregunta: ¿Cómo se puede recortar un presupuesto que ni siquiera ha sido elaborado? ¿Cómo pudieron dos diarios llegar a ese absurdo?

En la redacción de Crónica llegó un adelanto informativo en el mismo sentido. El titular de Hacienda lo habría declarado en Londres, tras la apertura de sesiones del Stock Exchange. Pedí una versión más completa. Ya sabemos que gazapos y tropezones son el pan de cada día de varios altos funcionarios mexicanos, pero esto rebasaba toda lógica. Si era cierto, era un notón, porque hubiera dibujado a un secretario de Hacienda totalmente perdido respecto a su trabajo.

Llegó la versión, y obviamente Videgaray no se refirió nunca a recortes, sino a un dilatado “proceso de ajuste presupuestal”, un rediseño del gasto a partir de la expectativa de menos ingresos petroleros y del eterno miedo de nuestras autoridades económicas a los efectos sobre México de la política monetaria de Estados Unidos. “Continuará apretón presupuestal en 2016”, cabeceamos.

Pero no puedo culpar, en el fondo, a los periódicos que hablaron –incorrectamente- de ajuste. Es más, creo que al menos la mitad de la responsabilidad recae en Hacienda y que, a final de cuentas, le cayó el karma.

Desde hace mucho, pero más notoriamente a partir del sexenio de Miguel De la Madrid, las autoridades –que contralaban verticalmente los medios- se dieron a utilizar, y a la postre imponer, eufemismos en materia económica. Como sabemos, un eufemismo es una expresión suavizada que sustituye a una palabra poco placentera o desagradable.

En términos políticos, se trata de una manipulación del lenguaje. Una víctima civil se convierte en “daño colateral”, una inundación, en un “encharcamiento”, etcétera.
Algunos eufemismos típicos en materia económica son llamar “toma de utilidades” a una baja en la bolsa de valores o afirmar que una empresa “lleva a cabo una restructuración”, para referirse a despidos masivos. Los analistas especializados en economía y finanzas casi no dejan de hablar en ese lenguaje mendaz.

Pero el eufemismo económico más socorrido es “ajustes”, que siempre van en dirección contraria al interés de las mayorías. El PIB se “ajusta” a la baja; los precios se “ajustan” al alza y todo “ajuste” presupuestal equivale a recortes al gasto, preferentemente al de tipo social.

En Londres, Videgaray se refirió a ajustes sin eufemismo. Es decir, al acomodo de los distintos elementos del gasto, adaptándose a las nuevas condiciones externas de la economía.

El problema es que ya no estamos acostumbrados a que nos hablen sin eufemismos. No falta quien escuche “ajuste al presupuesto” y piense en las tijeras, luego no revise y termine escribiendo “recorte”.

En otras palabras, el arma arrojadiza de manipulación lexical lanzada desde el poder fue, en esta ocasión, un búmerang. Merecido se lo tienen.