lunes, diciembre 28, 2009

Woldenberg: Desencanto y miedo al olvido


¿Qué sucede cuando muere una persona que aparentemente, pero sólo en apariencia, no deja obra perdurable? ¿Cómo rescatarlo del olvido que es tan parecido a otra muerte? ¿Cómo poder abrir los ojos a los demás y pedirles que miren realmente qué tipo de hombres pueden irse sin ser realmente vistos en todo su valor? Son preguntas y necesidades que se vuelven acuciantes cuando uno llega a cierta edad, todavía alejado de la vejez, y ve cómo algunos amigos van muriendo (“como se desgrana la mazorca”, se le ocurriría decir a Manuel, el personaje de El Desencanto, de José Woldenberg).

Muy probablemente es por eso que Pepe dedica el libro a cuatro compañeros muertos, en circunstancias muy distintas, que tenían en común su antigua militancia en el Movimiento de Acción Popular (MAP).

Pero esa no es la única, ni la principal, razón de ser del libro. En él, Woldenberg traza un recorrido personal y colectivo por la militancia (sindical, partidista, de Estado) y también por el mundo de las ideas, en el que ve cómo el inicial desasosiego respecto a la realidad del “socialismo real” (lo que el régimen soviético vendió por socialismo) se va convirtiendo en desilusiones, en un desencuentro profundo y en un desencanto que raya lo existencial respecto no sólo al comportamiento de la autonombrada izquierda mexicana sino, incluso, a la naturaleza humana.

Un trayecto a la vez personal y colectivo puede muy bien resumirse en una persona que es, al mismo tiempo, un individuo y una representación del propio grupo. La proverbial discreción de José Woldenberg quiere que el personaje central de El Desencanto sea un compañero al que llama “Manuel” para cambiarle el nombre. Sin embargo, el personaje escogido por Woldenberg es –nos queda claro para quienes lo conocimos- en primer lugar Manuel Martínez Peláez, biólogo, de Tlanepantla, rockero, organizador incansable, profesor del CCH y de Ciencias, fumador empedernido, hombre muchas veces de un entusiasmo que nos contagiaba a todos y otras tantas amargo como los caféseses expréseses que tanto le gustaban. Pero muchas veces es el propio Pepe, armado de la cabeza a los pies de una lógica implacable. Y otras tantas puede uno atisbar en el personaje características de otros compañeros de lucha y de vida –algunos vivos, otros desgraciadamente fallecidos-.

El narrador por su parte, es casi siempre el mismo Woldenberg, aunque a veces, cuando Pepe se ha apoderado del personaje Manuel y discute con el narrador, éste tiene puntos de vista diferentes –lógico, porque si no, no habría dialéctica-.

Esta verdadera “Historia de Manuel” es la del “mínimo común denominador de lo que una comunidad recuerda”. Por eso es tan apresurada que cabe en 500 páginas, incluyendo las reflexiones sobre los disidentes del “socialismo real”. Esa apretada comunidad está conformada esencialmente por quienes fuimos miembros del MAP, pero de seguro tiene reflejos en el tiempo –personas de generaciones anteriores y posteriores- y en el espacio –experiencias en otros países-.

Pepe habla de presentar "un testimonio vital que quizà arroje luz sobre una generaciòn", y más tarde cita a Paul Auster, con el sueño de "crear una empresa que publicara libros sobre los olvidados, rescatar historias, hechos y documentos antes de que desaparecieran". Creo que Woldenberg parte de su consciencia acerca la importancia de la empresa política que emprendimos, tal vez porque era nuestra, tal vez porque pudo haber hecho mucho más de lo que hizo. Es una tarea documentada, pero que -siento, junto con Woldenberg- debería serlo todavía más.

Es el rescate de un grupo de mexicanos que, en su gran mayoría, no sabían engañar ni querían engañarse. Que comieron mierda, pero no podían digerir demasiada. Políticos cuya integridad –más que cualquiera de los errores tácticos o estratégicos que cometieron, y no fueron pocos- los privó del acceso al poder. Por eso, el desencanto de Woldenberg no puede sino ser mayúsculo, ahora que la canalla domina la vida política del país.

Las partes mejor escritas del libro son las dedicadas a los disidentes de las diversas formas que ha tenido el stalinismo. Y, aunque en mi caso personal nunca haya tenido una fase "soviética" propiamente dicha (me gustaban más el modelo yugoslavo y, sobre todo, el ejemplo del Partido Comunista Italiano) y me sorprenda lo aparentemente tardío de algunos descubrimientos sobre las fallas del "socialismo real", también indican un movimiento gradual que yo tuve: pasar de la discrepancia sobre ciertas cosas (que casi podría resumirse en "contradicciones en el seno del pueblo"), al desacuerdo general con el sistema, a su rechazo, al reconocimiento de que se trata de una invención perversa. Pero las partes más entrañables son las que revelan a una persona con su historia, sus gustos, su modo de ser, pasar por esa suerte de purgatorio político-existencial. Y hacerlo dolorosa, airosamente: sin transigir con los cantos de sirena y sin dejar jamás su compromiso con un mundo más justo, más equitativo, más democrático, más humano.

Quienes no tenemos una visión religiosa de la vida –independientemente de nuestro mayor o menor grado de ateísmo- y muchos de los que si la tienen, sufrimos de una cierta angustia existencial. “He visto cosas que ustedes nunca creerían… todos esos momentos se perderán en el tiempo… como lágrimas en lluvia”, dice Roy Baty en Blade Runner, segundos antes de morir. José Woldenberg la describe con clara sequedad. Se refiere a una cierta angustia a que las vidas “desaparezcan sin dejar rastro… a pesar de la certeza de que tarde o temprano todo (o casi todo) será humo”.

Me encanta eso de “o casi todo”. Ese rayo de esperanza en la tiniebla dictada por la razón. Que algo de las vidas (de mi vida) no sea humo después de lo gozado, lo sufrido, lo aprendido, lo deseado, lo alcanzado, lo perdido. Después de lo vivido. Es una suerte de inagotable deseo de trascendencia terrenal.

Por cierto, lo que yo quiero hacer con el recuento cada vez más pormenorizado de mi vida (los biopics del blog) se acerca mucho a esa obsesión woldenberguiana. Él mismo se reía de las muchas cuartillas que gastó (guardándolas en disquetes, pero también en copia dura, por eso de la desconfianza generacional hacia las computadoras) en confeccionar una historia, detallada en extremo, del sindicalismo universitario. Estoy seguro de que lo recorría la sensación de que “esta experiencia no se debe perder; si se escribe, habrá al menos alguien en el futuro que la rescate”. Estoy seguro porque yo también la he sentido muchas veces. Porque hay tanto que contar.

Dice el propio Woldenberg que “la auténtica memoria siempre es individual”. Aunque la quiera anegar en la memoria colectiva, lo que Pepe intenta es que su experiencia personal no se pierda. Intenta perdurar. Es lo que, de mil maneras, hacemos todos.

martes, diciembre 22, 2009

Glorias olímpicas invernales: Sonja Henie


Uno de los deportes invernales con más espectadores es el patinaje artístico. Esta disciplina no se podría entender sin Sonja Henie, la primera campeona olímpica y también la persona que transformó este deporte.

Sonja nació en 1912 en Oslo, de una familia acomodada y deportista, y practicó varias disciplinas (tenis, esquí, equitación, natación) hasta que se decidió por el patinaje de figura, que entonces consistía esencialmente es realizar con precisión, repetidas veces, determinados contornos en el hielo. Para ella, patinar era una expresión más compleja: fue pionera de la coreografía, de las faldas cortas al competir y del glamour fuera de la pista.

La superioridad de Heine la ubica como una deportista fuera de época. Campeona nacional a los nueve años, a los 11 compite en la versión beta de los juegos olímpicos invernales, quedando en octavo lugar. A los 15 obtiene su primer oro, en St. Moritz 1928. Repite la hazaña en Lake Placid 1932 y en Garmisch-Partenkirchen 1936. En el ínterin, gana diez campeonatos mundiales.

De ahí pasó al profesionalismo y a Hollywood. Sus espectáculos fueron el inicio de los rutilantes shows sobre hielo, impregnados de un extravagante gusto kitsch, que sobreviven hasta nuestros días. Su carrera cinematográfica, mucho ruido y pocas nueces. Pero la combinación de cine, espectáculo y deporte la convirtió en la primera atleta en ganar millones a través de contratos de publicidad. Dejó el cine en los años 40 y los shows sobre hielo en 1956, cuando se vio que no podía controlar su manera de beber.

Adorada en el resto del mundo, Henie ha sido vista con sospecha por muchos de sus compatriotas. Admirada por Hitler, la patinadora noruega lo saludó con el brazo en alto en Berlín, antes de los juegos invernales de 1936; después de los juegos aceptó una invitación del Führer para desayunar en Berchtesgarden, en el que Hitler le regaló una foto dedicada y autografiada.

Cuando los nazis ocuparon Noruega, la familia Henie puso la fotografía en un lugar prominente de la casa, para no ser molestada. Sonja, quien ya para entonces se había nacionalizado estadounidense, contribuyó –como buena estrella de Hollywood- a las actividades de propaganda aliada, pero jamás apoyó al movimiento noruego de resistencia o hizo una declaración personal en contra de los nazis.

Con esa sombra de sospecha siempre encima de ella, la primera gran gloria olímpica invernal murió en 1970, en pleno vuelo entre París y Oslo. Estaba enferma de leucemia.

lunes, diciembre 14, 2009

20 películas alemanas



Breve regreso a las listas.
Estas son las 20 películas alemanas que más me han gustado:

1. Jeder für sich und Gott gegen alle (1974), El Enigma de Kaspar Hauser
2. Lola rennt (1998), Corre Lola Corre
3. Metropolis (1927)
4. Das Leben der Anderen (2006), La Vida de los Otros
5. Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (1922), Nosferatu 
6. Die unendliche Geschichte (1984), La Historia sin fin
7. Manner… (1985), Hombres
8. Der Tod der Maria Malibran (1972), La Muerte de María Malibrán
9. Die Macht der Bilder: Leni Riefenstahl (1993), La Maravillosa Horrible Vida de Leni Riefenstahl
10. M. (1931), M, el vampiro de Düsseldorf
11. Der Untergang (2004), La Caída
12. Aguirre, der Zorn Gottes (1972), Aguirre, la Ira de Dios
13. Die Blechtrommel (1979), El Tambor de Hojalata
14. Das Experiment (2001), El Experimento
15. Der blaue Engel (1930), El Ángel Azul
16. Das Kabinett des Dr. Caligari (1920), El Gabinete del Doctor Caligari
17. Die Geschichte von weinenden Kamel (2003), La Historia del Camello que Llora
18. Gelegeheitsarbeit einer Sklavin (1973), Trabajos Ocasionales de una Esclava
19. Unter dem Pflaster ist der Strand (1975), Debajo del Empedrado está la Playa
20. Good Bye Lenin! (2003)


Por supuesto, seguramente hay otras de esa importante cinematografía que no han sido lo suficientemente divulgadas. Pero un canon es un canon.


Otras listas de cine:
Cien películas italianas
Cien películas iberoamericanas

viernes, diciembre 11, 2009

Biopics: Adioses y designios

La introducción de la tesis estaba hecha y revisada. La beca todavía no llegaba. Extrañaba a De Candia, que no retornaba de Elba, y de paso a Guido que, para desesperación de Antonia, prolongó su estancia en Nápoles. Pero entendí que ya era hora de hacer maletas y regresar.

Como no cabía todo, hice una gran caja de libros para enviar a México por vía marítima, y puse como remitente a Claudio Francia, con la dirección de su casa. Esa pobre caja terminaría por cruzar el Atlántico cuatro veces.

También intenté enviar a Janette una maleta con ropa que había dejado. Resultó imposible por razones sanitarias –era exportar ropa usada. Regalé un par de prendas y Patrizia de Candia se quedó con la maleta, asegurándome –por no dejar- que la llevaría consigo y la expediría cuando fuera, en unos meses, a Chicago.

A los dos días de la fecha programada para mi viaje, volvió Guido, y Antonia le hizo una fiesta de bienvenida. Llevamos mescal y aquello se convirtió en una gran borrachera. Una parte del mescal cayó sobre la cama que amorosamente había hecho Antonia, con todo y sábanas de lino. Estaba yo muy contento con Guido, y era ya muy noche, cuando ella, molesta con razón, me corrió.

El día siguiente, Mapes y Carreto partieron rumbo a París. Buscarían a Echeverría, recién nombrado embajador de México ante la Unesco, para que abogara por la pronta entrega de las becas. Como el gato Berlinguer se quedaría solo tras mi partida, le preparé una gran cantidad de comida y agua –como para cuatro o cinco días-, pero mis amigos estuvieron fuera más de una semana y, escribió Carreto, al regresar el gato estaba flaquísimo, y los vecinos, encabronados por lo mucho que había maullado de hambre.

Mi última noche en Módena, los cuates –encabezados esa ocasión por Paolo y Anna- me hicieron una suerte de reunión de despedida, muy cálida. La Dandi me regaló un tríptico-collage y la versión italiana de Del Amor, de Stendhal, como amable contraparte de unos poemas, un tanto sádicos, que le había yo dado, y en los que la calificaba de “pequeña heroína stendhaliana”.Cerca de la medianoche llegó Patrizia de Candia y los demás compañeros discretamente se fueron.

Patrizia y yo nos quedamos abrazados un buen rato. Ella suponía que yo salía de Módena a las 7 de la mañana, pero no: a esa hora salía el avión de Milán, yo tomaba el tren de las 2 y 20 de la madrugada. Le regalé dos discos. Uno, que yo tenía muchísimo en el corazón y que expresaba mucho de lo que sentía hacia ella, era un disco doble con las mejores canciones de Incredible String Band. El otro le gustaba sobremanera a ella, y se enterneció cuando lo recibió: otro disco doble, éste de James Taylor.

Me llevó a la estación. En el andén le dije que nos volveríamos a ver, que iríamos juntos al Festival Mundial de la Juventud. Movió la cabeza con un gesto de melancolía. Me dijo que no era cierto. Que no nos veríamos más.

El tren partió y, cuando había pasado hora y media de viaje, se detuvo intempestivamente en Piacenza. Una huelga salvaje de los ferrocarrileros autónomos, quién sabe qué tan larga. Luego de desesperar una hora, pensé en bajar y llamar a De Candia para que viniera por mí y me llevara a Milán. Me dije que era pedirle demasiado. Más tarde hice cuentas y deduje que, aun si ella hubiera accedido, yo no habría llegado a tiempo. Concluí que si el tren no salía y yo perdía vuelo y conexión, era un designio del destino.

Tras dos horas de parada, el tren retomó su camino. Llegué apenas quince minutos antes de la salida, pero pude checar y abordar. Había terminado mi estancia estudiantil en Italia.

miércoles, diciembre 09, 2009

Leyendas olímpicas invernales: Steven Bradbury

Para Steven Bradbury ya era una victoria estar en los Juegos Olímpicos de Salt Lake City, en 2002. Era la cuarta vez que asistía y, a sus 29 años, seguramente sería la última.

Steven era el más veloz de los patinadores australianos de pista rápida, y tenía una larga historia atlética, con pocos triunfos –lo que era de esperarse porque la cálida Australia nunca se ha distinguido por atletas invernales-. En 1991 había sido parte del relevo nacional que, sorpresivamente, ganó el campeonato mundial, en Sydney. En los Juegos Olímpicos de 1992, vio desde la banca como su escuadra era eliminada en la ronda semifinal. En Lillehammer 1994 ya encabezaba al equipo y subió al podio, con una medalla de bronce en los 5 mil metros de relevos. Era su mejor momento. En la competencia individual quedó en octavo lugar en los 500 metros y fue 24º en los 1000 metros.
Luego la suerte se le volteó y vinieron las lesiones. En un choque de 1995, un patinador le pasó por encima del muslo izquierdo: la cuchilla lo atravesó y perdió cuatro litros de sangre. Bradbury tuvo que recibir 111 puntadas y tardó año y medio en recuperarse. Suficiente tiempo para volver a entrenar y asistir a los juegos de 1998, donde esta vez el relevo de Australia quedó en octavo y último lugar y, en sus competencias individuales, Steven quedó en los lugares 19 y 21.

Nuevo accidente en el año 2000. Al tratar de esquivar a un patinador caído, Bradbury se tropezó y fue a dar de cabeza contra la barrera. Se fracturó dos vértebras. En la intervención, le colocaron clavos en el cráneo; tornillos y placas en pecho y espalda. Tuvo que usar un inmovilizador cervical por mes y medio. Los doctores le dijeron que no debería volver a patinar. El australiano no les hizo caso y volvió al hielo, con dedicación. Tendría otros juegos olímpicos, compitiendo en el evento individual de 1000 metros, y se daría por bien servido.

En 2002, Bradbury ganó su heat en la primera ronda, pero su suerte parecía echada en la segunda, de cuartos de final, cuando se enfrentó, entre otros, a Apollo Ohno, el favorito local y al campeón mundial Marc Gagnon, de Canadá. Terminó en tercer lugar, pero Gagnon fue descalificado, así que el australiano llegó a semifinales.

Para la siguiente carrera, los rivales eran todavía más complicados: entre ellos estaban el campeón olímpico Kim Don-Seung, de Corea, el multimedallista olímpico Li JuaJun, de China y el canadiense Mathew Turcotte. Bradbury iba muy atrasado cuando estos tres patinadores chocaron entre sí y permitieron al australiano colarse al segundo lugar y pasar a la gran final.

En la final lo esperaban Ohno, el coreano Ahn Hyung-So (triple medallista de oro en Turín 2006), Li y Turcotte. La carrera entre los cuatro fue tremenda, mientras Bradbury se rezagaba cada vez más. En la vuelta final, los norteamericanos y los asiáticos disputaban centímetro a centímetro una medalla que iba a ser definida por milésimas; el australiano iba a 15 metros de distancia. Al llegar a la última curva, los cuatro terminaron derrapando y un efecto dominó hizo que todos fueran a chocar contra la barrera, Bradbury los esquivó y se llevó, para sorpresa de él mismo y del mundo entero, la primera medalla olímpica de oro para Australia en unos juegos olímpicos invernales. Pasó a la leyenda.

Bradbury resultó también filósofo. Tras ganar el oro declaró: “Obviamente no fui el patinador más rápido. No tomaré la medalla por el minuto y medio de la carrera que gané. La tomaré por la década de friegas que me paré”.
Aquella no fue una medalla fortuita, sino el justo premio a uno de tantos deportistas que, no importa la adversidad, jamás tiran la toalla.

lunes, diciembre 07, 2009

Cendrars y los perjúmenes

Acabo de terminar la lectura de Decir casi lo mismo, un amplio e interesante ensayo de Umberto Eco sobre la traducción.
Dice Eco que toda traducción es, necesariamente, un acto de negociación, en donde quien traduce debe elegir el término que, en su lengua, mejor transmite el contenido. La pregunta que surge muchas veces es cuál es el contenido de una obra determinada: pueden ser las palabras mismas, el ritmo, el sonido. El traductor también tiene que negociar, en ocasiones, entre si llevar al lector a otro tiempo y otra lógica, o hacerle más digerible el contenido. Una gran cantidad de problemas de no siempre sencilla resolución.
El libro tiene abundantes ejemplos, y resulta muy disfrutable para cualquier lector políglota, aunque no sea tan erudito como Eco y varios de sus traductores.
Comentaré uno de los textos-problema y pondré sobre la mesa otro cuya problemática, en mi opinión, Eco sólo tocó tangencialmente (a pesar de lo mucho que dedica su libro a los puns joycianos).

El que cita Eco aparece en la Prosa del Transiberiano, de Cendrars, "donde el poeta, en un momento dado, mientras el tren avanza con sus ritmos y sobresaltos por llanuras ilimitadas, se dirige a su compañera, Jeanne de France, dulcísima prostituta enferma:"


Jeanne Jeannette Ninette Nini ninon nichon
Mimi mamour ma poupoule mon Pérou
Dado dondon

Carotte ma crotte
Chouchou p'tit coeur

Cocotte

Chérie p'tite chèvre
Mon p'tit péché mignon

Concon

Coucou
Elle dort.

A partir de ahi Eco lamenta que la traducción italiana, "para mantener el tono de dulzura, emplee hipocorísticos de tonos claros que no trasmiten el traqueteo oscuro de los vagones", pero concluye que el traductor tuvo que elegir y prefirió la ternura amorosa al traqueteo.

El libro incluye una traducción al español (de García Ortega) que, opino yo, tiene un problema similar al del italiano:

Jeanne Jeannette Ninete La De Los Dos Limones niní ninón
Cariño miamor minovia mipotosí
Dodó dondón
Chupa mi bombón
Corazoncito Queridos mamá y papá gallinita
Cabrita adorada
Mi pecadito
Cuclillo
Coñito
Ya duerme.


Me permití hacer una traducción de la canción, intentando sostener ritmo -pensando en el trenecito del Chocolate Express-, pero también sentido. El lector dirá:

Juana juanita nineta niní tetita ninón
Mimí miamor mi pupú mi Perú
Dado Dondón
Carita bonita
Chiquita cosita
Coqueta
Querida
Chulita cabrita
Pequeño pecado
Cuclillo
Coñito
Durmió.


Paso al siguiente tema, que me parece más peliagudo. ¿Cómo traducir al inglés -o a cualquier otro idioma- "Son tus perjúmenes, mujer", de Los Bisturices Armónicos, popularizada por Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina?
Eco subraya que toda traducción es una transportación cultural y que, si es buena, se trata de una apasionada interpretación del sentido profundo del texto.
En el caso que nos ocupa, el problema es que hay varias transportaciones culturales posibles del texto fuente. Al menos una es la original nicaragüense. Otra partiría de la visión mexicana -en mi caso- del mismo texto, que ya tiene de por sí una carga de traducción (de la cultura nica a la mexicana).
Me explico. Yo sabía, por medio de Hermann Bellinghausen, que "Son tus perjúmenes..." era obra de este grupo de médicos rurales que habían recogido por todo su país la tradición oral campesina. Hermann alguna vez nos había leído un libro de los Bisturices en el que los médicos citaban frases de los campesinos en las que describían sus dolencias. Eran poéticas y, las más de las veces, inentendibles para nosotros.
Lo mismo sucede con algunos verbos de "Son tus perjúmenes...". Para ellos quedan dos posibilidades de traducción: una es rebuscar sobre el significado más preciso posible de la palabra; la otra, jugar con sus posibles significados múltiples.
Así, la mejor definición oficial de "sulibeyo" la da un campesino nicaragüense que, para explicarla, lanza una piedra pómez al lago, y cuando la piedra regresa a la superficie, dice: "Mire, ya sulibeyó". Pero cuando uno, que no conoce el modo nica, escuchó la canción por primera vez, tradujo "sulibeyan" de otra forma: es una palabra que no existe, pero que connota sublevación (y sí, de alguna forma la piedra se subleva y resurge).
Más simple es el significado nicaragüense de "soripeyo", que es una mueca de invitación que se hace con los labios. Para mí soripeyo era un neologismo, relativo a causar leves cosquillas en distintas partes del cuerpo.
"Almareyar" resultó ser una palabra cuyo significado había atrapado. Viene de alma y quiere decir energizar desde adentro.
Pero la que para mí fue un gran chasco es "chúcaros". Me parecía una magnífica imagen de lo azucarado: lo dulce encarnado. Resulta que se refiere al ganado bravo, que podrá ser muy bonito a los ojos de un campesino, pero que no me cuadra.
Siguiente problema: traducirlo al inglés (entendiendo "perjúmenes", "aleteyan" y "reverbereyan" en su sentido estricto de habla popular).
Obviamente hay, por lo menos, dos traducciones (o, mejor dicho, dos grupos de traducciones): la del nica (la que proviene de la cultura campesina generadora del texto base) y la del resto de los países de habla hispana. Imagino/temo que cada uno de los no nicaragüenses bilingües haría una traducción diferente:


Son tus perjúmenes mujer

Son tus perjúmenes, mujer,
los que me sulibeyan,
los que me sulibeyan,
son tus perjúmenes mujer.

Tus ojos son de colebrí,
¡ay cómo me aleteyan!,
¡ay cómo me aleteyan!,
tus ojos son de colebrí.

Tus labios, pétalos en flor,
¡cómo me soripeyan!,
¡cómo me soripeyan!,
tus labios, pétalos en flor.

Tus pechos, cántaros de miel,
¡cómo reverbereyan!,
¡cómo reverbereyan!,
tus pechos cántaros de miel.

Tu cuerpo chúcaro, mi bien,
¡ay, cómo me almareya!,
¡ay, cómo me almareya!,
tu cuerpo chúcaro, mi bien.


It's your perfumations, woman

(traducción de Francisco Báez Rodríguez)

It's your perfumations, woman,
the ones that rebelsuble me,
the ones that rebelsuble me,
it's your perfumations, woman.

Your eyes are of hummenbird,
ah, how they batwing me!,
ah, how they batwing me!,
Your eyes are of hummenbird.

Your lips, flowering petals,
how they surpicate me!,
how they surpicate me!,
Your lips, flowering petals.

Your breast, honey jugs,
how they reverberay!
how they reverberay!
Your breast, honey jugs.

Your body, chugger, my love,
ah, how it resoulates me!,
ah, how it resoulates me!,
Your body, chugger, my love.

martes, diciembre 01, 2009

Biopics: El canto de cisne de la ultra

Mi última actividad “política” en Italia fue asistir, en calidad de observador (con Jorge, Eduardo y Beppe Falavigna), a la llamada “Convención Contra la Represión” en Bolonia, que fue el canto de cisne de la ultra y del movimiento del 77.

Este evento, organizado por la ultra a partir del “Manifiesto Guattari”, quería poner en la picota al PCI y a su ciudad emblemática, pero sobre todo al mundo del trabajo. A la burguesía y al proletariado por igual. Quería expresar el rechazo juvenil a la ética con la que se había fundado la república italiana y se había modernizado el país. La falta de perspectivas, ligada a la idea de la universidad como estacionamiento social antes del desempleo, había creado una ruptura con el movimiento obrero… esencialmente de parte de quienes se identificaban con la izquierda y una cierta idea utópica de socialismo, pero nunca lo hicieron con las organizaciones de clase.

La consigna clásica “È ora, è ora, potere a chi lavora” (Es hora, es hora, poder a quien trabaja) fue sustituída, en el 77, por “È ora, è ora, lavora solo un’ora” (Es hora, es hora, trabaja sólo una hora). Revistas como Desire, que publicaba nuestra compañera Valeria Bonifati con su novio Salvo –estudiante de psicología en Bolonia- daba tips al improbable lector obrero para trabajar unos cuantos días al año y cobrar completo… para la estupefacción de Anna y Paolo, típicos pduppinos modeneses (y por lo tanto, en realidad, a la “derecha” del Pdup). Pero aquello no era un intento obrero de reorganizar el proceso productivo. Detrás de la consigna “Tutta la produzione, all’automatizzazione” (Toda la producción, a la automatización) no estaba el interés por tomar el control, sino por echar la güeva. El movimiento tomaba elementos del mundo del trabajo, pero para enfrentarlos: en ese sentido era post-obrero, y por lo tanto post-industrial, si no es que antiobrero, y por lo tanto luddista.

Los autónomos eran revolucionarios en el sentido de que querían abolir el sistema y veían que el Partido Comunista lo prolongaba. No lo eran, en el sentido de que no sabían qué querían, además de abolirlo. Se parecían demasiado, en eso, a los primeros Fasci di Combattimento: lo importante es el movimiento, revolution for the hell of it.

El caso es que los autónomos pusieron una enorme lista de exigencias al ayuntamiento de Bolonia para su evento. Que pusieran comedores a su disposición, que se les dejara hacer un enorme campamento en el parque principal, que les prestaran el Palasport para la convención y les abrieran todas las plazas para los mítines, que los bares y restaurantes les dieran descuentos… El ayuntamiento accedió a todo, comentando que a los dueños de bares y restaurantes les solicitaría que hicieran los descuentos, pero no se los podía ordenar y que la Plaza Grande había sido reservada con anticipación, para el día principal, por una convención eucarística.

Si los organizadores de la Convención contra la Represión esperaban, precisamente, una actitud represiva de parte de las autoridades comunistas de la ciudad, no la obtuvieron. Así, mientras los más militantes entre los “creativos” y los “violentos” largaban interminables y agrias discusiones sobre el futuro del movimiento en la sede del Palasport, en las calles los demás hacían una suerte de gran happening, con algunas consignas chistosas, que aludían a frases infelices de los comunistas: “Covo quì, covo là, covo tutta la città” (Guarida aquí, guarida allá, guarida toda la ciudad), “Zangherì, Zangherà, gli untorelli sono qua” (Zangheri (alcalde de Bolonia), Zanghera, aquí están los untorcillos).

El día de la manifestación final marchó toda clase de grupos. Varios de ellos (los “violentos”) en vez del puño alzado –que al fin y al cabo era cosa de obreros- hicieron el signo de la P-38, como si tuvieran una pistola en la mano. Eran los que se preguntaban, en las discusiones del Palasport, “si las Brigadas Rojas son compañeros que se equivocan o compañeros punto y basta”. Un discreto grupo de carabineros cuidaba las inmediaciones de Plaza Grande, donde se celebraba el famoso convenio eucarístico. Un grupito esperaba a que pasaran los demás, quedara vacía la calle –porque no había casi espectadores- y luego la cruzaba, feliz de que los muros le hicieran eco a sus consignas. Patético. Estaban marchando en el desierto: los boloñeses se habían encerrado en sus casas, los habían aislado. Los autónomos insistían que no: “Macchè provocatori, macchè isolati/ siamo in tanti, e sempre più incazzati” (Pero qué provocadores, ni qué aislados/ somos un chingo, y cada vez más encabronados).

La manifestación desembocó en una plaza grandota, pero que no era Plaza Grande. Allí se hizo un mitin. Apareció un travesti a arengar a la multitud, pidiendo que fueran a Plaza Grande a “acabar con la provocación católica”. Lo callaron con rechiflas. El principal orador fue el dramaturgo Dario Fo –laureado, años después, con el Nóbel de literatura-, que contó un par de chistes malos (los comunistas en su sede de base, preguntándose cuántas vueltas a la manzana habían dado los cuatro gatos del movimiento) y poco más. Los asistentes se dispersaron seguramente más confundidos que antes.

Dice Franco Berardi, Bifo, la cabeza pensante de ese movimiento, que “marzo fue colorido y feliz, creativo e inteligente. Septiembre fue plomizo y rencoroso, ideológico y agresivo”. Paradójico: en marzo fueron los putazos, las detenciones, las bombas lacrimógenas; en septiembre, sólo una marcha vacía en una ciudad que les hizo el vacío, que demostró que sabía ceder y mantener el orden, que les tiró el teatrito.

Como dijo, premonitoriamente, Guido Fabbrini, aquel movimiento sería la celebración de que no habría revolución socialista. La negación del futuro. O como escribió, años después, Ben Watson, lo que el rollo Deleuze- Guattari (delude gut-theory) provocaba eran sólo berrinches edípicos adolescentes.