jueves, octubre 27, 2022

BIopics: El suplemento UNAM-Congreso

 

En mayo de 1990 se llevó a cabo un congreso universitario en la UNAM. Ese congreso vino años después del movimiento del CEU y como consecuencia del mismo. Hubo un larguísimo proceso para organizarlo, con discusiones bizantinas acerca de la composición de la comisión organizadora y toda la cosa. Tenía la importancia de que la comunidad universitaria, representada de manera casi paritaria, iba a discutir democráticamente sobre las debilidades y fortalezas de la UNAM y tal vez, se pensó, podría sacarla de su marasmo, a falta de una reforma académica de fondo.

Desde fuera (porque yo ya prácticamente estaba fuera, aunque diera un par de clases en Economía), se veía como algo que no tendría más consecuencias que la existencia misma del congreso, que hablaba de una universidad menos polarizada que cuando el movimiento del CEU., una universidad abiertamente dialongante. Los universitarios iban a agitar la eterna placa de Petri y, si llegaban a algún lado, este sería bastante etéreo.

Pero para El Nacional renovado de Pepe Carreño, esa era una buena oportunidad para entrar a un mercado que le había sido vedado, así que armamos una estrategia mixta: por un lado, informativa; por el otro de distribución.

Toco primero el tema de la distribución. Los puestos dentro del campus de CU estaban dominados por un miembro de la Unión de Voceadores apodado El Tortas. Casualmente, el hijo del Tortas jugaba en el mismo equipo de Pumitas de mi hijo Raymundo. La oferta que le hicimos fue subir de 200 a mil el número de ejemplares de El Nacional a distribuir en el campus, y él no le tenía que dar comisión al expendio por los 800 de diferencia, que le pasaríamos debajo del agua. La mayor parte de esos 800 se distribuirían en las sedes de las once mesas de discusión que había en el congreso, antes de la plenaria.

El tema informativo pasaba por la creación de un suplemento especial, UNAM-Congreso, que coordinaría yo, y que tendría que tener un estilo fresco, para nada acartonado, para dar cuenta a los universitarios de que El Nacional era ya totalmente una cosa diferente que la que dictaban sus prejuicios (no tan injustificados, dada la historia del diario).

Para ello, armé un equipo casi totalmente ajeno a la estructura del diario. Además del reportero de la fuente universitaria (de nombre Octavio Raziel, y que tenía el pésimo gusto de llamarme “Paquirri”) y de su eficaz asistente, la cobertura de las mesas correspondió, por una parte, a varios de los muchachos del suplemento Post900 que habían mostrado muy buenas aptitudes: Julián Andrade, Néstor Ojeda, el Trosko Arturo Ramos. Por la otra, a estudiantes conocidos de economía, de los que recuerdo a Penélope Juliá y Mauricio López Velázquez. Alguno más, como Ciro Murayama, contribuyó con algún artículo de opinión y, encima, tuvimos varias cartas a la redacción. En la diagramación y diseño me traje a Arturo Parra, Parreishon, que había mostrado sus capacidades en la sección Ciudad.

El suplemento resultó bastante lúdico y fue muy exitoso. En el primer número, pusimos fotos y perfiles cotorros de varios estudiantes delegados, de la extrema izquierda, con el título “Los ultras que usted quería conocer”. Pusimos, durante todo el congreso, pies de fotos juguetones. Y el día anterior a la clausura, fotos de las delegadas más guapas (que salieron horribles, con el CMYK desfasado, porque los de fotomecánica eran malhechotes a más no poder: las bellezas tenían dos ojos en cyan y dos en magenta). Eso no obstó para que El Nacional tuviera la más completa cobertura informativa del congreso, entre todos los diarios del país. Se volvió lectura obligada.

Por supuesto, no nos salvamos de algunas críticas. En el día que se publicó el número 1 del suplemento, me llamó indignado Gilberto Guevara, porque no estaba tomando el congreso con la seriedad que ameritaba, le estaba dando protagonismo indebido a los ultras, me estaba fijando más en las personas que en las tesis de discusión, y un largo etcétera en el que, en realidad, me decía que iba yo exactamente por el camino que quería recorrer. El otro tipo de crítica vino del departamento de comunicación social de la UNAM: querían que diéramos más peso a las versiones de Rectoría (y aliados); amablemente nos solicitaban ser más institucionales y gubernamentales, porque -no lo decían abiertamente- al fin y al cabo éramos el periódico oficial (pero no: nuestra pretensión era ser un diario de Estado, no de gobierno).  

En resumen, me divertí mucho haciendo UNAM-Congreso, apoyado por Pepe Carreño y por un equipo joven e inteligente. Visto con la lupa del tiempo, creo que el director quedó bastante complacido con el resultado y que fue algo que ayudó a que tuviera más confianza en mis capacidades periodísticas.

Por lo que respecta a la distribución, ya después del congreso El Nacional vendía más ejemplares en CU. El Tortas intentó mantener la parte de la distribución debajo del agua del expendio, con 400 ejemplares extra, pero lo cacharon, lo regañaron y lo amenazaron. Con trabajos logramos que la Unión de Voceadores aceptara que él distribuyera 200 más, sobre la cuota pre-congreso, y ellos llevándose la parte gorda de la comisión.  

Las ratas y el restaurante


En su libro clásico sobre periodismo, PieroOttone trata un asunto fundamental: el de la confiabilidad de las fuentes. El ejemplo es la historia de un restaurante clausurado por las autoridades sanitarias a causa de la presunta existencia de ratas. Un medio no puede dar por buena, sin más, la presencia de ratas en el restaurante (a menos de que el reportero las haya visto). Tiene que decir que se trata de una afirmación del inspector de Salud. Pero también debe buscar al dueño del restaurante, que tal vez pueda afirmar que lo clausuraron porque se negó a pagar una mordida. Un medio profesional da ambas versiones, y deja al lector la tarea de decidir quién tiene más credibilidad.

De ahí, también, la necesidad de citar las fuentes. Sirve para que el lector sepa quién dice qué y también cómo nos enteramos del asunto. Asimismo, ayuda a que norme su criterio de credibilidad al considerar cuál es la fuente.

Esto viene muy al caso con el libro El Rey del Cash, de Elena Chávez, que ha circulado profusamente tanto en su versión impresa como en distintos formatos de PDF. Un verdadero fenómeno que, sin embargo, ha tenido como principal efecto el cristalizar las opiniones ya polarizadas. Aunque también ha provocado algunas de las maromas más vistosas de parte de los seguidores incondicionales de López Obrador.

El libro se lee como un largo chisme, y relata métodos de financiamiento para el movimiento lopezobradorista vistos desde adentro, pero está hecho de una manera testimonial. No hay documentos que los avalen. En todo caso, lo que ofrece son otros testimonios.

Muchos hemos notado que estos métodos coinciden, de manera no casual, con distintos momentos en los que sí hay elementos probatorios: los videoescándalos de 2004, los sobres amarillos que recibieron los hermanos de López Obrador, el comprobado descuento a los empleados de Texcoco, etcétera. Que todo engrana para explicar la abundancia de recursos que sirvieron para una campaña permanente, paralela a los partidos, que rebasó con mucho los tiempos y límites que la ley dicta para los procesos electorales.  

Al mismo tiempo, la manera un tanto burda, y con algunas escenas dignas de telenovela, con la que los sucesos son presentados en el libro, abona para que los simpatizantes de López Obrador aleguen que se trata de un asunto movido por desafecciones personales (aunque no falta quien ya esté suponiendo un complot desde las mazmorras de la derecha).

El caso es que estamos en tiempos en los que, más que normar su propio criterio ante dos versiones contrapuestas, existe una suerte de fanatismo en el que se toman posiciones aún antes de verificar fuentes, y en el que se cierran los ojos incluso cuando hay pruebas. Estos fanáticos “se retroalimentan con otras personas que tienen las mismas convicciones y crean entornos autorreferenciales”, como dice Raúl Trejo Delarbre en su reciente Posverdad, Populismo, Pandemia.

Esto, que es también una cerrazón hacia opiniones divergentes, permite que, por un lado, se crea a pie juntillas un testimonio y, por el otro, se le niegue toda veracidad, a pesar de que las piezas coincidan con información anterior.

También hay otro tipo de cerrazón. La de quienes, no pudiendo cegarse del todo ante la avalancha de información, argumentan que tal vez sea cierta, pero en todo caso no se trató de dineros para que los beneficiarios vivieran a todo lujo, sino para financiar un necesario movimiento para la transformación del país.

Estos casos tal vez nos reflejan, mejor que los de ceguera pura, los efectos del desprecio por los hechos que ha generado la ola populista mundial. No importa que se haya tratado de un financiamiento ilegal, que se hayan movido sin registro grandes sumas de dinero, o que varias de las aportaciones hayan sido a cambio de una contraprestación política o empresarial. Tampoco importa que ese financiamiento irregular haya contribuido a que un grupo se hiciera del poder político. Lo que importa es que no se presumieron lujos (o que no los hemos terminado de ver).

Un lugar privilegiado para notar la diferencia entre una visión racional y el fanatismo es el futbol. Ni las repeticiones instantáneas y ni siquiera el VAR han impedido que los aficionados rabiosos de un equipo insistan en que el árbitro está vendido… y también los del VAR. Mientras todo México gritó en 2014 que aquella jugada entre Márquez y Robben “¡no era penal!”; en los Países Bajos seguramente vieron una falta clarísima. Eso es un lío para todos los árbitros, sean deportivos, electorales o de otro tipo.

En otras palabras y para concluir, son tiempos en los que es difícil tratar de escudriñar la verdad y de promover una deliberación democrática si, aunque se den las dos versiones al público, éste ya es fanático de los restauranteros, de los inspectores de salud… o de las ratas. 

jueves, octubre 13, 2022

Julio Urías y Fernando Valenzuela, un comparativo precoz

 
Los números de Julio Urías en las temporadas 2021 y 2022 mueven a hacer una comparación que puede ser incómoda, pero cuyos resultados son por demás interesantes. ¿En qué tanto se parecen las primeras temporadas ligamayoristas del culichi Urías y del Toro Fernando Valenzuela?

Para hacer el comparativo hay que tomar en cuenta algunos factores: mientras que, tras pocos partidos como relevo en la temporada de 1980, Valenzuela se convirtió en abridor de lujo de los Dodgers, el arranque de Urías fue mucho más lento: tuvo muy poca acción entre 2017 y 2019, casi siempre como relevista y no se convirtió en abridor hasta la campaña reducida de 2020.

Pero en este momento estamos en condiciones de comparar los primeros 7 años de Urías en las Mayores con los primeros cuatro de Valenzuela. El de Culiacán ha sumado 101 aperturas en temporada regular, mientras que el de Etchohuaquila llevaba 97 al terminar la temporada de 1983.

Empecemos con la estadística más tradicional: ganados y perdidos. Urías tiene marca de 49 ganados contra 17 perdidos, mientras que Valenzuela llevaba 49-30. Puede aducirse, con razón, que al Toro le tocaron muchos partidos en los que su equipo no lo apoyó lo suficiente a la ofensiva, pero el dato es que Urías tiene 13 perdidos menos. Ahora bien, también se puede obtener el promedio por cada 162 partidos de temporada (es decir, se descuentan tiempos en lista de lesionado y se ponderan las temporadas reducidas de 1981 y 2020): el resultado es que Urías tiene 14-5 y Valenzuela 16-10.

Pasemos ahora a la que se considera la estadística más importante en el pitcheo: el promedio de carreras limpias recibidas por cada 9 entradas lanzadas. Urías tiene un PCL de 2.82; el de Valenzuela era de 3.00. Es una diferencia pequeña, pero no irrelevante.

La estadística ERA+ nos dice cuál es la diferencia entre el pitcheo de determinado lanzador y el promedio de las Mayores. 100 equivale al promedio. En el periodo analizado, el ERA+ de Urías es de 148; el de Valenzuela era de 117. Otro punto a favor del culichi.

Una estadística fundamental para saber si un lanzador está dominando a sus rivales es el WHIP (hits y pasaportes otorgados por cada inning lanzado). Ambos tienen números brillantes. Urías, 1.09, y Valenzuela 1.18. Marginalmente es mejor la estadística del sinaloense. A Valenzuela los rivales le bateaban para un ridículo .208 de porcentaje; a Urías, todavía menos: .200. Urías da 2.5 bases por bolas por cada 9 innings; Valenzuela daba 3. Urías poncha a 8.9 adversarios por cada 9 entradas y Valenzuela ponchaba a 7.

Empecemos las diferencias a favor del Toro con una menor: a Valenzuela le pegaban 0.5 jonrones por cada nueve entradas de trabajo; a Urías 0.9. Puede alegarse que se trata de épocas diferentes y, en efecto, ahora los bateadores tienden a pegar más palos de vuelta entera… pero tienen 20 puntos menos de porcentaje de bateo.

Vienen las fundamentales: en el periodo analizado, Valenzuela lanzó la friolera de 38 juegos completos, de los cuales 16 fueron blanqueadas. Urías, cuando ha abierto un juego, nunca ha llegado a la octava entrada. Esto significa también que el sonorense pitcheó muchísimos más innings que el de Culiacán, con todo y que tuvo unas cuantas aperturas menos: 752 contra 600.

Sin embargo, a la hora de contar los ponches, la diferencia se esfuma y Urías le da la vuelta: ha pasado por los strikes a 593, contra 584 víctimas de Valenzuela.

¿Qué tanto contribuyeron estos dos peloteros a sus equipos en el periodo analizado? Para eso está el WAR (victorias sobre reemplazo), que mide la diferencia entre cada jugador y un hipotético suplente que está marginalmente en Grandes Ligas (en el límite entre ligas menores y MLB). Están casi igualitos, de acuerdo con Baseball Reference: Valenzuela, 13.3; Urías, 13.2.

Y la diferencia más importante es que, arrancando en aquella mágica temporada de 1981, se desarrolló la Fernandomanía, alrededor del carismático zurdo sonorense. El otro zurdo, a pesar de que tiene de verdad una gran personalidad, está lejos de alcanzar esos brillos.

Es claro que ambos peloteros lanzaron en épocas muy diferentes. Esencialmente, Valenzuela lo hizo antes del predominio de la sabermetría. Había más bateo de contacto y menos de poder, más agresividad en las bases y los managers se manejaban con el inexistente librito de la tradición. Pero sobre todo había una menor división del trabajo entre los relevistas, que ahora son parte esencial de la estrategia. Lo común era que los pitchers intentaran lanzar todo el juego, el conteo de lanzamientos era cosa secundaria y eso de que evitar enfrentar al line-up por tercera vez en el partido era un tema desconocido.

La carrera de Valenzuela fue fulgurante, pero bajó de nivel antes de tiempo, debido, precisamente, a que su brazo fue usado en exceso por varios años. A Urías lo han tenido entre algodones, y el número de innings lanzados por temporada crece de manera lenta. La idea es que dure mucho más. Si lo hace, y conserva el nivel mostrado hasta ahora, podremos -entonces sí- hacer una comparación que no sea tan precoz como la actual.

Para comparar sus actuaciones de postemporada, que se actualizan al finalizar, favor de ver, en este blog, Peloteros mexicanos en postemporada (un análisis histórico).

miércoles, octubre 12, 2022

Geopolítica con placas vencidas


Hay que decir, en descargo del presidente López Obrador, que había barajado su propuesta de paz universal antes de la exitosa contraofensiva con la que Ucrania recuperó parte de su territorio invadido por los rusos. Es decir, no la hizo porque Rusia de repente va perdiendo una guerra que creía iba a ser un baile de carquís.

Pero hay que decir, en su cargo, no sólo que la hizo pública tras de que se había volteado el sartén en el conflicto ruso-ucraniano, sino sobre todo que se trata de una propuesta poco seria, dirigida más bien para el consumo local, y que parte de una serie de prejuicios que lo dejan mal parado.

En primer lugar, no toma en cuenta quién es el agresor y quién el agredido. En los hechos, da por bueno el pretexto ruso de que la OTAN estaba armando hasta los dientes a Ucrania y se olvida, convenencieramente, de toda la propaganda armada por Moscú respecto a que Ucrania no era realmente un país, que en realidad no tenía ni siquiera idioma propio y que lo que había que hacer era reunificar esa parte perdida de la gran Rusia. Y por supuesto se olvida de las matanzas de civiles, a soldados amarrados de pies y manos, los bombardeos a teatros y escuelas, entre otras linduras.

En segundo lugar, propone como garantes de la tregua a tres personajes que no son necesariamente los más indicados. Propone al papa Francisco, que tiene gran autoridad moral en las naciones católicas como México; pero el conflicto es entre naciones cristiano-ortodoxas, que suelen responder a diferentes patriarcas.

Propone a Narendra Modi, primer ministro de la India, tal vez porque se trata de una nación no alineada, pero sobre todo porque, en las encuestas que le encanta promocionar, es el mandatario más popular del mundo (y no importa que sea autoritario y que reprima fuertemente a la minoría musulmana). Al menos Modi le dijo en su cara a Putin que no es momento para una guerra.

Y propone a Antonio Guterres, secretario general de la ONU. Según la ONU, la invasión rusa en Ucrania “es una violación de la integridad territorial de un país que contradice los estatutos de la ONU", y el propio Guterres ha señalado que tiene “evidentemente”, posiciones distintas a las de Putin, respecto a la invasión a Ucrania.

En otras palabras, escogió nombres populares, que suenan bonito a los oídos de su público.

Luego está el plazo de cinco años. ¿Por qué no uno o diez o veinte? No hay razonamiento al respecto.

Lo que hay, más bien, es una suerte de vaga definición geopolítica, que tiene el problema de estar fechada, de circular con placas vencidas, del siglo pasado.

Por una parte, está la idea de posicionarse en una situación intermedia entre las dos potencias de la Guerra Fría, olvidando que en el caso hay un pueblo agredido y un ejército agresor. Junto a ella, la idea de que detrás de todo, está la manipulación imperialista yanqui. El malvado Occidente neoliberal.

Así, contradecir a los medios de los países desarrollados puede parecer muy inteligente (aunque eso implique tragarse la propaganda de los medios rusos). Y pensar que la guerra es culpa de dos, limpia el problema.

Por lo mismo, detrás de las críticas a la propuesta, empezando por la de Ucrania, hay, según AMLO, “intereses de elite”. ¿Quién, sino los malvados neoliberales y su complejo militar-industrial, puede estar en contra de una propuesta pacifista? Que esa propuesta implique aceptar la toma de una parte de territorio soberano y la ruptura del derecho internacional por parte del agresor es lo de menos.   

Ciertamente, la guerra en Ucrania ha tenido consecuencias negativas para la economía mundial, en particular para el suministro de energéticos y de alimentos. Y vale la pena intentar evitar esos efectos perniciosos. Pero hay que subrayar que esas consecuencias son resultado, por un lado, del chantaje ruso a Europa en el suministro de gas y, por el otro, del bloqueo intermitente a las exportaciones ucranianas de grano. En ambos casos hay un responsable, y es el gobierno de Putin.

Si la propuesta se presenta en la ONU, más vale que contenga cambios de fondo. Tal y como está, ya tiene la negativa ucraniana, y no tiene sentido. Y el canciller Ebrard se vería en una situación penosa.

Se requeriría, en primer lugar, la promoción del retiro ordenado de las tropas rusas de territorio ucraniano. Después, la creación de una zona de amortiguamiento en las fronteras. Y un programa de auxilio humanitario internacional, posiblemente acompañado de medidas para restablecer los suministros económicos estratégicos para el mundo.

Pero, porque la propuesta es para consumo político interno, no habrá nada de eso. Lo esperable es nada más el quemón internacional (y más, con los índices de violencia interna en México, para los que no ha habido tregua alguna).  

jueves, octubre 06, 2022

El rey de la efectividad


 

Mexicanos en GL.  2022

 Termina la temporada regular 2022 de Grandes Ligas, que ha dejado buen sabor de boca en muchos sentidos (pensemos en los hitos que dejan Pujols y Judge). Entre lo bueno hay que contar lo sucedido con los beisbolistas nacionales: ha sido el año con más peloteros mexicanos en la historia, y el de más nacidos en México (aquí manda el ius soli, pero no es lo único); es la primera vez que seis de estos últimos conectan doble dígito de cuadrangulares; vimos que varios que apenas habían jugado ahora tuvieron más oportunidades, tuvimos al primer cátcher mexicano en un Juego de Estrellas y, sobre todo, por primera vez un pitcher mexicano termina la temporada con la mejor efectividad en su liga: don Julio Urías.

Aquí el balance del contingente nacional, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en toda la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado representando a México en el Clásico Mundial o en otro torneo de primer nivel).

Julio Urías.  El zurdo de Culiacán ha repetido campañón. Si el año pasado fue el máximo ganador, en 2022 ha sido el rey de la efectividad. Además, lo hizo yendo de menos a más: su promedio de carreras limpias admitidas por cada nueve entradas lanzadas fue de 2.89 antes del Juego de Estrellas y de un minúsculo 1.26, a partir de esa fecha. En el último mes ganó 3 juegos, sin derrota, con un PCL de 1.53. Terminó con un WHIP (hits y bases por bolas por inning lanzado) de 0.96 y los bateadores rivales le pegaron apenas para .199 de porcentaje. Estamos hablando de ambientes enrarecidos. Urías tuvo 19 salidas de calidad en la temporada (6 o más entradas lanzadas, 3 o menos carreras limpias permitidas) y en sólo cuatro de sus 31 salidas a la lomita aceptó más de dos carreras limpias. Sus números. 17 ganados y 7 perdidos, PCL de 2.16 y 166 ponches. El principal abridor de los Dodgers es candidato serio para el Cy Young (pero no creo que lo gane). Es ya momento de compararlo con el Toro Valenzuela, cosa que haré en una próxima entrega.

Randy Arozarena, si bien el de los Rays no tuvo una temporada enorme en cuanto a porcentaje de bateo, estuvo fenomenal en muchísimos departamentos ofensivos. El cubano-mexicano no tuvo un septiembre tan candente como su agosto, pero igualmente fue productivo. Sus números al final de la campaña: porcentaje de bateo en .263, con 20 vuelacercas, 89 carreras producidas y 72 anotadas. Su OPS quedó en .773, cerca de la marca a perseguir de .800 y se confirmó como uno de los máximos robadores de bases de las mayores: estafó 32 colchonetas.

Alex Verdugo ha desarrollado la consistencia como su característica número uno. De nuevo, un año con buen fildeo, bateo de contacto y oportuno para todas partes del cuadrante. Es un jugador confiable y de primera, pero aún no da el estirón para el estrellato (y sabemos que Fenway Park no es precisamente un paraíso para los bateadores zurdos). Los números ofensivos de Alexander en el año: .280, 11 cuadrangulares, 74 carreras producidas y 75 anotadas, con una base robada y OPS de .732.

Alejandro Kirk inició flojo la temporada y terminó con un mini slump, pero estuvo excelente en el núcleo duro de la campaña. El tijuanense de los Blue Jays ha demostrado en el camino que no sólo es un buen bateador, sino también un receptor bastante fino, con buen brazo. Tiene además esa cosa indefinible que antes llamaban “el knack”: una simpatía especial.  Durante un tiempo peleó el título de bateo, pero se fue desinflando a finales de año (curiosamente, para que su porcentaje estuviera de acuerdo con su BABIP, lo que me ha hecho empezar a confiar en esa rara estadística). Kirk terminó bateando para .285, con 14 cuadrangulares, 63 producidas y 59 anotadas, con un .786 de OPS. Fue el 4° bateador más difícil de ponchar en las Mayores: tuvo más contactos de poder que ponches, y eso dice mucho.

Andrés Muñoz va viento en popa para convertirse en uno de los relevistas más temibles de la Gran Carpa. Su capacidad de ponchar enemigos pinta para legendaria. Fue utilizado más que nada como preparador de cierre de los Marineros, y ayudó a que los de Seattle por fin regresaran a postemporada. Fue curioso su patrón de lanzador intratable todos los días, menos alguno de fin de mes: le pegaron el 29 de septiembre, el 27 de agosto, el 28 de julio, el 22 de mayo. En la temporada, dejó marca de 2-5, un muy buen PCL de 2.49, con 4 salvamentos y 22 holds (ventajas sostenidas en situación de rescate). Pero la estadística más impresionante del mochiteco es que ponchó a 96 en 65 entradas de labor.

Giovanny Gallegos culminó el año renovando contrato multianual con los Cardenales de San Luis. Hizo con Ryan Helsley una mancuerna infernal para los bateadores rivales (pero pasó de ser el cerrador principal al preparador principal). En el año 3-6, 3.05 de efectividad, 14 juegos salvados, 12 holds, 6 rescates desperdiciados y 73 chocolates. La campaña 2023 será un nuevo reto para Giovanny, por el reloj que obligará a los pitchers a no tomar demasiado tiempo entre lanzamientos. Gallegos es el que más segundos se tarda en todas las Grandes Ligas.

José Urquidy, a semejanza de Alejandro Kirk, tuvo un núcleo central de la temporada en el que estuvo excelente. Pero, a diferencia del otro, en su principio y su final, el mazatleco estuvo menos que mediocre. En septiembre, tras una apertura magnífica, ligó tres derrotas consecutivas y tuvo 5.01 de PCL en el mes. Esto llevó a los Astros a enviarlo al relevo para la postemporada. Finaliza la campaña con marca de 13-8, efectividad de 3.94, y 134 rivales pasados por los strikes, frente a sólo 38 bases por bolas. De sus 28 aperturas, 15 califican como de calidad.

Joey Meneses tiene una de las historias más bonitas de la temporada: novato de 30 años de edad, sube a las Mayores para el último tercio de la campaña, tras una espera añosa, digna de Job. Y cuando lo hace, su desempeño es totalmente estelar. Con el bat, con el guante y hasta corriendo las bases. Fueron dos meses de gloria y los pitchers rivales nunca le encontraron un lado flaco. El culiacanense terminó con .324 de porcentaje, 13 jonrones, 34 producidas, 33 anotadas y un robo. Su OPS, de 930, es el quinto mejor de toda MLB para bateadores con más de 200 turnos. Si vemos los nombres de los cuatro primeros, encontramos puro MVP. De ese tamaño, Cabajoey. Los Nationals de seguro lo tomarán en cuenta para el 2023.

Ramón Urías. Aunque quedó partida por dos lesiones -una, al final de la campaña- el de Magdalena de Kino gozó de su mejor temporada en las Mayores. El infielder de los Orioles fue parte de la construcción del sueño de ese equipo chico que fue eliminado sólo hasta la última semana. Estuvo bien con el bate y, si hemos de creerle a los que calcular el WAR, estuvo fenomenal a la defensiva. Ramón terminó con estos números: .248 de porcentaje, 16 cuadrangulares, 51 producidas, 50 anotadas, un robo de base y OPS de .720.

Luis Urías terminó la temporada con números muy parecidos a los de su hermano mayor, pero la expectativa sobre él era superior. Su problema principal estuvo en el contacto, en el porcentaje. Tanto que, desde finales de septiembre, fue relegado por los Cerveceros a la parte corta del platoon (jugar contra lanzadores zurdos). En la campaña: .239 de porcentaje, 16 vuelacercas, 47 producidas, 54 anotadas, un robo y un OPS de .728.

Isaac Paredes finalmente logró jugar una temporada completa. Impresionó su poder, pero le faltó mucho el contacto, tanto así que quedó por debajo de la Línea Mendoza, ayudado por un mal cierre de campaña. Fue lo suficientemente dúctil para jugar tres posiciones distintas en el cuadro. Estos son los números finales del hermosillense de los Rays .205 de porcentaje, 20 palos de vuelta entera, 45 carreras impulsadas y 48 anotadas. Su OPS se desplomó hacia el final: .739

Luis González tuvo un inicio muy prometedor con los Gigantes, luego vinieron una lesión en la espalda, un regreso sin tan buenos resultados y un regreso a la lista de lesionados. En la defensiva, aceptable como jardinero y con un muy buen brazo. El zurdo de Hermosillo terminó 2022 con .254 de porcentaje, 4 jonrones, 36 remolcadas, 31 anotadas y, notablemente, una decena de colchonetas robadas.

Manuel Rodríguez, fácil es decirlo, es el mejor relevista que tuvieron los Cachorros hacia el final de la temporada, El Bolón estuvo largo rato en la lista de lesionados, pero regresó en buena forma, al grado que acabó cerrando algunos juegos. Marca de 2-0, 4 salvamentos, dos holds y 3.29 de efectividad. Le batearon apenas para .208, pero dio demasiados pasaportes.

Javier Assad fungió dos meses como pitcher abridor de los Cachorros, y lo hizo lo suficientemente bien como para que le vuelvan a dar la oportunidad. Se las arregló muy bien para recibir pocas carreras (tuvo efectividad de 3.11), pero se le embasaba gente al por mayor (un WHIP de 1.46). La muestra es muy pequeña como para saber de qué lado masca realmente la iguana. Su récord 2-2, con 30 ponches (pero 20 bases)

Luis Cessa, a pesar de haber estado un rato en la lista de lesionados, lanzó en 2022 más entradas que nunca antes en su carrera ligamayorista. Buena parte de la campaña lo hizo como relevista, pero desde agosto lo hizo como abridor. Se vio mucho mejor abriendo los juegos (6.68 de PCL antes del Juego de Estrellas; 3.26, después del juego) y es probable que los Rojos utilicen al de Córdoba como abridor el año próximo. Tuvo 4-4, 4.57 de efectividad, 5 holds y 59 ponches

Manny Bañuelos, tras una breve estancia con los Yankees, se estableció con Pittsburgh, y con ambos funcionó razonablemente. El zurdo de Gómez Palacio tuvo marca de 2.1, 4.39 de limpias, un salvamento, 6 holds y 34 ponches.

Víctor Arano tuvo una campaña desigual, pero es en la que más ha participado desde 2018. El relevista de Cosamaloapan (y los Nacionales de Washington) terminó precozmente su temporada, por un tirón en el hombro de lanzar: 1-1, un juego salvado, un rescate desperdiciado, PCL de 4.50, 7 holds y 44 chocolates.

Alfonso Rivas, novato criado en Tijuana, jugó de manera intermitente la primera base para los Cachorros de Chicago. Números no malos, pero tampoco para presumir: 241, con 3 palos de vuelta entera, 25 remolcadas, 27 anotadas y OPS de .653. Lo mejor, 6 bases robadas.

Alejo López por fin tomó bastante más que unas tacitas de café en las Mayores. En 59 partidos, el infielder chilango de los Rojos de Cincinnati, bateó para .262, 15 remolcadas, 10 anotadas y tres robos de base. Y sí, la maquinita de hits sencillos bateó en 2022 ya su primer jonrón ligamayorista.

Humberto Castellanos, lesionado del codo, se sometió a la cirugía Tommy John, por lo que no regresará a las Mayores en un buen rato. Lanzó decentemente para Arizona antes de lesionarse (y cuando tiró lesionado empeoró sus números): 3-2, 5.68 de limpias y 32 ponches.

Adrián Martínez estuvo casi toda la campaña como abridor esporádico de los Atléticos, con resultados mixtos. En septiembre se convirtió en abridor regular, con resultados de plano malos. Los números del cachanilla: 4-6, 6.24 de efectividad y 53 ponchados.

Jonathan Aranda, infielder tijuanense, compañero de ligas pequeñas de Kirk, tuvo en septiembre la oportunidad de tomarse algo más que los dos buchitos de café de los meses anteriores (en los que había dejado buen sabor de boca). Empezó bien, pero los pitchers rivales le tomaron la medida, al grado que acabó la temporada con un mega slump, yéndose sin hit en sus últimos 24 turnos al bat. Los números: .192, 2 jonrones, 6 impulsadas, 7 anotadas.

Esteban Quiroz, el Pony, es otro que esperó hasta los 30 años para debutar en las Mayores. El menudo y pimentoso infielder sonorense fue 40 veces al bat por los Cachorros, bateó para .275, con 3 anotadas, 3 producidas y un robo. Se vio bien con el guante en varias jugadas.

Sergio Romo con Seattle y Toronto, tuvo una temporada breve y malita: 0-1, 7.50 de carreras limpias, 4 holds y 14 ponches.

Brennan Bernardino lanzó en dos momentos para los Marineros, antes de regresar a sucursales: su marca 0-1 y 3.86 de PCL.

Gerardo Reyes estuvo activo un fin de semana con los Angels. Lanzó 2 entradas y aceptó una carrera.  

Jesús Cruz. El potosino lanzó para los Bravos de Atlanta 8 entradas y 2/3, con PCL de 6.23.

Daniel Duarte no tuvo decisión, 10.13 de PCL y 2 chocolates recetados. Se pasó lesionado casi toda la temporada. Regresó a AAA las últimas semanas, pero no le alcanzó para hacerlo en el equipo grande de Cincinnati.

Óliver Pérez logró llegar a 20 temporadas en MLB, pero para la última el histórico zurdo dejo marca de 1-1 y un impresentable 15.75 de carreras limpias.