viernes, abril 28, 2017

Un Vietnam cada año





Los datos que dio el secretario de Seguridad Interior de Estados Unidos son para ponerse a pensar: en 2015 las muertes por sobredosis de droga en EU fueron 52 mil. Comparativamente, las muertes de soldados estadunidenses en sus quince largos años de intervención en Vietnam fueron 58 mil. La crisis del consumo de drogas genera una sangría equivalente casi a una Guerra de Vietnam cada año.

Recordemos que la Guerra de Vietnam generó en Estados Unidos una crisis de muchas aristas. Una crisis social, moral, cultural y política. Uno tendría que preguntarse qué tipo de crisis está generando el creciente abuso de drogas en Estados Unidos.

Tal vez la respuesta la dio, sin entender bien a bien todas sus implicaciones, el comentarista y comediante Bill Maher, quien, en uno de sus sketches, llegó a la conclusión de que los votantes de Donald Trump eran drogadictos.

Votaron por Trump 80% de los estados con más problemas de heroína. Los condados que antes eran demócratas en Ohio y Pennsylvania son los que más abuso de opiáceos presentan. En Wisconsin, que se pasó a los republicanos, se cuadruplicaron las muertes por heroína.

De ahí, Maher pasó a golpear a los conservadores blancos drogados, que describen a los liberales como adictos a las drogas cuando ellos, fariseos, las consumen mucho más.

Una parte de este consumo es legal. Fármacos contra el dolor, que se han vuelto una forma de vida en algunas regiones de EU (en Virginia del Oeste el consumo anual per cápita es de 433 pastillas). Estos productos son causantes de aproximadamente 18 mil muertes anuales.

Pero otra parte de las muertes es por drogas ilegales. Heroína, cocaína, opiáceos varios, sintéticos y naturales. Viene de los cárteles. Y fue un argumento usado por Trump en su campaña xenófoba contra los mexicanos, y en particular los migrantes.

La fórmula es sencilla: acusar a la globalización de la depauperación de la zona y acusar a los migrantes de la droga que consumen esos depauperados y que causa muertes entre ellos. El soñado e imposible retorno a los años cincuenta es también el regreso a los tiempos en que las drogas eran raras (y no mataban).

La generalización sobre los migrantes funcionó entre algunos votantes, los suficientes como para darle el margen al republicano en estados estratégicos. Las muertes por sobredosis pueden explicar por qué, sobre todo en distritos con poca migración, son más fuertes los sentimientos antiinmigrante: sus habitantes no conocen a las buenas personas que han emigrado sin papeles a EU, pero conocen el producto de los cárteles (que son binacionales, no nos hagamos, pero son presentados políticamente como mexicanos).

Eso significa que en México nos hemos equivocado con la frase de “ellos ponen las armas y el dinero, nosotros ponemos los muertos”. La verdad es que los dos lados ponemos muertos: la diferencia es que del otro lado el muerto es un tipo deshecho por los pinchazos, y aquí es un asesinado que aparece, en pedacitos, en una bolsa al lado de la carretera.

Los datos de este lado también son estremecedores. La CNDH ha certificado que en el país hay más de 32 mil personas desaparecidas; la mayoría de ellas, por asuntos ligados a las actividades del crimen organizado. Los datos más recientes hablan de un repunte en los homicidios dolosos: hubo más de dos mil sólo en el mes de marzo.

Hace tiempo que lo sabemos, pero no está de más repetirlo: las cifras de muertes violentas y desapariciones en México son más propias de un país en guerra que de una nación en paz. También aquí, a nuestra manera, tenemos un Vietnam cada año.

Ni la respuesta demagógica en Estados Unidos, ni las estrategias contra el crimen organizado en México están dando los resultados requeridos. La primera no aborda el problema: sólo busca, con mala leche, encontrar chivos expiatorios. La segunda da vueltas y vueltas a la noria, sin hallar la ruta de solución. ¿De qué sirve que se haya abatido un “objetivo estratégico”, si los cárteles, como la hidra, renuevan sus cabezas?

En México –como en Estados Unidos, sólo que no lo admiten-, el crimen organizado ha avanzado, tomando bajo su control zonas que corresponden al Estado. También se ha comprobado, en varias partes del país, que hay connivencia entre políticos locales y las bandas delincuenciales. Ya es un asunto que requiere ser abordado desde el punto de vista político, no sólo desde el de seguridad.

En materia de relaciones bilaterales, México debe ser muy claro al subrayar que el famoso muro de Trump no servirá de nada para evitar el trasiego de drogas; también debe seguir insistiendo en el papel que juega el tráfico ilegal de armas provenientes de EU, en beneficio de los cárteles. Pero debe entender que el problema del consumo no es sólo un asunto de demanda insaciable de “gringos pachecos”; es también un drama y un tema de salud pública en el país vecino.

Y hablando de pachecos, hay un dato interesante en las muertes por sobredosis en Estados Unidos: ninguna es por consumo de mariguana. Lo que logra la ilegalización de la cannabis es dotar a la delincuencia organizada de fondos suficientes para financiar otras actividades. Es por eso que varios estados de la unión americana han dado pasos firmes para poner a esa droga (que de todos modos será muy consumida) del lado legal, donde puede ser regulada y controlada.

De este lado de la frontera no hemos tenido la presencia de ánimo para cerrar esa fuente de financiamiento a los grupos criminales, a través de la legalización de la mariguana. No sé si tendrán qué pasar uno, dos, tres, o muchos Vietnam para que la tengamos.  

viernes, abril 21, 2017

Orwelliana 2017




Cuando estaba en la universidad, era común entre los jóvenes discutir sobre cuál mundo distópico era más actual, si la de Orwell en 1984 o la de Huxley en Un Mundo Feliz. Esas discusiones han rebotado por décadas en mi mente, con varios cambios de bando. Lo que es seguro es que a cada rato hay indicios de ambas. Y también que Orwell se ha apuntado buenos puntos en los últimos días, particularmente con su concepto de la neolengua: la creación de un nuevo lenguaje, simplificado, que tiene el objetivo de impedir que las personas piensen por afuera de los dictados del régimen.
Veamos algunos ejemplos.

La neolengua en la Casa Blanca
El vocero presidencial, Sean Spicer, creó un gran escándalo con la negación de que Hitler hubiera utilizado armas químicas en la II Guerra Mundial. Muchos atribuyeron el hecho a que el vocero tiene una ignorancia homérica de la historia. Yo iría más allá. Spicer, como buen miembro del Partido, no es capaz de entender más allá de la neolengua trumpiana.

En esa neolengua, el concepto “armas químicas” se refiere exclusivamente a las utilizadas por los regímenes enemigos contra la población civil. Las que usó Sadam Husein contra los kurdos; las que usó Bachar el Asad contra la oposición. Ni el sustantivo armas ni el adjetivo químicas significan lo que dicen los diccionarios comunes: van juntas y se refieren a las que lanzan los árabes malos.

Ante las preguntas incómodas de los reporteros sobre los crímenes de Hitler, Spicer evidenció su capacidad de doblepensamiento: dijo que el dictador nazi no había utilizado gas sarín, como el sirio. Por lo tanto, no eran armas químicas. El gas Zyklon B, que asesinó a millones en las cámaras de gas, no lo era. El vocero de Trump demostró que era capaz de sostener dos creencias contradictorias de manera simultánea, y aceptar ambas.

Cuando Spicer quiso arreglar las cosas, y empezó a recular, se fue a lo hondo. Dijo que Hitler no había utilizado las armas químicas contra su propio pueblo. Eso significa, si usamos la lógica, que el vocero de Trump no considera que los judíos alemanes asesinados por el régimen nazi hayan sido alemanes. Eran judíos. Un paso en falso bastante revelador.

Pero lo que en lo personal me pareció extraordinario fue que Spicer, ya algo nervioso, se refirió a los campos de exterminio nazi como “Holocaust Centers”, Centros de Holocausto.

La utilización de ese término es algo más que curiosa, porque nos dice que el subconsciente del vocero lo traicionó. En Estados Unidos muchos espacios se llaman “Center”: shopping center, convention center, detention center. A Spicer se le ocurrió colocar el término “Holocausto” a uno de estos centros: en otras palabras, americanizó el término, se lo apropió. Al mismo tiempo, evidenció, al suponer que ese era el nombre, no tener idea de lo que significa una palabra compleja como holocausto.

Por cierto, el nombre alemán era Konzentrationslager: campamento de concentración, que también es un eufemismo.


La neolengua corporativa
Otro momento alucinantemente orwelliano lo vivimos con el escándalo que se armó cuando un pasajero de United Airlines fue violentamente sacado del avión porque se negó a dar su lugar. Aquello fue la típica situación en la que todos pierden (aunque el hombre, luego de la fractura de su nariz tal vez gane una demanda multimillonaria a la aerolínea).

Las acciones de United Airlines no cayeron al día siguiente del incidente. Pero el valor de la empresa se desplomó por cerca de mil millones de dólares al otro día, luego de que el presidente de la compañía ofreciera disculpas de una forma que parecía más bien una justificación de los excesos. El uso de la neolengua corporativa lo delató.

Óscar Muñoz, en un comunicado vía Twitter, se disculpó por tener que “reacomodar” a los pasajeros debido a la sobreventa de boletos, pero no pidió perdón por cómo se gestionó la situación. La palabra clave fue “reacomodar”, cuando en realidad se trataba de una acción violenta (y nada cómoda) en contra de un cliente que había pagado su boleto de avión.

El hombre, creo que no por casualidad porque así se las gasta el mundo corporativo, acababa de ser premiado como el Comunicador del Año. Supongo que por ser el mejor hablante de corporatés, que es una forma particular de la neolengua.

Otro elemento fue el uso del término “voluntario”: según United, “nuestro equipo buscó voluntarios, un cliente se rehusó a dejar la aeronave voluntariamente y se pidió la intervención de agentes de la ley”. Aquí el término “voluntarios” actúa igual que la palabra “libre” en el mundo de Orwell. En 1984 sí existe la palabra “libre”, pero para decir que el perro está libre de piojos o el jardín está libre de yerbas malas.

El diccionario Merriam-Webster tuvo que salir en defensa del idioma inglés, antes de que lo ocupen empleados como los de la distopia, y aclaró que voluntario significa “alguien que hace algo sin ser forzado a hacerlo”. Precisamente lo contrario de lo que sucedió en aquel famoso vuelo.

Al final, luego de las pérdidas millonarias, el presidente de la empresa tuvo que dar disculpas en serio, y no en la neolengua corporativa (esa de “misión y visión” y otras barrabasadas): sólo así se pudo parar la sangría financiera.


Neolengua para todos.  
Si nos ponemos atentos en nuestra vida cotidiana, encontraremos un montón de ejemplos de neolengua y que a menudo van más allá del mero eufemismo (ese de los “ajustes”, las “reestructuraciones” y los “encharcamientos”) o la evidente estupidez (la “sal orgánica”). Haríamos bien en mantenernos en guardia.