jueves, enero 12, 2023

AMLO, en una nuez


"Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender, en este caso la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos, no así con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad. Entonces, no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”.

La frase de Andrés Manuel López Obrador pinta, de manera simple -y por lo tanto clara- una parte fundamental de su concepción de la política y de las labores de gobierno. Por lo mismo, vale la pena diseccionarla.

En primer lugar, hay que decir que se trata de una frase. De un discurso, tanto en el sentido estricto como en el sentido amplio de la palabra.

Varios analistas -notablemente, Raúl Trejo Delarbre- han subrayado una contradicción entre el dicho y los hechos. El Presidente dice que se ayuda a los pobres. Sin embargo, en este gobierno se ha incrementado la pobreza y los distintos tipos de ayuda social no han sido tan enfocados a las personas que efectivamente los necesitan.

Pero aquí se trata de que el dicho, el discurso, es reiterado machaconamente desde la campaña por la presidencia. Es parte del mantra diario de las mañaneras. Y, aunado a la percepción de la cercanía de López Obrador con los mexicanos comunes, se ha convertido en un convencimiento para millones. Según las encuestas, la mayoría de la gente cree que efectivamente, este gobierno está combatiendo la pobreza. Han creído en los inexistentes otros datos.

Cuando AMLO dice que “va uno a la segura”, es porque considera que hay un intercambio de favores: por una parte, el gobierno ayuda a los pobres y, en retribución a esa ayuda, “cuenta con el apoyo de ellos”, sobre todo en materia electoral. Se trata, según las palabras del político tabasqueño, de algo seguro. De un apoyo sin cortapisas a “la transformación”.

Hay aquí un razonamiento mecanicista. Doy y das, trueque simple. Es lo que en política se define como clientelismo.

Y detrás de ese razonamiento está una concepción limitada respecto a los deseos y necesidades de las personas pobres: lo que quieren, necesitan y agradecen son ayudas. Bajo esa lógica, tiene más efecto la sensación de ser ayudado directamente que la existencia de buenos servicios públicos de educación y salud, la promoción del empleo bien remunerado o la generación de una mejor calidad de vida en las comunidades. Tarjeta del Bienestar habla.

Más importante todavía es que, a cambio de elogios genéricos al pueblo y a tratarlo con respeto, aunque sea solamente en el discurso, no hay ningún propósito de cambiar las relaciones de poder. Al contrario: se trata de cristalizar una relación de dependencia: el paternalismo en estado puro, tan criticado cuando lo ejercía el PRI.

En otras palabras, no cambia la vida, no cambia la correlación de fuerzas: se consolida, pero trocando el deterioro de los servicios públicos por apoyos discrecionales en efectivos. Cambia el discurso. Entraron unos a mandar, en vez de otros. A eso es a lo que AMLO le llama transformación.

Los críticos del Presidente han interpretado la parte de la frase que dice “no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política” como prueba de un supuesto desprecio de López Obrador hacia la gente de carne y hueso.

Cuando vemos, por ejemplo, que, en vez de solidarizarse con los deudos de la joven universitaria muerta en el siniestro del Metro, con los heridos y con los trabajadores que ahora gastan más tiempo, dinero y esfuerzo en el traslado cotidiano, AMLO se solidariza con la jefa de gobierno, queda clara la impresión de que la estrategia política sí le importa más que las personas. Pero los seguidores del López Obrador opinan que esa parte de la frase quiso decir otra cosa.

Lo que el Presidente quiso decir, según varios lopezobradoristas, fue no tenía conflictos personales “con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad”, pero que enfrentarlos era parte de su estrategia política.

La obsesión de AMLO con algunos periodistas e intelectuales críticos sí deja la impresión de ser personal. Pero también es cierto que el enfrentamiento cotidiano con los sectores nombrados en la frase es parte de una estrategia política: la de trazar, todos los días, una línea divisoria entre las clases populares y los otros grupos sociales.

Al hacerlo, AMLO busca generar tres cosas: una suerte de política identitaria; cierta lealtad, ya no de clase, sino de estrato social y, de manera importante, rechazo a todo pensamiento crítico.

¿En qué sentido política identitaria? Si no soy de clase media o alta, y tampoco intelectual, debo estar con AMLO.

¿En qué sentido lealtad de estrato? No debo pensar en mi posición dentro de la división del trabajo, sino en mis ingresos y mis costumbres, y parte de mi solidaridad es considerarme “pueblo”, sin aspirar a cambiar mi estrato.

¿En qué sentido rechazo a todo pensamiento crítico? En que aquellos, los de las otras clases, los de los medios de comunicación, los intelectuales, van a analizar y criticar al gobierno y sus acciones. Tengo que repudiar esas críticas y, a final de cuentas, rechazar el análisis. Podrían convencerme, y eso me pasa del otro bando.

Fue, sin duda, una frase muy reveladora.

miércoles, enero 04, 2023

O Rei


Ha muerto el Rey y el mundo entero lo lamenta. 

Pelé afirmaba que él y Edson Arantes do Nascimento eran personas diferentes, pero es casi imposible diferenciarlos. Tal vez lo único que los separe es que Edson sí era mortal, porque a Pelé le tocó reinventar el deporte más popular del mundo de tal manera que lo convirtió en una cosa diferente de lo que había antes de su llegada a las canchas.

Decía ese poeta y gran aficionado al calcio, Pier Paolo Pasolini, que “en el momento en que la bola llegó a los pies de Pelé, el futbol se convirtió en poesía”. Con él y con Garrincha, la Alegría del Pueblo, el balompié se convirtió en el jogo bonito.

En la cancha, con su fuerza, su habilidad y su sentido de equipo, Pelé transformaba cosas comunes en momentos mágicos. Forjó una leyenda desde su adolescencia, cuando guio a Brasil a su primera copa del mundo. Capturó el imaginario popular por varias generaciones, hasta que llegaron otros a intentar hacerle sombra. Por lo que se ve, ninguno ha logrado la unanimidad global que en su momento tuvo O Rei.  

Las comparaciones son odiosas, pero el astro brasileño se consagró desde el principio: no fue un crack con posibilidades que por fin comandó a su selección rumbo al campeonato. Era casi un niño cuando lo hizo por primera vez en 1958, fue una pieza rota a patadas la segunda ocasión, en 1962, y para 1970 era un mito viviente que demostró su calidad de inmortal en el que todavía hoy se considera el momento máximo del futbol asociación (y el defensa italiano Tarsicio Burgnich ha de haber soñado a Pelé hasta el último día de su vida).

Tras su retiro, y varios negocios fallidos, Pelé se dedicó, esencialmente, a la publicidad y a las relaciones públicas. Hay quien se lo reclama post mortem, como si fuera impropio. Y hay quien le reclama, normalmente desde un colonialismo bienpensante, que no se haya pronunciado abiertamente contra la dictadura de su país, en sus años de gloria, como si hubiera sido tan fácil. No les importa que Pelé hubiera llegado a la gloria futbolística antes de la dictadura, ni que haya sido promotor, en los años 80, de elecciones directas inmediatas para acabar con el régimen. Allá ellos.

El dato incontrovertible es que Pelé fue una figura clave para generar un aura en torno a la selección brasileña (para mí, el último año de jogo bonito fue 1982, pero hay quienes insisten en creer que pervive). Y fue fundamental para el futbol mismo, que difícilmente hubiera llegado a ser un negocio tan global y tan exitoso como lo es ahora, sin el impulso de ese inmortal.

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En mi infancia, Pelé y futbol eran sinónimos. La primera vez que fui solo al cine -he de haber tenido unos once años-, me senté en la fila de hasta adelante para ver "El Rey Pelé", allí donde una vidente de su pueblo pronosticó que sería el rey del mundo y donde se vio la vida del futbolista desde sus inicios. Todavía le faltaba ganar el Mundial de México.

En aquel entonces, el consenso entre mis amigos era que el mejor equipo del mundo era el Santos de Pelé (así, porque sin él era un equipo cualquiera), y una noche -escuché el partido en un radio de transistores- en un torneo pentagonal el Necaxa lo derrotó 4-3. Años después, me enteré que los jugadores de aquel Necaxa se reunían cada año a recordar esa gloria. Los dos goles del Morocho Dante Juárez, y los tantos del Chato Ortiz y de Peniche. Pero yo creo que el verdadero artífice de esa victoria fue el defensor Pedro Dellacha, quien lesionó a Pelé (en una jugada sin mala intención, decían las crónicas), y el mejor jugador del mundo tuvo que salir de cambio.

Pasaron los años, y el andar fulgurante de aquella selección brasileña del 70, Pelé se fue a Estados Unidos y luego a ser brevemente Ministro de Deportes y, más tarde, anunciar tarjetas de crédito, Viagra (que él decía no necesitar) y mil cosas más. Para los años 90, la verde-amarelha no era ni la sombra: un equipo sórdido, un campeón efectivo pero sin chiste. Después ni eso. ¿Por qué había quienes todavía veían magia de cuentos de hadas? Porque ahí había jugado y se había coronado un rey. Por eso.