jueves, agosto 29, 2013

Biopics: Nace Camilo



El 19 de febrero de 1985 fui a dar mis clases como de costumbre, aunque Patricia ya había sentido una o dos contracciones durante la madrugada. Sabíamos que la criatura en camino, cuya fecha probable de nacimiento era el 5 de marzo, se adelantaría, pero no imaginábamos qué tanto. De hecho, ella había citado a un paciente –Miguel Ángel Velasco, el Ratón, el conocido luchador social- para las once de la mañana.
Precisamente a esa hora terminé mis clases y, exactamente cuando llegaba a la oficina recibí una llamada telefónica. Las contracciones se habían hecho regulares. De inmediato tomé el auto para la casa; allí me esperaba Patricia, que había sido capaz de sacar al Rayito del kínder para que lo lleváramos a pasar unos días con sus tíos y primos. Tomamos ruta hacia la colonia Roma.

Era una tarde muy contaminada y con harto tráfico. Pensaba yo que el nuevo hijito nacería en una ciudad llena de smog, de cielo gris (quizá también llovería, pero no llovió). Dejamos rapidísimo a Raymundo con mi cuñada María Cristina y nos dirigimos al hospital Dalinde, que estaba a unas cuadras.

A diferencia de lo sucedido cuatro años atrás, ese día las cosas se sucedieron con mucha rapidez. Patricia estuvo sólo media hora en trabajo de parto y el doctor llegó apenas a tiempo para el alumbramiento (la experta del parto psicoprofiláctico ni siquiera pudo arribar, pero esta vez tampoco era necesaria).

Asistí a la maravillosa escena. El bebé –que fue otro varoncito- nació con facilidad, a las 3:05 de esa tarde. Aunque a la madre le dieron tremores y un frío intenso, pronto se le pasó. El pequeñito estaba todo cubierto de secreciones, además de la normal capa blanquecina, así que los doctores se encargaron de aspirarlas, ante mi maravillada mirada. Era precioso y saludable. Ya sabíamos que se llamaría Camilo, nombre que escogimos por el puro gusto sonoro (varios amigos y compañeros me preguntaron si era por los guerrilleros Camilo Torres o Camilo Cienfuegos; me complacía en responderles de manera políticamente incorrecta: que era por Don Camillo, el sacerdote anticomunista personaje de las novelas de Guareschi).

Esa vez llevé como compañía de lectura al hospital la novela Ciudades Desiertas, de José Agustín. Mi mamá estaba de visita en Cuba, así que el único que fue al Dalinde a conocer a su nieto fue mi orgulloso padre, quien me felicitaba una y otra vez. Ya a su regreso, y en casa, mi mamá vio al nietecito.

En la casa, no me cansaba de admirar al pequeño recién nacido en su bambineto. Llegó Raymundo y se le quedó mirando largo rato. Pensé: “ha de estar tan maravillado como yo”. No era tan así, porque el hermano mayor llegó a una conclusión decepcionada:

-Mmm, ni juega.

Luego jugaría, y mucho. Pero por lo pronto, Camilo, el Milosc, (a quien vemos en la foto unos añitos después) era sólo uno de los humanos más jóvenes del planeta, uno que me llenaba el alma de gozo.

martes, agosto 27, 2013

El engrudo



En los últimos días se han acumulado los frentes que tiene que atender el gobierno de la República, y cada uno es una maraña. Deberá tener sumo cuidado para que no se le enreden unos con otros, porque entonces tendría dificultades serias para salir del embrollo, se le haría bolas el engrudo y con ello sufriría el país.

Por una parte, y presidiendo ominosamente los problemas, está la cuestión económica. Los datos recientes hablan de un freno más severo de lo que se pensaba: el “Mexican moment” todavía no es, y las señales son de evidente estancamiento. Las inversiones privadas se anuncian, pero aún no se realizan. El gasto público, si acaso no hay subejercicio, ha sido totalmente insuficiente para detonar el crecimiento en otros sectores. Se prevé una creación de empleos tan baja como en los sexenios panistas y no se vislumbra mejora en los ingresos de la población. Seguimos en el estancamiento estabilizador.

Queda cada vez más claro que, como señaló el vicegobernador del Banco de México, el modelo guiado por las exportaciones está llegando a su fin. Lo que no se percibe es qué tipo de modelo va a sustituir al vigente: el mercado interno no da grandes signos de vida. Sólo con una reforma fiscal a fondo podemos pensar en volver a crecer a tasas decentes.

En ese contexto, es evidente que la desestabilización política causada por las movilizaciones de los activistas de la CNTE contribuye a mantener inversiones potenciales en estado de latencia. Están a la expectativa de ver qué tanto se respetan, a la hora de la verdad, el estado de derecho y la propiedad privada.

Nadie puede llamarse a engaño por las actitudes provocadoras de la Coordinadora. Estaban anunciadas de antemano, como parte de un proyecto general de desestabilización, en el que convergen diferentes intereses. Hubo omisión, tanto de los gobiernos federal y capitalino, así como del Congreso, para salvaguardar de manera pacífica las sedes del Poder Legislativo. Fue penosa la imagen de legisladores en fuga hacia un centro bancario, convertido a toda prisa en sede alterna. Algo impensable en un país serio.

Lo que ha seguido parece obedecer a un guión escrito con alevosía. Lo absurdo de las demandas, la toma total del Zócalo, el alucinante bloqueo al aeropuerto y los innecesarios plantones frente a las embajadas tienen el patente objetivo de exasperar a la población del DF. Son cada vez más quienes exigen mano dura para tratar a los activistas magisteriales y tal vez de eso se trate, también: desgastar la imagen de autoridad de los gobiernos federal y local, que son vistos como incapaces de restablecer el orden.

Ese vacío deja espacio para los extremos. Ya hemos visto reaccionar verbalmente a las alas más radicales del PAN y del PRD. Habrá quien saque raja de la polarización.

Todo lo que afecte al Pacto por México es visto con gusto por los de la CNTE y sus compañeros de aventura. Ahora de lo que se trata es de estirar la soga y ligar la lucha contra la reforma educativa (que tiene apoyo mínimo en la población) con la resistencia ante la reforma energética (que cuenta con más simpatías, envueltas en la retórica nacionalista). De hecho, está por empezar la pelea entre caudillos para ver quien se pone al frente. En cualquier caso, el resultado político es cimbrar el acuerdo que ha permitido al gobierno avanzar en las reformas y dar la impresión de que vino a cambiar el país, y no sólo a administrar su crisis recurrente.

El caso es que el gobierno ha podido cerrar plenamente dos de las reformas más importantes previstas (la financiera y la de telecomunicaciones, a la que todavía le falta la definición de los miembros de las comisiones de competencia e Ifetel); todavía no acaba con la de educación y ya se le viene encima la energética. Habría que preguntarse si, cerrada la primera –porque la evaluación a maestros sí pasará-, y en trámite la segunda, habrá aliento político para lanzar este año la más importante, que es la fiscal.

Empiezo a pensar que no. Que el desgaste de las reformas educativa y energética será suficiente para el primer año. También empiezo a sospechar que, en aras de la paz social, la reforma energética terminará pareciéndose más al parche propuesto por el ingeniero Cárdenas y el PRD que a la iniciativa del Ejecutivo. Ojalá me equivoque porque, si se le agregan ciertos candados que la hagan transparente, la versión de Peña Nieto es mejor, según mi opinión.

Si eso es así, y no hay reforma fiscal, tendremos otro presupuesto inercial, que mantendrá la economía en sus mediocres niveles recientes, e incrementará las demandas sociales. Pero si no se cierra exitosamente la reforma energética simplemente no habrá condiciones para un debate hacendario a la altura de las necesidades del país.

Completa el panorama el tema de la inseguridad, que ahora está tomando un nuevo rostro: el de las guardias comunitarias, que se han multiplicado como virus en diferentes municipios del país. No deja de ser significativo que la razón –o el pretexto, en algunos lados- para el surgimiento de estas organizaciones ha sido precisamente la ausencia o debilidad de las autoridades del Estado para cumplir con su función básica.

Resulta difícil distinguir entre estas guardias. Algunas están coludidas con grupos de la delincuencia organizada. Otras responden a intereses políticos generales de desestabilización (son compañeros de viaje de los polarizadores profesionales). Otras más, son expresiones auténticas, pero que –por su propia naturaleza- pronto pueden decantarse hacia alguna de las primeras opciones. En todos los casos, son un fenómeno a combatir. Una plaga.

Un frente económico complicado, varios frentes políticos que se agolpan unos con otros y una serie de frentes de seguridad que se multiplican han sido el pago para un gobierno muy activo en propuestas destinadas a resolver problemas añejos de la nación, pero que hasta ahora no ha podido aterrizarlas todas.

Si se mantiene el orden político, habrá posibilidad de avanzar paulatinamente en las transformaciones legislativas y económicas, así como en la recuperación de los territorios.

Cuando el engrudo empieza a hacerse bolas, hay que hacer tres cosas. Agregar agua, apagar el fuego y batir con fuerza para que la mezcla se mantenga. En otras palabras: mantener la cabeza fría, no atizar las hogueras y hacer política, mucha política.
  

jueves, agosto 22, 2013

Biopics: En la ruta de Lampedusa



En La Journée

Tras aliviarme de la hepatitis, retomé mis clases y mis otras actividades. Entre ellas destacaban las periodísticas. Una vez a la semana iba a las oficinas de Punto, habiendo pergeñado mi artículo y la “sección económica”, que comentaba amablemente con don Benjamín Wong, el director. Otro día iba a La Jornada, igualmente a entregar mi colaboración semanal y a platicar con Payán, que era muy abierto, cuando estaba, con algún subdirector, con los cuates de la Mesa (de redacción) y, sobre todo, con los editores de La Jornada Semanal, el suplemento cultural: Fernando Solana Olivares (ese Fernando), Sergio González Rodríguez y Andrés Hoffmann. La Journée, le decía el Serge.  
Esas eran pláticas de todo y de todos. La mayoría, muy cotorras. Recuerdo una discusión sobre qué bebía Dios. González Rodríguez decía que bebía whisky, Solana insistía en que bebía agua y Hoffmann, el más bíblico, en que bebía vino. Yo decía que Coca-Cola y eso le parecía perverso al Sergeof all people-. En esas pláticas concluimos que Hoffmann era un “pato masoquista” (algo tenían que ver sus obsesiones amorosas con una mujer inalcanzable que yo conocía).
Hablábamos mucho de literatura, de la ajena sobre todo, pero también un poco de la nuestra. Les pasé una colección de cuentos míos. Solana me dijo que él sería mi agente para colocarlos en alguna editorial. Luego agregó: “voy a ser como el agente de Lampedusa, te voy a hacer famoso póstumamente”.
Efectivamente, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El Gatopardo, murió años antes de que se publicara esa, su única novela.
Pasadas las décadas, veo que Solana tenía boca de profeta. Presiento que nunca publicaré. Por lo pronto utilizo este medio para avisarle que la colección de relatos ha sido actualizada.

Gordito por un ratito

El reposo y la ingesta de caramelos durante mi convalescencia hepática hicieron que aumentara de volumen. Agréguese a ello que, tras desayunar “nutritivo” pero insuficiente cereal, a mediodía me daba un hambre atroz e iba con Maca y con Fernando Calzada a la entonces Facultad de Ciencias a devorar, cada uno, una enorme Torta Pumita, el resultado fue de ensanchamiento progresivo.
En una de esas, Toño Ávila, con la diplomacia jarocha que lo caracteriza, me dice: “Mi buen Panco, estás hecho un cerdo”. Agregó, sentencioso: “Debes correr una milla y hacer cien abdominales al día”.
No recuerdo qué le contesté a Toño. Sí, que al día siguiente me pesé y encontré, con horror, que la báscula marcaba 81 kilos. De ahí me fui al parque cercano a mi casa, medí su perímetro a grandes pasos y concluí que constaba de 400 metros. Me dije: “Qué mamada lo de la milla, correré 1,600 metros”. Sólo pude dar una vuelta y alcancé a hacer diez abdominales. ¡Qué pérdida de condición!
Cada día, aumenté un abdominal (luego fui de cinco en cinco) y cada semana una vuelta más. Pronto estaba haciendo la “milla” y el centenar. Cuando uno es joven, el cuerpo responde con rapidez: bajé velozmente de peso. Para febrero de 1985 andaba por los 76 kilos y todavía bajaría otros más.

jueves, agosto 15, 2013

La reforma de EPN y las izquierdas




La iniciativa de reforma energética propuesta por el presidente Peña Nieto merece, por lo menos, una discusión seria, de argumentos, exenta de calificativos. La merece porque no se trata de una propuesta al vapor y porque ha tratado de incluir lo esencial de los puntos de vista de las principales corrientes político-ideológicas del país.

Por supuesto, la propuesta no complació a los dos extremos del espectro. Ni a quienes esperaban una iniciativa abiertamente privatizadora –posición desilusionada que definen, mejor que nadie, el Wall Street Journal y el índice de la BMV-, ni a quienes desde el principio habían descalificado, en aras de la supuesta honra de la nación, cualquier cambio al desastroso estado actual de las cosas –y aquí el ejemplo evidente es el lopezobradorismo-.

Pero el carácter incluyente está allí, y abreva de la historia de México. Al retomar palabra por palabra el texto del artículo 27 Constitucional, como en la época de Lázaro Cárdenas, la iniciativa no sólo desarma uno de los argumentos previsibles en su contra, sino que toma partido: no hay privatización, no hay pago en especie, no hay pérdida de control de los bienes de la nación, pero sí contratos de utilidad compartida.

Puede argumentarse que en 1940 Pemex era apenas una empresa naciente, que partió prácticamente de cero, tuvo que improvisar muchos de sus técnicos y a la que faltaba capitalización. Pero puede contra argumentarse que en 2013, como hace 73 años, la empresa no tiene las mejores capacidades técnicas para aprovechar de la mejor manera el petróleo, en beneficio de la nación. El ejemplo de los yacimientos inexplotados en aguas profundas es, tal vez, el más claro.

Sobre los otros puntos de la iniciativa, prácticamente hay consenso: es necesario un nuevo régimen fiscal para Pemex, la empresa debe reestructurarse porque tiene un exceso de subsidiarias y, sobre todo, es necesaria una política de transparencia, que no existe en la paraestatal y en todo el sector energético.

Veo más similitudes entre la propuesta de EPN y la izquierda, que con la que realizó el PAN. Los dos primeros consideran que el Estado es quien debe llevar las riendas del sector energético, mientras que el segundo apunta a un mercado competido, con una empresa estatal grande, pero sin dientes. La diferencia –que me parece es más de matiz que de fondo- es cómo entender el papel hegemónico del Estado. Para unos es de organización y control; para otros, de propiedad.

Se entiende bastante que López Obrador, que apuesta a la inestabilidad nacional y ve en el espantajo de la “privatización de nuestro petróleo” un buen pretexto para la movilización callejera, esté abiertamente en contra (lo está de absolutamente todo lo que provenga del Ejecutivo). Se entiende menos que el PRD pinte su raya del mismo lado, y pretenda diferenciarse de Morena exclusivamente en los términos del tipo de lucha, entre otras cosas, porque también ahí tiene todas las de perder.

Me explico. Según todas las encuestas, la mayoría de los mexicanos está en contra de cualquier privatización de Pemex. La iniciativa presidencial ha sido cuidadosa en evitarlo y ha retomado el reglamento cardenista precisamente para subrayar esto. Es de esperarse que realice una amplia campaña de comunicación social para tranquilizar a la población al respecto.

No está dicho que esa probable campaña prospere. Del otro lado –y me refiero a López Obrador- se ha manejado, desde hace tiempo, con machacona insistencia, que Peña Nieto quiere entregar nuestro petróleo a los voraces empresarios. En la medida en que persista esta creencia, el único favorecido será su movimiento. Se creará una polarización (tan grata a AMLO): por un lado, quienes crean que efectivamente la reforma energética de Peña Nieto permite al Estado mantener el control de los hidrocarburos y ayudará a detonar el crecimiento; del otro, quienes piensen que será un desastre equivalente a la venta del territorio nacional. A parte, pero apoyando tibiamente la reforma como el mal menor, los conservadores que no están en contra de la privatización. En ese esquema, el PRD jugará, si acaso, el papel de comparsa.

En los próximos días veremos una férrea disputa por ver quién interpreta mejor el legado de Tata Lázaro. La versión documento, del gobierno, la versión Tatita Cuauhtémoc, del PRD o la versión Bartlett, de López Obrador y asociados. Si la versión de Cuauhtémoc no está planteada con pelos y señales, y equivale a más de lo mismo (que es lo que supongo), quedará desdibujada, por más que se trate del hijo del prócer.

El PRD está cometiendo, a mi juicio, un error de óptica. La reforma es perfectible, pero es positiva. En vez de empujar para limitar a ciertas circunstancias específicas la posibilidad de generar contratos de responsabilidad compartida, de insistir en la necesidad de transparentar Pemex –empresa pública opaca, si las hay- y de abonar para que la redefinición del régimen fiscal de Pemex se haga en función de las necesidades de la nación, y no con lógica empresarial, el sol azteca está aliándose en los hechos con su principal enemigo.  

Tal vez esto sea lo que no han entendido los perredistas –bueno, los que no forman parte de la quintacolumna de Andrés Manuel, que sí sabe lo que hace-: el pleito de Morena es con ellos, más que con cualquier otra fuerza política o social. No es sólo porque se disputan la misma clientela electoral. Es, sobre todo, por la ambición de su líder por copar para sí todo un espectro de la gama política (el que sea, pero le tocó la izquierda), como parte de sus planes personales.

Es de suponerse que, aunque navegará en mares tormentosos, la reforma energética propuesta por Peña Nieto llegará, con cambios menores, a puerto. Ojalá, por el bien de la nación, que estos cambios no sean en un sentido favorable a los intereses más conservadores. Y ojalá que en el PRD despertaran de su alucinación, se dieran cuenta de las intenciones del Mesías tropical, se quitaran las cadenas de los maximalismos y fueran capaces de contribuir a una reforma que tiene sentido de nación y también sentido común.

martes, agosto 06, 2013

Pemex y el cuento zen de la vaca

Lo normal de casi todo texto periodístico es que pierda actualidad con rapidez. Por eso, me sorprendió -al estar preparando un texto sobre la reforma energética- encontrar una columna mía que, a seis años de escrita, casi no había perdido nada. Son cosas que suceden cuando hay inmovilidad en el tema que se discute (es decir, en Pemex). Aquí van los textos de 2007 y 2013 (claro, para el texto reciente, ordeñé una partecita del antiguo, así es esto de las vacas):


Pemex y el cuento zen de la vaca
16 de enero de 2007





Hace unos años un amigo me contó un cuento zen.

Este era un maestro zen, que recorría India acompañado por su alumno. Llegaron a una casa pobre, en donde los alojó una buena familia. Le preguntaron a la familia de qué vivía, y contestaron que de una vaca.

-La vaca nos da leche, a veces nos alcanzar para vender un poco, o para hacer queso; está flaca de tanto que la usamos, pero somos pobres -dijeron.

Los monjes salieron y, apenas habían caminado unos cientos de metros, el maestro dijo a su alumno:

-Pequeño saltamontes, quiero que esta noche regreses a la granja donde nos acogieron tan amablemente, encuentres la vaca y la eches por un barranco.

El maestro no escuchó las razones de su alumno. Tampoco las súplicas. Así que el discípulo obedeció y en la noche desbarrancó la vaca.

Pasaron los años, el sabio maestro murió y su antiguo discípulo, ahora convertido, él mismo, en maestro zen, recaló por casualidad en la misma zona. Se alojó con la misma familia, que ahora vivía con más comunidades. “¿De qué viven?”, les preguntó. Y contestaron:

-Antes teníamos una vaca, pero se desbarrancó y tuvimos que arreglárnoslas. Mi mujer empezó a vender sus hermosos tejidos, yo me dediqué a otras artesanías, mi hija trabajó, con sus ahorros compró unas gallinas y ahora vendemos huevos a todo el pueblo; mi hijo es constructor.

En México tenemos una vaca. Nos la dio Tata Lázaro. Se llama Petróleos Mexicanos. La queremos mucho.

Hubo una época en que era muy gorda, y nos preparamos para administrar la abundancia. Pero ésta nunca llegó: el dinero que obtuvimos por la venta de su producto se escurrió entre especulación, corruptelas e importaciones.

Decidimos que teníamos que apretarnos el cinturón, y que ya no íbamos a depender de la vaca, pero igual seguíamos dependiendo de ella. Los que la ordeñan directamente le dijeron al entonces Presidente: “Si se muere la vaca, se muere México, y se muere usted”. Ese Presidente decidió mejor no meterse.

Una de las primeras cosas que hizo su sucesor fue atacar a quienes controlaban la ordeña de la vaca. Puso a otros. Hizo muchos cambios. La economía ya no dependía de la vaca, pero las finanzas públicas sí. O sea, que la dinámica económica todavía dependía de la vaca.

El siguiente Presidente cambió la organización de la explotación de la vaca. Diferentes empresas se dedicaban a la ordeña, la pasteurización y la venta de la leche negra. Como el precio estaba muy bajo, fueron años de vacas flacas. Por fortuna, no toda la economía dependía de ella, pero las finanzas públicas sí.

Las vacas flacas –y en especial, la del 95- influyeron en que cambiara el color político del Presidente en turno. Éste, que se las daba de gente del campo, dijo que ya era hora de que dejáramos de depender tanto de la vaca. Propuso una reforma fiscal. Lo hizo de manera atrabancada, y no se veían beneficios evidentes para los miembros más pobres de la familia. Como el precio de la leche negra estaba al alza, los legisladores consideraron que lo mejor era que las finanzas públicas siguieran dependiendo de la vaca. Poco importó que su ubre mayor, también conocida como Cantarell, diera muestras de agotamiento.

En ese tiempo, las cabezas de las familias nucleares (porque la que vive de la vaca es una gran familia patriarcal) pidieron y obtuvieron que se les diera a ellos los remanentes por venta de leche a alto precio.

Cuando el más reciente Presidente puso a consideración del Congreso su ley de ingresos y presupuesto de egresos, calculó el precio de la leche negra con base en una función matemática muy complicada que habían hecho los sabios de las familias con vacas. Resultaba que, para hacer los gastos públicos necesarios, era menester elevar algunos impuestos. Pero se opusieron unos miembros de la familia –no necesariamente los más pobres-, y se llegó a una solución salomónica: asumir que el precio de la leche negra iba a ser superior al que decía la función matemática. Qué tanto es tantito. Y además, quitaron del presupuesto el forraje de calidad que le íbamos a dar a la vaca, para cubrir otras necesidades.

Ahora, el precio de los productos de nuestra vaca ha caído por debajo del que se tuvo como referencia en el presupuesto. Ya les advirtieron a las cabezas de las familias nucleares que no va a haber remanentes este año. Vamos a utilizar un guardadito para seguir gastando lo mismo, al menos durante el primer semestre del año. Si los precios siguen a la baja, a ver qué tal nos va en la segunda mitad.

Seguimos siendo una familia pobre, pero nos las arreglamos. De comer no falta, al menos para la mayoría de nosotros. Queremos mucho a la vaca. De verdad. No la vamos a desbarrancar (aunque la tenemos hambreada y trabajada en exceso). Pero tal vez los precios internacionales del petróleo se encarguen de algo parecido.

En todo caso, bien haríamos en dejar de depender de ella, aunque para eso se requiera una dolorosa reforma fiscal. Sería un gran aprendizaje que nos ayudaría a ver, entre otras cosas, que no se puede chiflar y tragar pinole al mismo tiempo (y esa es otra enseñanza zen: al tiempo).
 
Ni masiosares ni suicidas
6 de agosto de 2013



Ya inició la discusión de la reforma energética. El PAN presentó su propuesta. El Ejecutivo y el Pacto presentarán muy pronto la suya. En el PRD se decantan posiciones. En Morena siguen con su cantaleta de la supuesta privatización y la defensa del status quo. Vale la pena, de entrada y con la esperanza de que el debate sea digno del nombre, poner la situación en contexto.

En primer lugar, hay que decir que el futuro del petróleo crudo como fuente de energía en el mediano plazo no es tan promisorio como se suponía hace pocos años. Por una parte, está siendo sustituido por el gas, y en particular por el que proviene del querógeno (la materia orgánica contenida dentro de las rocas).  Por otra, los desarrollos en tecnologías limpias (o menos intensivas en el uso de hidrocarburos) así como la menor tasa de crecimiento económico mundial, limitan la expansión de la demanda del crudo.

Ambos procesos han sido paulatinos. El primero, porque ha requerido procesos tecnológicos para irse abaratando. El segundo, porque ha estado relativamente mediado por el dinamismo de las economías de países emergentes.  Pero ambos convergerán, y no es dable esperar que el precio del crudo siga la tendencia alcista de la última década.

Estados Unidos es el principal importador del crudo mexicano. Su economía es la principal productora de gas de querógeno, ha aumentado su producción de crudo (a través de la tecnología en aguas profundas) y se ha convertido en exportador neto de productos refinados. Si nuestro país piensa volver a ser una potencia exportadora, más le vale diversificar mucho más sus mercados.

La producción petrolera en México ha caído de manera vertical durante la última década. Los campos maduros están declinando. Por otra parte, las redes de ductos están en malas condiciones (cuando no son ordeñadas). En el sector  hay una evidente subinversión, que se hace más evidente en la imposibilidad técnica y financiera para explotar los yacimientos en aguas profundas.

Sobre todo esto, Pemex no se ha manejado como una empresa, sino como un organismo público. Lo más que ha habido es un cambio en la organización de la explotación de la vaca que nos dio Tata Lázaro. Diferentes empresas se dedican a la ordeña, la pasteurización y la venta de la leche negra, pero ninguna con un manejo corporativo moderno, y todas con la lógica burocrática. En el fondo, nadie se mete con los manejos de Pemex (y de su sindicato). Es un peso sin contrapesos de verdad.

¿Qué respuestas van a dar las fuerzas políticas a esta red de problemas?

La del PAN apunta a quitarle el monopolio a Pemex, que se vería obligado a competir sin tener los dientes legales ni los recursos financieros ni, sobre todo, el entrenamiento para ello. Equivale, a mi juicio, a condenarla a una progresiva desarticulación y a la muerte por inanición. Se puede decir que es una propuesta valiente. Pero en el sentido en que se puede decir que un suicida es valiente.

La propuesta de no hacer nada –de Morena- o de reducir la reforma energética a una maquilladita –de la mayor parte del PRD- tiene la característica de la miopía extrema. Dejar las cosas como están es condenar a Pemex a seguir perdiendo competitividad, a no poder explotar los yacimientos en aguas profundas, a no poder desarrollar petroquímica secundaria. Es condenar al país a convertirse en un importador neto de hidrocarburos, en un exportador cada vez más marginal y emproblemado. Es apostar contra las evidencias -¿a qué le tiras cuando sueñas, mexicano?- a que el precio del crudo seguirá al alza en el mediano y largo plazos, y a que todavía tendremos excedentes para distribución. Todo en aras de una ideología masiosare sobre el petróleo, que no estableció el Tata, sino los (despreciados por la izquierda) ex presidentes Echeverría y López Portillo.

¿Qué hacer? De entrada, cuando menos lo mismo que hace la otra nación con monopolio estatal absoluto: Arabia Saudita. En ese país, Saudi Aramco (el Pemex de por allá) se asocia en refinación y petroquímica con otras empresas, para proyectos específicos, aunque mantiene el monopolio total en extracción y exploración.

En México convendría, además, que hubiera asociaciones, también para proyectos específicos en el caso de la extracción y exploración en aguas profundas. Allí la opción es asociarse o dejar que la tecnología se desarrolle para poder hacerlo solos (y mal y caro) dentro de algunas décadas (si es que persiste la demanda de petróleo a los niveles actuales).

En estos casos, podríamos hacer como Cuba, a través de asociaciones con empresas petroleras, reguladas por contratos de mediación (creo que podríamos dar mucho menos del 50 por ciento de la producción, que es lo que el revolucionario gobierno cubano da a los pérfidos capitalistas) y con una importante aportación fiscal de parte del socio.

También podríamos seguir el ejemplo brasileño: contratos de producción compartida, con especificaciones de contenido nacional y con Pemex (como allá Petrobras) como brazo controlador de todo el proceso.

En cualquiera de los casos, Pemex debería convertirse en una empresa que opere en función de resultados, y no en una dependencia dedicada más a generar impuestos que a explorar, explotar y comercializar energéticos.

Y, cualquiera que sea el resultado final de la reforma, mal haríamos en esperar consecuencias inmediatas, más allá de un eventual repunte en la inversión. Si es exitosa, sus efectos se verán, si acaso, a finales de sexenio.