jueves, enero 25, 2024

¡Cámara José Agustín, ¿cómo que piraste?!?

Cuando se supo que José Agustín estaba ya muy enfermo, Héctor Orestes Aguilar escribió: “Ningún otro autor mexicano del siglo XX ganó tantos lectores para la literatura y decidió tantas vocaciones literarias como José Agustín”. Lo dijo con las palabras correctas. Soy uno de esos lectores que, deslumbrado al leer a ese chavito que escribía como nosotros hablábamos, inició con él la aventura de sumergirse en la literatura. Lo hice como buen latinoamericano: con un desorden espectacular.

Ahora José Agustín piró, y todos nos sentimos un poco huérfanos.

(Se escucha a Duke Ellington, “(In my) Solitude”). Aparece una novela adolescente, pero escrita con una pluma que no lo parece. Se encuentra uno con un estilo desenfadado, siempre fluido, moderno, coloquial, cotorro. Vivo. Hay sexo explícito, engaño, groserías, drama. Es -clic- La Tumba. ¿Esto lo escribió un chavo de 19 años? ¡Es un puto genio!

(En el tocadiscos, Roy Orbison, “Only the Lonely”). Uno teje con la guitarra; el otro, con las letras. Si hay una autobiografía escrita en primera persona, esa es la que publicó, precoz, José Agustín en 1966, dentro de una serie orquestada por Emmanuel Carballo. Fue mi primera lectura de él, así que conocí primero al personaje y luego a su obra. Ahí se presenta el chavo roquero, que tiene aventuras extrañas y entrañables como ir a Cuba a casarse (también prematuramente) y a alfabetizar, y que combina la cultura popular, música, cómics, películas, con lo que era el canon literario de entonces. Hace un chingo de name dropping.

(Tocan los Beatles “Lucy in the Sky With Diamonds” -¿o son los Biceps?-). Juegos de palabras, cotorreo onomástico, la historia de un adolescente que camina hacia la adultez, pero lo hace de una manera a ratos rabiosa y a ratos ensimismada. Un montón de cambios de ritmo, de tiempos y de espacios, juegos con la puntuación y/ José Agustín empieza con De Perfil la tarea de experimentación literaria. Ya es una suerte de rockstar.

(Ahora el soundtrack es Bob Dylan: “A Hard Rain is Gonna Fall”). Tal vez el libro que más disfruté de José Agustín, porque lo leí apenas salido de la imprenta, es Inventando que Sueño, que tenía una portada muy chida realizada por el hermano del escritor. Es una colección de cuentos que va desde un sainete cotidiano (“Amor del bueno”) hasta una suerte de thriller de terror (“Lluvia”). Hay experimentación, pero también experiencia y, de nuevo, una habilidad enormísima para reproducir, cuando quiere, el habla cotidiana. El oído de José Agustín sólo se compara con el de Rulfo y Yáñez, pero José Agustín tenía un oído urbano, moderno.

(Se oye “Venus in Furs”, de Velvet Underground). José Agustín le entra de lleno a la experimentación con una obra vanguardista, que tal vez sea teatro: Abolición de la Propiedad. Una pareja, una grabadora, una espera, un juego con el tiempo, una violencia irremediable. Interesante, pero difícil lectura.

(El turno es para John Lennon, “How do You Sleep?”). José Agustín escribe para la efímera revista Piedra Rodante, y sus reseñas son lectura obligada. Al revisar el disco y esa rola de Lennon, se responde: “Paul ha de dormir muy bien, porque así es esto de la inconsciencia”. Me quedé por toda la vida con la útil segunda mitad de la frase.

(Obviamente, Jailhouse Rock, con Pelvis) En 1970 llegaría la venganza de la momiza, agarran a José Agustín con mota y lo refunden en Lecumberri. De ahí surge su divertida obra de teatro “Círculo Vicioso”, que alguna vez vi representada en CU (el güey más loco de la cárcel se llamaba Jorge Ayala Blanco, como el crítico de cine). Y también ahí inicia la escritura de Se está haciendo tarde (Final en Laguna). José Agustín pasa a ser “gente seria”, sin serlo nunca real (y afortunadamente).

(Van las notas de “In the Court of the Crimson King”, del grupo casi ídem). Se está haciendo tarde es considerada por muchos como la obra mayor de José Agustín, harto juego de palabras, harto albur, harto yin & yang, una buena dosis de rock y una mucho mayor de drogas. Una vueltecita por el infierno acapulqueño medio siglo antes de Otis. Confieso que no le pude dar el golpe.

(Tiempo de pop-ulrí: tocan Van Morrison, Patti Smith, Iggy Pop...). Vendrían otras novelas joseagustinianas. De ellas he leído tres; todas con gusto. Ciudades Desiertas, Cerca del Fuego y Armablanca. La primera es una gran descripción crítica del mundo académico gringo, combinada con la disección de las pasiones irracionales del amor y con el macromachismo común a los personajes de José Agustín. La segunda es, quizá, su obra más madura: una historia que, con el oído privilegiado del maese, y su capacidad para reproducirlo, borda la amnesia (que en México sólo puede ser sexenal), los sueños, el miedo y el delirio (que en México siempre tiene que ver con lo absurdo). Y relata un gran juego de beisbol. La tercera es un thriller-divertimento-homenaje a José Revueltas: muy cotorra y legible, aunque en ella hasta los tiras del 68 hablan como José Agustín.

(Ahora se escucha una sinfonía de miles, es rock, blues, progresivo, tocho). Reservo el antepenúltimo párrafo para un libro-objeto muy chido: Los Grandes Discos del Rock 1951-1975. Su magia es que no son ensayos, sino José Agustín cotorreando y citando, muy subjetiva y libérrimamente, acerca del rock, sus pasiones y sus pasones.

(Suenan los Blue Meanies de la película Yellow Submarine). Algo que no se le dio al maese José Agustín fue la precisión. Eso se ve en su bookcito juvenil La Nueva Música Clásica (sobre rock, obviamente), lleno de errores hoy imperdonables y, de paso y de pasón, de su pasión por Angélica María. Ese defecto se repite en sus noventeros y tragicómicos “ensayos” políticos (como quien dice, “peor para la realidad”). Y digamos que su cine me arranca sonrisas, pero no es mi hit.

Tempus fugit. Los principales de aquellos jóvenes escritores rebeldes a quienes Margo Glantz, despectivamente, les puso el mote de “literatura de la onda” (mote que la raza lectora retomó con orgullo) han muerto. Murió Parménides, forever young, fiel a su leyenda. Murió Sáinz, en el destierro. Murió Avilés Fabila, tras desvanecerse en el sauna. Y ahora nos dejó el más grande, el más chavo de todos, el que nos dejó en el espíritu la más profunda impronta. ¡Cámara, qué mala onda!

Silencio.

miércoles, enero 10, 2024

Premios Nobel de Economía bien ganados (2021 y 2023)

Hay ocasiones en que la Fundación Nobel le atina a la hora de otorgar el Premio Nobel de Economía. Fue el caso en 2021 y 2023. Aquí, un par de breves reseñas de la obra de los ganadores. 


Un Nobel por pensar fuera del cuadro (2021)

Resulta por lo menos interesante que el Premio Nobel de Economía haya sido otorgado a destacados investigadores, más por su método que por los hallazgos específicos en la materia. Y, por lo menos para mí, eso es muy saludable, porque lo que hicieron David Card y Joshua Angrist, y posteriormente modeló Guido Imbens, fue, simplemente, usar el sentido común y pensar fuera del cuadro.

Sucede que en economía la teoría suele mandar. Y que, a menudo, los economistas quieren constreñir la realidad a sus construcciones teóricas. Es muy común que se confunda la teoría con la realidad, se le niegue su calidad de construcción y se la convierta en un fetiche.

Lo que hizo David Card, primero con Alan Krueger y más tarde con Angrist, fue dejar de lado el fetiche y ponerse a ver la realidad medible. En vez de dar por sentados como verdaderos los postulados casi teológicos de la economía tradicional, ideó un método para verificar los resultados de las políticas públicas: las diferencias en las diferencias.

El más famoso de los estudios se hizo en 1992, cuando Card tenía sólo 26 años. Fue sobre los efectos en el empleo de un aumento en los salarios mínimos. La ortodoxia económica dice que un incremento en los mínimos llevará a mayor desempleo, por los efectos del aumento en los costos de las empresas y que, por lo tanto, lo mejor es dejar a las fuerzas ciegas del mercado determinar los salarios.

Bueno, pues lo que hizo Card fue no creer a pie juntillas en lo que le habían enseñado en su primer curso de microeconomía, sino verificar en el terreno los efectos, y hacerlo tomando en cuenta todas las variables posibles.

En Nueva Jersey hubo un aumento de los mínimos y no cayó el empleo. De inmediato, los economistas tradicionales intentaron explicar el asunto para que la aparente paradoja cupiera dentro del corset de su teoría. De seguro otras variables, como la dinámica del crecimiento económico o el fin de los retrasos en la demanda eran la causa de que no hubiera habido un aumento en el desempleo.

Y aquí lo importante es el método: para descubrir el efecto del aumento del salario en el empleo había que utilizar un grupo de control, tal y como se hace -por ejemplo- en las vacunas, para diferenciar los resultados entre quienes son inoculados y quienes reciben un placebo. Y lo complejo es encontrar el grupo de control.

Card y Krueger encontraron dos grupos de control. Primero, se enfocaron en los trabajadores del sector de comida rápida, en el que muchos ganan el mínimo. Luego, compararon la evolución del empleo entre los de las empresas de Nueva Jersey que habían dado el aumento con los de la vecina Pennsylvania, que no lo había dado. Y también lo compararon con los de las empresas de Nueva Jersey que ya pagaban desde antes por encima del mínimo legal.

Con los grupos de control, quedaban cubiertos elementos como la dinámica de la economía, los cambios en los costos de la oferta, la demografía y los gustos del público, que eran los argumentos de los esclavos de la teoría. Y lo que hicieron fue revisar las diferencias en el empleo de uno y otro grupo: la diferencia de las diferencias era el efecto neto del aumento salarial. Y pum, resultó, para el abierto enojo de los teóricos, que el libro de texto estaba mal.

Hay quienes aún insisten -los vimos aquí hace no pocos años- en que el libro de texto está bien, y la realidad está mal.

Angrist hizo con Krueger un trabajo similar, en el que resultaba que las personas nacidas en el primer trimestre del año escolar de EU eran más pobres que los nacidos posteriormente. La razón era que podían legalmente dejar la escuela antes que sus compañeros de curso. Aunque es obvio que pocos lo hacían, esa diferencia implicaba un nivel marginalmente más bajo de escolaridad. Lo radical es que se pudo ver que un año de escolaridad equivalía a un 10 por ciento más de ingresos en la vida adulta.

Otro trabajo de juventud de Card es el que abordó la controversia sobre los efectos de la inmigración de los marielitos (la oleada de refugiados cubanos) en el mercado laboral de Miami. La teoría dice que debió de haber tenido un impacto tanto en el nivel de los salarios (mandándolos a la baja) como en el del desempleo (incrementándolo). Pero no fue así, el mercado laboral de Miami fue lo suficientemente flexible como para absorber mano de obra que en su mayoría era no calificada y los inmigrantes, como consumidores, contribuyen a la demanda de sus servicios.

Pero otra vez, más que derivar de ahí una teoría general sobre la inmigración, lo relevante es el método: no tomar las teorías dominantes como Verdad Revelada, sino trabajar de manera científica para verificarlas… o no.

Estos economistas, ahora premiados (Krueger no pudo serlo porque falleció en 2019), fueron acusados en su momento de afectar la credibilidad de la teoría económica. Porque iban contra la sabiduría convencional y mostraban que muchos de los postulados de la ortodoxia económica están sobre pies de barro.

Lo que hicieron -ojo, con matemáticas y sentido común que dieron lugar a modelos medianamente complejos, no con mera “intuición popular”- fue un acto de iconoclastia. La investigación empírica unas cuantas veces da la razón a la teoría económica tradicional, pero más veces todavía, se la niega. Card, Angrist e Imbens minaron con ello el edificio de la ortodoxia del libre mercado. Pensaron afuera del cuadro.

Y ahora se llevaron el Nobel


 

La economista detective (2023)

El comité que otorga el Premio Nobel de Economía ha tenido a bien, en años recientes, ya no premiar tanto a economistas que elaboran sofisticados modelos matemáticos, y hacerlo más a quienes se encargan de escudriñar en la realidad, usando las matemáticas como herramientas auxiliares. Es el caso de la premiada en 2023, Claudia Goldin, quien ha trabajado sobre todo en el terreno de los mercados laborales, y en cuyos textos se puede ver -ella misma así se autodescribe- a una detective que va en pos de las pruebas.

A veces esas pruebas aparecen donde uno menos se lo espera, pero un buen detective las sabe encontrar.

Lo que más han difundido los medios de Goldin, al conocerse su premio, es una visión perogrullesca de la participación laboral de las mujeres a lo largo de los últimos 200 años. Obviamente, los trabajos de esta economista van mucho más allá. Van dos ejemplos.

Uno es su trabajo sobre las restricciones a la inmigración en Estados Unidos de 1921, que aborda el asunto desde 1890. Goldin lo analiza desde tres ángulos: uno la definición de los grupos que estaban a favor y en contra de las restricciones migratorias; otro es el de la discusión legislativa a lo largo de las tres décadas anteriores, donde se pueden ver diferencias regionales, que a su vez tienen que ver con razones demográficas y económicas; el tercero, el análisis de los mercados laborales segmentados durante la época. Resulta una historia fascinante.

En el ensayo, Goldin demuestra que la migración no hizo que disminuyera la tasa de crecimiento de los salarios generales, pero sí frenó los salarios para trabajadores no especializados sólo en algunos sectores de la economía (de hecho, creció la brecha entre salarios obreros). Explica también cómo -de manera similar, por ejemplo, a las posiciones actuales sobre migración-, el sentimiento antiinmigrante era más fuerte en regiones, a menudo rurales, donde los migrantes eran menos del 10 por ciento de la población, que en las ciudades grandes y pequeñas donde eran mucho más. Y explica cuáles eran los grupos a favor de la migración (el capital, la población de las localidades donde los migrantes se habían integrado y tenían peso político) y en contra (el sindicato AFL y los nativistas de estados predominantemente rurales). Luego desarrolla las razones del por qué la balanza se fue inclinando paulatinamente hacia la restricción de la migración (efectos laborales de la I Guerra Mundial, cambio generacional en estados que habían sido de reciente migración europea, etcétera).

Con la ayuda del tiempo, la historia económica sirve también para analizar similitudes y diferencias respecto a problemas similares el día de hoy. Y a hacerse preguntas relevantes: ¿qué mercados laborales están afectando los migrantes? ¿Cómo lo hacen? ¿Por qué las respuestas sociales ante el fenómeno son diferenciadas según la región? ¿Por qué también lo son las respuestas políticas? ¿Qué grupos sociales están a favor y cuáles en contra?

Otro de los ensayos importantes de Goldin tiene que ver con la píldora anticonceptiva. En particular, analizó sus efectos sobre el acceso a la educación, los mercados laborales y la evolución de la mujer en el trabajo como profesionista. La clave del detective es encontrar el momento justo en el que se puede hablar de efectos, sin caer en generalidades.

Lo que hace Goldin es estudiar cohortes diferenciadas a partir del acceso legal a los anticonceptivos orales (que no fue un asunto inmediato y automático, sino con diferencias legales, regionales y de costumbres). Y no intenta estudiar a toda la población, sino que se centra en las estudiantes universitarias y las recién graduadas, para entender los efectos en la población más informada.

Los resultados del estudio hablan de un cambio espectacular, con grandes diferencias entre las nacidas en 1950 y las nacidas en 1957. Los cambios no son solamente en la matriculación, sino sobre todo en otros dos aspectos: la edad de matrimonio (que también tiene efectos en los hombres) y el tipo de entrada y permanencia en el mercado laboral.

Esto a su vez llevaría a cambios todavía mayores: en una sola década se incrementó 26% la proporción de mujeres estudiantes universitarias y también cambió el tipo de carreras a las que se inscribían: casi toda la diferencia fue hacia disciplinas que entonces no se veían como “típicamente de mujeres”: más mujeres en economía y negocios, ciencias sociales, ciencias duras, ingenierías.

A partir de ahí, Goldin ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a estudiar las transformaciones en los mercados laborales de las mujeres: un siglo en el que pasaron del dilema “familia o carrera” a las fases de “trabajo un tiempo, luego me dedico a la familia” o “primero tengo familia, después trabajo”, a la realidad de “carrera y familia”. Esto significa estudiar el papel en la economía de los llamados “trabajos flexibles” y la relación de éstos con la tecnología. El desarrollo de esta última apunta a mayor flexibilidad de los empleos y, por lo tanto, a mejores oportunidades para las mujeres, que siguen sufriendo una brecha salarial, principalmente por el hecho que, al tener hijos y normalmente encargarse de ellos, no tienen esa disponibilidad 24/7 que tanto gusta a algunos empleadores.

Es refrescante que se premie el trabajo de una vida dedicada a cosas que sí importan en la vida de las personas, y no a modelitos abstrusos.