Generosos y mezquinos
26 de junio
Hay una contradicción de base en el futbol, que se agudiza en torneos como la Copa Mundial. Los aficionados quieren que su equipo despliegue un juego generoso, entregado, propositivo. También quieren que gane. Hay muchas ocasiones en que ambos deseos son incompatibles. Y la contradicción se traduce en sinsabores.
Hay dos tipos de sinsabores. El que sufren los aficionados de la selección que jugó generosamente y fue eliminada. El que sufren los aficionados más o menos neutrales al ver que la selección propositiva, la que les divertía y llenaba el ojo, quedó fuera. El sinsabor que no existe —o si acaso es menor— es el de los aficionados de la selección que jugó feo, pero ganó.
Pensemos en algunas mezquindades y generosidades de la fase de octavos. Veamos, por ejemplo, a Inglaterra, un equipo que juega cada vez más feo y cuyo mediocampo mítico está convertido en precisamente eso: un mito. Pues bien, los fans ingleses cantaron en el estadio sus himnos monárquico-futboleros con gran felicidad. Estaban logrando la hazaña de vencer 1-0 a Ecuador, nada más porque tenían un hombre que le supo pegar al balón y su atacante del lado rival se tardó una eternidad en disparar un gol hecho.
Pasemos ahora a Italia. A los seguidores de la Azzurra les habían prometido que su escuadra jugaría distinto. Como lo hizo en las eliminatorias. Un equipo que sabe defenderse, pero que también va en bloque, alegremente, a la ofensiva. Luego del empate con EU, Lippi se decidió de plano por el viejo sistema y ha obtenido sendas victorias ante equipos que “propusieron el juego”. Contra Chequia jugaron bien; contra Australia, fueron la estampa de la mediocridad. No importa. Los italianos dicen que, total, los Azzurri juegan un partido bueno y otro malo, les toca el bueno en cuartos y se ven ya en una semifinal en la que la diosa Fortuna les puede volver a bendecir.
Dicen que Brasil no es el de antes. Quieren jogo bonito y sólo han visto pinceladas. Con Ghana, la verde-amarelha jugó al gato y al ratón, a sabiendas que los africanos habían ganado los partidos ante quienes los habían atacado y perdido contra los maestros del contragolpe. Los ghaneses tuvieron más el balón, dispararon más (aunque con pésima puntería), rondaron los tres cuartos de cancha durante buena parte del juego, y acabaron goleados. Menos gambetas, más contundencia y la porra brasileña arañando el cielo.
¿A dónde quiero llegar? A una hipótesis terrible. Hay una diferencia sustancial entre ser fan de un equipo de liga y serlo de una selección nacional. De tu equipo local te gusta su estilo, su sello, su manera de ser, lo que representa en tu sociedad. Quieres resultados, pero no sólo, ni principalmente eso. Quieres diversión, espectáculo. Es, por ejemplo, lo que no entendió en los noventa la directiva del Necaxa: eran multicampeones y la afición crecía a cuentagotas. Sólo cambiándose a una sede con hambre de futbol pudieron crecer.
En cambio, de tu selección nacional, te gusta que luzca, pero lo importante es que sea poderosa. Que tu
país gane. Que derrote a los otros. Que el mundo reconozca su poder (futbolístico). Quieres espectáculo, pero no sólo, ni principalmente eso. Quieres resultados. En estos momentos, los aficionados de Ucrania están más contentos con su equipo, tras el partido infame ante Suiza, que nosotros, tras el bien jugado ante Argentina. De poco consuelo es que suecos, ecuatorianos, suizos, y hasta holandeses, hayan perdido con la cara al suelo.
¿Por qué puede ser terrible mi hipótesis? Porque los Mundiales siempre generan tendencias y, en la segunda fase, la mezquidad pagó altos réditos. Porque la mercadotecnia avanza que es una barbaridad, y los clubes pronto serán capaces de vendernos la mezquindad como éxito. Y, enfundados en la camiseta de nuestro equipo, la compremos.
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