jueves, mayo 29, 2014

Farinata y Ugolino

Farinata degli Uberti y el Conde Ugolino fueron importantes políticos en la Italia de la segunda mitad del siglo XIII. Hoy nadie se acordaría de ellos, de no ser porque Dante Alighieri, que no había nacido a la muerte del primero y era apenas un joven a la del segundo, los inmortalizó al mandarlos al infierno en La Divina Comedia.

Farinata era un gibelino, es decir, favorecía al Sacro Imperio Romano Germánico sobre el Pontificado (lo que era una manera de defenderse del dominio romano sobre Florencia). Dante, en cambio, era un güelfo: la facción contraria.

Probablemente lo que impresionó a Dante de por vida fue un suceso ocurrido cuando el poeta tenía 18 años. Los güelfos florentinos ordenaron la exhumación de Farinata y de su esposa, juzgaron a los cadáveres con la acusación póstuma de herejía (por querer separar el poder temporal del poder espiritual), se les ejecutó –también póstumamente- y fueron  desterrados del camposanto. De paso, confiscaron la herencia a sus descendientes.

En La Divina Comedia, el alma de Farinata, que pena en el círculo de los heréticos y epicúreos, sale de su propio sepulcro, dentro del cual se consume en fuego eterno, y lo que se le ocurre es ponerse a debatir de política con el visitante del mundo de los vivos.

El conde Ugolino della Gherardesca era el jefe político de la ciudad de Pisa. Gibelino de nacimiento, solía pactar con los güelfos. En la lucha por el control de la ciudad con el obispo Ruggieri –también gibelino-, Ugolino no cumplió un pacto e intentó tomarla a la fuerza. Perdió, fue capturado con sus hijos y nietos, y todos fueron condenados a morir de hambre en una torre. Esto sucedió cuando Dante tenía 24 años, y en una ciudad diferente a la suya.

En la obra dantesca, a Ugolino le va de verdad muy mal. El poeta lo manda al segundo girón del último círculo del infierno, reservado a los traidores, y da cuenta de que sus hijos, antes de morir en la torre, le pidieron que comiera sus restos para no morir de hambre. “Más que el dolor pudo el ayuno”, dice el poema, lo que se interpretó por los lectores como que el conde había devorado a su descendencia. Para que quedara claro, en el Infierno de Dante, Ugolino pasa la eternidad royendo el cerebro del obispo Ruggieri (quien, al parecer, va a parar a las profundidades infernales sólo porque el conde necesitaba de algún alimento eterno, aunque también merecía estar ahí por el castigo tan cruel que infligió a su enemigo político).

Esa leyenda negra (“leyenda urbana” diríamos hoy) persiguió a Ugolino, al grado que en el terreno donde estuvo su casa se esparció sal y se prohibió cualquier construcción. Ahora es la única área verde junto al río Arno, en el centro de Pisa.

Han pasado 700 años de La Divina Comedia. Las luchas de güelfos y gibelinos nos parecen lejanas y absurdas. Para la mayoría no significan absolutamente nada. Para otros, se reducen a la trivia de descubrir, por las almenas de los castillos, a qué facción pertenecían. Unos más, muy pocos, las vemos por encima, como parte de un conflicto ideológico y geopolítico dentro de la formación de las ciudades-Estado. Son pasto, si acaso, de historiadores especializados.

¿Qué sería de Farinata y de Ugolino sin un Dante que los mandara a sufrir por la eternidad? Aquellos hombres, alguna vez poderosos, serían polvo de olvido, notas de pie de página. Tuvieron la paradójica fortuna de que uno de sus futuros enemigos políticos fuera un poeta grandioso, que inmortalizó a un Farinata desdeñoso del mismo infierno y a un Ugolino corroído por la culpa y una insaciable hambre eterna. Viven para siempre porque la obra de Dante es inmortal.

Y me pregunto. ¿Habrá un poeta nacido en el 2000 que mande al infierno a algunos políticos de hoy y los describa de tal forma que sean compasivamente recordados en el 2740? No logro imaginármelo. Por lo tanto, serán sólo polvo.




viernes, mayo 16, 2014

Biopics: El fucho en Xochimilco



A principios de 1986 un grupo de cuates se decidió a hacer deporte dominical. Rentaron una canchita de pasto en Xochimilco (dentro del club de remo Antares) y organizaron una cáscara de lo que hoy se llama Futbol 7, que fue creciendo de manera exponencial. La mayoría éramos exmapaches. Yo fui de los primeros en incorporarse, e invité a Eduardo Mapes, quien también se convirtió en asistente regular.

Entre los pioneros estaba Roberto Cabral, quien invitó a sus dos hermanos, Fernando y Carlos (que era muy serio), también le entraron Fallo Cordera (ya se sabe, Fallo no falla), Alejandro Pérez Pascual y Erwin Stephan-Otto, entre la mapachada histórica. Fernando Calzada trajo a un primo suyo, médico, a quien apodamos Dr. Killer por sus entradas en la defensa central. También había varios exalumnos nuestros, señaladamente Alberto Martínez Villagrán, El Beto, Luis De Buen y Calderón. Luego se sumaría más gente: Pepe Zamarripa, Martín Castañeda, Martínez Leyva, colegas, exalumnos, amigos y parientes varios. Se llegó hasta hacer doble reta y campeonatos de cuatro.

Típicamente, Mapes pasaba por mí a eso de las nueve de la mañana, llegábamos, nos echábamos fácil tres horas jugando y llegábamos muertos de cansancio, pero mentalmente relajados. Había varios que jugaban muy bien (Fallo, el Beto, De Buen, Alejandro Pérez), otros eran buenos luchones, otros éramos medianitos y había uno que otro tronco. A veces se metían a jugar con nosotros algunos alemanes del club. Lo importante es que todos nos divertíamos.

Cuando se acercó y llegó el Mundial de futbol, a Zamarripa se le ocurrió apodarnos a todos según algún jugador de moda. Recuerdo que yo era Fana, por pelón e italiano; Alejandro Pérez era Sócrates, por su clase; Calderón era Casagrande, por cazagoles y enojón; Martínez Leyva era Guetov, como el búlgaro que siempre volaba sus disparos (y los de Martínez Leyva llegaban hasta el canal); Diego, el hijo de Fallo, era Stracham, por pelirrojo, y así. Martín Castañeda no alcanzó apodo de mundialista, Pepe le llamó El Minibar, por su corpulencia, en referencia a un jugador de americano apodado El Refrigerador Perry. Zamarripa jugaba y narraba al mismo tiempo y era de lo más divertido.

Recordar esos momentos puede parecer meramente anecdótico, pero tengo que subrayar, una y otra vez, que en aquellos años la vida cotidiana daba para más frustraciones que alegrías, y esas mañanas de domingo servían de mucho como ayuda para hacer frente al resto de las cosas. También lo hago con cierta nostalgia al recordar que algunos de los participantes ya fallecieron (y miro a Fallo, ordenando a la defensa desde la portería o filtrando un pase perfecto; a Zamarripa metiendo el cuerpo para controlar el balón, ante un defensa que –no era difícil- le sacaba la cabeza; a Carlos Cabral, que usaba rodilleras cualquiera que fuera la posición que jugara).  


Raymundo y los futboleros, al rescate

A veces yo llevaba a Raymundo al fucho de Xochimilco, pelotéabamos un poquito antes de cada juego, y luego él se iba a los columpios o a pasear por los prados del club. Junto a la cancha había una alberca, que a veces estaba en buenas condiciones; en otras, estaba vacía, pero normalmente tenía agua puerca.

Una ocasión estaba yo en la portería –no era nada común, ha de haber sido por el cansancio- cuando escuché a Raymundo, que tenía cinco años, gritar: “¡Papá, papá!”. Volteé y ví que tenía un tubo grande de metal en la mano y maniobraba hacia la alberca. “¡Un niño se está ahogando!”, gritó de nuevo. Efectivamente, se veía una manita agarrándose del tubo que sostenía Rayo.

Salimos varios como de rayo hacia la alberca. El Beto y Alejandro Pérez se tiraron a la alberca sucia; otros, encabezados por Fallo, dimos la vuelta, porque es más rápido correr que nadar, jalamos el tubo y recogimos al niño, como de dos o tres años. La criatura había tragado bastante agua y lograron que la echara.

Más tarde, apareció la madre, que trabajaba en el club. Iba dispuesta a regañar a la hermana del niñito, que supuestamente debía cuidarlo. La pequeña de seis años mejor se había ido a jugar a los columpios. A la que le pusimos una regañiza histórica fue a la señora, que era la verdadera responsable de la seguridad del niño. Martínez Villagrán y Pérez Pascual estuvieron como media hora bañándose, porque se les había pegado todo tipo de restos vegetales y animales a la piel cuando entraron al rescate.

Me pregunto si, metidos en la magia de nuestro juego, nos hubiéramos dado cuenta de la tragedia que se gestaba a un lado, en la alberca, si no hubiera estado ahí el pequeño Rayo.

jueves, mayo 01, 2014

Cinco inicios brillantes



Ya está de vuelta. Mexicanos en GL. Abril 

Inició la temporada 2014 de Grandes Ligas con menos peloteros mexicanos que en otros años, pero han brillado enormemente en el primer mes de juego. Adrián González, Yovani Gallardo, Sergio Romo, Joakim Soria y Marco Estrada han estado magníficos. Si abril fuera parámetro para todo el año, y bastara con proyectar las estadísticas para los siguientes cinco meses, habría varias marcas positivas que se romperían. Pero la campaña es larga; el beisbol, complejo y las proyecciones, un mero sueño esperanzador.

Aquí el seguimiento del contingente nacional, siempre de acuerdo con el desempeño acumulado en la temporada (y, como de costumbre, incluyendo a los mexico-americanos que han jugado con México en el Clásico Mundial) 

Adrián González está desatado y, al parecer, ha recuperado su poder al bate. Según él mismo ha declarado, se siente mejor de la espalda –tras la operación de hace dos años- y hace un swing más completo. Los ajustes en su bateo han funcionado de las mil maravillas. El primera base de los Dodgers terminó el mes encabezando a la Liga Nacional en cuadrangulares, con 8; es segundo en carreras producidas, con 24, tiene un saludable promedio de .317 y hasta una base robada.

Yovani Gallardo suele iniciar flojo la temporada e ir mejorando en la medida en que avanza el verano. Esta vez ha tenido un inicio extraordinario: seis salidas y las seis de calidad (es decir, al menos 6 entradas lanzadas y un máximo de 3 carreras limpias permitidas). Su equipo, los Cerveceros de Milwaukee, lo ha apoyado poco a la ofensiva. Así, lleva 2 ganados y 0 perdidos, 1.91 carreras limpias permitidas por cada 9 entradas lanzadas (la sexta mejor efectividad de la Liga Nacional) y 25 ponches. Con sus victorias de este año, el michoacano llegó a 87 en su carrera y desplazó a Rodrigo López como quinto máximo ganador mexicano en Grandes Ligas.

Sergio Romo se consolida en la elite de cerradores. El taponero de los Gigantes de San Francisco ha participado en 12 partidos y ha contribuido en tener a su equipo al frente en la división oeste de la LN. Su marca 2-0, con 7 rescates en 7 oportunidades y 2.38 de PCL.

Joakim Soria no estaba garantizado en la primavera como cerrador de los Rangers de Texas, tras la salida de Joe Nathan. Le ganó el puesto a Neftalí Feliz y ha demostrado que es uno de los pitchers que mejor puede terminar un partido. Sólo una vez le pegaron duro, y era un juego en el que llegó con una ventaja amplísima. Su marca en el año 1-1, 3.27 de carreras limpias y 6 salvamentos en 8 oportunidades.

Marco Estrada es otro de los abridores de Milwaukee que tiene a los Cerveceros de líderes en la división central. El sonorense ha estado controlado (sólo ha otorgado 6 bases por bolas, frente a 28 ponches) y permite que muy poca gente se le embase. Su karma sigue siendo que admite demasiados jonrones. Seis salidas en abril, cinco de ellas de calidad. Su marca 2-1, con un muy buen 2.87 de PCL.

Fernando Salas ha estado muy bien en el relevo intermedio de los Ángeles de Los Ángeles (los de Anaheim, pues), al grado que se le utiliza cada vez más en situaciones apretadas, lo que le ha permitido rapiñar un par de victorias. Su récord en el año: 2-0, con 2.31 de carreras limpias y 13 chocolates recetados.

César Ramos inició la temporada como relevista intermedio de las Rayas de Tampa, pero la lesión de Matt Moore lo catapultó a mitad del mes al puesto de quinto abridor. Ha tenido tres aperturas (ninguna de calidad, pero porque no llegó a las 6 entradas completas) y lleva marca de 1-1, con efectividad de 3.38 y 7 ponchecitos.

Oliver Pérez encontró acomodo en Arizona y sigue funcionando como especialista zurdo (aunque ahora suelen enviarlo a relevos un poco más largos). En abril 0-0, 3.95 de PCL y 15 sopas de pichón en sólo 13 entradas.

Jorge De la Rosa empezó flojísimo (aunque sus estadísticas periféricas decían que no estaba taaan mal, sobre todo porque ha mejorado su control) y se ha ido acomodando en la medida en que ha avanzado la temporada. Sus tres primeras salidas fueron una desgracia, la cuarta fue de calidad (pero perdió), en la quinta le alcanzó para ganar  y la sexta fue ya muy buena. El zurdo de los Rockies terminó abril con 2-3, 5.23 de efectividad y 28 ponches.

Miguel González ha tenido una historia similar a la de Jorge De la Rosa. Un mal comienzo y mejoría relativa. El derecho de los Orioles fue apaleado en su debut, tuvo salida de calidad en su segunda apertura; en las siguientes dos no llegó al sexto inning y la última, aunque califica como “de calidad”, la perdió. El Mariachi tiene marca de 1-2, con 5.19 de limpias y 21 chocolates.

Ramiro Peña está en la esquina del róster de Atlanta. El utility regiomontano ha participado poco. Batea para .238 con un jonrón y 3 producidas.

Scott Hairston apenas vio acción en un juego para los Nacionales de Atlanta. Bateó de 2-1, pero se lesionó. Se espera el regreso del jardinero méxico-americano en mayo.