jueves, septiembre 22, 2016

Tres strikes

Hace aproximadamente un año mi amigo Jorge Biólogo Hernández, me envió estos tres strikes. Creo que es la temporada adecuada, llega el otoño, para publicarlos.



Walt Whitman (un cosmos, un hijo de Manhattan)

"In our sun-down perambulations, of late, through the outer parts of Brooklyn, we have observed several parties of youngsters playing base, a certain game of ball...Let us go forth awhile, and get better air in our lungs. Let us leave our close rooms... the game of ball is glorious"

(En nuestras recientes deambulaciones del atardecer, por las afueras de Brooklyn, hemos observado diversos grupos de jóvenes jugando beis, un cierto tipo de pelota... Continuemos por un rato, y tomemos mejor aire en nuestros pulmones. Dejemos nuestros cuartos cerrados... el juego de pelota es glorioso)



Paul Auster (en la novela Sunset Park)

"En el segundo domingo de noviembre de 2008, acostado en la cama con Pilar, hojeando la Enciclopedia del Beisbol en busca de nombres raros y divertidos. Ella comprendía el espíritu dickensionano que encierran las dos mil quinientas páginas de la edición de1985, que compró por dos dólares en una librería de segunda mano. Esta mañana va buscando a los lanzadores, porque son lo primero que siempre lo atrae y no tarda dar con su primer hallazgo, Boots Poffernberger. Pili frunce el rostro en un esfuerzo por no reírse ,después de explosivas carcajadas, cuando se calma le quita el libro de las manos, acusándolo de haberlo inventado. Como todo verdadero fanático del rey de los deportes, él afirma: Eso nunca lo haría.
Y ahí está, en medio de la página 1977 : Cletus Elwood "Boots" Poffernberguer, nacido en 1915, en Williamsport, Maryland, era un picher derecho que jugó con los Tigres (1937 y1938) y una temporada con los Dodgers de Brooklyn en 1939.
Continúa leyendo nombres de lanzadores totalmente desconocidos, Whammy Douglas, Cy Slapnicka, Noodles Hahn, Wickey McAvoy, Windy MacCall y Billy McCool. Al oir este último nombre, Pili gruñe de placer..."

("Sin duda Sunset Park es una gran novela, pero para quien sabe busca y gusta del béisbol encontrara sin duda un particular placer", acota el Biólogo).


George Carlin (del libro Brain Droppings

El Beisbol es diferente a cualquier otro deporte; muy diferente.
Por ejemplo, en muchos deportes se anota con puntos o goles; en el beisbol anotas con carreras.
En muchos deportes la pelota, o el objeto del deporte, es puesta en juego por la ofensiva del equipo; en el beisbol la defensiva del equipo pone en juego la bola, y solo la defensiva tiene permitido tocar la pelota. No solo eso, en el beisbol si un jugador de la ofensiva toca la pelota intencionalmente, es puesto fuera; y en algunas ocasiones aunque no se haga intencionalmente, es out..
Además: En el football, basquetbol, soccer, voleibol, y en todos los deportes que se juegan con una pelota, tú anotas con ella, y sin pelota no se puede anotar. En el rey de los deportes la bola impide que marques en el score.

Beisbol vs. futbol (americano)
 
El beisbol es un juego pastoral del Siglo XIX
El americano es una batalla tecnológica del Siglo XX.

El beisbol se juega en un diamante, en un parque. En el parque de beisbol.
El football se juega en un emparrillado, en un estadio, algunas veces llamado Soldier Field o War Memorial Stadium.

El beis empieza en primavera, la estación de la nueva vida.
El americano comienza en el otoño, cuando todo está muriendo.

En el futbol americano usas un casco.
En el baseball, una gorra.

El americano tiene que ver con los downs, ¿en que Down estamos?
En el beis se habla de ups. Who's up? Are you up? I'm not up, he's up!

En el football cuando cometes una falta recibes un castigo.
En el beisbol no hay castigo; se marcan los errores y se contabilizan.

En el americano el especialista viene a patear.
En el beis el especialista viene a relevar a algún compañero.

El football es pegar, golpear por la espalda, jalonear, detener, cometer fouts personales, golpear tardíamente, y hacer rudezas innecesarias.
En el beisbol existe el sacrificio que puede hacer avanzar a un compañero en las bases.

El americano se juega en cualquier clase de clima: lluvia, nieve, niebla…  no puedes ver el juego, no se sabe que está pasando en el campo con neblina, no puedes reconocer los uniformes, menos aún leer sus nombres, no puedes saber tampoco en que yarda se encuentra el balón.
En el beisbol si está lloviendo nadie sale a jugar.  No puedes ir al campo, está lloviendo.

En la séptima entrada el aficionado del béisbol se permite el estiramiento y canta de pie “take me out to the ball came”
El football tiene sus dos minutos de tensión finales.

El beisbol no tiene límite de tiempo: “nunca sabemos cuándo va a terminar”.
El football está regido por el tiempo y en ese momento termina “aun cuando existe la muerte súbita”.

En el beisbol durante el juego, en las gradas, hay un sentimiento de picnic.  Emociones que suben y bajan pero nunca dejan de ser importantes.
En el americano durante el juego en las gradas, tú estás seguro de que al menos durante veintisiete tiempos fuera te sentirás culpable de hablar de la vida o del futuro de la humanidad.

Y finalmente quiero aclarar que los objetivos de estos dos deportes son completamente diferentes:
En el football el objetivo para el quarterback, siempre tiene como misión que su ataque aéreo, penetre la defensa, que sus receptores estén listos para recibir los obuses, incluso a veces usan una escopeta como formación.   Con sus cortas balas y sus largas bombas, hace marchar sus tropas en el territorio enemigo, balanceando su fuerza aérea o sus tropas de ataque terrestre, haciendo orificios en la pared de la defensa de la línea del enemigo. 

El beisbol es otra cosa: En el béisbol el objetivo es llegar a casa ¡y llegar a salvo!; “yo espero, y estaré a salvo en home”.


jueves, septiembre 08, 2016

El arte de dispararse en el pie



La visita de Donald Trump a México es uno de los mejores ejemplos posibles del arte de dispararse en el pie: causarse daño sin obtener nada a cambio.

No es la primera vez que un gobierno mexicano hace cálculos incorrectos acerca de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Sucedió en 1976, cuando suponían que Gerald Ford derrotaría a Jimmy Carter. Sucedió de nuevo en 1992, cuando se pensó que Bush Sr. se reelegiría, y ganó Clinton. Sin embargo, en ambos casos –sobre todo en el segundo- la diplomacia mexicana había tendido redes lo suficientemente estrechas con el lado demócrata como para que hubiera un control de daños relativamente exitoso.

Tampoco es la primera vez que un candidato republicano en campaña visita nuestro país y se reúne con el Presidente. Sucedió hace ocho años, cuando John McCain conversó con Felipe Calderón y hasta se dio un tiempo para visitar la Villa de Guadalupe.

Pero es la primera vez que el candidato republicano a la Casa Blanca tiene como tema de campaña la incitación al odio hacia México y los mexicanos. La primera vez que define a México, explícitamente, como “enemigo”. La primera vez que un candidato concita la animadversión popular generalizada, más allá de las identificaciones partidistas. Trump no es un candidato cualquiera.

También es la primera vez que el candidato invitado decide la fecha de su llegada. La primera vez que da una conferencia de prensa con el escudo nacional como fondo (“parecía que estaba hablando en la ONU”, se vanaglorió un columnista republicano de línea dura). La primera vez que, tras la reunión, el invitado preside un mitin xenófobo y se burla de lo sucedido apenas horas antes.

Se ha alegado que la decisión de invitar a Trump fue para calmar a los mercados, luego de la amenaza de bajar la calificación de la deuda mexicana. Es algo que no comprendo, porque considero que la situación es precisamente al revés.

Ciertamente, existe un componente político en la evaluación de la economía de un país. En el caso de México, el factor fundamental es interno: la percepción de que el imperio de la ley no se aplica de manera  generalizada (no en todo el país, y no con los mismos parámetros para distintas personas). Y en lo referente a la relación con EU, los mercados tienen clara la idea de que un eventual triunfo de Trump sería negativo para la economía mexicana. Mientras mejor le vaya al republicano en las encuestas, peores serán las expectativas a futuro para nuestro país, y los mercados lo reflejarán. Finalmente, para cualquier país, la popularidad del gobierno es un factor de estabilidad… y viceversa.

Como puede rápidamente deducirse, la visita de Trump no afecta el factor fundamental (interno), y tuvo efectos negativos en el segundo, ya que terminó por ayudar al magnate. Los medios trumpistas estaban felices. Una de las debilidades de su candidato era que aún sus seguidores potenciales lo consideraban poco presentable en el exterior. A diferencia de Hillary Clinton, no se había reunido con ningún líder mundial. El presidente mexicano le dio esa posibilidad.

Según el portal RealClearPolitics, las probabilidades de triunfo de Trump eran, antes de su viaje relámpago, de 20 por ciento. Al día siguiente, subieron a 23 por ciento, producto de su repunte en las encuestas. Desde entonces no han bajado.

Antes de la visita, el horno no estaba para bollos. Las noticias no eran halagüeñas, tanto en el terreno económico -la economía mexicana decreció en el trimestre- como en el de seguridad –los datos muestran un aumento en los delitos de alto impacto, tras más de dos años a la baja-. Estos elementos, más la percepción de un combate ineficaz a la corrupción, se habían combinado para enviar la popularidad del presidente Peña por debajo de la cota simbólica del 30 por ciento.

Y llegó la bomba de la invitación a Donald Trump. No puede sino esperarse otra caída en el índice de aprobación presidencial. Eso es malo para Peña y para las capacidades de su gobierno. Una cosa es no gobernar para la popularidad; otra, muy diferente, es hacerlo en contra directamente de las percepciones y sentimientos de la gran mayoría de la población. Lo segundo debilita a cualquier gobierno (eso, sin contar los rumores y filtraciones sobre desavenencias en el gabinete por el caso).

En otras palabras, el disparo en el pie debilita las posibilidades de caminar hacia el futuro.

En abono a esa debilidad, la candidata demócrata, Hillary Clinton, ya anunció que rechazaba la invitación del gobierno mexicano para reunirse con Peña Nieto antes de las elecciones. Es un mensaje claro para quien quiera escucharlo: la decisión de invitar a Trump –y de cometer varios errores diplomáticos en el camino- ha enfriado las relaciones entre el gobierno de México y la que muy probablemente asumirá la presidencia de Estados Unidos en enero próximo.

Habrá, sin duda, quienes en el entorno presidencial insistan en que la malhadada invitación fue buena idea. Y hasta dirán que estuvo bien el tono comedido del Presidente ante el fanfarrón. El problema no son los aduladores, sino que se les crea, porque cuando un líder se aísla, pierde la perspectiva de la realidad, ve sólo lo que desea ver y, en consecuencia, toma decisiones desastrosas una tras otra. Eso no le conviene a México. Es lo que llaman la hibris.

Quien actúa bajo este síndrome no presta atención a la información, no mantiene la mente y el juicio abiertos, suele persistir en políticas inviables o contraproducentes y se niega a sacar provecho de la experiencia (porque significaría admitir un error). Es algo a evitar. Por eso hay que dar aldabonazos constantes.

Es momento de reparar el daño realizado, no de solazarse en él.

¿Habrá un segundo disparo en el pie, que hará todavía más difícil el camino de la nación? Me temo que sí, y que viene en el presupuesto para 2017. 

viernes, septiembre 02, 2016

La irrupción de Urías



Mexicanos en GL.

Julio y agosto

Tras olímpica tregua, volvemos a la carga beisbolera. En julio y agosto  de 2016, lo notable ha sido que el chamaco Julio Urías ya le encontró el ritmo a las Ligas Mayores (algo no sencillo en la segunda mitad de la temporada) y que Adrián González ya se posicionó como el máximo toletero mexicano de la historia en dos de las tres categorías más importantes (lo curioso es que una no es la que el lector piensa de entrada) 

Aquí el balance del contingente nacional, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado con México en el Clásico Mundial) 

Roberto Osuna, a su joven edad, ya se coloca como cerrador de elite. El sinaloense salvó para los Azulejos de Toronto 14 juegos (por un desperdicio) en el bimestre. Su marca 2-2, un muy decente 2.48 de PCL (carreras limpias admitidas por 9 entradas lanzadas), 71 ponches (frente a sólo 11 bases por bolas) y, lo más importante: 29 juegos salvados.

Marco Estrada tuvo un par de meses en los que –a diferencia de los primeros tres de la temporada- no pareció un lanzador de élite: El abridor derecho de los Azulejos ganó 3 y perdió 3 (cuatro de sus ocho aperturas fueron de calidad; es decir, más de 6 innings y 3 o menos carreras limpias). Ya no es el pitcher de GL al que los bateadores le pegan menos… sólo el líder de ese departamento en la Liga Americana, con .200. Numeritos: 8-6, 3.37 de efectividad y 131 recetas chocolateras.


Adrián González tuvo buenos números en julio y excelentes en agosto, mes el que tuvo un juego de tres cuadrangulares. Suficientes como para poner sus números generales en sintonía con su trayectoria: .294 de porcentaje, 16 jonrones y 75 producidas. En este curso ha superado a Vinicio Castilla como máximo bateador mexicano en dos categorías: hits y carreras remolcadas: el Titán lleva 1884 imparables y 1105 producidas. Lo interesante es que Vinny lo supera en cuadrangulares, a pesar de la fama de slugger de Adrián: 320 del oaxaqueño, por 306 del tijuanense. Adentrándonos un poco más en los números, vemos que Castilla fue, en su carrera, un bateador de extrabases muy similar al que ha sido González, que es mucho más famoso (y rico). La diferencia, a favor del primera base de los Dodgers es un porcentaje superior de bateo.

Julio Urías encontró su mojo hasta agosto, (porque en julio no la pasó muy bien e incluso estuvo un rato en las menores). Pero fue un mes sensacional, 4 victorias, sin derrota y un bello 1.99 de PCL. En la temporada: 5-2, 3.71 de limpias y 70 ponches (en 63 entradas).

Luis Cessa llegó a donde pocos lo esperaban: a la rotación abridora de los Yanquis neoyorquino. El novato veracruzano, igual que Urías, tuvo un mal julio con descenso a AAA, pero un magnífico agosto, con tres aperturas de calidad consecutivas, que le significaron victoria a él y a su equipo. Sus números del año: 4-0, 4.17 de limpias, 23 ponchados y, algo a subrayar, sólo 1.09 de WHIP (bases por bolas y hits por entrada lanzada).

Sergio Romo
salió de la lista de lesionados y ha lanzado bien, como preparador de cierre de los Gigantes de San Francisco, por lo general en la octava entrada. Sus números del año: 1-0, 3.00 de efectividad, 22 ponches recetados y 10 holds (ventajas sostenidas en situación de rescate)

Joakim Soria no tuvo los números para hacerse del puesto de cerrador de los Reales de Kansas City, con la lesión de Wade Davis. Una de cal y otra de arena para el de Monclova. En el año, 4-6, 3.77 de limpias, 18 ventajas sostenidas, un salvamento y 59 sopitas de pichón.

Jaime García empezó la temporada como pitcher de elite; en la segunda mitad de la misma, el zurdo de Reynosa parece uno del montón. En el bimestre, sólo dos de sus 10 salidas fueron de calidad. En la campaña, lleva 10 ganados, 10 perdidos, 4.46 de PCL y 128 ponches. Lo bueno es que no se ha lesionado.

Jorge De la Rosa tiene la característica, agudizada por los años y los beneficios de la experiencia, de ganar partidos sin lanzar de manera excelsa. A la baja de su velocidad ha respondido con más y mejores lanzamientos quebrados. Además, es un caballito de batalla: 6 de sus 11 aperturas en el bimestre fueron de calidad. Ya superó la mítica marca de 100 victorias en Ligas Mayores y va camino a superar al Rocket Valdez. En esta temporada: 8-7, un poco agraciado 5.09 de limpias y 90 chocolatotes.

Fernando Salas, sin hacer un gran papel, se encontró –debido a las lesiones de otros taponeros- como cerrador de los Angels de Los Ángeles durante el mes de agosto. El sonorense no lo hizo mal en esas labores, que conocía desde sus tiempos con los Cardenales. A finales de agosto, fue cambiado a los Mets de Nueva York. Sus números en la campaña: 3-6, 6 rescates, 13 holds, 4.47 de efectividad y 46 ponchados.

Miguel González ha tenido un año marcado por la mala suerte. Prueba de ello es su actuación en el bimestre julio-agosto: siete aperturas de calidad consecutivas, en las que cosechó sólo una victoria a cambio de tres derrotas. O no lo apoyaba la ofensiva o el bullpen le tiraba el juego. Para colmo, a finales del periodo se lesionó de la ingle y ha tenido que parar. Números del Mariachi de los Medias Blancas: 2-6, 4.09 de efectividad y 78 pasados por los tres strikes.

Yovani Gallardo tiene rato sin hilar un par de buenas salidas. En julio-agosto tuvo 12 aperturas, 5 de las cuales fueron de calidad (y en algunas le dieron con tubo): ganó uno y perdió 6. En la temporada: 4-7, 5.62 de ERA y 65 ponchados.


Oliver Pérez, especialista zurdo de los Nacionales de Washington, tuvo un par de meses de capa caída. En julio perdió dos juegos y en agosto tuvo un lastimoso PCL de 12.71. Su marca en el año: 2-3, 12 holds, efectividad de 5.55 (malísima para un relevista) y 40 ponches. 

Ramiro Peña estuvo un rato con los Gigantes de San Francisco, pasó a AAA, volvió a los Giants y de regreso a las menores. En general, el utility regiomontano no lo hizo mal, ni con el guante ni con el bate: .299, un vuelacercas y 10 impulsadas.

César Ramos se terminó de desinflar en julio y fue relegado por los Rangers de Texas Su marca: 3-3, un horrendo 6.04 de efectividad y un salvado.

César Vargas  está la lista de lesionados. El poblano de los Padres de San Diego tiene 0-3, 5.03 de PCL y 28 pasados por los tres strikes.

Daniel Castro hace rato dejó Bravos de Atlanta y está en AAA: .182 de porcentaje, 4 impulsadas y un robo de base, en 37 juegos.

Arnold León juega en Corea. En el año tuvo 0-0, 7.71, un rescate desperdiciado y dos ponches.