Die Deutsche Fußball-Maschine y La squadra del Machiavelli
1º de julio
La definición se le atribuye al cañonero inglés Gary Linneker: “el futbol es un juego en el que once hombres juegan 90 minutos, y en el que, al final, Alemania gana”. La selección local necesitó esta vez más de 90 minutos, pero derrotó en penales a la argentina. Uno ve el juego y se dice: “centran mal”, “no improvisan”, “se acompañan torpemente”, “son medio troncos” y, sin embargo, se da cuenta de que son un equipo que ataca y que al mismo tiempo es muy difícil, casi imposible, de batir.
¿Dónde está la clave? No en el estilo, porque ni siquiera está definido. Algunos clubes alemanes juegan con el balón al piso y pases cortos (Standfussball); otros, al estilo inglés, con pases largos y centros a la olla.
Está más bien en lo que el futbol alemán evita y lo que ama. Evita el Querpass o “pase cuadrado”, que es dar la vuelta al balón a tres cuartos de cancha sin buscar adelantarlo y ponerlo en el área o sus linderos (evita un estilo que conocemos bien los mexicanos). Ama el Beinshuss, hacer rompope al adversario (en la marca), y la actitud torgefärlich: ser peligroso frente al arco.
Esos tres conceptos son suficientes, con un grupo de hombres tácticamente disciplinados, físicamente fuertes y resistentes y medianamente dotados de técnica, para crear una maquinaria que juegue los partidos y lo haga bien.
A esto hay que agregarle un toque de filosofía (si no, dejarían de ser alemanes). “La bola es redonda”, dicen, citando a su mítico entrenador Sepp Harberger, para afirmar que es la única certidumbre del juego. Eso significa que no has ganado ni has perdido hasta el momento del Schlusspfiff: el silbatazo final. Por eso nunca se ve a una selección alemana envuelta en pesimismo neitzchiano cuando va abajo en el marcador. La máquina teutona pita y pita, haga frío o calor, sea local o visitante, el partido esté empatado o haya una diferencia de siete goles, porque –como bien sabe Al-Daeyea-, siempre hay lugar para un octavo.
Los equipos latinos pueden ser mejores en el campo, pero siempre es difícil competir contra esa frialdad.
El menos latino entre ellos es precisamente Italia. ¿Quién más puede sentarse a gestionar un partido en el minuto 7 del primer tiempo porque el gol cayó en el minuto 6? El faul táctico como institución (llevado a extremos por los “tanos” de Argentina), empeñar al rival en una lucha furibunda cuerpo a cuerpo y, si se pierde en esta lucha, lanzarse al césped entre gritos de dolor (aquí también los alumnos superaron al maestro). “Si Grecia ganó la Eurocopa, ¿para qué proponer el juego?”, dicen los tifosi. “¿Somos o no coterráneos de Maquiavelo?”, concluyen.
Y sí, coterráneos. Cuando Ucrania propone, Italia dispone. Uno, dos. Nocaut. Y lo hace jugando bonito, con unos contragolpes asesinos, eficaces. Con quiebres, con físico, con técnica y con clase. Pero si un equipo menor se contenta con perder 1-0, ellos también.
Esa clase, sólo comparable con la de los equipos latinos más grandes, es la gran diferencia con la máquina alemana de futbol. Pero el estilo, que no se han podido sacudir, nace de un concepto errado: los italianos como “pequeños” en lo físico y en lo mental, que no pueden competir en campo abierto, que necesitan el contragolpe, la astucia, la pequeña deslealtad. Una lástima, porque cuando se sueltan, a veces parecen un aria de ópera.
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