miércoles, febrero 23, 2011

Ejercicios Nipo-México-Islandeses


En su pasión por las letras islandesas, Jorge Luis Borges dedicó un texto fascinante a las kenningar, una forma poética que tuvo su auge hace 1900 años. La clave del kenning es simple: se cambia una palabra por una metáfora. Conocer la clave, sin embargo, es decepcionante para los lectores modernos: la fuerza del verso que dice hubo tempestad de espadas y alimento de cuervos queda desprendida de su magia al descubrirse las sinonimias: hubo batalla y cadáveres.
Todo el juego de esta poesía primitiva consiste en decir un vocablo de mil formas variadas. En ese sentido, se parece a una de las reglas del periodismo tradicional: no repitas palabras.
Nada hay de poético en los sinónimos periodísticos con los que se hace referencia al Presidente de la República. En el primer párrafo es el Presidente, luego será el Jefe de la Nación, más tarde el Primer Mandatario, adelante será el Titular del Ejecutivo, Primer Magistrado, Jefe de Estado, primer priísta, etcétera. Tal vez la falta de poesía se deba al exceso de solemnidad imperante o al miedo de que se malinterpreten las metáforas: nunca leemos “el Preciso” o el “Inquilino Sexenal de Los Pinos” o el “Domador de la Hiperinflación”; se pensaría que es coba o ironía o falta de respeto.
Es mucho más poetizable la sección deportiva. Pienso en un arqueólogo del Siglo XXX y lo imagino fascinado con cabezas y frases del siguiente tenor: “El rebaño sagrado doblegó a la máquina celeste”, “Águilas en picada ante el rugido del puma”, “Vibra el Coloso de Santa Úrsula”, “Festín de palos para los Diablos, chocolates para los Tigres”, “El Duende, a dos segundos de la gloria”, “Los Serafines no sueltan al Toro”, “Los Potros de Hierro se atracaron de caña”. Hará seguramente una sesuda tesis antropológica acerca de cómo, en el México del Siglo XX, quienes seguían ciertos acontecimientos rituales, conocidos como deportes, se comunicaban entre sí por medio de metáforas poéticas que sólo los iniciados podían reconocer. En el apéndice del ensayo podrá leerse todo un glosario, que explicará a los receptores de la información que la máquina celesta es precisamente aquella que pita y pita.

En cierta forma contrapuestos a los kenningar de los duros vikingos, los hai-ku japoneses son formas delicadas, en las que predomina una sensación, tal vez una intuición, normalmente desprovista de la más mínima intención de contar algo. Frente a la saga, el momento revelado. El hai-ku es, por definición, irrepetible, porque un momento es irrepetible. En las kenningar la historia se repite centenares de veces, lo importante es contarla con palabras diferentes, con metáforas nuevas.
¿Es posible combinar un kenning con un hai-ku? ¿Es posible contar de cien maneras distintas una sensación única? Nada se pierde con probar. A continuación, tres ejercicios Nipo-México-Islandenses, que toman como referencias conocidos hai-ku del poeta mexicano José Juan Tablada:

La luna

Es reposo de los ahogados el negro dominio de lo oscuro,
la madre de la lluvia es una piedra de ola,
el pálido centinela es un grano de arena encantado…


Sandía

De la estación violenta, con el color de agua de los guerreros y la temperatura de los confines del norte
es arrebato de alegría,
trozo de melón de agua


El Sauz

Amable, joven árbol llorón,
casi preciado hechizo amarillo, casi tesoro de ballena,
casi breve hoguera del ojo.


Publicado en El Nacional Dominical 55, del 9 de junio de 1991

lunes, febrero 21, 2011

A Cordero no le salen las cuentas

Al secretario Ernesto Cordero no le salen las cuentas.
En días pasados declaró en televisión que el decil X de ingreso corriente de las familias (es decir, el 10 por ciento más rico) iniciaba en los 15 mil pesos mensuales. Hoy bajó la cifra a 13 mil pesos, y dio como referencia los datos del INEGI.
Como la cantidad se me hizo muy pequeña, decidí echarme un salto a las cuentas del INEGI, En específico, a la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares, la ENIGH (que se puede descargar acá), cuya versión más reciente disponible en línea es de 2008.
Pues bien, según la ENIGH de 2008, las familias del decil X tuvieron en aquel año un ingreso trimestral de 363,531 millones de pesos. Este número dividido por la cantidad de familias por decir (2.67 millones) nos da la bonita cantidad cerrada de 136 mil pesos. Dividimos el ingreso trimestral entre tres, y el promedio es de 45 mil 333 pesos, una cantidad suficientemente alejada de los 13 mil como para suponer que ahí no está el umbral.
Se me puede argumentar, con toda razón, que es posible una distribución muy desigual dentro del decil y que el 1% más rico del país jala la media hacia arriba.
Entonces, ¿qué tal si vemos la distribución por salarios mínimos?
Según la propia ENIGH, en 2008, había 8 millones 545 mil familias mexicanas que tenían ingresos corrientes superiores a 8 salarios mínimos generales. Esto equivale al 31.9 % de los hogares. ¿Y cuánto son 8 salarios mínimos generales en 2011? Tomando como base el más bajo, el de la zona C, que es de 1,701 pesos al mes, equivale a (¡ah caray!) 13,608 pesos.
En otras palabras, en 2008, un tercio de la población ganaba más de 13 mil pesos al mes. Lo jodido es que dos terceras partes ganaban menos que eso.
Así que una de tres: o Cordero se perdió entre los números (si lo perdieron sus asesores da lo mismo), o el INEGI se contradice a lo grande dos años después o la crisis del 2009 estuvo mucho, pero mucho más gruesa de lo que pensábamos. Cualquiera de las opciones es trágica.

La cereza del pastel es que, dice nuestro secretario de Hacienda que "familias muy luchadoras", que ganan 6 mil pesotes al mes, con eso pueden pagar crédito hipotecario, coche y escuela particular para sus hijos. Lo único que demuestra es el creciente alejamiento de los funcionarios panistas respecto de la realidad que gobiernan (o que suponen que gobiernan, o que dicen gobernar). Dan ganas de revivir aquella vieja consigna populista de "Salario Mínimo al Presidente/ pa' que vea lo que se siente".
De cualquier forma, el humorismo involuntario de Cordero da para una cálida remembranza del gran Chava Flores:


miércoles, febrero 16, 2011

Biopics: el fut, el beis y la teoría de la relatividad

Una de las cosas amables de la escuela de economía de la UAS bajo la dirección del Wally Meza era el buen ambiente en general que se respiraba. La grilla interna era escasa o nula, porque se respetaban las proporciones políticas y, a cambio, había una saludable vida académica y social. De lo primero, he comentado brevemente del buen seminario que organizamos con profesores del CIDE. De lo segundo, los deportes jugaban un papel importante.
Einstein tenía razón. En la vida todo es relativo. En el Patria el futbol era la segunda religión, y peleaba férreamente con el catolicismo por el primer lugar. Sólo un año logré estar en la selección de la escuela (y eso, como reserva), así que siempre me consideré “regular” para el panbol. En cambio, en beis, había estado en el equipo campeón nacional en la liga pequeña y peloteaba cada que podía. Me consideraba “bueno”.
Bueno, pues todo eso cambió en Sinaloa.
Se organizó un campeonato interno de futbol. Cada generación y turno tenía un equipo, y los profesores teníamos otro. La escuadra de los académicos estaba comandada nada menos que por el director, el famoso Wally. Yo supuse que tenía la calidad para jugar. Desde los primeros partidos –realizados en Ocho Ríos y en el Deportivo Revolución- se vio que el nivel era muy bajo, y que sólo el Wally la movía más que yo en el terreno de juego. Mis pases al hueco eran mortíferos. Con todo y que jugábamos contra chavitos, los profes –que tampoco estábamos rucos- fuimos campeones. Al final, el Wally me invitó a su equipo en la liga “polilla”, para mayores de 30 años, que necesitaba alguien que moviera la media cancha. Aduje que no tenía la edad; el Wally insistía en que, como yo estaba casi tan calvo como él, sí daba el gatazo de tener un treintón. No escuché ese canto de sirenas.
En el beis fue diferente. Tras una prueba en la que demostré mis míticas capacidades fildeadoras, entre al equipo que formamos los profes de economía con los del IICH para el campeonato interno de la UAS. El nuestro parecía un equipazo: con los bates rápidos del Mayo Espinoza y Jaime Palacios, con el poder de slugger del Ingeniero Orona (Orona decía al salir del dugout: “Van a ver qué chingazo voy a meter”, y en efecto, le pegaba de aire a la barda: eso le alcanzaba para llegar a primera, el pedo era remolcarlo a jom). Sin embargo, resultó ser de los más débiles. Y el punto débil de su orden al bat era el primero en el orden, o sea yo.
Una vez nos tocó jugar contra Deportes, el equipo comandado por Gómer Monárrez. Traían de pitcher a un ruquito, que seguro tenía más de cincuenta años. Voy a la caja de bateo. El ruco me lanza una bola a la cabeza, me tiro al piso y el ampayer canta strike. Fue un curvón. Viene otra bola ceñida, otra vez me hago hacia atrás y el ampayita de nuevo la canta buena. Otra curvazaza. Seguro me lanzará otra, esperaré valientemente a que quiebre. Así es y logro sacar un faul que se va al estacionamiento (y para acabarla de amolar, abolla el techo de mi carro). Estoy listo para la próxima curvita, pero viene una recta de fuego que pasa por el centro del plato y me deja con la majagua en las manos. El “ruquito” era Tomás Arroyo, hoy miembro del Salón de la Fama del beisbol mexicano.  

jueves, febrero 10, 2011

El improbable lector


Se preguntará el improbable lector por qué insisto en llamarlo improbable, si está aquí precisamente, con los ojos puestos en estas precisas letras. La razón es sencilla: la existencia de cada uno de nosotros es un desafío a la ley de las probabilidades.

Esto viene a cuento luego de ver una foto excepcional en el Time que capta el momento en que un espermatozoide penetra un óvulo para fecundarlo. Llegó allí en el momento exacto, es sólo no del magro contingente que, muy diezmado, pudo acercarse a las proximidades del óvulo y trae una carga genética con una combinación distinta a la de todos los demás: creará, si la mórula se implanta y los progenitores no se deciden por un aborto, un ser humano único, un individuo diferente a todas las otras combinaciones posibles. Alguien altamente improbable.

Se me podrá reprochar que en realidad la producción de espermatozoides en un hombre y la cantidad de óvulos maduros a lo largo de la vida de una mujer son muy altos, que por tanto las variaciones son mínimas y que muy poco ganamos con sabernos resultado de una eyaculación específica en un momento determinado.

Iré más allá, entonces. Les pediré a los lectores que piensen en las circunstancias en que se conocieron sus padres y que se den cuenta de la lluvia de improbabilidades que condujeron a esa reunión. ¿Que el papá era amigo de la vecina de la mamá? Entonces, ¿cuál es la probabilidad, en cualquier ciudad, que una familia viva junto a otra? ¿Una entre diez mil, una entre cien mil, una entre un millón? ¿Que se conocieron en unas vacaciones en Acapulco? ¿Qué probabilidades hay, entonces, de que hayan ido en los mismos días, coincidido en la misma playa y en la misma discoteque? Y conste que estoy hablando de casos más o menos sencillos.

En la medida en que nos movamos hacia atrás en el tiempo, la improbabilidad de nuestra existencia se acrecienta geométricamente. Ya fue extraño que nuestros progenitores se conocieran, se enamoraran y nos tuvieran. Pero ellos, a su vez, son resultado de otros encuentros fortuitos: una reunión vasconcelista (Vasconcelos, ese improbable político), un viaje del campesino a la ciudad, en busca de empleo, y su encuentro, en medio de la naciente urbe, con la dependienta de una lonchería; la aventura erótica de un coronel revolucionario o de un explorador inglés.

Una de las diferencias más dramáticas entre América y el viejo mundo es que aquí ha habido muchísima más movilidad geográfica y social. Siempre hay al menos un aventurero entre nuestros antepasados, un fundador de ciudades, un prófugo de la justicia, un iconoclasta, un perseguidor. Es una historia de plebeyos, no de nobles y siervos. Algún español despechado cruzó el Atlántico luego de matar a su rival y se casó con la hija de un esclavo negro que sobrevivió la travesía encadenado, luego de haber sido cazado en África occidental. El joven hijo de un oficial del ejército prusiano cubrió a fuetazos el caballo de su padre y, aterrorizado por la previsible reacción, decidió huir a América y tener hijos con la descendiente de indígenas que habían sobrevivido a la encomienda y las enfermedades. Una tras otra las improbabilidades se acumulan, se bifurcan, se multiplican, hasta llegar a nosotros, concretos y lectores.

Nuestra improbabilidad es tan grande que está en el límite de la imposibilidad estadística. Sin embargo, el hecho de que el tiempo pueda bifurcarse hace que cada acontecimiento del pasado elimine una cantidad prácticamente infinita de posibilidades y permita la existencia de otras: el fuetazo al caballo prusiano elimina a Hans, a Peter o Jana jugando junto al muro de Berlín, pero crea la posibilidad de Manuel o Norma yendo a un partido de los Diablos Rojos del Toluca. En la medida en que avanza el tiempo, se desvanecen las posibilidades de lo que no existió ni existirá y se acrecientan las de la realidad. Somos mucho más posibles el día del primer beso entre nuestro padre y nuestra madre de lo que lo éramos cuando Colón intentaba convencer a los Reyes Católicos de que se podía llegar a las Indias por el Atlántico.

Lo más interesante es pensarnos como productores de una infinidad de futuros improbables. Eso convierte cada una de nuestras acciones en generadora de mundos. Nos convierte también en fabricantes de sueños. Es a partir de nuestro carácter concreto, tangible, con el que día a día construimos y reconstruimos la realidad, que hacemos el futuro (el placer de leer el periódico consiste, en cierta forma, en degustar lo que apenas anteayer era el futuro inmediato).

Por eso, nuestra improbabilidad no debe hacernos sentir como meros hijos del azar, inmerecedores y pequeñísimos, porque es mucho más trascendente el hecho de haber desafiado exitosamente la estadística, de poder contribuir a ponerle un rostro al futuro, de jugar –aunque sea en nuestros sueños- a ser dioses. No por nada festejamos cuando cumplimos años.

Publicado en El Nacional Dominical 73, 13 de octubre de 1991

martes, febrero 08, 2011

Biopics: Anecdotario sinaloense

Un retén
En parte como respuesta a unos cursos de actualización muy chafas que había organizado la rectoría de la UAS, en la Escuela de Economía hicimos un curso al que invitamos profesores de alto nivel, sobre todo del CIDE (recuerdo que las mejores sesiones fueron con Gerardo Aceituno). Uno de quienes vino fue Samuel Lichtensztejn, ex rector de la Universidad de la República, de Uruguay, quien estaba refugiado en México por la dictadura militar de su país (y que luego sería Ministro de Educación y Cultura).
Una vez fui a recoger a Samuel a su hotel, y de camino a CU nos topamos con un retén militar, a la altura de La Lima.
-Chin, a ver cómo nos va, no tengo licencia –dije, un poco malora.
Lichtensztejn se puso blanco como hoja cuando los militares nos hicieron la seña de detenernos Apenas bajamos del carro, el pobre hombre levantó los brazos, los puso sobre el toldo, y abrió las piernas, dispuesto a ser cacheado.
-No es necesario, señor –dijo el soldado, mientras sus compañeros revisaban la cajuela y los compartimentos.
De regreso al auto, Samuel confesó:
-¡Qué miedo! Pero aquí los militares son amables; allá te abren las piernas a patadas antes de revisarte.

Don Juan en Culiacancito
Flores Carrasco, nuestro secretario de Relaciones Juveniles, en sus tiempos libres trabajaba como payaso, junto con su hermano. Su personaje era “El Mosquito Prieto”. Una vez fuimos al pueblo de Culiacancito a un festival de teatro popular, en el que ellos iban a protagonizar un sketch (y más tarde nosotros aprovecharíamos oportunistamente la circunstancia para hacer una Asamblea Popular). Uno de los grupos que les antecedió interpretaba algunos parlamentos de Don Juan Tenorio.
“Ay Don Juan Don Juan te imploro: o arráncame el corazón, o amáme porque te adoro" –decía la actriz que encarnaba a Doña Inés.
“Y de ahi qué” –respondió con acento ranchero, muy quitado de la pena, el Tenorio, a quien posiblemente se le olvidó el parlamento, pero no el sentido del personaje.

Imperialismo
Tras aquella asamblea popular, se armó el comité de base de Culiacancito. A la segunda visita, el presidente de ese comité nos dijo que éramos mucho mejores que los del Partido Comunista, más claros, más sencillos, más directos. Él había estado en el PCM, y nos contaba que los compas “pescados” citaban a la célula a una casa en las afueras del pueblo y les echaban largos rollos marxistas, que para ellos eran incomprensibles. Hasta que uno se cansó:
-Están ustedes habla y habla del imperialismo, compas, y nosotros no entendemos. A ver, dígannos, ¿qué es el imperialismo?
-Me extraña esa pregunta, camarada –dice el cuadro del PC, algo indignado-, el imperialismo es la fase superior del capitalismo.

Un método contra el calor
El calor en Culiacán nunca dejó de ser asfixiante. El método que más me funcionó era bañarme con agua helada antes de salir a trabajar y ponerme una camisa que tenía guardada, desde hacía horas, en el congelador. La sensación de frescura se quitaba apenas me subía al carro (y eso que le hice un respaldo al asiento, con periódicos recubiertos de tela) y el método no impedía que cinco minutos después, al llegar a Ciudad Universitaria, ya estuviera chorreando sudor.

Sin claxon
Un buen método para no meterse en broncas en Culiacán es que el claxon no funcione, que era mi caso. Pero hay que acompañarlo con la sana costumbre de mantener la boca cerrada.
Una vez se me cierra un carro y grito: “¡Idiota!”. No lo hubiera hecho. En el semáforo se baja un tipo malencarado con una pistola en la mano.
-¿A quién le dijiste pendejo? –me increpa.
-Yo no le dije así –respondí, y estrictamente hablando era verdad.
-Órale, salte a darnos unos plomazos –grita y amenaza con darme un cachazo; yo prefiero poner el brazo en la ventanilla, por si intentaba dármelo de verdad.
Para entonces otros carros se habían detenido, y un par de ciudadanos avanzaban hacia el bravucón para calmarlo. Allí acabó. No creo que la reacción de la gente hubiera sido igual hoy.

El Beto Meza y otros famosos mentirosos
Sinaloa es tierra de mentirosos de fama nacional. El Güilo Mentiras representa al sur del estado. Decía que una vez estaba orinando, “y por los meados que se me sube un alacrán, del susto dejé de mear y el alacrán se cayó”.
Del norte era Don Teofilito, cuya lancha pesquera había naufragado cerca de Japón. Él y un compañero se salvaron. “Nadamos y nadamos, y yo estaba bien cansado, ya creía que me moría del cansancio, cuando voy viendo entre las olas la bahía de Topolobampo”.
Nuestro compañero Heriberto Meza Campusano no se quedaba atrás, en representación del centro del estado. Decía las mentiras más grandes con la cara más seria: no te las creías, pero parecía que él sí se las creía. Contaba que una vez estaba en el edificio de la Facultad de Ciencias de la UNAM (el que hoy ocupa unos centros de posgrado, en el medio de la parte más antigua del campus). En la azotea. “Y ya ves que ahí hay una gran bola de hierro, loco. Ahí estábamos unos compas y yo, y de repente que empieza una de esas tormentas que hay en el DF. Yo tenía la mano puesta en la bola de hierro y que veo venir un rayo, quito la mano hecho la madre y el rayo cayó en la bola, fundió el metal”.

“Parantes”
Yo no entendía por qué las asambleas y consejos en Sinaloa eran tan caoticas, hasta que, en un momento de iluminación, Mi René (Jiménez Ayala) dio con la razón. Alguien hablaba, pero otro lo interrumpía con una moción. Ese otro, a su vez, era interrumpido con una “moción de la moción”. Pero el que se chingaba a todas las mociones era el “parantes”.
-Tiene la palabra el compañero Verdugo –dice la mesa.
-¡Par’antes! –grita alguien desde gayola, y se lanza con su rollo.


(En la foto, mientras canto La Balada de Deng Xsiao Ping en una reunión; en la guitarra está el compañero Palafox, dirigente del sindicato de Pesca en la grilla, pero "Ingue Su" a la hora de esa rola; a la derecha de Palafox, Armida Campos)

miércoles, febrero 02, 2011

Mi debut en la tele (biopics atrasado)

Me dicen que en etcétera se pusieron nostálgicos. Unos cuarentones le piden al tiempo que vuelva y recuerdan caricaturas y series que vieron a colores o en repetición.
Yo no tengo nostalgia, pero sí algo de memoria. Aún recuerdo mi infancia. Era la época en la que todas las televisiones eran en blanco y negro, sólo había tres canales (bueno, también el 11, pero siempre estaba en "Patrón y Música") y las teles eran unas consolas grandotas que se tardaban un buen rato en calentarse para transmitir la imagen, había que pararse para cambiar el canal pero, más a menudo, para darle unos madrazos al mueble a ver si captaba la señal. Cuando se iba la luz, mi mamá algunas veces ponía una vela junto al televisor, con la vaga y mágica esperanza de que resucitara.
Las televisiones estaban en la sala o en un cuarto ad hoc. El concepto de cocinar viendo tele, de hacer el amor con la tele encendida (o viéndola de reojo, que es peor), de tener una tele en la oficina, era totalmente ajeno. Como pensar hoy en la clonación de mamuts (nótese que estoy profetizando).
Obviamente, las familias tenían un solo aparato. Por lo tanto, casi no había programación dirigida a nichos específicos. La mayor parte de los contenidos estaban dirigidos a "la familia reunida". Qué MTV ni qué ocho cuartos.

La televisión empezaba a transmitir a las cuatro de la tarde. Nada de noticieros matutinos, de conferencias mañaneras o de programas dirigidos a acompañar la soledad de las amas de casa. El primer programa de Canal 5 era Club Quintito. Primero pasaban unas caricaturas mudas. La de un viejito correteando unos ratoncitos la he de haber visto como 50 veces. Luego venía La Pandilla. No la de Alfalfa, que es de 1935, sino la del Pecas. Los de Alfalfa hablaban y todo; los del Pecas eran de 1922. La animaba Genaro Moreno (no Rogelio), imitando todas las voces y haciendo comentarios editoriales. A Farina lo imitaba con acento cubano.
Hay que recordar que en aquellos tiempos los niños éramos muchos y solíamos jugar en la calle. Muy raras veces me quedaba al programa del Tío Herminio, quien se rodeaba de infantes con cara de buenos y tocaba en el piano sus novedosos éxitos como Las rejas de Chapultepec, Mucho contenti y Juanito el pastor. También veía de vez en cuando a Chabelo, quien tenía un programa diario, con temas variados ("Lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer", el que me gustaba era los jueves) y a eso de las siete de la noche aparecía un noticiero, Cuestión de Minutos, patrocinado por Domecq, con algunas noticias del día, pero sospechosamente similar a los noticiarios cinematográficos de antaño, con imágenes de carreras de motos en Checoslovaquia, filmadas hace seis meses. El noticiero "bueno" era de 11 a 11:15; Ignacio Martínez Carpinteiro, un señor muy parecido al presidente López Mateos leía las noticias, escritas en papeles ordenaditos en su escritorio. A los seis años, yo ya sabía cómo comenzaría, sin excepción alguna: "El Presidnte López Mateos".
Los lunes pasaban Disneylandia, donde te repetían una y otra vez las caricaturas de Mickey, Donald y Tribilín, la de Ichabod Crane y el jinete sin cabeza y la miniserie de la independencia de EU. Los viernes eran maravillosos, por Dimensión desconocida, que siempre me fascinó. Uno que veía poco, pero me dejaba siempre inquieto era el teleteatro de Loretta Young.
Los sábados por la mañana pasaban el béisbol de las Ligas Pequeñas (y mis juegos fueron transmitidos varias veces, narrados por Fernando Luengas); por la tarde, el beis de la Liga Mexicana. En la noche no había nada que ver (a mi papá le gustaban Los Intocables y El Fugitivo, mi mamá decía que el detective nunca atraparía al Doctor Kimball ni el Doctor Kimball al manco, porque se les acababa la chamba).
Los domingos eran de futbol al mediodía, toros a las cuatro de la tarde, Teatro Fantástico, con Cachirulo y el trenecito del chocolatote Express a las siete, Domingos Herdez con Salinas y Lechuga a las ocho y Combate a las nueve, donde el sargento Saunders se chingaba a todos los alemanes. Si prendías la tele antes del futbol, te encontrabas al Conejo Figaredo, que no era un muppet, sino un señor de traje, quien conducía el programa Super Remate de Autos, una suerte de pionero de los infomerciales, porque todo el programa se dedicaba a presentar coches usados en venta: "Ojalá existiera la televisión a colores, señora, para que viera el color exquisitamente femenino de este Ford Fairlane 1959".
Durante un tiempo hubo un programa infantil realizado en Guadalajara. Lo patrocinaba Hemostyl "para los niños, jarabe/ a todos les gustará/ para los grandes el vino/". Lo conducía una niña un poco mayor que yo, Evita Muñiz (no Evita Muñoz, porque esa es Chachita, y es mucho más vieja). A mí me gustaba Evita Muñiz, pero el programa era muy malo y duró poco.
El Conejo Figaredo conducía otro programa. Era de concurso. Carreras infantiles. Los más pequeños corrían triciclos o coches de pedales; los más grandes, bicicletas. Lo patrocinaba Bimbo (en aquella época los anunciantes patrocinaban los programas completos). Recuerdo el patrocinador porque yo concursé, debutando en televisión cuando tenía cinco años. Compitiendo en coches de pedales.
Al inicio de la competencia, yo estaba seguro de que iba a quedar en último lugar (esa confianza extraordinaria que dan las madres sobreprotectoras). Empezó la carrera y en la primera curva, que se me cierra otro carrito. Tal como lo temía. Nos incorporamos y le seguimos dando al pedal y fibra. En el óvalo rebasé a otro niño. Luego nos metimos por debajo de la tribuna (un recuerdo alucinante: en el tunel, junto a la pista, semiescondida, había una mesa con pan Bimbo: de ahí que recuerde el patrocinador) y adelanto a otro carrito. Entro de nuevo al óvalo en segundo lugar. Voy pedaleando tranquilo. Me doy cuenta de que puedo alcanzar al líder y le doy más duro. Escucho el grito de la tribuna. "¡Final de fotografía!", exclama Figaredo, "habrá que ver el video tape". Puro trámite, me habían ganado por una rueda. Subo al podio (hay cinco lugares, nadie queda fuera) y me dan una cajota de soldados verdes de plástico que me gusta mucho, por grande. "¡Qué bárbaro, pasó del quinto al segundo, y casi gana", dice el Conejo. Dejo mi sonrisa y pienso para mis adentros: "Si no se me hubiera cerrado ese pinche niño, seguro gano".

(Publicado en etcétera, 1º de septiembre de 2006)

martes, febrero 01, 2011

No tienen el valor. Les vale.












Hace una semana, las dos principales cadenas de televisión abierta del país, en su lucha por el rating, dieron inicio a sendos programas conducidos por Laura Bozzo y Niurka Marcos. Resulta por lo menos paradójico que ello ocurra precisamente cuando, desde la sociedad civil, diversas voces de diferentes ideologías han lanzado el grito de alerta sobre el trastocamiento de los valores en nuestro país, y sus efectos perniciosos. 

Se ha comentado hasta el cansancio que México no sólo vive una crisis económica y de violencia desatada, sino también, y fundamentalmente, una corrupción de sus valores. Más que la solidaridad para vivir una vida en armonía, importa el éxito económico; más que la educación y los conocimientos, importa la fama; más que las habilidades, importan las influencias y contactos.

En ese humus cultural echado a perder es donde pueden desarrollarse fenómenos de lumpenización de todo tipo, que van desde la existencia de bolsas sociales de protección al crimen organizado, hasta la glorificación de la prostitución. Estos fenómenos se ven ampliados por la desigualdad social, la escasez de oportunidades y la idea de que México puede competir a partir de tener bajos salarios, en vez de hacerlo potenciando las capacidades productivas de su gente. 

Ese humus no nació de la nada. Ha sido beneficiado por años de demagogia. Y ahora está siendo abonado, de nueva cuenta, por las televisoras, que sólo tienen una cosa en mente: vender a sus clientes sus índices de audiencia.

Las señoras Bozzo y Marcos se han arrogado, con la anuencia y la promoción de las empresas, el papel de defensoras del pueblo y quieren dar clases sobre lo que está bien y lo que está mal. Parece una mala broma.

La peruana Laura Bozzo empezó actuando en la política de su país, y pronto entendió que el populismo daba altos rendimientos: un pueblo en posición pasiva que, en vez de exigir derechos, acepta dádivas (pensemos en el famoso carrito sandwichero). Esto la llevó, casi naturalmente, a convertirse en un personaje ideológico central de la dictadura de Alberto Fujimori y de su tenebroso asesor Vladimiro Montesinos. A la caída de aquel régimen, estuvo presa tres años, acusada de corrupción, con un juicio rocambolesco (con todo y testigo clave suicidado). Regresa a la TV y, cuando se demuestra lo que cualquier persona con dos dedos de frente puede constatar, es decir, que sus casos “sociales” son inventados, la asociación de anunciantes de Perú boicotea el programa. Laura se queda sin chamba por tres años, hasta que Televisión Azteca la trae a México, y luego pasa a Televisa.

Hay discusión sobre cuál ha sido el momento más bajo de las emisiones de Laura, pero parece que fue cuando en la ciudad de Pisco, golpeada por un terremoto, “rescató” a una niña de entre los escombros… la misma niña que había presentado –sin ninguna protección- en un programa anterior, como víctima de abuso sexual.

Niurka Marcos es un personaje menor. Una vedette que ni actúa, ni canta ni conduce, pero que ha sabido estar por una década en el candelero, a partir de escándalos, de declaraciones sensacionalistas y vulgares, de pleitos con todo el mundo, de la difusión de sus inestables relaciones sentimentales, de venta de su imagen al baratillo. Lo más reciente es que su boda con Bobby Larios, bajo el estandarte de la Santa Muerte, fue oficiada por el “obispo” David Romo, a quien se le acaba de dictar auto de formal prisión por encabezar una banda de secuestradores.

Los programas de Laura y de Niurka, por su horario y contenido, están dirigidos principalmente a los segmentos sociodemográficos D y E, a las amas de casa y, de rebote, a los jóvenes. Para decirlo en otras palabras, se dirigen a los que el Tigre Azcárraga llamó en su momento “los jodidos”, a los que un ex funcionario de Azteca bautizó como “el infelizaje social”, a los que tienen escasa escolaridad, a los que sólo poseen un televisor (y por lo tanto ven todos juntos el mismo canal), a quienes tienen menos posibilidad de ser críticos ante lo que ven en la tele. A los más vulnerables.

En la primera semana, como era de esperarse, el rating del programa de Laura Bozzo superó ampliamente al de Niurka. Lo preocupante es que la suma de la medición de audiencia dio más 28 puntos de rating. Casi uno de cada tres aparatos de televisión en México estuvo sintonizado en estos programas. Es posible que hayan sido vistos por tantas personas como niños hay en las escuelas primarias del país.

Laura tiene ventaja por su larga experiencia en la manipulación de masas. Sus programas suelen resultar en una catarsis: la gente ve que a algún panelista mal portado hasta la caricatura le llueven críticas y sombrerazos… para regresar a su vida sumisa cotidiana. Niurka, comparativamente, está en pañales.

Estas mujeres son ahora “líderes de opinión” sobre cosas de la vida, y son vistas por millones. Los más avezados notarán que se trata de puestas en escena, de shows más falsos que una moneda de tres pesos. Otros no. Pero más allá del contenido de las emisiones, su sola presencia en el centro de la pantalla da un mensaje muy claro, y también muy negativo: para ser exitosa y “triunfar”, bien vale mentir y manipular los sentimientos y jugar con las necesidades de la gente pobre, o no tener más talento que el uso de su cuerpo para enfatizar la procacidad y para provocar. 

Ellas son el ejemplo a seguir. Lo dice la tele. Se lo dice a millones. Y luego no nos quejemos de que las cosas en el país van mal.

Los políticos se pueden llenar la boca de la importancia de la educación como llave maestra para salir de nuestra crisis social, y de la necesidad de reforzar valores de convivencia, pero diariamente estas señoras llenan el equivalente a miles de auditorios con su telebasura, que deshace lo poco que hayan hecho la escuela y otras instituciones (y por cierto, una hora después de Laura y Niurka, se puede ver a Oscar Ortiz de Pinedo hacer escarnio de la escuela, entre albures y reglazos).

Las televisoras pueden decir lo que quieran. Hacerse pasar por entidades con responsabilidad social. Inventar campañitas al respecto. El hecho es que tienen un solo interés, que es el dinero. Que compiten por él a la mexicana, epidérmicamente, sin el menor deseo de ofrecer algo de mínima calidad. Y que nadie les dice nada.

No tienen el valor. Les vale.