viernes, julio 25, 2008

Glorias olímpicas: Dawn Fraser

La australiana Dawn Fraser era una niña relajienta, a la que le gustaba nadar porque era bueno para su asma, pero no tenía disciplina para el deporte. Prefería burlarse, subida a un tejado, de los entrenamientos en el club de Balmain, el suburbio de Sydney donde nació.

Cuando Dawn tenía 14 años –corría 1951- su hermano y su tío, impresionados por el talento natural de la niña, la convencieron de entrenar con el coach local, Harry Gallagher. Juntos, Gallagher y Fraser realizarían la mayor revolución en la historia de la natación: el triunfo del nadador atleta.

La rebelde se convirtió en deportista dedicada. Nadaba distancias muy largas, corría a campo traviesa, escalaba dunas en las playas para fortalecer sus piernas, levantaba pesas, cortaba troncos. Hacía, en sus propias palabras, “lo menos conveniente para una dama”.


De ahí, a los triunfos en campeonatos nacionales en las distancias cortas y a los juegos olímpicos de Melbourne, en 1956, donde se envolvió en una lucha encarnizada con su amiga Lorraine Crapp, especialista en 400 metros empeñada en ganar también en el hectómetro. De la rivalidad surgieron sus primeras medallas olímpicas: oro en los 100 metros libres y en el relevo 4 x 100; plata, detrás de Lorraine, en los 400.

Para la siguiente cita olímpica, en Roma, Fraser tuvo que enfrentarse a la escuadra de Estados Unidos y su novedoso programa de “grupos de edad”, que catapultaba nadadores muy jovencitos. Pero la gloria fue para Dawn: obtuvo el oro en los 100 metros y la plata en los relevos libres y combinados.

La australiana decidió competir contra sí misma, rompiendo un récord mundial tras otro. En octubre de 1962 fue la primera mujer en nadar los 100 metros debajo del minuto. Pero pocas semanas después, tiene un accidente mientras va manejando, en el que muere su madre. Ella se ve obligada a usar un collar ortopédico durante varios meses. Fraser entra en depresión, por el sentimiento de culpa hacia su madre y por la frustración de no poder defender su título olímpico.

Sin embargo un día va al viejo club, se sienta en el tejado y decide meterse a nadar. Poco a poco va retomando su condición. No importa que, a sus 27 años, le digan ya “la abuela de la natación”. Llega a los juegos de Tokio, donde se enfrenta en los 100 libres a la nueva “niña prodigio” que trae el equipo de Estados Unidos. La derrota, implanta un nuevo récord mundial y se convierte en la primera tricampeona olímpica de natación. Se lleva también medalla de plata en los relevos combinados.

En medio de esas glorias, la Unión Australiana de Natación la suspendió por diez años, poniendo fin a su carrera. Dawn nunca había dejado de ser rebelde, ni de amar el relajo. Las razones fueron que marchó en la ceremonia inaugural aunque se le había prohibido, que usó su viejo traje de baño porque le parecía más cómodo que el del patrocinador oficial y que formó parte del grupo de atletas australianos que se robó la bandera olímpica del palacio del emperador Hirohito. Fue entonces que decidió retirarse, poner un pub y ganar un escaño en el parlamento local como candidata independiente.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Cantaría Miguel Ríos "maneras de vivir". Aún con todo y rebeldía mire nomás todo lo que se logró y tal vez al final un pub es una satisfacción más (me encantaría tener uno).
Escuché en la mañana una nota sobre "músicos de alto rendimiento", al referirse a los bateristas de rock que de acuerdo a un estudio, queman el mismo número de calorías que un atleta y tienen la misma capacidad de resistencia. Nomás falta que muchos, sobre todo los músicos mexicanos, lo asimilen y no dejen ir por la coladera esta condición, porque de que hay excelentes músicos y bateristas, los hay, pero el sueño de la estrella de rock, con su sex and drugs, no los ha llevado a la cima como a sus ídolos.
Doctor, gracias nuevamente por textos tan interesantes y emociones tan intensas. Esas maromas que da el estómago debieran ser olímpicas.
Ziggymoon