Anna y Paolo
Exactamente al día siguiente de mi regreso a Módena, estaba yo en el super cuando me encontré a Anna Bernardi y Paolo Silvestri, dos compañeros de la facultad que hacían una pareja muy atractiva. Ella era alta y pálida, tenía un rostro romántico pero los pies bien pegados al suelo. Él, alegre, amistoso, bien parecido, a todos les caía bien. Estaban comprando un salero. Me les acerqué, entablamos conversación, salimos juntos e iniciamos una larga amistad.
Anna y Paolo eran miembros del PDUP, al que llegaron por la vertiente de Il Manifesto. Los dos habían sido formados en el catolicismo –el de Paolo había sido algo extremo- y desconfiaban, como nosotros en aquel entonces, de la estrategia del compromiso histórico con la Democracia Cristiana que manejaba el PCI.
Fiesta electoral
Poco después se llevaron a cabo elecciones locales en 15 de las 20 regiones italianas. Resultó algo sumamente novedoso para nosotros. En primer lugar, por la gran cantidad de propaganda variopinta que de inmediato inundó las calles. En segundo, por las escasas semanas que duraron las campañas. En tercero, porque la televisión –que veíamos en el bar de Lina y Arturo, a media cuadra de la casa- transmitía una cosa maravillosa: el programa de los partidos políticos, en el que cada formación explicaba en cinco minutos por qué había que votar por ellos. Nosotros estábamos acostumbrados a ver sólo propaganda tricolor, en campañas larguísimas, y a que en la tele sólo aparecieran el partido oficial y sus candidatos. Comunistas y socialistas en la pantalla, eso sí que era un evento.
En el edificio en el que vivíamos, seis de las familias eran de obreros comunistas convencidos. Los Borghesi votaban por la DC (eso suponían, errados, los obreros) y los Basso acababan de llegar del sur. El paterfamilias decía ser socialista, y todos los vecinos se la pasaron fregándolo para que votara por el PCI. “Mejor ser un buen democristiano, como Borghesi, que un mal socialista, como tú: los verdaderos socialistas votan por el PC”.
En la facultad, la discusión era si votar por los comunistas o por el PDUP –que en Emilia Romagna se presentaba solo, pero en otras regiones aliado a otros grupos de extrema izquierda, en la coalición Democracia Proletaria-. Lo que tenían en común estos grupos eran la crítica tanto al modelo soviético como al reformismo del PCI y la existencia de elementos que hoy llamaríamos postmodernos: feminismo, ecologismo, liberalización de las drogas ligeras y pacifismo (faltaba poco, pero todavía no pegaba el movimiento de liberación homosexual).
Los compañeros del PCI veían con cierto desprecio a los grupettari y se dedicaban más bien a la competencia entre barrios de la ciudad para ver cuál de ellos daría un mayor porcentaje al Gran Partido. El puesto de honor se lo peleaban San Dámaso, Madonnina y nuestro Modena Est.
La tarde de la elección (en Italia se vota domingo y mitad del lunes) cientos de personas nos congregamos en Plaza Grande a ver los cartelones en los que se iban escribiendo los resultados conforme iban llegando. Otra agradable sorpresa para nosotros, acostumbrados a medio conocer los datos una semana después de la elección. En un gran cartel, los de la ciudad y la región. En otro, los de cada comuna de la provincia. En un tercero, los de las otras regiones del país. La gente, calculadora en mano, hacía cuentas de cuántos miembros del Consejo tocaban a cada partido (las elecciones eran todas de representación proporcional, con resto mayor). Una bellísima fiesta democrática, en la que la mayoría vitoreaba los datos, que caían con una velocidad que me pareció inusitada.
En Módena, por supuesto, el Gran Partido obtuvo la mayoría absoluta (y Modena Est, con su 68% le ganó a los otros barrios); en la región, el PCI obtuvo mayoría absoluta, con 26 de 50 consejeros. No sólo eso. El partido se había consolidado de tal forma que agregaba dos regiones rojas: Liguria (Génova) y Umbria (Perugia) se unían a Emilia-Romagna y Toscana para formar el “cinturón rojo” italiano, governado por coaliciones de izquierda. En otra región, las Marcas (Ancona), se había generado un empate.
Los del PDUP también estaban contentos, porque habían logrado, con su porcentaje raquítico, meter consejeros en casi todas las regiones en las que se habían presentado. Cuando ya era de noche, hubo discursos y baile. Quedé enamorado de las elecciones.
Ese enamoramiento se hizo más grande con la lectura de los diarios y las revistas en los días subsiguientes. Había en ellas un análisis numérico minucioso, con las consiguientes conclusiones sociales y políticas. “Yo quiero hacer esto”, me dije, encandilado como soy de los números, la observación razonada y la política.
El anorak de Guccini
En aquellos días estalló la enésima huelga de la Maserati en Módena. Fuimos varios cuates de la facultad a un concierto de solidaridad con los obreros, en pleno patio de la fábrica ocupada. A mí me gustó en particular un cantautor veneto, que nunca llegó a famoso, llamado Gualterio Bertelli. Tenía una canción tremenda sobre las condiciones de trabajo en una fábrica, llamada Cloruro di vinilo: “en esta fábrica se respira el cloruro/ el cloruro de vinil no ahorra a nadie”. Pero el que prendió a las masas fue Francesco Guccini, famoso compositor modenés, sobre todo cuando tocó La locomotiva, la historia de un anarquista que se lanzó contra un tren, y que daba muy bien la imagen de aquellos obreros que se enfrentaban al patrón en una situación de desventaja.
Con los años, La locomotiva ha perdido su antiguo significado, al grado que se cuenta que Umberto Bosi, el líder de la fascistoide Lega Nord, pidió que se cantara en una fiesta del partido.
Tampoco Guccini es el de antes. Ahora es un señor, como la mayoría de quienes lo escuchábamos entonces. Declaró recientemente que usaba el anorak –la prenda favorita de la ultraizquierda- porque era muy friolento. Lo portó incluso en el tibio final de aquella primavera, frente a los obreros de la Maserati.
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