La vittoria del Vietnam illumina il Primo Maggio
El primero de mayo de 1975 la portada de la edición extraodinaria de L’Unità tenía como titular: “La vittoria del Vietnam illumina il Primo Maggio”. El gobierno títere de Saigón había capitulado y lo que quedaba del ejército estadounidense había salido del país. Recorté la cabeza y la pegué en un espacio blanco en la parte inferior del afiche.
En las calles rojas de Módena se respiraba un ambiente de doble fiesta. En la sede del Pdup ondeaban banderas del Vietcong. Casi 21 años habían pasado de la batalla de Dien Bien Phu y, así como se habían largado los franceses, el heroico pueblo vietnamita había corrido a los gringos.
“Los yanquis tienen morteros, tienen bombas y fusiles, y generales por miles, pero no tienen corazones. Los vietnamitas son chiquititos, sí, pero con unos corazones, así de grandes así, así de grandes, así”.
Luego del mitin –que me pareció magnífico, sobre todo porque –a diferencia de México- los obreros no le daban las gracias al Señor Presidente, tomamos el tren a Perugia. En casa de Carlos hubo fiesta. Y al día siguiente, en casa de Topino Castrilli, nos solazamos viendo por televisión las imágenes de la caótica huida. Hay una escena que se me quedó pegada en la mente. Está tomada desde un barco militar de Estados Unidos. En él, los conscriptos también festejan el fin de esa guerra de pesadilla. Hay un grupo de rock, formado por soldados sin camisa, que toca Jumpin’ Jack Flash. La cámara voltea hacia el mar. En una barca, un sacerdote vietnamita y una docena de personas elevan las manos, implorando, para que les permitan subir a la nave. Aparece, entre risotadas, el dedo medio de Topino:
-Prete di merda! –exclama con una sonrisa, mientras le mete el dedo a la imagen catódica.
Bye Bye Janette
El día anterior a su partida, fuimos a Roma. Nos quedamos en una pensión triste. Hicimos el amor por última vez y a la mañana siguiente la fui a dejar al aeropuerto. Regresé a la pensión y lloré por horas.
Luego tomé el tren de regreso, una corrida extraña Roma-Parma, en un vagón desclasado de primera (amplios asientos de terciopelo raído). Durante ese viaje sentí una sensación de liviandad. ¿Era acaso porque me sentía vacío? En realidad me había vaciado por el llanto: era porque me sentía ligero.
1 comentario:
La vida, la historia, las sorpresas. Tanto compartido a través de la red. Del otro lado del monitor, la sonrisa, la satisfacción y el agradecimiento por tanto que nos das de tí mismo y de ese mundo tan lejano, tan cercano.
Ziggymoon
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