La película de Batman, el Caballero de la Noche es más profunda que un comic y sin embargo es un comic. Es una visión pesimista de la sociedad y sin embargo es entretenida y a ratos divertida. Es perturbadora, pero perspicaz. Es un filme logrado.
Hay varias cosas que me gustaron mucho de la película. En primer lugar, que todos los personajes principales están locos. Tanto el bajo mundo como la fuerza pública están en manos de lunáticos. Y el supuesto representante máximo de la “paz y el orden” también está demente. Y si bien El Guasón es el Caos encarnado, la única diferencia sustancial es que las autoridades son capaces de presentarse en público como personajes razonables. La máscara de Batman se cae: Bruce Wayne (o Bruno Díaz) está tan obsesionado y desquiciado como los villanos que combate: los necesita para mantener vivo a su alter ego (que al final importa más que la propia persona).
“¿Algún ex novio sicótico del que me tenga que cuidar?” pregunta Harvey Dent.
“Usted no tiene ni idea”, le responde Alfred, que sabe demasiado.
El mismo Harvey Dent, el intachable campeón de la ley y el orden, tiene claros rasgos esquizofrénicos, desde el principio. “La locura, como saben, es como la gravedad. Todo lo que se necesita es un empujoncito”, dice El Guasón, y tiene razón. Las debilidades de la sociedad han crecido, debido a la influencia maligna de los vigilantes. Con máscara o sin ella. Mientras juegan con la posibilidad del fascismo (debatiendo, por ejemplo, acerca de la necesidad de un dictador que libere del caos, un nuevo César), los “héroes” no se dan cuenta de lo mucho que han contribuido a la pasividad ciudadana y a la alineación general. Nadie sale indemne.
La sociedad de Ciudad Gótica ha cedido la iniciativa. La tienen los criminales, la tienen la procuraduría y la policía, la tiene Batman. Sus reacciones son viscerales, inmediatas y contradictorias. Quieren paz y tienen todo menos eso. Roma quiere al César de regreso. No importa si está loco (de hecho, sólo un demente puede proponerse como César).
Hay acción devastadora, fascinantes cambios de rumbo en el guión y bastante humor. En primer lugar, el humor ácido y insensatamente genial de El Guasón, ahora no sólo fanático del engaño, sino también de la teoría de juegos. Pero no sólo eso: la policía de Ciudad Gótica es torpe y corrupta a niveles caricaturescos, los matones del villano son suicidamente estúpidos, los mafiosos son todos étnicos (rusos, italianos, negros), y el cinismo político es tan cómico (“No sabemos cómo regresó Lau a Ciudad Gótica”, dicen cuando lo secuestraron espectacularmente de Hong Kong) como la ingenuidad de la gente. Un golpe maestro es la existencia –predecible, sí- de múltiples imitadores de Batman: el maravilloso mundo de los wannabes.
La película sería perfecta de no ser por un par de detalles. Demasiadas lagunas en el guión –hay que darle cuerda a la imaginación para llenarlas con posibles explicaciones- y un miscast en medio de buenas actuaciones. ¿Es Maggie Gyllenhaal el tipo de mujer por el que morirían tanto Batman/Wayne como Dent? Christian Bale es un buen Batman, pero deja mucho que desear como sofisticado millonario. Y si el resto de las actuaciones es de primer orden, la de Heath Ledger como El Guasón es extraordinaria, pesadillescamente inolvidable.
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