jueves, abril 03, 2008

Glorias olímpicas: Greg Louganis


En su película “Olympia”, Reni Riefenstahl hace un trabajo impecable comparando a los clavadistas con las aves. Utilizó la cámara lenta para enfatizar la idea. Si ha habido alguno con esa gracia natural, es Greg Louganis. Por eso, en muchos de sus saltos, parece que el tiempo se detiene.
Habrá sido porque desde muy pequeño practicó danza clásica, pero el estadounidense tenía una capacidad innata para expresarse elegantemente desde la plataforma y el trampolín. “Era una especie de bailarín, como Nureyev y Barishnikov”, dijo Ron O’Brien, su segundo entrenador (empezó con el mítico Sammy Lee).
Tras una infancia y adolescencia difíciles –adoptado, maltratado, diferente-, Louganis encontró refugio en el deporte. Y muy pronto destacó. A los 16 años, en los juegos de Montreal 1976, obtuvo medalla de plata en la plataforma, superado sólo por el gran Klaus Dibiasi. Campeón mundial, y favorito, no asistió a Moscú 80 por el estúpido e inútil boicot de Jimmy Carter. En 1982 obtuvo calificación perfecta en los mundiales. En los juegos de Los Ángeles ganó con facilidad a otro grande, Tan Liangde, y se llevó sendos oros.
En esos años, Louganis conoció y se hizo amante de Jim B., un tipo que utilizó al clavadista en busca de dinero. A principios de 1988, Jim B. enfermó de Sida y Greg descubrió que era seropositivo. Decidió no hacerlo público y siguió entrenando.
En Seúl, durante las eliminatorias del trampolín de tres metros, Louganis efectuó un salto mortal con dos y media vueltas en el que no se alzó lo suficiente y, al ir bajando, impactó su nuca en el trampolín. Cayó descompuesto y la alberca se tiñó de rojo. Años después contaría que, más que el dolor, en su mente se debatían la vergüenza por el clavado fallido y el miedo a confesar su condición. Mantuvo el silencio, le cosieron la cabeza y continuó la competencia. Clasificó en cuarto lugar a la final. En ella, fue remontando posiciones y se llevó otro oro. Una semana después, en duelo con otro chino, Xion Ni, tuvo que lanzar un clavado casi perfecto –la última vez que se tiraba en su carrera- para completar su segundo doblete olímpico. Hubieran sido tres dobletes de no ser por el boicot a Moscú.
Seis años más tarde, Louganis haría pública su condición de homosexual y seropositivo (y se comentaría que las probabilidades de que algún otro competidor se hubiera contagiado eran inferiores a una en un millón). Pública había sido, desde antes, su condición de gloria olímpica, como el clavadista que supo desafiar las leyes de la gravedad, el más grande de todos los tiempos.

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