viernes, octubre 05, 2007

Biopics: De gira con Echeverría V

Poco después de que Flores nos hiciera la Gran Revelación, Eduardo y Jorge le contaron la situación especial en la que estaba Carreto. Más tarde, llegaron a nuestra mesa tres muchachos que estudiaban en Roma. Uno, economía, es del Opus Dei; otro, estadística y también tiene cara de sacerdote, pero mejor onda; el tercero, cinematografía, y se queja del “carovita”. Del lounge del hotel sale un obispo gordo y enjoyado y se mete a una limosina. Parece una imagen de Fellini-Roma.
Protocolo exoneró a los estudiantes de la fiesta con smoking con el presidente Leone. La comida a la que nosotros fuimos la daba un tercer secretario de Protocolo y era en una de las trattorías más populares de Roma. Asistieron también Flores y sus dos colaboradores más cercanos, Alfonso Solares y Rodulfo Figueroa. Me la pasé hablando con un barboncito (chistes tontos y mi versión de Italia según D’Amicis). El tercer secretario, putísimo, a instancias de Flores se echó un brindis para cubrir formalidades. Nombramos a Castañares representante de los estudiantes para que lo contestara. El bueno de Casta, como me lo temía, habló como diez minutos de la Carta de los Deberes y Derechos de las Naciones y de Nuestro Señor Presidente y de Nuestro Señor Secretario de Relaciones Exteriores.

En llegandito al hotel, varios de nosotros fuimos al Hotel Flora, donde estaba el centro de prensa, para hablar a México. Ahí me quedé platicando con Julio Figueroa, quien me enseñó una Carta Abierta al Mundo que acababa de escribir. En ella planteaba “científicamente” la Única Posibilidad de Constituir una Relación de Amor Chingona, como el mecanismo para acabar con el “dominio de la no-vida” y con “la negación de todo humanismo”. Julio es un tipazo, pero es carne de anarquismo. Vive en la amargura soñando con el Nirvana, concluí.


El primer acto del día siguiente fue en Piazza Venezia, un homenaje a los caídos, en el que estuvimos de puro mirón. El segundo era al otro lado de Roma, un homenaje a Benito Juárez en la plaza del mismo nombre. El tráfico nos atrapó y antes de que llegáramos, ya estaba Echeverría de regreso.
De ahí, al Vaticano. Días antes nos habían preguntado si queríamos ir, y yo dije que no, suponiendo que era lo políticamente correcto. Cuando me enteré de que el único otro que no iba era Lázaro Rubio Félix, pedí que siempre sí me dieran mi tarjeta de visita.
En la Santa Sede, estuvimos paradotes más de una hora en un cuarto vigilado por Guardias Suizos, mientras en la sala adjunta conversaban Echeverría y el Papa. Las conversaciones nuestras se desviaban hacia las pinturas que adornaban el techo, los querubes con las nalguitas y pititos castamente cubiertos, la Virtud, en cambio, ofrecía de beber leche a seno descubierto. A cada rato pasaba un obispo gordo (o cardenal) y los guardias se encuadraban militarmente y presentaban sus hachas, haciendo un ruidero. El Medioevo.
Los militares, divididos entre religiosos y ateos, se molestaban entre sí. Descubrí a Martínez Lambarry, un tipo ultrapopis del Patria, a quien saludé nomás por fregarlo. Echeverría los había invitado a él y a su mamá a ver al Papa
(su padre tuvo algo que ver en el acercamiento entre México y el Vaticano), e hicieron el viaje a Roma ex profeso. Se llevó la sorpresa al vernos a Mapes y a mí en la gira.
De ese cuarto nos pasaron a otro, también lleno de pinturas, pero con asientos. La Comitiva Especial de un lado; el Grupo de Trabajo, tripulación y prensa, del otro. Me tocó entre Carreto y Celestino Salcedo. Fui a preguntarle no sé que cosa a Pablo y me quedé un minuto platicando con los Echeverría. Volteo y miro a Lambarry verde de envidia. Jorge Carreto también lo notó y dijo: “es la gente que no se fija en personas, sino en investiduras”.
Nos regalaron medallas benditas, y nos aseguraron que daban indulgencias. Consuelo tuvo un altercado con Hernando Pacheco y se cambió de asiento con Carreto. Minutos después aparecieron Echeverría y los miembros distinguidos de la comitiva. Poco después, Paulo VI, vestido de blanco.
El Papa leyó en español los acuerdos a los que llegó con nuestro Presidente. Acto seguido, fue a saludar de mano a los Echeverría. Después abrió los brazos y empezó a caminar por el corredor. Parecía flotar, quería mirar con dulzura y pus no. Cristo caminó con los pies sobre la tierra y trabajó de carpintero y sudó y corrió.
Al regresar, Giovanni Montini da su mano a besar a los afortunados a los que les tocó asiento contiguo al corredor. Las azafatas y muchos periodistas le besan el anillo. La suerte en nuestra fila correspondió a Castañares, quien, sonrojado, simplemente aprieta un instante su mano contra la del Pontífice y la retira. Comentario de Consuelo: “Qué asco”.
Se retiran Paulo y Luis, tras ellos la Comitiva Oficial, los Echeverrítos y la Comitiva Especial. No, la Comitiva Especial no: guardias suizos dan un portazo en plena cara de Celestino Salcedo, quien cae sobre el Doctor Flores. Celestino echa humo campesino, casi mienta madres. Consuelo echa pestes todo el tiempo: “No debí de haber venido”. Le digo que valió la pena pero ella sigue enojadísima.
En el camión, el chofer dice: “Da bambino ero un piccolo fascista. Di grande, un grande comunista”. Y Consuelo me aconseja: “No comentes sobre el Papa, nos pueden oir”.


Del Vaticano, la comitiva volvió a dividirse. A los jóvenes nos llevó el agregado cultural Sánchez Mayans al restaurante Alfredo, famoso por los fettuccini. Y de ahí, a la sede de la FAO, donde Echeverría iba a hablar. Allí nos encontramos a algunos de nuestros conocidos del día anterior y nos sentamos en un lugar reservado “para los estudiantes mexicanos”.
Estaban presentes todas las delegaciones menos cuatro: España, Portugal, Chile y Estados Unidos. Dos naciones con las que no teníamos relaciones diplomáticas, otra que tenía régimen fascista y los vecinos del norte, que le aplicaban la ley del hielo a la retórica tercermundista de Echeverría.
El discurso del Presidente aquel día, titulado “Cooperación o caos”, la verdad estuvo bastante bueno. Planteó que el problema del hambre no era de cada país, sino de toda la humanidad y que, por lo tanto, la ONU tenía que trabajar en él: una propuesta multilateralista que en esos años era realmente innovadora. Un discurso valiente y anti-imperialista, muy de Echeverría, pero que cometió el tremendo error de nombrar como genio a Josué de Castro, un demencial economista brasileño.
Cuando el discurso estaba por terminar, un militar nos hizo señal a “los 5” para ir adonde él apenas terminado el evento. Carreto, nerviosísimo, esperaba el momento para plantear su petición. “Díle que somos un grupo de trabajo”, aconsejé.
En un apartado, los militares nos hicieron firmar un recibo y nos dieron a cada uno 750 dólares en efectivo (3 meses de beca). El dinero salió de un maletín repleto de fajos de billetes verdes que tenía hasta arriba una pistolota así de grande. Hablamos un rato con Gortárez, el casi legendario Hombre del Maletín. Nos cuenta que duerme con el maletín, que siempre trae esposado, bajo la almohada. Siempre sueña que se lo roban y se despierta. O que él se lo roba, y lo persiguen. “Es que tengo una responsabilidad muy grande”. Luego de cada gira, vuelve a cada país a pagar cuentas y deshacer entuertos.
Nos llamó Edmundo Flores y fuimos hacia el Presidente. Echeverría, con más enjundia y ganas de hacer las cosas que conocimiento de causa, nos reveló que México se había convertido en un importador neto de alimentos y que era necesario revertir la situación.
-Señor General, ¿ya les dio las becas a los muchachos?
-Sí Señor Presidente. 750 dólares a cada uno, tres meses de beca.
-Señor Presidente, Señor Presidente… -interrumpe Jorge Carreto- yo…
-Mire Señor Presidente –interviene el Doctor Flores- ya que son cinco los becarios, ¿no podrían ser seis? Este joven tiene muchas ganas…
-Sí, sí, cómo no. (A Carreto): Si yo creía que usted venía con beca.
(Carreto nerviosonriente): Es que somos un grupo de trabajo que…
Echeverría: Doctor Flores ¿Cómo con cuanto vive un estudiante promedio en Italia?
Flores se voltea al grupo donde están los estudiantes mexicanos que viven en Roma y le hace la pregunta al del Opus Dei, quien responde que 90 mil liras mensuales.
Echeverría: ¿Y cuánto es eso… en dólares?
Flores: Como 150 dólares.
Echeverría- Pues vamos a darles el doble a los muchachos, para que no tengan problemas y 500 dólares para que se instalen. General Castañeda: 650 dólares a cada uno y 1400 a éste, que también se queda.
Castañeda llama a Gortárez y le da los pellizcos al maletín de los dólares. Mientras reparte el dinero pregunta: -¿Entonces el joven ya no va a Austria y Yugoslavia?
-Claro que sí –responde Echeverría- ¿Quieren ir, muchachos?
-Sí, cómo no (a coro)
-Perfecto. ¿Y usted Doctor Flores?
Flores: -Aquí tengo listo mi pasaporte (lo saca y lo entrega a Castañeda, quien se ve que no le gustan mucho esas cosas).


Durante toda nuestra estancia en Italia recordamos con rencor al estudiante del Opus Dei que dijo que se podía vivir con 90 mil liras al mes. El chavo prángana promedio requería de 150 mil. Por lo demás, esa fue la única vez que nos dieron 300 dólares mensuales. A partir de ahí, la beca bajó a 240 dólares (o más precisamente, a 3 mil devaluables pesos mexicanos). De los retrasos se hablará mucho después, porque en el momento éramos ricos.

La leyenda del Hombre del Maletín dice que, efectivamente, un día Gortárez cumplió su pesadilla y huyó con el tesoro a Nueva York, que el EMP y la Interpol lo persiguieron, pero que él se hizo ojo de hormiga para siempre. Me gustaría creerla, pero no la creo.

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