martes, octubre 02, 2007

Biopics: De gira con Echeverría III

Nos despiertan para ir en tour a visitar Bechtesgarten, un pueblo típico del lado alemán de la frontera. Fuimos por una carretera angosta, con montañas nevadas a los lados, pinos blancos por la nieve, grandes riscos. Ríos toma que toma fotos con la Instamatic (supongo que para cumplir con su tarea de informar a De la Vega). Una de las cosas más importantes del tour era divisar el famoso “Refugio de las Águilas”, de la Segunda Guerra Mundial, con sus túneles y cuarteles en ruinas. El General Castañeda se veía feliz, e imponente, mientras caminaba por la nieve enfundado en su hermoso uniforme, rodeado de sus subalternos. En eso, los oficiales del Estado Mayor se pusieron a jugar guerras de bolas de nieve, tal vez pensando que así empezó Napoleón cuando estaba en el colegio militar. La pobre ruquis estaba sin saber qué hacer, jamás había servido de guía a un grupo tan mal comportado. –“Mister General, Mister General, come back!”, decía.
De regreso a Bechtesgarten, un pueblo hermoso, muy turístico y con una vista escalofriante, tuvimos media hora libre, en la que paseé con Carreto y con Pablo Echeverría. Mapes, en tanto, se echaba un café con Alejo y con Jorge Orvañanos, presidente de la Coparmex, quien se echó un rollo sentimental, del que sólo alcancé a oir el final: “nosotros ya hemos hecho por México todo lo que estuvo de nuestra parte… ahora es el tiempo de las nuevas generaciones: jóvenes, tienen que prepararse…”
De nuevo en Salzburgo, comí con Consuelo y dos personas de la embajada. Me impresionó una señora, tercera secretaria o algo así, quien acaparó la conversación y llegó a decir que los alemanes estaban mejor con Hitler que “con los rusos” y que odiaba a Alemania Oriental “sobre todo porque les falta elegancia”.
Más tarde corrió el rumor de que Carlos Sansores Pérez, presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados, iba a comprarles ropa a los jóvenes que quisieran. Y sí, ahí estaban junto a él Femito, Desentis –de la Facultad de Derecho-, Fidel Herrera, y Medina Araujo –de la Confederación de Jóvenes de México-, apuntadazos al shopping.
Yo salí a dar una vuelta con Consuelo, y al famoso Café Mozart. En el camino nos encontramos a un montón de gente de la comitiva y a periodistas mexicanos, dedicados en cuerpo y alma a las compras. En aquella época, las importaciones de bienes de consumo estaban muy controladas y la fayuca era lo máximo.
(Ahora, una anécdota para la historia, que me contaron los cuates, y que sucedió mientras yo estaba con Consuelo:
Castañares, Eduardo, Mártir y Carreto fueron a tomar un café. Castañares es muy pastelero y se comió como medio kilo. Se sintió mal y dijo que iba a salir a la calle a devolver. Sale, y en ese momento pasa el Presidente. Echeverría lo reconoce y le dice que vaya con él y Casta –sin hablar de tanto pastel que se le atoraba en la garganta- va por los cuates.
Visitaron la casa de Mozart, donde había un viejito tocando el piano. El Presidente le pregunta “si le gustaría visitar México”, el señor dice que sí.
-Pues yo lo invito.
Y lo invitó. El pianista se unió a la comitiva en su paso por Viena.
Cuando Echeverría salió de la Casa de Mozart, lo esperaban coches y policías, pero dejó a los de seguridad con la boca abierta, cuando se fue caminando a tomarse un café, con el General Castañeda, Porfirio Muñoz Ledo, Rabasa… y los cuates.
Se sientan y los guardias se ponen en la puerta del café. Echeverría los manda quitar, “que entre quien quiera”. El General, acostumbrado a dar órdenes, ordena pastel con café para todos, pero leche para el Señor Presidente. Y Castañares tiene que echarse otra pieza, aunque ya no le cupiera nada. Carreto aprovecha para hablar de un tío suyo, que fue vecino de Echeverría en su juventud, pero Castañares, chismoso, vocifera contra el hecho de que toda la comitiva ande de compras: “Hasta Faesler, el del IMCE, está lleno de bolsas”. Echeverría responde: “Bueno, van de compras los que tienen dinero.)

Y, hablando de compras, a nuestro regreso al hotel, vimos regresar a los jóvenes líderes con cámaras de cine, abrigos Pierre Cardin y monerías por el estilo. A Fidel Herrera lo esperan dos o tres paisanos suyos, en busca de favores. El Presidente está en la ciudad, pero un veracruzano siempre busca a otro veracruzano.
En la cena, estuvimos hablando de política mexicana –con tacto, pero sin perder la línea- con Celestino Salcedo, líder de la CNC, Lázaro Rubio Félix, del PPS, y Fidel Herrera. El único decente es Celestino, a Fidel no le creo ni los buenos días y Lázaro Rubio Félix es un pobre diablo.


La Gira Oficial comenzaba el 6 de febrero. Nos levantaron temprano y nos metieron, todos soñolientos, a un camión que nos llevaría a Munich. Yo estaba sentado junto a Eduardo, que dormitaba; a mi derecha, parados, Rodolfo Echeverría, Vicente Villamar y don Víctor L. Urquidi, único miembro mexicano del nefelómano Club de Roma. Hablaban sobre “la proyección a nivel mundial” de las pláticas de Salzburgo, delante de ellos platicaban dos líderes empresariales, uno calvo y bajito; el otro alto, bigotón y distinguiducho. He aquí lo que escuché:
Rodolfo: ¿Señor Urquidi, hasta qué punto cree usted que sea válido el Club de Roma para auspiciar este tipo de eventos, digo, hasta qué punto fue importante la reunión?
Urquidi:
Bueno, desde mi punto de vista la reunión fue muy benéfica, aunque no se haya llegado a ningún acuerdo concreto. Fíjate que fueron varios jefes de estados medianos a discutir. Verdaderamente estamos satisfechos.
Empresario calvo (al bigotón): Muy, muy buena que está la chamaquita.
Villamar: Yo digo que lo que salvó la reunión fue que el Señor Presidente sacara a discusión la Carta de los Deberes y Derechos Económicos de las Naciones, digo, claro, salvación a nivel de grilla.
Urquidi (paternalista): Fue lo más importante de la reunión, sin duda. La posición de Nuestro Señor Presidente. Lástima que siempre anduvo boicoteándolo, con ganas de terminar, el señor Trudeau.
Villamar: ¿Cuál era la posición de Trudeau?
Empresario calvo: Salgo de la fábrica y voy a las oficinas de la Confederación, mando entonces mis guaruras a comer, entonces agarro el coche y me voy con ella/
Urquidi: Ninguna. Nomás quería que se acabara rápido. El señor primer ministro de Canadá vino a Europa a cazar y eso es lo que va a hacer ahorita.
Rodolfo: ¿Y personalmente cómo le cae Trudeau?
Empresario calvo: Tiene 21, ya llevo tres años con ella, tenía 18, sí, una chamaquita y uno que es gato viejo/
Urquidi: La verdad que es un tipo antipático, ya lo presentía yo,
Empresario bigotón. Le has de pasar una lana.
Urquidi: Pero estoy seguro de que fue un éxito.
Empresario calvo: No. Bueno, sólo 500 dólares para que compre alguna ropa. Y su depto, bueno, es mío.

De Munich tomamos el avión a Bonn, donde nos recibió una pertinaz lluvia. En el Hotel Steigenberger me tocó un cuarto estupendo, con excusado forrado de cuero.
Lo siguiente fue un almuerzo que ofrecía el ministerio alemán de relaciones exteriores y de inmediato se vio que la gira oficial era otro pedo. Apenas llegamos, arribaban por todos lados meseros con copas de champagne, cognac, jugo de frutas, cigarros. Se nos hizo parar en semicírculo y cada uno saludó al ministro Walter Scheel.
Me tocó sentarme junto a un director de prensa de la Presidencia alemana, quien me hizo una serie de preguntas sobre México que pretendí contestar con corrección. Recuerdo que le dije que uno de los problemas de la comunicación era que el 80 por ciento de la audiencia de televisión era para una sola empresa privada. Enfrente de nosotros, vacío, estaba el asiento que correspondía a Vicente Villamar.
Los brindis fueron interesantes: por lo acertado de Scheel, quien dijo que era bueno tomar vino en invierno porque tiene el sabor del verano, y utilizó eso para saltar a la calidez que debe de haber en las relaciones entre los dos países; y por lo mediocre de Rabasa, quien habló “de la política revolucionaria de Nuestro Señor Presidente, apoyado por todo México, por la juventud…”
A medio café, nos apura el Capitán Salinas para que tomemos un camión que recorrerá tres cuadras, hasta el parque en el que el Presidente depositará una ofrenda floral en la tumba al soldado desconocido. Nuestra función consiste en hacer bola.
Se hace un silencio. Racatacataca de los tambores. Por primera vez siento suspenso y emoción. Echeverría, adelante, porta la corona. Atrás, Sansores Pérez (Diputados), Euquerio Guerrero (Suprema Corte) y Olivares Santana (Senadores); poco más atrás, los representantes de los tres partidos minoritarios… ¡No! Se coló Fidel Herrera, quien no tenía vela en el entierro, y ahora son los representantes de los cuatro partidos, Herrera Beltrán por el PRI. Se ve chistoso con greña y abrigo claro entre tanto viejo serio.
De ahí vamos a la alcaldía de Bonn y escuchamos a Echeverría y al alcalde hablar de Beethoven, de Humboldt y de la hermandad. (Es de notar que los alemanes ponen tanto énfasis en la unidad europea como los mexicanos en la Carta de Deberes y Derechos… como quien dice, ellos van al largo plazo y nosotros con el Señor Presidente),

No recuerdo cuál era el siguiente evento programado, pero sí que nos pelamos de la comitiva y nos dimos una vueltecita por Bonn, una ciudad chula, que los hermanos Echeverría gritaban como reos recién liberados y que Pablo le echaba los canes a Consuelo, quien no se hacía la remolona.
En eso, Castañares se detiene, eructa y pronuncia una frase célebre:
-Je je. Siempre que como faisán, eructo.
En la noche íbamos a otra cena, y yo estaba cansadísimo. Mientras esperábamos al camión ensayé el Método Celestino Salcedo para dormir, que me habían enseñado el día anterior. Consiste en poner índice y cordial sobre la frente, el pulgar en el pómulo y el meñique y el anular, doblados, tapando un ojo. Parece que estás meditando profundamente, pero te puedes echar una buena siesta. Funciona.
En la cena, me tocó sentarme entre Villamar y un periodista alemán. Villamar me comentó que estaba encabronadísimo por lo que le armaron los militares. No había asistido a la comida porque su esposa fue a visitarlo desde París y los del EMP lo cacharon “metiendo viejas al hotel” y le dijeron que, por instrucciones del General Castañeda, iban a correr a la mujer del hotel. Él les dijo que si la corrían, él se salía de la gira, entonces los milicos se echaron para atrás. Luego habló con el General, quien dijo que ni sabía, que había sido onda de los oficiales.
Al periodista que estaba junto a mí, Femito, que estaba enfrente, lo tenía aturdido con preguntas del tipo “Oiga, ¿cuántos habitantes tiene Bonn? Oiga ¿y cuántas provincias tiene Alemania? Oiga, ¿y cuántos partidos hay? Oiga, ¿y cuántos votos tuvo cada uno?”.
No pudimos acabar el café porque teníamos que salir hechos la mocha a casa del presidente Heinemann. Se me perdió el papelito del guardarropa y el Capitán Salinas hecho una furia y yo más nervioso busque y busque el maldito papel en las innumerables bolsas del saco y el Capitán Salinas “con una chingada” y yo, tímido, “qué quiere, soy retedesorganizado”. Total, me dieron el abrigo sin papelito y encontré el ticket en Yugoslavia.
En el camión, Mártir y Fidel Herrera estaban haciendo burla de Ochoa y sus cuates.
Mártir: Oye Femito, ¿y cuánta gente agrupa tu organización?
Fidel: A cuatro. A tres que están aquí y a las bases.
Luego Medina Araujo, con su cara de toro: Nuestra organización es la verdaderamente revolucionaria.
Mártir (a Medina): ¿A poco tienen campesinos y obreros de verdad?
Fidel: ¿Femitos o feminoides?
Femito: Ya deja de jugar Fidel.
Fidel: Famositos, Futos.
Femito: Vas a ver, te vamos a poner toda nuestra organización en tu contra nomás regresemos a México.
Fidel: Y mi papá le gana al tuyo.

En la mansión de Heinemann nos hicieron pasar en fila a saludarlo. Echeverría nos iba presentando: a Ochoa, como “un líder estudiantil muy progresista”. Echeverría no se sabía mi nombre, que repetí de lo más atolondrado. Nos pasaron a otro salón donde bebimos champagne y donde Porfirio insistió en coquetear con Consuelo. Me acerqué a Figueroa, quien estaba muy serio, con su cara de piedra.
-¿Cómo la ves? –le dije, para hacer conversación.
-Pura Mierda. Tienes que fijarte muy bien, manito, aprender aquí todo esto que ves, así sabrás mejor cómo darles bien en la madre a estos burgueses.
Ese rencor era lo que se escondía detrás del rostro hierático de Figueroa.

Llamaron a “los estudiantes” para que platicáramos un rato con Heinemann. Se forma la bola y el presidente alemán pregunta, como si no supiera: ¿Ustedes son los estudiantes?
Y Castañares, en su día inspirado:
-Sí, pero los estudiantes que estudian.
En el camión de regreso me dormí, pero no tan profundamente como para no darme cuenta de que Pablo Echeverría le había ganado una partida importante a Porfirio Muñoz Ledo.

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