El jueves 14 visitamos, temprano en la mañana, el Combinado Agroindustrial Beograd (PKB). Del grupo fuimos nada más Casta, Consuelo, Carreto y yo. En el PKB visitamos primeramente unos establos, con las vacas casi una encima de la otra. El guía explicó que el terreno era un pantano en 1945 y se necesitaron grandes cantidades de trabajo para llegar a hacer este Combinado. Consuelo y yo estábamos hasta el final del grupo y, cuando Echeverría se dio la vuelta –con el grupo de canchanchanes repitiendo el juego de lo que hace la mano hace la tras-, quedamos exactamente enfrente de su carota. Consuelo, convertida ya en echeverrista compulsiva, se adelanta y saluda de mano a Don Luis.
-Muy buenos días, señor Presidente.
-Señorita, tiene usted las manos muy frías, tome mis guantes por favor.
-Ay, señor Presidente –y se los pone con sonrisota.
Luego nos enseñan donde se envasa la leche y nos explican que el secreto del PKB es que todo el proceso productivo se realiza en un lugar pequeño, lo que acrecienta los rendimientos. Nos enseñan unas vacas de mentiritas, a las que cubren de hormonas para engañar a los sementales: hay un cuate dentro, con una bolsita recogiendo el semen del toro que se cree seductor. Castañares, de juego, hace una imitación de lo que haría el toro y se gana un “¡Qué enfermo estás!” de parte de Carreto.
Más tarde, en una mesa modesta, breves comentarios sobre el Combinado con líderes obreros. Se sirven juguitos. Edmundo Flores habla y dice que el PKB es un ejemplo de lo que son la inventiva y la resolución de los pueblos y bla bla bla.
En lo que unos fuimos a lo de la agroindustria, Eduardo, Mártir, Figueroa, Villamar, Desentis y Ochoa habían estado hablando, a petición propia, con “estudiantes normales” dela Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Belgrado. Todos nos reunimos a comer en el hotel, mientras el alcalde le entregaba a Echeverría las llaves de la ciudad.
Como de costumbre, antes de poder terminar, los del EMP nos apuraron a subir al camión para estar presentes en la siembra del Árbol dela Paz y, por primera vez, llegamos con mucha antelación.
El parque donde se sembraría el árbol estaba bastante gacho. Puro pasto pelón con cinco o seis arbolitos en fila. Enfrente de los árboles, una casita estilo tortería del parque deLa Milla , en Chapultepec, pero más pequeña. En ésta jugaban unos Pioneros Rojos, oséase boy scouts comunistas. Villamar comienza a hablar con ellos en su ruso rudimentario, parece que no se entienden muy bien.
Regreso al camión, donde están el chofer, dos tenientes del EMP, Adolfo Desentis y Eduardo (este último en brazos de Morfeo). Desentis y el Teniente Alvizu hablan del ’68.
Desentis: - ¿Y tú estabas ahí?
Alvizu: -Sí, ahí anduve. ¿Y tú?
Desentis: -Yo también, del lado de los estudiantes. Pero entonces yo era base, no líder como ahora.
Alvizu: -Qué hermoso ¿no? Cada uno vivir su juventud idealista, en bandos distintos y ahora estar juntos. Yo extraño un poco esos días ¿tú no? Como que todo se te hacía más claro.
Desentis: -Sí, claro (rísa nerviosa).
Alvizu: -Oye, en Tlatelolco no sentí que los estudiantes dispararan. ¿Dispararon ustedes?
Desentis: -No. Los que dispararon eran los del Batallón Olimpia. Eran policías, creo.
En eso que llega Echeverría, despierto a Eduardo, bajamos todos, plantan el árbol y salimos en la tele mexicana.
El Museo de Arte Contemporáneo está a 200 metros del Árbol dela Paz., pero nos llevan en camión. En cuanto a la pintura, fuera de los naifs que han hecho famosa a Yugoslavia no hay nada qué ver. Esta vez pude irme al mismo ritmo que el resto de la comitiva.
La cena que ofrecía Echeverría tuvo lugar en el hotel donde estábamos hospedados, propiedad de la cooperativa Metropol Kombinat (ahí entendí que el PKB tampoco era del Estado; que el rollo titoísta se centraba mucho en la propiedad social).
Recibiendo a los huéspedes, antes de las escaleras por las que se sube al comedor, están Echeverría y Tito. Llego, saludo con sonrisa de chavo, empiezo a subir las escaleras y pum, que me resbalo y doy el ranazo. Levanto la cabeza y noto que los dos presidentes han volteado hacia mí y mi desfiguro. Nunca me pude “poner a la altura de las circunstancias diplomáticas”.
La cena parecía boda de ricos, de tanto invitado. Me toca entre un funcionario del Banco de Yugoslavia y un periodista medio enano deLa Prensa , quien no dejó su puro ni para comer. Enfrente de nosotros, Mario Huacuja, quien entonces tenía un programa en la televisión.
Huacuja fue quien llevó la conversación con el funcionario yugo, quien nos explicó por qué había Marlboro y Coca-Cola en su país (pagan un porcentaje por el uso de la patente y la fórmula, pero los producen empresas sociales yugoslavas) o sus relaciones con Sears (que compraba productos de Yugoslavia pero no podía poner una tienda). Entre sorbo y sorbo de sopa de milpa, observo a Femito y al Doc Mapes intentando ligarse una hermosa invitada yugoslava.
Como dato curioso, cabe anotar que hicieron pasar un enorme sombrero charro de dulce. Todos tuvieron miedo de llegarle… hasta que pasó enfrente de Huacuja.
-Muy buenos días, señor Presidente.
-Señorita, tiene usted las manos muy frías, tome mis guantes por favor.
-Ay, señor Presidente –y se los pone con sonrisota.
Luego nos enseñan donde se envasa la leche y nos explican que el secreto del PKB es que todo el proceso productivo se realiza en un lugar pequeño, lo que acrecienta los rendimientos. Nos enseñan unas vacas de mentiritas, a las que cubren de hormonas para engañar a los sementales: hay un cuate dentro, con una bolsita recogiendo el semen del toro que se cree seductor. Castañares, de juego, hace una imitación de lo que haría el toro y se gana un “¡Qué enfermo estás!” de parte de Carreto.
Más tarde, en una mesa modesta, breves comentarios sobre el Combinado con líderes obreros. Se sirven juguitos. Edmundo Flores habla y dice que el PKB es un ejemplo de lo que son la inventiva y la resolución de los pueblos y bla bla bla.
En lo que unos fuimos a lo de la agroindustria, Eduardo, Mártir, Figueroa, Villamar, Desentis y Ochoa habían estado hablando, a petición propia, con “estudiantes normales” de
Como de costumbre, antes de poder terminar, los del EMP nos apuraron a subir al camión para estar presentes en la siembra del Árbol de
El parque donde se sembraría el árbol estaba bastante gacho. Puro pasto pelón con cinco o seis arbolitos en fila. Enfrente de los árboles, una casita estilo tortería del parque de
Regreso al camión, donde están el chofer, dos tenientes del EMP, Adolfo Desentis y Eduardo (este último en brazos de Morfeo). Desentis y el Teniente Alvizu hablan del ’68.
Desentis: - ¿Y tú estabas ahí?
Alvizu: -Sí, ahí anduve. ¿Y tú?
Desentis: -Yo también, del lado de los estudiantes. Pero entonces yo era base, no líder como ahora.
Alvizu: -Qué hermoso ¿no? Cada uno vivir su juventud idealista, en bandos distintos y ahora estar juntos. Yo extraño un poco esos días ¿tú no? Como que todo se te hacía más claro.
Desentis: -Sí, claro (rísa nerviosa).
Alvizu: -Oye, en Tlatelolco no sentí que los estudiantes dispararan. ¿Dispararon ustedes?
Desentis: -No. Los que dispararon eran los del Batallón Olimpia. Eran policías, creo.
En eso que llega Echeverría, despierto a Eduardo, bajamos todos, plantan el árbol y salimos en la tele mexicana.
El Museo de Arte Contemporáneo está a 200 metros del Árbol de
La cena que ofrecía Echeverría tuvo lugar en el hotel donde estábamos hospedados, propiedad de la cooperativa Metropol Kombinat (ahí entendí que el PKB tampoco era del Estado; que el rollo titoísta se centraba mucho en la propiedad social).
Recibiendo a los huéspedes, antes de las escaleras por las que se sube al comedor, están Echeverría y Tito. Llego, saludo con sonrisa de chavo, empiezo a subir las escaleras y pum, que me resbalo y doy el ranazo. Levanto la cabeza y noto que los dos presidentes han volteado hacia mí y mi desfiguro. Nunca me pude “poner a la altura de las circunstancias diplomáticas”.
La cena parecía boda de ricos, de tanto invitado. Me toca entre un funcionario del Banco de Yugoslavia y un periodista medio enano de
Huacuja fue quien llevó la conversación con el funcionario yugo, quien nos explicó por qué había Marlboro y Coca-Cola en su país (pagan un porcentaje por el uso de la patente y la fórmula, pero los producen empresas sociales yugoslavas) o sus relaciones con Sears (que compraba productos de Yugoslavia pero no podía poner una tienda). Entre sorbo y sorbo de sopa de milpa, observo a Femito y al Doc Mapes intentando ligarse una hermosa invitada yugoslava.
Como dato curioso, cabe anotar que hicieron pasar un enorme sombrero charro de dulce. Todos tuvieron miedo de llegarle… hasta que pasó enfrente de Huacuja.
Después de la comida, la comitiva fue a la casa de Tito, a ver la película Sutjeska, sobre la vida de este líder, con Richard Burton en el papel de Josip Broz.
La casa de Tito es muy grande, con amplios jardines, decorada al estilo turco, llena de tapetes –“bizantina”, la definió Jorge-. A mi occidental juicio, es una casa kitsch.
En una sala con muchas columnas pusieron la pantalla de cine. Yo iba a la cola y, aunque alcancé coca, no alcancé lugar, así que me senté en el suelo, como si fuera el cuarto de la tele. Empezó la película y me senté más adelante, entonces que veo las carotas de Echeverría y de Tito iluminadas por el film, me doy cuenta de que no es el cuarto de la tele y me planto en la segunda fila, al lado del General Castañeda, quien con una señita me manda una fila más atrás.
La película está en serbo-croata, con traductor simultáneo con acento eslavo. También está medio exagerada, pero no deja de ser emocionante. En un momento dado, partisanos y nazis suben una colina por cuestas diferentes, se encuentran en la cima y pelean cuerpo a cuerpo. En eso, un guarura yugoslavo me toca la espalda. Pienso: “este cabrón va a querer que me pare”, pero no, me dice amigable, orgulloso, en un inglés champurrado, apuntando al General Traductor que está junto a Echeverría: “¿Ves a ese hombre? Él era el comandante en esa batalla”.
En el medio tiempo, otro escolta me consigue un sofá y, aunque con riesgo de perecer de tortícolis, termino de ver la cinta. En los momentos culminantes, los guaruras eslavos no aguantan la emoción y se sientan en los respaldos de mi sofá para disfrutarlos más.
Qué raro, estaba yo rodeado por dos agentes de seguridad y no me sentía inseguro.
La casa de Tito es muy grande, con amplios jardines, decorada al estilo turco, llena de tapetes –“bizantina”, la definió Jorge-. A mi occidental juicio, es una casa kitsch.
En una sala con muchas columnas pusieron la pantalla de cine. Yo iba a la cola y, aunque alcancé coca, no alcancé lugar, así que me senté en el suelo, como si fuera el cuarto de la tele. Empezó la película y me senté más adelante, entonces que veo las carotas de Echeverría y de Tito iluminadas por el film, me doy cuenta de que no es el cuarto de la tele y me planto en la segunda fila, al lado del General Castañeda, quien con una señita me manda una fila más atrás.
La película está en serbo-croata, con traductor simultáneo con acento eslavo. También está medio exagerada, pero no deja de ser emocionante. En un momento dado, partisanos y nazis suben una colina por cuestas diferentes, se encuentran en la cima y pelean cuerpo a cuerpo. En eso, un guarura yugoslavo me toca la espalda. Pienso: “este cabrón va a querer que me pare”, pero no, me dice amigable, orgulloso, en un inglés champurrado, apuntando al General Traductor que está junto a Echeverría: “¿Ves a ese hombre? Él era el comandante en esa batalla”.
En el medio tiempo, otro escolta me consigue un sofá y, aunque con riesgo de perecer de tortícolis, termino de ver la cinta. En los momentos culminantes, los guaruras eslavos no aguantan la emoción y se sientan en los respaldos de mi sofá para disfrutarlos más.
Qué raro, estaba yo rodeado por dos agentes de seguridad y no me sentía inseguro.
La fábrica era bastante grande y algo oscura. Yo pensaba que el obrero construía esos tractores para el compañero campesino en un esfuerzo colectivo. Los yugoslavos, según me comentó días después mi amigo Branko, lo veían desde otro punto de vista: los obreros producen para sí mismos, productos que venden porque les importa que la fábrica, que es suya, obtenga ganancias.
El más emocionado de todos parecía ser Figueroa (¡Ahh, la clase obrera!). Después de observar el montaje de varias partes de los motores, llegamos a un amplio galerón, donde estaban congregados casi todos los trabajadores. Había gente hasta colgando del techo. Los obreros nos pedían nuestros gafetes y no dudé en dar el mío a uno de ellos. Figueroa se coló entre los trabajadores y en medio de la masa me saludó (de los cuates, el único que no regaló gafete fue Castañares).
De la tribuna habló el Presidente del Consejo de Fábrica, un ingeniero como de 40 años que fue en un tiempo obrero. Grilla y aplausos. Habla Echeverría y grandes aplausos. De repente se le ocurre a Don Güicho aventarse una lopezmateada –es decir, mandar al micrófono a uno que ni sospecha- y dijo: “y ahora, él no lo sabe, pero va a hablar con ustedes un joven estudiante, sentado aquí al frente”. Al frente estábamos Rodolfo, Eduardo, Nafinsito y yo. “Él les va a mandar un mensaje de la juventud mexicana. El joven Ramón Rodríguez, pase por favor”.
Nafinsito se puso translúcido y temblando se dirigió al podio. Su breve discurso abundó en elogios a
“Compañeros Obreros Yugoslavos:
Vengo desde México a portarles el saludo de los 3 millones de trabajadores mexicanos del Congreso del Trabajo (aplausos), que representan, con sus familias, a 11 millones de mexicanos (más aplausos”). México y Yugoslavia son países hermanos. Por tanto, con el presidente Tito y con el presidente Echeverría, ¡Arriba y Adelante!” (frenéticos aplausos).
Visto el éxito, Echeverría lanzó al ruedo a Celestino Salcedo, de
“En cada tractor que ustedes producen se juntan los corazones de los obreros yugoslavos con los corazones de los campesinos mexicanos” (aplausos hasta el aullido).
Días después comentábamos que en la capacidad de comunicación de masas radicaba una de las grandes diferencias entre el priísmo y la izquierda. “Arriba y Adelante” no significaba nada, pero daba la idea de progreso. Y coincidimos en que Celestino estuvo genial: cruzó océanos, clases sociales aliadas en un rollo sentimental que pegaba mucho más que cualquier explicación sobre la explotación capitalista.
A la salida de la fábrica, preguntaba Salustio: “¿Qué tal estuve, eh?”
Y Soberón, su cuate: -Muy bien, estuvo usted muy bien.
De la fábrica fuimos al Museo Militar, que es más bien histórico y está donde confluyen los ríos Sava y Danubio. El General Traductor enseñó con orgullo dos fotos de la guerra partisana que él mismo tomó, así como una en la que él aparecía.
Nosotros estábamos esperando a que nos dieran el dinero para la estadía de una semana en Yugoslavia (a los otros les dieron 1200 dólares). Fui y le pregunté a un militar y me dijo que no era cuestión suya y que yo estaba mal rasurado.
De ahí al hotel y al autobús para el aeropuerto, otra vez con la valla popular. En el trayecto me puse a imitar a los conductores anticomunistas de la televisión mexicana, que veían la paja en el ojo ajeno, lo que también era una crítica a nuestras costumbres acarreadoras. Hernando Pacheco sonreía, pero Fausto Zapata hizo una mueca de pocos amigos.
En el aeropuerto, nos despedimos del Señor Presidente, quien nos pidió que le echáramos ganas en el estudio y aprendiéramos también de esa semana en Yugoslavia.
Tras él, fue abordando el resto de la comitiva. Entre los últimos estaba Carlos Sansores Pérez, quien con campechana sonrisa se quitó el sombrero de fieltro con listoncito rojo y lo llenó de dinares. Nos llamó para que tomáramos 400 dinares cada uno. Sólo los jóvenes priístas lo hicieron.
La comitiva iría a pasar una merecida vacación de dos días a las Bahamas. Nosotros empezaríamos a gozar de nuestra independencia.
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