En el otoño de 1979 se realizó una asamblea nacional de la Tendencia que encabezaba Gustavo Gordillo en el PMT. Era, obviamente, una reunión antiestatutaria, y asistir a ella implicaba un distanciamiento serio con la dirección nacional del partido. Las diferencias con Heberto eran lo suficientemente profundas como para que todos modos decidiéramos ir. Formamos una comisión con 5 o 6 miembros del Comité Estatal (recuerdo a Arturo Guevara, Renato Palacios, Matías Lazcano, Gilberto el Mayo Espinoza y a lo mejor me falta alguien), que primero fuimos a la ciudad de México –al teatro, que sólo nos interesaba a Matías y a mí; el Mayo, en cambio, llevaba dos horas en la capital y decía: “me arden los ojos, me pica la nariz, me duele la cabeza, vámonos de aquí, loco”-, y de ahí a Popo Park, alejados del mundanal ruido (y muy de acuerdo con la faramalla pseudoclandestina gordillista).
Nosotros suponíamos que la reunión tenía ya un destino definido, que era la renuncia masiva al PMT y la formación de una nueva organización de izquierda. La verdad, no habíamos tomado decisión alguna al respecto. Queríamos ver qué tipo de gente rodeaba a Gordillo (en las reuniones de Sinaloa habían asistido unos pocos fuereños, que no nos daban idea), qué posiciones tenían y, sobre todo, qué tanta fuerza e implantación social se percibía en ese grupo.
En la reunión se discutieron documentos que profundizaban las críticas al Comité Nacional, desde una perspectiva “revolucionaria” y que se dirigían, como previsto, a la ruptura. No percibimos claridad respecto a qué se quería formar, y sí cierto radicalismo verbal. Del personal, era evidente que con Gordillo había unos cuantos intelectuales interesantes (allí conocí a Federico Novelo y a Juan Castaingts), algunos cuadros regionales y una buena cantidad de delegados de base, que tenían la impresión de no saber bien a bien en dónde estaban y de qué se trataba el asunto. En otras palabras, había redes, pero todavía no habían sido amarradas. Haciendo cuentas nos fuimos dando cuenta de que el PMT sinaloense, en términos de masas, representaba al menos la tercera parte de toda la Tendencia.
A la hora de votar, todos los demás asistentes lo hicieron por salirse del partido y formar una organización independiente. Había gran expectación sobre lo que hiciera Sinaloa. Pedimos un receso y nos fuimos a platicarlo en corto. Hablamos acerca de la frustración de la falta de democracia en el PMT y las críticas al Comité Nacional, que compartíamos mayoritariamente con los compañeros de la Tendencia, pero también de la incertidumbre respecto a lo que sería la nueva organización, más chiquita y con algunos radicalosos, en la que tampoco quedaba claro cómo se iban a tomar las decisiones. En nuestra lógica de periferia, salir del hebertismo para caer en el gordillismo era no salir del ismo centralizado, y podía significar caer de la sartén al fuego. Decidimos mantenernos temporalmente en el PMT y “analizar con los compañeros en el estado” nuestra incorporación a la nueva organización, que, además, escogió un nombre horrible: Movimiento Revolucionario de los Trabajadores.
De regreso al Distrito Federal, nos dio aventón Juan Castaingts, economista brillante, un poco loco, que había estudiado en Francia y que, para mi maravilla, también conocía la obra de Sraffa. Nos pasamos todo el camino hablando de la teoría económica neoricardiana, que era como hablar en latín para el resto de los pasajeros..
Ya en Culiacán, el único que se tomó en serio aquello de “analizar con los compañeros del estado” fue Renato Palacios, quien lo platicó con el Zurdo Ríos y otros, que terminaron más sacados de onda que otra cosa –y, a final de cuentas, torpedearon cualquier posible decisión de salida; a lo mejor es lo que inconscientemente quería Renato-. Mi punto de vista era que había que mantenernos en el PMT, pero suponer que nos acabarían expulsando, e ir –en ese tiempo- armando un partido local, que podía llamarse Partido Socialista Sinaloense, y más tarde Partido Socialista del Noroeste, porque creceríamos hacia Sonora. Mi idea (u ocurrencia) no tuvo eco. Eso sí, Guevara estaba muy claro que, por el tipo de personal que asistió a Popo Park, y muy a pesar del secretismo de Gordillo, no iba a faltar quien fuera con el chisme al Comité Nacional, y había que estar atentos a la reacción de Heberto. En eso no le faltó razón.
Por mi parte, aquella reunión en las faldas del Popocatépetl, aunque conocí gente padre, me bajó el ánimo. No veía mucha perspectiva dentro del PMT, pero tampoco fuera. Y cada vez que regresaba por unos días al DF (cine, teatro, librerías, familia, cuates) terminaba extrañándolo más.
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