En octubre de 1979 tuvo lugar la asamblea fundacional del Sindicato Unico Nacional de Trabajadores Universitarios, producto de un esfuerzo organizativo desplegado, sobre todo, desde la UNAM. Se trataba de unificar a todas las organizaciones sindicales de educación media-superior y universitaria, tanto académicas como administrativas y de luchar, de manera conjunta, porque las relaciones laborales se encuadraran dentro del Apartado A del Artículo 123 de la Constitución, que es el que rige para la mayoría de los trabajadores (los sindicatos de burócratas están bajo el Apartado B, que limita algunos derechos, como la huelga y, en aquella época, se discutía una iniciativa, propuesta inicialmente por el rector Soberón para que se adicionara un Apartado C, todavía más restrictivo, para los trabajadores de la educación media-superior y universitaria. En los meses anteriores, algunos activistas sindicales, como Alejandro Pérez Pascual y José Woldenberg, habían estado en Sinaloa, promoviendo el SUNTU.
En el congreso sindical realizado aquel verano, nuestro sindicato, el SPIUAS, había aprobado entrar a la organización nacional. Poco después, se eligieron los delegados a la asamblea constitutiva. De los 15 que resultamos electos, seis éramos del PMT.
Si bien la dirigencia nacional del partido había insistido en que no participáramos en política universitaria, nosotros lo habíamos hecho y, considerando que en este caso nuestra actividad era sindical –y el partido abogaba por movimientos democráticos en todos los sindicatos nacionales-, les avisamos que seríamos delegados. Entonces Heberto nos citó en las oscuras oficinas que tenía en la calle de Bucareli.
Allí recalamos, y nos encontramos con que, en total, había ocho pemetistas delegados a esa asamblea: los seis de Sinaloa y dos de la UAM, Maximino Ortega y René Bejarano (quien un cuarto de siglo más tarde alcanzaría fama nacional como “el señor de las ligas” en los videoescándalos de corrupción). Como quien dice, salvo por nosotros los de la UAS, el PMT no pintaba.
De aquella reunión, resultó que los puntos de vista de Heberto Castillo sobre el sindicalismo universitario coincidían bien poco con los nuestros. Para nosotros, lo fundamental era formar un gran sindicato nacional y adscribir a los trabajadores al Apartado A. Para él, mantener “la independencia frente al charrismo sindical”. Le dimos a entender que, a nuestro juicio, no había charrismo en el sindicalismo universitario: si acaso, algunos gremios burocratizados, allí donde los administrativos no se habían fusionado con los académicos. Para él, prácticamente todos los dirigentes eran charros. Por eso, nos dijo, teníamos que votar en contra de la propuesta de integrar al SUNTU al Congreso del Trabajo, porque se contaminaría.
Alegamos, primero, que la entrada del SUNTU al CT sería como meter una cuña democrática en la estructura sindical tradicional, y que no chocaba con la línea del partido, de movimientos democráticos en cada sindicato, porque incluso podían desarrollarse relaciones entre las corrientes democráticas del sindicato universitario con las que había en aquellas organizaciones controladas por los charros, porque finalmente allí estaba la mayoría de la clase obrera. Alegamos, después, que aprobar la entrada al organismo cúpula sindical ayudaría a que los diputados obreros votaran a favor de mantener a los trabajadores universitarios dentro del Apartado A. Se rio burlonamente y dijo que de todos modos había que votar en contra de entrar al CT.
Entonces intervinieron Arturo Guevara y Renato Palacios, para decir que nuestro sindicato había aprobado en su congreso, en el que también habíamos sido delegados, su integración al SUNTU y al Congreso del Trabajo.
-Ustedes háganse los occisos –fue la consigna de Heberto.
-Entonces, entre el partido y el sindicato, la línea del partido –se atrevió a decir Guevara.
-Lo dicho. Háganse los occisos.
Ya ni le dijimos que los sindicatos en los que el PMT sinaloense tenía más influencia estaban afiliados a la CROC y a la FSTSE, y que jamás se nos hubiera ocurrido sacarlos de esa bolsa mínima de protección.
La asamblea constitutiva, muy animada, se realizó en la Sala de Armas de la Magdalena Mixhuca. Estábamos ahí representantes de 50 mil trabajadores de 36 universidades, y había gente de prácticamente todas las corrientes de izquierda del país. Max y Bejarano fungieron, todo el rato que estuvimos en la sede del evento, como verdaderos comisarios políticos. Una sensación desagradable, porque teníamos la impresión de que Heberto estaba buscando algún pretexto para decapitar a la dirigencia estatal en Sinaloa, y aquellos eran sus orejas. Al grado que una vez, en corto, decidimos que votaríamos por la línea del partido sobre el Congreso del Trabajo si la elección estaba abierta y por la línea del sindicato si estaba cerrada. Rápidamente nos dimos cuenta de la correlación de fuerzas –y que los puntos de vista de Heberto coincidían con los de la ultra minoritaria- y tiramos el voto sobre el CT.
Al mismo tiempo, teníamos reuniones con los compañeros del Consejo Sindical, que estaban entre los principales impulsores del sindicato nacional. Particularmente, con Pablo Pascual. No recuerdo si fue en casa de mis padres o en la de Pepe Woldenberg que quedamos en participar en la planilla de unidad democrática, con gente del Consejo y del PCM. Renato Palacios ocuparía una subsecretaría del naciente organismo nacional. Los comisarios Max y Bejarano mostraron tremenda cara de sorpresa cuando se leyeron los nombres de los integrantes de las planillas: estábamos en la de sus contrarios, los “reformistas”… pero oficialmente no habíamos roto con la línea del partido. Y, por supuesto, ganamos esa votación. Meses después, los diputados federales decidieron que los derechos de los trabajadores universitarios quedaran a salvo, dentro del Apartado A.
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