Afiliado al PMT
Una tarde de abril de 1978 fui a casa de Jaime Palacios y me afilié al PMT. Había ponderado entre el Partido Comunista y el Mexicano de los Trabajadores y me decanté por el segundo. Desconfiaba del sectarismo y dogmatismo del PCM, a pesar de que numerosos factores indicaban que estaba saliendo de esos vicios, porque era también claro que su estilo estaba todavía permeado por ellos. Por otro lado, del PMT sólo conocía los documentos básicos y los artículos que sus dirigentes publicaban en la revista Proceso. Si bien encontraba cierta vaguedad en sus definicionees, me atraían enormemente su estilo relativamente fresco, su aparente antidogmatismo, sus raíces nacionales y, sobre todo, el que pusiera con valentía el dedo en la llaga de los más importantes problemas nacionales; en particular, la política petrolera del gobierno, que Heberto Castillo criticaba con obsesión y muchos datos. Esta diferencia de estilos y de puntos de vista la encontré también entre los miembros de uno y otro partido en Sinaloa.
Me hubiera afiliado semanas antes, de no haber sido porque, en aquellos días, el Pleno Nacional del PMT había decidido no solicitar su registro condicionado a las elecciones de 1979, tras la reforma política promovida por López Portillo, sino luchar por la consecusión de su registro definitivo. Esta actitud me pareció poco consecuente, ya que el PMT era la organización que más había luchado –desde su nacimiento como CNAO- por una reforma política que simplificara el registro de los partidos y la fuerza de la izquierda, en ese entonces, no daba como para esperar una reforma democrática profunda.
Al mismo tiempo, me pareció extraña y demagógica la postura de Heberto Castillo al proponer al PCM y al PAN un boicot a la reforma política del gobierno. Heberto no podía sinceramente esperar que el PAN –cuya existencia dependía de ser la oposición “decente”-. o el PCM –cuyo viraje a la democracia estaba ligado al fin de la semiclandestinidad y cuyo crecimiento no podía darse fuera del nuevo contexto- iban a suicidarse.
Mi visión, influida por los análisis electorales italianos durante mi estancia allá, indicaba que el 1.5 por ciento de los votos, necesario para sostener el registro condicionado era relativamente fácil en el contexto mexicano, por mucho que el gobierno intentara hacer fraude –el argumento central de Heberto era que, como el gobierno controlaba las elecciones, tenía en sus manos los números y el condicionamiento electoral era, en realidad, condicionamiento político-. El camino del registro definitivo sin haber contendido anteriormente me parecía farragosísimo: diseñado para que nadie lo recorriera (y, en efecto, nadie jamás lo hizo).
Sin embargo, con la conciencia de que la decisión del pleno del PMT a lo más que llegaría sería a retrasar el momento de registro, de todas maneras me afilié, considerando –según escribí- que “a fin de cuentas el trabajo de organización y cohesión de los trabajadores no está sujeto a los vaivenes electorales (y menos en un país con un sistema político como el mexicano)”.
Primeras grillas
Aproximadamente quince días después de mi afiliación, fui invitado a una reunión de universitarios del PMT. En ella se discutió sobre la conveniencia de formar comités de base en
A partir de entonces, el CB de economía se reunió semanalmente. Su actividad principal resultó ser apoyar al Comité Municipal Culiacán, tanto a las brigadas que salían a volantear a las colonias populares de la ciudad y poblados del municipio como a la organización de Asambleas Populares, que eran el mecanismo del partido para ir afiliando ciudadanos por su lugar de residencia o su situación laboral.
Igualmente, se propuso la creación de un periódico mural del comité, “El Insurgente”, que tuvo su primer número, pero nunca se pegó. El Comité Estatal se opuso, argumentando que era incorrecto pegarlo en Ciudad Universitaria, porque los universitarios no eran el interés fundamental del partido: hay que pegarlo en las plazas, dijeron. Jaime me decía que los del Comité Estatal eran “ineptos y seguidistas del Comité Nacional”.Finalmente, cuando una serie de malentendidos fueron aclarados, el calendario escolar impidió que se pegara.
Pero la primera grilla relevante fue mi papel como mediador en una especie de juicio político que se hizo a un militante del partido, llamado Eligio Quintero, y que enfrentó a los comités Estatal y Municipal.
Sucede que Quintero había entrado en conflicto con Carlos Arturo Guevara Niebla, una figura importante del Comité Estatal. Lo había acompañado a una de sus habituales giras de trabajo partidario por el norte del estado y, luego de visitar a los compañeros del Comité Municipal de Ahome, le dijo a Guevara que éstos vivían como pequeño-burgueses y que debían estar fuera del partido. Cuando Guevara le pidió que no se refiriera de esa manera a compañeros de partido, Quintero siguió criticándolos por su modo de vida. No quedó allí, sino que el hombre siguió esparciendo sus comentarios entre los miembros del CB de la colonia Mazatlán –él era secretario de organización-, una zona popular en la que Jaime había trabajado mucho “prometiéndoles victorias” a la gente. Quintero decía que ni Guevara ni los de Ahome tenían derecho a estar en un partido de los trabajadores, porque eran pequeñoburgueses y porque la esposa de Guevara quería conservar su “buena chamba de licenciada” (era asesora de
Mientras que la mayoría de los compañeros –y en especial los del Comité Estatal- trataron de “parar en seco estas intrigas impropias de un partido serio” y exigían que Quintero se disculpara públicamente, los del Comité Municipal veían las cosas con una óptica diferente. Según ellos, el problema podía solucionarse de manera informal. Esto dio pie a una fricción entre ambos comités. Jaime acusó al estatal de exceso de rigidez, de no saber tratar a los cuadros populares, alejándolos con su apego demasiado estricto a los estatutos, con su falta de tacto. Comentó también que era sintomático que cuando los cuadros populares con los que contaba el partido se acercaban al Comité Estatal, acababan peleados. Recordó al respecto el caso de un tal “Papitas”, a quien no conocí.
El Comité Estatal respondió –principalmente por boca de Guevara y de Renato Palacios- que, como se trataba de un partido político y no de un club de amigos, había que respetar los estatutos. De ahí pasaron a ponderar que los comités de base trabajaban mejor en otros municipios que en Culiacán y, al asunto central: que no había tal “desperdicio” de líderes naturales, aquellos que terminaban fuera del partido estaban maleados de entrada, “contaminados de populismo”, pero que los principales líderes del municipal de Culiacán, Jaime Palacios y Heriberto Meza Campusano, “en su estilo irreflexivo y voluntarista” seguían cortejándolos y defendiéndolos, cuando “tenían un gran potencial corruptor”.
Convenimos dos cosas: que Jaime hablara con Quintero para que éste pidiera disculpas al Comité´Estatal y a los compañeros –acabó presentándose, pero se retiró antes de disculparse- y que se redistribuirían los miembros de los comités estatal y municipal, para mejorar la comunicación entre ellos. Quedé bien con tirios y troyanos, pero entendí que el populismo estaba muy enraizado.
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