martes, marzo 30, 2010

Biopics: La I Asamblea Estatal del PMT en Sinaloa (II)

Lo que siguió en la Asamblea Estatal fue un choque entre los cuadros locales y el dirigente nacional. La comisión dictaminadora aprobó por unanimidad el informe y las propuestas del Comité Estatal, señalando solamente que los tiempos de crecimiento le parecían demasiado acelerados (Jaime me confió que un dirigente municipal quería a toda costa torpedearlos). Pero intervino Demetrio Vallejo y cambió radicalmente el panorama.

El viejo dirigente ferrocarrilero dijo que la mayoría de las proposiciones del Comité Estatal eran totalmente inaceptables. Tomaban en cuenta de manera muy secundaria la principal preocupación del partido: la obtención del registro definitivo, para la cual era imprescindible la afiliación y regularización de 3 mil 500 ciudadanos en cada estado. Todas las demás actividades debían supeditarse a esa meta. Lo de las inversiones rentables sólo era posible después de la regularización, las organizaciones amplias de campesinos estaban fuera de los lineamientos de la Asamblea Nacional, la cuestión de la táctica sindical era competencia del Comité Nacional y otro tanto sucedía con el Sindicato Mexicano de Trabajadores del Campo.

De la intervención de Vallejó surgió una discusión entre él y Arturo Guevara. En síntesis, Guevara argumentaba que ya había más de 7 mil afiliados al PMT en Sinaloa y que por tanto era posible llevar a buen fin el ambicioso proyecto del Comité Estatal. Vallejo le respondió que ellos tenían regularizados exactamente a 1 500 militantes (guardo un papelito con los datos: 401 en Culiacán, 325 en El Fuerte, 306 en Guamúchil, 141 en La Cruz, 124 en Guasave, 80 en Mocorito, 59 en Escuinapa, 38 en Mazatlán y 26 en Ahome) y que entonces lo necesario era que los demás entregaran copia de su tarjeta de elector. Que sólo entonces podría discutirse lo demás.

A medida que la discusión se hacía más compleja y menos entendible para los profanos, la tensión iba en aumento. Renato Palacios, entonces, pidió a la asamblea que aprobara el informe y el programa del Comité Estatal “con los agregados que ha hecho el compañero Vallejo”. Las manos cansadas de los asambleístas se alzaron para aprobarlo. Andrés Torrecillas se acercó al micrófono y, tras regañar como de costumbre a los asistentes por su “falta de conciencia de clase”, dijo que la asamblea parecía del PRI: “¿Cómo es posible que aceptemos la ponencia del Comité Estatal y las aclaraciones de Vallejos si están contrapuestas entre sí?”. Renato insistió en que no se contraponían, le negó la palabra a un Torrecillas cada vez más enfurecido y le pidió a la asamblea que ratificara su decisión. Así lo hizo.

Entonces tomé yo la palabra para pedir que entre las resoluciones de la asamblea estuviera pedirle al Comité Nacional que se llevaran a cabo las reuniones sobre política y sindicalismo universitario. Renato contestó que eso no se podía votar. Vallejo, en tono paternalista, me dijo que podíamos enviar un escrito de solicitud al Comité Nacional. Cuando iba a volver a pedir la palabra, Renato me hizo un gesto, rogándome que no lo hiciera.

Llegó el momento de la elección del nuevo Comité Estatal. Para sorpresa de todos, Vallejo se opuso a que la asamblea lo eligiera. Argumentó que todavía no había 3 mil 500 afiliados regularizados y, por lo tanto, lo que habría sería una mera reestructuración del Comité Estatal Provisional (contradictoriamente, el primero sí había sido electo en la asamblea popular que realizaron los dirigentes nacionales del partido en Culiacán: el chiste era quitarle legitimidad a la nueva dirigencia). Se leyó la composición del nuevo comité y Vallejo preguntó si había objeciones. Como no las hubo, pasó a tomarnos la protesta y luego declaró solemnemente clausurada la I Asamblea Estatal del PMT en Sinaloa.

En ella se vislumbraron muchas de las características que habrían de marcar el desarrollo del partido en la región: las profundas diferencias entre el Comité Nacional y el Estatal (ejemplificadas por la disputa Vallejo-Guevara) que eran resultado, por una parte, del intento de control piramidal de la dirigencia nacional y, por otra, de su rigidez burocrática; la habilidad de Renato Palacios –la organizativa y también la que tenía para manejar momentos difíciles-; la escasa homogeneidad ideológica dentro del partido sinaloense, apenas salvada por la amistad y la camaradería; la impronta de las iniciativas políticas de Gustavo Gordillo, el dirigente ausente.
En el fondo, Torrecillas no estaba tan equivocado: formalidades de la votación aparte, la unanimidad forzosa evidenciaba una manera artificial de zanjar diferencias profundas en la concepción política.

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