martes, marzo 16, 2010

Biopics: Por la sierra de Monteverde

Otra cosa que hicimos fueron los preparativos para la I Asamblea Estatal del PMT en Sinaloa. En ello trabajaron fundamentalmente los miembros del Comité Estatal (con la excepción de Guevara, quien salió de vacaciones a Tijuana), Meza Campusano por el municipal y los de economía. Quien coordinaba y organizaba todo era Renato Palacios. Mi comité hizo pintas por la ciudad, reprodujo carpetas y se encargó del servicio de orden.

Una anécdota significativa que tuvo lugar en esos días fue mi salida con Meza Campusano, Andrés Torrecillas y el compañero Ángel, de la colonia Libertad, en la brigada que atendía la zona de Monteverde, en el municipio de Culiacán.

La intención principal de la brigada era hacer asambleas populares en los ejidos que faltaban por cubrir. El método era sencillo: llegabas al pueblo con música ranchera a todo volumen, voceabas que habría una asamblea popular, la gente se reunía a ver qué onda, uno de los cuadros del partido se echaba un rollo revolucionario, explicando en qué consistía el partido, había una sesión de preguntas y respuestas, se pedía a la gente que se afiliara y, quienes lo hacían formaban automáticamente un comité de base y escogían allí mismo a sus dirigentes. Las brigadas del Comité Municipal visitarían después a los dirigentes y, con ellos, iban armando el partido propiamente dicho.

Toda la zona estaba llena de pintas del PMT, que había hecho con antelación el comité de base de Monteverde, y las asambleas fueron un éxito. En donde no pudieron realizarse fue en el poblado Los Llanos, adonde también estaba invitada la gente de una ranchería llamada La Bebelama, porque varios de sus habitantes asistirían una asamblea ejidal en Monteverde.

Fuimos a esa asamblea ejidal, acompañando a Pedro Madueñas, presidente del comité de base de Monteverde. Fue la primera de una veintena de asambleas ejidales a las que asistí en esos años. Asistían sólo hombres, votaban sólo ejidatarios y eran reuniones protegidas por la guardia rural del ejido (un par de ancianos orgullosos de portar las viejísimas carabinas que les habían dado en tiempos de Cárdenas). Por lo general me parecieron un auténtico ejercicio democrático.

Durante aquella asamblea, se trató el problema de la ampliación del ejido. Andrés Torrecillas –ex líder de un sindicato de cargadores afiliado a la CROC- había ido a la ciudad de México a realizar algunos trámites y traía importantes avances en la negociación. Les explicó a los campesinos la situación y pasó de inmediato a reclamarles su poca participación; les recriminó “su falta de conciencia de clase”. Luego habló Meza Campusano, para señalar cómo su asunto estaba entre los puntos del programa del PMT. En la etapa final de la reunión, se tocaron varios chismes internos del ejido, para los cuales siempre se pedía la opinión a Torrecillas quien, de hecho, actuaba como juez, no siempre con justicia, porque tendía a darle la razón a los más exaltados. Se hizo una colecta para pagarle sus favores a Torrecillas, pero Meza Campusano no aceptó que fuera para eso, sino para pagar el viaje de los delegados a la Asamblea Estatal.

Finalmente, la asamblea invitó a los pobladores de Los Llanos y La Bebelama a que se quedaran al local ejidal, donde improvisamos una asamblea popular del partido. Meza Campusano habló de la valentía de Heberto y Vallejo, dijo que era el partido de “nosotros, los pobrecitos” y me introdujo como un importante licenciado que les iba a hablar de la situación del país. Así lo hice, en términos muy didácticos. Los campesinos nos escucharon con atención y los ojos muy abiertos, Se afiliaron al partido los 13.

Dos cosas me llamaron la atención de esa primera experiencia partidista con los campesinos. Una era la relación de dependencia que habían formado hacia Torrecillas. Este hombre, más que guía político –a pesar de sus genéricos llamados a la “conciencia de clase”- era un intermediario, y eso no iba a facilitar que se formara entre los miembros de base la capacidad de auto-organizarse en defensa de sus derechos, sino que se perpetuaba el paternalismo.

La segunda era la constante referencia de Meza Campusano a que éramos “pobrecitos”. El estilo ya había generado discusiones en el Comité Municipal. Jaime Palacios siempre empezaba las asambleas con una frase hecha: “Nosotros, los pobres, que siempre hemos vivido en la miseria” y a muchos compañeros eso les parecía de mal gusto. Según Jaime y Meza Campusano, afirmar la propia pobreza era un “puente de comunicación”, según otros, como Marco Antonio Guerra y el profesor Apodaca aquello era falso y daba una idea equivocada del partido, donde lo importante era vivir del propio trabajo, no el ser pobre. Ambos habían redactado volantes “alternativos” para asambleas en la zona de Costa Rica, Sin. Lo peor fue que, en vez de discutir sobre el tema, resultó que las posiciones de Guerra y Apodaca no estaban “avaladas” por un amplio trabajo partidista (o sea, no valía tanto lo certero de una posición, sino el trabajo partidario de quien la expresara; el caso es que el Comité Municipal sólo los chicharrones de Jaime y de Meza Campusano tronaban).

Poco después fue mi primera conversación con Arturo Guevara. Sucede que Jaime y yo habíamos leído los documentos preparatorios de la Asamblea Estatal y nos parecieron pobres en lo referente a asuntos culturales, juveniles y femeniles, y lo fuimos a comentar con Guevara.

Lo que debió de haber sido una reunión de crítica política, terminó en una conversación muy emocional entre Guevara y Palacios (aunque Jaime fingía indiferencia), que inició sobre la confianza mutua y terminó sobre las diferencias en el modo de tratar a los “líderes naturales”.

Jaime se fue y me quedé hablando con Guevara. Le dije que tenía la impresión de que el Comité Estatal seguía ciegamente los dictados del centro. Respondió que nada había más alejado de la verdad. Que en la 1ª Asamblea Nacional del PMT él se había parado a criticar a una serie de oradores que estaban a favor de que los dirigentes nacionales decidieran si íbamos por el registro definitivo o condicionado, con el único argumento de que Heberto y Vallejo eran compañeros de enorme valía. Guevara había dicho que no se trataba de cuestionar a los dirigentes, sino de discutir seriamente. Otros tomaron la palabra para repetir lo de la valía de Heberto y Vallejo y entonces Heberto los interrumpió: “¿Qué no oyeron lo que dijo el compañero Guevara? Den argumentos o mejor cállense”. Y se callaron. Me dijo que Sinaloa llevaba la posición de que se solicitara el registro condicionado, luego de llegar a acuerdos con otras fuerzas independientes de izquierda, pero que el ambiente estaba tan caldeado que ni siquiera presentaron la moción.

Seguimos platicando acerca de nuestra concepción de partido político y encontré que tenía muchas coincidencias con Guevara. Me di cuenta, además, de que el tacto y la diplomacia no eran su fuerte.


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Muchos años después, cuando era asesor en Gobernación y estaba en su apogeo el conflicto de Atenco, alguien -no se si en Bucareli o en Los Pinos- tuvo la peregrina idea de que el problema se podía resolver mediante asambleas ejidales que votaran en secreto si estaban a favor o en contra de la contrucción del aeropuerto en sus terrenos. Tenían información de que la gente estaba dividida y creían ver una salida al túnel en que se habían metido desde que, muy listos, ofrecieron desde la SRA a los ejidatarios de la zona comprar sus tierras a precios "de mercado" (es decir cien veces menos de lo que valdrían tras haberse aprobado el proyecto). Pregunté si alguna vez habían asistido a una asamblea ejidal, si sabían que nada más tenían voto los ejidatarios (no las mujeres y los hijos, no los avecindados), si conocían que la práctica era buscar consenso antes de votar, si sabían que las pocas veces que se hacía, se votaba a mano alzada y si estaban conscientes de que solían ser deliberaciones armadas, custodiadas por la guardia rural del propio ejido. Allí murió la propuesta. Cosas que pasan por no conocer el país.


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