martes, enero 12, 2010

Biopics: Paréntesis chilango

Yo imaginaba que, a mi regreso de Italia, Patricia me recibiría en el aeropuerto de México, pero no fue así. Llegó unas horas más tarde, proveniente de Guadalajara (donde estaba con su madre), en un Datsun nuevo que le habían regalado cuando se recibió, y me explicó que se le había cuatrapeado el día. Se quedó en la residencia femenil de las Teresianas.

Estuve poquísimo en casa de mis papás. Sucede que mi mamá había entendido un comentario mío de una carta –en la que le decía que después de tantos años me sería difícil regresar a vivir a la casa familiar- como una sugerencia, y acondicionó para mí uno de los departamentos amueblados que subarrendaba. Estaba en un edificio chiquito y viejo, pero situado nada menos que en el Paseo de la Reforma, muy cerca de la glorieta de la palma. Había mandado a hacer un gran librero y tenía un megaposter de un paisaje boscoso, de los que estaban de moda en los setenta. El tapicero me comentó: “Es que su mamá lo quiere demasiado”. Yo no sabía que “demasiado” empezaba a utilizarse en México como equívoco sinónimo de “mucho”, y lo tomé un poco a reproche. En realidad sentía que el esfuerzo de mis padres había sido excesivo. A lo mejor por eso mi estancia en ese departamento también fue breve: viví allí un paréntesis chilango.

Patricia se cambió nominalmente a otra casa de huéspedes femenina, pero la mayor parte del tiempo la pasó conmigo. Nos dimos cuenta de que nos llevábamos muy bien. Un día, en una taquería del Metro Insurgentes, le dije: “La neta yo viviría contigo unos siete años”. Le gustó la frase: “Me gusta que seas tan sincero, y digas las cosas como son”, me declaró con una sonrisa.

Conocí a Felipe, el hermano de Patricia –que estudiaba una maestría en ingeniería y andaba con una amiga de la residencia teresiana- y llegamos a visitar a su mamá, quien estaba en Cuernavaca convaleciendo de su enésima enfermedad: una señora seria, de opiniones formadas y juicios sumarios.


El ambiente en el país no era tan festivo como el año anterior. La inflación se habia disparado y la economía no jalaba tan rápido como lo había prometido López Portillo. En términos de información, era un erial, con los pequeños oasis de El Día y Proceso, además de unas pocas revistas para intelectuales. En esos días se dio una ruptura clamorosa entre el secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Tello, y el de Hacienda, Rodolfo Moctezuma (el primero quería más gasto social; el segundo, más disciplina presupuestal), que JLP resolvió salomónicamente corriendo a los dos. Concluí que el Presidente no sabía no que quería.

Por mi parte, yo lo que no quería era depender, al menos totalmente, de mis padres. Por eso me di a la tarea de buscar trabajo. Fui con Edmundo Flores –a la sazón, director de Conacyt- para que me recomendara al Banco de México. Él habló con su amigo Leopoldo Solís, quien me dio una cita, sólo para enviarme con Carlos Bazdresch, que asesoraba al director y coordinaba un centro de estudios del banco. Bazdresch ni siquiera me ofreció asiento, pero recibió mi guión de tesis y dijo que me llamaría. Estoy convencido de que el título (“Proceso de Concentración y Centralización del Capital en los Intermediarios Financieros Privados y Mixtos 1970-76”) ayudó bien poco, porque sonaba a marxista. Una lectura más atenta hubiera ubicado preocupaciones de otro carácter… y el resultado final de esa tesis bien pudo llamarse “Composición de Cartera y Estabilidad del Sistema Bancario Mexicano 1970-76”, que hubiera sido muy atractivo para la gente de Banxico. El caso es que, como sospechaba, nunca me llamaron.

Otro espacio de búsqueda fue la Facultad de Economía de la UNAM. Raúl Trejo me había presentado con un cuate suyo, Roberto Cabral, quien se mostró muy interesado por el tipo de cosas que yo había estudiado en Italia. Vadillo me contactó con sus cuates del PC, y mi ex maestro Julio Moguel también se ofreció a hacer su luchita. El caso es que la Facultad estaba en esos momentos en proceso de sucesión de director, y como encargado estaba el decano, un viejito llamado Filiberto Ney, a quien le pedí una cita. Ney me recibió con una sonrisa y me dijo: “A usted lo apoyan los tres principales grupos políticos de la escuela, ha de ser grillísimo. Pero fíjese que yo nada más estoy aquí de paso y estamos a medio semestre. Mejor se espera y platica con quien me suceda”. Yo no tenía tiempo para eso.

Una vez estaba platicando de mis tribulaciones pre-laborales con mi papá, y él me preguntó: “¿De verdad en qué te gustaría trabajar?”. Me sorprendió mi respuesta: “La verdad yo lo que quisiera es ser director de un periódico de izquierda en el país, pero todavía no existe”. Creo que fue la primera vez en que reconocí mi verdadera vocación.


Seguía en la búsqueda cuando le platiqué al Pino Martínez Della Rocca de mi situación.

-¿No te gustaría ir a Culiacán de profesor? –me dijo-. Mi cuate el Wally dirige allá la escuela de economía de la UAS.

-Suena interesante –respondí.

Acto seguido agarró una tarjetita en la que garrapateó lo siguiente: “Wally. Aquí te mando a Pancho Báez, que estudió economía en Italia y te puede ser muy útil. Un abrazo. Pino”.

En la noche, comenté con Patricia acerca de esa oportunidad. Ella se entusiasmó. “El papá de mi amiga Tere es jefe del IMSS en Culiacán, a lo mejor me puede conseguir una chamba”.

A la mañana siguiente, armado de la tarjetita escrita a mano, tomé el camión rumbo a Sinaloa.

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