Yo imaginaba que, a mi regreso de Italia, Patricia me recibiría en el aeropuerto de México, pero no fue así. Llegó unas horas más tarde, proveniente de Guadalajara (donde estaba con su madre), en un Datsun nuevo que le habían regalado cuando se recibió, y me explicó que se le había cuatrapeado el día. Se quedó en la residencia femenil de las Teresianas.
Estuve poquísimo en casa de mis papás. Sucede que mi mamá había entendido un comentario mío de una carta –en la que le decía que después de tantos años me sería difícil regresar a vivir a la casa familiar- como una sugerencia, y acondicionó para mí uno de los departamentos amueblados que subarrendaba. Estaba en un edificio chiquito y viejo, pero situado nada menos que en el Paseo de
Patricia se cambió nominalmente a otra casa de huéspedes femenina, pero la mayor parte del tiempo la pasó conmigo. Nos dimos cuenta de que nos llevábamos muy bien. Un día, en una taquería del Metro Insurgentes, le dije: “La neta yo viviría contigo unos siete años”. Le gustó la frase: “Me gusta que seas tan sincero, y digas las cosas como son”, me declaró con una sonrisa.
Conocí a Felipe, el hermano de Patricia –que estudiaba una maestría en ingeniería y andaba con una amiga de la residencia teresiana- y llegamos a visitar a su mamá, quien estaba en Cuernavaca convaleciendo de su enésima enfermedad: una señora seria, de opiniones formadas y juicios sumarios.
El ambiente en el país no era tan festivo como el año anterior. La inflación se habia disparado y la economía no jalaba tan rápido como lo había prometido López Portillo. En términos de información, era un erial, con los pequeños oasis de El Día y Proceso, además de unas pocas revistas para intelectuales. En esos días se dio una ruptura clamorosa entre el secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Tello, y el de Hacienda, Rodolfo Moctezuma (el primero quería más gasto social; el segundo, más disciplina presupuestal), que JLP resolvió salomónicamente corriendo a los dos. Concluí que el Presidente no sabía no que quería.
Por mi parte, yo lo que no quería era depender, al menos totalmente, de mis padres. Por eso me di a la tarea de buscar trabajo. Fui con Edmundo Flores –a la sazón, director de Conacyt- para que me recomendara al Banco de México. Él habló con su amigo Leopoldo Solís, quien me dio una cita, sólo para enviarme con Carlos Bazdresch, que asesoraba al director y coordinaba un centro de estudios del banco. Bazdresch ni siquiera me ofreció asiento, pero recibió mi guión de tesis y dijo que me llamaría. Estoy convencido de que el título (“Proceso de Concentración y Centralización del Capital en los Intermediarios Financieros Privados y Mixtos 1970-
Otro espacio de búsqueda fue
Una vez estaba platicando de mis tribulaciones pre-laborales con mi papá, y él me preguntó: “¿De verdad en qué te gustaría trabajar?”. Me sorprendió mi respuesta: “La verdad yo lo que quisiera es ser director de un periódico de izquierda en el país, pero todavía no existe”. Creo que fue la primera vez en que reconocí mi verdadera vocación.
Seguía en la búsqueda cuando le platiqué al Pino Martínez Della Rocca de mi situación.
-¿No te gustaría ir a Culiacán de profesor? –me dijo-. Mi cuate el Wally dirige allá la escuela de economía de
-Suena interesante –respondí.
Acto seguido agarró una tarjetita en la que garrapateó lo siguiente: “Wally. Aquí te mando a Pancho Báez, que estudió economía en Italia y te puede ser muy útil. Un abrazo. Pino”.
En la noche, comenté con Patricia acerca de esa oportunidad. Ella se entusiasmó. “El papá de mi amiga Tere es jefe del IMSS en Culiacán, a lo mejor me puede conseguir una chamba”.
A la mañana siguiente, armado de la tarjetita escrita a mano, tomé el camión rumbo a Sinaloa.
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