1. El avión en el que viajo vuela sobre la Ciudad de México. Está por chocar con un obelisco pero no pasa nada, no se siente nada.
El avión no aterriza. Pasan horas -algunos pasajeros afirman que son días- y no aterriza.
Poco a poco el pasaje va llegando a la conclusión de que estamos muertos. Pienso en la injusticia de la muerte (hay un bebé con su joven madre) y me pregunto si es real. Me toco el rostro y sí lo siento.
¿Es la muerte esta especie de limbo?
Luego digo en voz alta: "si este limbo es la muerte, entonces lo compartimos sólo con quienes nos morimos, pero ¿y si morimos solos?".
2. Entonces el avión hace una parada. Se sube Paolo Silvestri (ya envejecido) junto con otras personas. Voy hacia él y lo saludo. En cualquier caso, desciendo en la siguiente parada.
Bajé en una ciudad muy extraña, pero que supuestamente conozco. En su plaza central, con edificios tipo europeo, hay un árbol perfecto y frondoso. Es el símbolo de la ciudad.
Camino alejándome del centro junto con Claudio Francia y con Taidita. Una parte de las afueras está en blanco y negro, como que la ciudad se construye y se deconstruye a nuestro paso a partir de nuestra percepción. ¿Estamos muertos? ¿Estamos en un limbo semivivo en el que la realidad es mera construcción de nuestra mente?
Hay unas marquesinas o anuncios a color. Distingo el rojo. Comento que veo cosas en color y cosas en blanco y negro. Taidita me dice que a ella le pasa igual. Pregunto en qué color ven el anuncio que yo veo rojo. Ellos lo ven en blanco y negro.
-Esto quiere decir que la realidad la hacemos nosotros.
Entendemos (Taidita se entusiasma) y la realidad que percibimos respeta los colores, las formas, es fiel y hasta los peces que nadan en el río artificial son perfectos (y rojos).
"Esto es Matrix, no es real", me digo, y entonces la realidad de la Ciudad del Árbol se me presenta descarnada: sólo son estructuras. A lo lejos se aleja, como huyendo, la espalda-estructura de una figura humana sin carne ni sangre. Descubrí el secreto, lo que indica que/
3. Despierto en el avión que está por aterrizar en el Aeropuerto de la Ciudad de México. Bajamos a una zona enrejada desde la cual se tienen que tomar elevadores. Unos pasajeros lo hacen. Otros esperamos el elevador y no llega y no llega, hasta que comprendo que estamos semivivos.
Llega Joaquín López Dóriga y nos dice que nos tenemos que quedar allí encerrados en una parte del aeropuerto (nuestro crimen es no estar vivos del todo), y que además hay condiciones que cumplir, como no fumar (y Taide hace entrega de una arrugada cajetilla). Nos dan una botella de agua a cada uno. Bebo con fruición la mía, pero ¿cómo está eso de que no podemos salir? ¡Y tampoco fumar! Pienso que es necesario huir, que hay más libertad en una cárcel que en este limbo.
Luego me digo: "¿Qué estaba haciendo aquí López Dóriga? Esto es absurdo. Esto es un sueño".
Despierto, ora sí que definitivamente.
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