Según Parboni, los sujetos de la economía internacional no son primordialmente las familias y las empresas, sino los Estados, que intentan influenciar y condicionar las características de los modelos financieros para servir a sus intereses nacionales.
Hacía un análisis profundo de los tipos de cambio, explicando cómo las devaluaciones (y las revaluaciones) tienen efectos acumulativos (a través de la inflación, en las naciones que devalúan) y que el pasaje de los sistemas de tipo de cambio fijo a tipo de cambio flexible no implicó un cambio en la demanda de reservas internacionales. En ese contexto, señalaba, había un país para el cual las consecuencias inflacionarias de la devaluación eran imperceptibles: Estados Unidos (de hecho, una devaluación del dólar tenía más efectos inflacionarios en el resto del mundo –a través, sobre todo, de los mercados de materias primas- que en el propio EU). Eso era debido a dos razones: el bajo grado de apertura de la economía norteamericana y la gran demanda de dólares para las reservas internacionales.
Para él, el fin de la convertibilidad del dólar en oro debió haber permitido el nacimiento de un sistema paritario, que no le confiriera privilegios a ninguna divisa: una moneda fiduciaria internacional (que pudo haberse desarrollado a partir de los DEGs –Derechos Especiales de Giro- del FMI, que son una suerte de divisa ponderada a partir de las aportaciones de los países miembros). Parboni dudaba del oro –aunque señalaba, profético, que su demonetización tardaría mucho-, por las dificultades de fijarle un precio estable (relativo a las otras divisas).
Sin embargo, decía, Estados Unidos impuso condiciones, ya que el país que emite moneda de reserva puede financiar su propio déficit externo con pagos en moneda local, sin tener que utilizar activos financieros acumulados precedentemente a través de superávits anteriores. En otras palabras, el país con la moneda de reserva se apropia de recursos reales producidos en el exterior (si su déficit es de cuenta corriente) o de títulos para el uso futuro de esos recursos (si su déficit es en cuenta de capitales). Para describir esta situación Parboni acuñó un término: “el señoriaje del dólar”.
Señalaba que, tras las fases en que EU dotaba de reservas al mundo, a través de ayudas y de inversión directa, habíamos llegado a una tercera, en la que ya no hay elementos de legitimación del poder americano, que se sirve del sistema para financiar déficits crecientes de cuenta corriente.
Su visión era la de un mundo capitalista unipolar que se estaba convirtiendo en multipolar, pero que se manejaba con las viejas reglas. Por ello, era un entusiasta del Sistema Monetario Europeo, y en particular del ECU (el antecedente del Euro).
Analizaba constantemente las asimetrías (con tablas de saldos de balanza de pagos, agrupando a las naciones en todo tipo de conglomerados). En su visión principal, dividía a los países en tres grupos: los que no tienen dificultad en su balanza de pagos, aun en situación de pleno empleo; los que que pueden financiar sus déficits, y los países “encadenados financieramente”, para los cuales el pleno empleo significa un déficit en balanza de pagos difícil de financiar. En el primer grupo ubicaba a Alemania, Japón, Holanda, Suiza, Noruega y –parcialmente- el Reino Unido. En el segundo, a Estados Unidos. En el tercero, al resto del mundo, incapaz de tener una iniciativa autónoma de relanzamiento económico. Obviamente, si EU tenía problemas financieros –como sería lógico si desapareciera la centralidad, el señoriaje, del dólar-, tendrían que ser las naciones del grupo uno las encargadas de sacar la economía mundial del atolladero. Por eso, a diferencia del resto de los profesores de la escuela, que temían la influencia alemana –y es que realmente la CDU (Unión Demócrata Cristiana) de aquella época era de miedo- , Parboni decía que la estabilidad de Europa y su futuro estaban en Alemania.
A mediados de los ochenta –ya se había peleado con buena parte de los profes de la facultad- pronosticó que antes del fin de la década Alemania se reunificaría; que la Perestroika que había iniciado Gorbachov terminaría por acabar con el comunismo –y aconsejaba que aprendiéramos ruso, porque iba a ser una potencia- y que algo similar ocurriría con China –y aconsejaba que aprendiéramos chino, porque iba a ser una potencia-. Lo tiraban de a loco.
Como escribí antes, Parboni nos enseñó técnica bancaria y teoría monetaria. Dedicó un buen rato a los monetaristas o “antikeynesianos”, como prefería decir. Al tiempo que nos enseñaba los fundamentos de la teoría, señalaba que éstos ven a la inflación como la violación del fundamento mismo en el que se basa la libertad del hombre, ya que viola la sacralidad de las relaciones contractuales entre los ciudadanos y desnaturaliza la relación entre los ciudadanos y el Estado, y que tomaron fuerza a partir de la insatisfacción por la incapacidad del keynesianismo para explicar coherentemente el fenómeno del estancamiento económico con inflación. Subrayaba que el nivel general de precios se mueve con continuidad, y no de manera discontinua, como lo sugería la “barrera inflacionaria” de Keynes y que la única novedad de los monetaristas –inscrita en una teoría con muchas lagunas- era la introducción masiva del concepto de expectativas, que debían ser tema de central interés para los keynesianos.
Parboni decía que el monetarismo había probado su bancarrota científica, porque no tiene una definición teórica de moneda, porque la selección del agregado monetario es arbitraria, porque no reconoce la inestabilidad de la velocidad de circulación de la moneda, porque –en contra de los principios máximos de Friedman- no resiste la prueba de la verificación empírica.
Hoy la caída de la hegemonía monetaria americana es evidente, los capitales se mueven como hormigas a las que les taparon el hoyo, en busca de algún recipiente estable de valor (y hasta el precio del oro anda en montaña rusa), las naciones que pueden tomar la estafeta lo dudan (y ya están también en recesión), la situación es de gran movilidad. En estas circunstancia, vale mucho la pena releer a Parboni (Finanza e crisi internazionale, Moneta e monetarismo, The Dollar and its Rivals), un economista genial, pero injustamente relegado. Varias de sus otras profecías se cumplieron: la unificación de Alemania, el Euro, el auge de China, pero no las pudo ver. Murió en 1988, de un ataque al corazón, a los 43 años.
Fue mi director de tesis y una guía durante los años en que me dediqué (casi) de lleno a la economía. Volveré a hablar sobre él.
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