Un examen frustrado
Dediqué buena parte de las primeras semanas tras mi regreso a estudiar para el examen de Matemáticas Financieras. Lo presenté con una gripe tremenda y me fue mal, para extrañeza del profesor Bertoni, quien me dijo que estaba sorprendido, porque yo parecía ser de los pocos que entendían su clase. Utilicé el resfriado como pretexto, pero la verdad yo las matemáticas las suelo entender cuando me las explican, pero tengo serias dificultades para hacerlo con libros. Lo que pude más o menos contestar fue lo que se me pegó de las clases: las horas de estudio nada más me hicieron bolas. La ventaja fue que –tal como se estilaba- Bertoni no me puso calificación en la libreta, pero me citó para que volviera a presentar el examen en febrero (no me fue tan mal, saqué 26).
La Pelos de Máis
Cuando llegaron Eduardo Mapes y Jorge Carreto de México, nos fuimos con varios cuates a comer pizzas a la campiña. Recuerdo que esa noche, avivado un poco por el vino y mucho por la compañía, me sentía yo feliz, en gran camaradería. Como que las cosas en el mundo estaban en su lugar correcto. Al regresar a casa, le comenté ese sentimiento a Eduardo.
-Pues yo estoy que me lleva la chingada -respondió.
-¿Por qué? –pregunté sorprendido.
-Margherita me cortó –dijo con mucha tristeza-, anda con el tal Iaio.
Me sentí muy mal. Por mi amigo –a pesar de que Margherita no me latía y de que lo quise alivianar con alguna frase de comprensión-, pero también por mi incapacidad para ver con claridad lo que estaba sucediendo a mi alrededor y por la frustración de que ese instante perfecto no lo era. Más de una vez –y supongo que no soy la única persona-, justo cuando sientes que todo se ha acomodado, algo –a veces algo menor, a veces algo trágico- te recuerda que la vida es sinónimo de imperfección.
Pero todo sigue, y pasado ese momento, Jorge, Vadillo y yo –en típico comportamiento masculino- aprovechábamos distintos momentos para joder al pobre de Mapes sobre Amargurita y lo mala onda que era. En una ocasión estábamos jugando dominó –con Vadillo en vez de Daniele sí eran buenas partidas- estuvimos friegue y friéguelo. Alfonso Vadillo era el más ácido: “Ya olvida a la Pelos de Máis”, “pinche Pelos de Máis no te deja pensar”, “me cae que no sé qué le viste a esa flaca Pelos de Máis”. Eduardo tiró las fichas, se levantó y se fue a su cuarto.
-Pinche Pelos de Máis, ya nos chingó la cuarteta – decretó Vadillo-.
Le tre Grazie
La verdad es que en esa época ya nos juntábamos mucho más con un grupo más grande, más variopinto y más interesante que el que tenía a las Bucciarelli como eje. Lo constituían, por un lado Paolo y Anna con varios de sus cuates ligados a Il Manifesto; y por el otro Claudio Francia y sus cuates ligados al PCI, entre los que estaban Daniele y la banda de San Dámaso. A este grupo multiclasista, de izquierda racional, se unió también Beppe Falavigna.
Parte fundamental de esa nueva banda eran tres amigas que habían estudiado DAMS (Arte, Música y Espectáculo) en la Universidad de Bolonia. Claudio se había hecho novio de una de ellas, a la que se había ligado en la Biblioteca Estense. Su novia era Iolanda Silvestri, mejor conocida como la Dandi y sus compañeras inseparables era Elisabetta Bazzani, la Betti y Marta Cuoghi-Costantini, la Marta. Las tres estaban trabajando en aquel entonces en su tesis –que combinaba arte, historia y un poquito de economía- sobre los tejidos artesanales emilianos entre los siglos XVII y XIX.
Las tres eran mujeres muy interesantes y todas tenían un conocimiento apabullante de la cultura clásica. Alguien (no recuerdo quien) les puso de sobrenombre “Las Tres Gracias”, pensando en los frescos de Pompeya y las pinturas clásicas de Boticelli y Rubens, pero no solamente en ello. Como las de la mitología, Dandi, Betti y Marta siempre estaban juntas, presidían banquetes, danzas y otros placenteros eventos sociales y difundían gozo y amistad entre los mortales. Y, por supuesto, cada una a su manera, eran agraciadas.
La Dandi era rubia, muy delgada, con mucho porte pero con voz de pito. Vestía bien y vivía en la calle más elegante de Módena. Cuando sonreía hacía una mueca que quería ser voluptuosa, pero que en realidad era maliciosa. Le encantaba provocar a los demás –particularmente a Claudio- y ser el centro de atención. Era muy divertida, sobre todo si no la tomabas totalmente en serio, y jugabas con ella –con el intelecto y con otras cosas-. A Donna Aldesira, la mamá de Claudio, no le gustaba como novia de su hijo, y se lo decía directito: “Claudio, no me gusta tu novia burguesa, búscate una buena chica comunista”. De las tres Gracias, Dandi era Eufrósine, cuyo nombre significa “gozo y alegría”.
La Betti tenía los ojos claros y el cabello oscuro, la voz grave y era la más bonita de las tres. Era hija de un ferrocarrilero. Había sido novia de Paolo en una época ya lejana, cuando los dos estaban en la prepa y militaban en Poder Obrero. Al igual que sus compañeras era rollerísima, sólo que más que las otras dos. No era tan apasionada como ellas y a menudo fungía de pacificadora. Carecía de la arrogancia de la Dandi, y no era avasalladora como su amiga, pero cuando hablaba a veces parecía que te estaba dando una lección. Betti era Aglaya, cuyo nombre significa “la esplendente”.
La Marta era morena, delgada y de ojos grandes. Vivía en Maranello, donde su papá despachaba en una gasolinería. Era seria y la más culta de las tres, que ya es decir. Era de las que cuando leía “cinabrio” en un poema de Octavio Paz, sabía perfectamente que se trataba de un mineral bermejo, semejante al cuarzo, y se sorprendía de que los demás no lo supiéramos. A diferencia de sus compañeras, tenía una visión pesimista de la vida (“espero no llegar a los cincuenta”, dijo cuando cumplió 25 años) y, al igual que Dandi, era un tanto histriónica. Le gustaba sentarse en el suelo (“como ardilla”, decía Dandi) y meterse en interminables discusiones ontológicas, sociológicas, psicológicas y demás, sobre todo si era con Jorge Carreto, quien por un tiempo se hizo del rogar. Marta era Talía, cuyo nombre significa “la portadora de flores”. Sin duda, las Tres Gracias hicieron más pasajera nuestra estancia en Módena.
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