miércoles, agosto 29, 2007

Biopics: Visitando a Changó

Mi mamá era santera. Los ritos los aprendió de adolescente, de una negra vecina, en La Habana. De entre todos los orishas, le tenía particular devoción a Changó, el dios del color rojo, del baile, de la guerra y de la sexualidad.

En el sincretismo afrocubano, Changó es Santa Bárbara. Según la tradición yoruba, en una ocasión Changó –fiel a su carácter de divinidad sexual- se encontraba entretenido con una diosa, cuando llegó el marido, entonces Changó huyó disfrazado de mujer. Cuando los esclavos vieron la imagen de Santa Bárbara, concluyeron que era Changó en el momento de su travestismo, por dos razones: el color rojo de su capa y la espada que lleva en la mano.

Tanto mi hermano como yo estamos dedicados a Changó, y debajo de la capa de la figura que teníamos en la casa (una imagen hermosa, con cabello natural de mi mamá, que ahora acompaña a mis padres en su nicho) había dos muñequitos de plástico, representándonos.

Cada 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, se llevaban a cabo ceremonias en la casa. Mi mamá le hacía una especie de altar a Changó, con velas, rosas rojas y un enorme cesto de manzanas a su lado. Le rezaba a medianoche, y en el día se vestía toda de rojo y recibía visitas; a algunas de ellas, les hacía una limpia con yerbas, agua de colonia y aguardiente, mientras bailaba bajo la música del disco de Celina y Reutilio dedicado a Santa Bárbara (y también a otras de las Siete Potencias y a la gran santera María de la Luz). Había limpia especial para Edgar y para mí y todo visitante recibía una manzana, que había que comer aunque supiera a perfume, y tirar la semilla lo más lejos posible.

Si algo de pensamiento mágico tengo, está relacionado con Changó. Así de fuerte era su presencia en la casa familiar.

Y para muestra, lo sucedido el 4 de diciembre de 1973.

Esa noche, Luis Foncerrada nos estaba dando aventón a Eduardo Mapes, a Edmundo Cox y a mí. Llegamos a la casa y los cuates se encontraron con el altar a Changó. Mi mamá les explicó en qué consistía la devoción. Mapes y Foncerrada se mostraron interesados y respetuosos; Cox, en cambio, se burló y no aceptó la manzana que mi mamá ofreció a todos.

A partir de entonces, se dieron circunstancias muy favorables para mí y para Eduardo. De Luis Foncerrada, algunos cuates dicen que merece el Premio Nobel de la Buena Suerte. Al contrario, entrando el año, el papá de Cox perdió el empleo y tuvieron que regresar a Perú.

En el breve tiempo que duró nuestra relación epistolar, Cox me platicó que había ingresado en una organización llamada Joven Guardia Roja. Años después, miembros del grupo Síntesis que habían ido a Perú (Julio Moguel y Saúl Escobar) me comentaron que Cox estaba “muy acelerado, muy loco”. Lo siguiente que supe es que había perdido, en la tortura, la movilidad de uno de sus brazos. Luego, que se había convertido en el dirigente de Sendero Luminoso en Lima, el número cuatro de la organización. A principios de los noventa lo recapturaron. Actualmente pena cadena perpetua en la cárcel de Lurigancho, y además está condenado a muerte por los residuos que quedan de ese grupo, que lo consideran traidor.

Durante las últimas décadas de su vida mi mamá creyó fervientemente –y era algo que la mortificaba- que la suerte de Cox se debió a la burla que hizo de Changó aquel día de 1973. Yo tampoco puedo evitar hacer la conexión, el paralelismo. Los orishas no perdonan.

1 comentario:

FBR dijo...

¡Cabiosile pa'Changó!