Un galgo rumbo a Nueva York
Con el pretexto de que así nos ahorraríamos unos dólares, Janette y yo decidimos que su regreso (y mi ida) a Nueva York fuera en camión. A Víctor no le dio tiempo para acompañarnos, como era su propósito.
Fue un trayecto interesante, de varios días, muy cansado, en el que perdimos la noción del día y de la noche. Cruzamos el continente en el Greyhound, entre sueños y despertares: un amanecer ocre y deprimente en Tulsa, Oklahoma; el verdor de los campos de Missouri y una máquina expendedora de condones en Joplin, Missouri; la vista del Gateway Arch de San Luis, de nuevo extranjero, en una tarde lluviosa; la fila de fábricas en la entrada de Pittsburgh, los bosques multicolores desde ahí hasta Nueva York. Esos días hoy son en la memoria sólo una ráfaga.
A los pocos días de nuestra llegada, estalló
Una noche, con la familia Saddy en pleno, vimos la transmisión en vivo de una sesión en Naciones Unidas. La mayoría de los representantes pedía que se respetara
Todos nos levantamos indignados de nuestros asientos. El señor Saddy decía, a gritos, que aquello era censura, y llamó a la cadena de televisión. La señora Saddy, más profunda, señaló: “no nos gusta escuchar lo más importante, por eso estamos condenados”.
Cuyutlán, Melaque y Anexas
Eduardo Mapes me invitó a ese rol, con una banda amplia de satelucos, compuesta en su mayoría por estudiantes de Ciencias Políticas. Eramos como ocho chavos y cinco chavas, acampamos en la playa de Cuyutlán, sede de la famosa Ola Verde de Colima, y luego nos lanzamos hacia Melaque y otras playas cercanas. Un rollo bastante alivianado, aunque había un cuate muy denso de Filosofía, que tuvo desavenencias con nosotros y se fue, dejando tras de sí, para nuestro sagaz esparcimiento, un cuadernito de poemas ridículamente malos. Había uno digno de una visión extrema de Chungtar Chong:
Chip chip
En un paradero de un pueblito de la costa, mientras tomábamos licuados de plátano con Choco Milk, nos enfrascamos en una discusión, típica de la época, con otra banda de estudiantes de Políticas. Ambos grupos habíamos leído y disfrutado 1984, de George Orwell y Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, pero nosotros decíamos que nuestra realidad se parecía a 1984 y ellos, que a Un Mundo Feliz. Estábamos de acuerdo en que se reprimía el amor, pero nosotros decíamos que la clave del control que se ejercía sobre nosotros estaba en la propaganda, el lenguaje y el totalitarismo político; ellos, que estaba en la tecnología y en la masificación. Sigo pensando que, en ese momento, teníamos la razón –y que la novela de Orwell es muy superior-, pero con los años he venido a dudar si ellos no vislumbraban mejor los problemas que tendría la humanidad en el futuro.
Oaxaca
Monte Albán, como siempre, estuvo pocamadre: nos quedamos hasta que nos corrieron. A Patricia los indios le seguían dando asquito y era divertido molestarla diciéndole que empezaba todas sus frases con “ay”.
-Ay, no es cierto –decía, y en el momento se daba cuenta y se botaba de la risa.
Una vez quemamos mota y
Al día siguiente llegó Hermann, rolamos dos días más, que le bastaron a él para concluir: “Yo siempre había viajado para conocer lugares; ustedes viajan para conocerse”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario