En 1973 hubo elecciones federales. No le interesaban a casi nadie. Había sólo cuatro partidos legales: el PRI, el PAN, el PPS y el PARM (los dos últimos, satélites del PRI). De antemano se sabía que el PRI ganaría todas las diputaciones y que le darían, como premio de consuelo, un puñado chiquito de curules extra a los otros tres partidos.
Obviamente, yo pensaba abstenerme. Pero ese domingo, poco después de las ocho de la mañana, tocaron el timbre de la casa y escuché un grito desesperado: “¡Paaaaancho!”. Era Miguel Angel Cañizo, el Flais, un vecino de mi edad quien había sido nombrado presidente de casilla y se topó con que ninguno de los otros funcionarios electorales ciudadanos había asistido. Me pedía de favor que lo ayudara, que fuera escrutador. Lo ví tan abatido que acepté, e invitamos a Víctor para que se incorporara (yo estaba en la lista nominal porque una vez, regresando de la universidad, me encontré en el paradero de Tacubaya con un tipo que me ofreció la tarjeta de elector, ahí la hice para tener otra prueba legal de mi mayoría de edad: no hubo necesidad de comprobar mi residencia, y mucho menos foto).
El caso es que instalamos la mesa como con una hora de retraso. Había representantes del PRI (un señor moreno, muy serio) y del PAN (una alegre pareja de recién casados, perdón por el pleonasmo). La gente llegaba a cuentagotas. El señor del PRI les explicaba cómo votar: “mire usted pone una cruz aquí”, y señalaba el logotipo tricolor. Lo dejamos hacer, salvo cuando llegaba gente que nos parecía influenciable, y decíamos: “cruce el partido que más le guste”. Un montón de gente que no estaba en la lista se presentó, pero se podía agregar hasta un diez por ciento más del padrón en una lista aparte (pero los votos iban a la misma urna). Nos pusimos giritos con un policía que quería votar con su pistola, y lo desarmamos por unos segundos. También, con un chavo que insistía en recibir, al momento, propaganda de todos los partidos para decidir su voto. Pero todo transcurrió en calma.
A la hora de la comida, Víctor y yo nos decidimos que nos íbamos a ver mal si no votábamos, así que nos echamos un volado. Él ganó y votamos por él para diputado titular y por mí para suplente. También la sirvienta de mi casa votó por nosotros. El Flais, muy severo, no quiso pagarnos el favor y sufragó por Acción Nacional. De todos modos, al hacer el escrutinio, Víctor y yo derrotamos al PARM por 3 votos a 2, y estuvimos muy cerca de los 5 que obtuvo el PPS. El PAN ganó como
En fin, orgullosos de haber derrotado al Auténtico de
-Ya no pueden votar, la elección se cerró a las seis de la tarde –les explico.
-Pero venimos de Cuernavaca.
-Sí, pero hasta las seis se podía votar.
-¡Qué bárbaros! ¡Maldito gobierno! Ahora uno no puede ni ir a Cuernavaca de fin de semana, porque lo dejan sin votar.
-Sí señora, maldito gobierno.
El candidato del PRI que ganó nuestro distrito, un señor Carlos Dufoó, se distinguió en esa legislatura por no haber subido nunca a la tribuna.
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