El examen de laurea fue también un magnífico pretexto para re-conocer Módena y sus alrededores, y para visitar, esa vez con Patricia, otras partes de Europa.
El mismo día que llegamos fuimos –a instancias de Jorge Carreto, quien tiene la extraña creencia de que cuando uno cruza el Atlántico lo primero que quiere es pachequearse- al Palasport de Bolonia a un concierto de Peter Tosh, que estuvo muy bueno y que hubiera yo gozado muchísimo de no haber estado tan cansado.
En ese concierto me encontré a varios cuates de la bola modenesa, y pude constatar que en el breve lapso de dos años algo en ellos había cambiado. Varios habían dejado la militancia política activa y se habían hecho, como decirlo, más epicúreos. O tal vez yo lo percibía así porque había recorrido el camino inverso. En todo caso, no era el único. Mi amigo Claudio Francia me recordó que él había dicho, en los primeros días de nuestra amistad, que los compañeros de la izquierda extraparlamentaria que lo acusaban de reformista lo volverían a llamar “Cremlino” tras un tiempo, y comentó que estaban en ese camino de vuelta a sus orígenes.
¿Qué había pasado? ¿Por qué los compagni parecían mucho más interesados en la suerte de los boat-people que escapaban de Vietnam que en el inminente triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua –que yo, junto con medio México, había seguido con avidez por la televisión-? Una parte de la respuesta está en el distinto énfasis de los medios, en México y en Italia, por uno y otro tema. La otra me la dio Claudio: el asesinato de Aldo Moro de parte de las Brigadas Rojas había significado un duro golpe para la izquierda. Para los comunistas, era el fin del sueño del Compromiso Histórico. Para la ultra pensante, algo peor: entender que habían estado más cerca de los terroristas que de la construcción de una alternativa socialista. Un desencanto de distintos tonos.
El Festival de Sant'Arcangelo
Además era verano. Y el verano es para divertirse. Así que otro día –ya resuelto el asunto de la tesis- fuimos Claudio, Carreto, Patricia y yo, en el rojo Fiat Cinquecento de Claudio a Sant’Arcangelo di Romagna, un pequeño pueblo cerca de la costa adriática en el que se desarrollaba un festival de teatro callejero, que pocos años después alcanzaría fama internacional. El chiste de Sant’Arcangelo es que, como está situado en una colina, no tiene una plaza grande, sino muchas pequeñas, y en cada una de ellas se desarrollaba un espectáculo diferente, a menudo ligado al folklore regional, pero también había presencia de algunas troupes extranjeras. Todo era gratuito, así que recorriendo el pueblo, de plazoleta en plazoleta, uno pasaba de ver a unos mimos daneses, a un grupo de baile romañolo, a unos performanceros o a una puesta en escena más tradicional.
En esas estábamos cuando pasó entre nosotros un grupo que seguía a una vírgen-mamarracho que recorría el pueblo sobre unos zancos enormes. Subían las pendientes empedradas, llegaban a un descansillo y se ponían a hacer una ronda infantil, cantando “Chocolate/ Amarillo (sic) / Corre corre/ Que te pillo/ A estirar/ A estirar/ ¡Que el demonio va a pasar!”, y daban paso al católico esperpento, que continuaba su ascenso. Los seguimos un buen rato. Era el grupo catalán Els Comediants, entonces semidesconocido, que estaba haciendo su pasacalles festivo y liberador (y se notaba, de maravilla, que los actores respiraban ya un aire de libertad muchos años pospuesto en España).
Esa noche dormimos los cuatro en el Cinquencento, que estaba estacionado en medio de un campo de futbol. Al otro día me desperté con tremenda tortícolis, pero igual fuimos a Rímini a darnos un bañito en sus atestadas playas.
Notre Dame des Fleurs
Pero habría más sorpresas teatrales. Las iniciativas culturales estivas en Módena estaban cada vez más desarrolladas, así que en Piazza Grande se presentó, siempre gratuitamente, el grupo del mimo inglés Lindsay Kemp, con su espectáculo Flowers, basado en la novela de Jean Genet, Nuestra Señora de las Flores.
Esa representación tocó mis fibras más sensibles. No lo hizo por la trama, que había que adivinar, ni por el texto, que no tenía, sino por la estética. Apelaba a las emociones, no a los pensamientos. Era una sórdida dramaturgia ceremonial desplegada en cámara lentisima, con una música hipnotizante. Era como la fantasía de un prisionero resguardado bajo un laberinto de telas y velos. Y esa musa horrenda y magnífica, Lindsay Kemp, “Nuestra Señora de las Flores”, se movía a un ritmo onírico y me llevaba con ella, lentamente, a sus sueños, sus fantasmas, su pasión (que es sufrimiento), al goce.
El sol no está solo
Y al día siguiente, un espectáculo muy diferente. Eran de nuevo mis amigos Els Comediants, que presentaron una obra divertida, que abrevaba de lo mejor del teatro popular europeo. Il Sole, se llamó en italiano; Sol, Solet, en catalán. Dos pícaros viajeros van en busca del sol (van del invierno al verano) y terminan encontrándolo, precisamente en la plaza donde se desarrolla el espectáculo. “Il sole non è solo. Il sole è a Modena”, decía con su fuerte acento español el narrador y del balcón principal salía un sol precioso, como si fuera la primera vez que estuviera de verdad presente en esa neblinosa ciudad: el sol de la alegría más profunda en el corazón. De otro balcón salen el rey y la reina, saludan y dicen que irán abajo a bailar. Se retiran y abajo aparecen como gegants, figuras de grandes dimensiones, vestidas con ropajes tradicionales que, conducidas desde adentro por una persona, se ponen a bailar con el personal.
Tras los gegants, un grupo de música popular terminó por amenizar la noche, convertida en alegre baile colectivo en esa ciudad tan tendiente a la melancolía y a la crítica seria.
Estaba yo en esa magia de felicidad, cuando de repente Patricia se retrajo y fue a sentarse a una banqueta de la plaza.
-¿Qué te pasa? –le pregunté, mientras el grupo tocaba “Islas Canarias”.
-Tuve el presentimiento de que a mi mamá le pasó algo, -respondió.
-Pues no sabemos si le pasó, ni podemos saberlo. Para qué preocuparte de algo que no sabes.
No la pude hacer cambiar de opinión. A su mamá no le había sucedido nada, pero era tan grande su carácter culpígeno, que le (nos) impidió terminar de gozar plenamente ese momento.
Un instante
Eran también los días del festival regional de L’Unità. Allí comí anguila, pasta con carne de burro y carne de jabalí. Allí también se presentó Lindsay Kemp, con un espectáculo cómico-popular, dirigido al público familiar, de menor calidad que Flowers. Y tras el evento me topé con Patrizia de Candia –que había asistido con su ex novio de Bolonia-. Lo comentamos brevemente –a ella no le pareció que hicieran competir a los niños contra las niñas; yo opiné que no me importaba-. Luego ella desapareció, pero no su sonrisa de mi memoria.
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