La introducción de la tesis estaba hecha y revisada. La beca todavía no llegaba. Extrañaba a De Candia, que no retornaba de Elba, y de paso a Guido que, para desesperación de Antonia, prolongó su estancia en Nápoles. Pero entendí que ya era hora de hacer maletas y regresar.
Como no cabía todo, hice una gran caja de libros para enviar a México por vía marítima, y puse como remitente a Claudio Francia, con la dirección de su casa. Esa pobre caja terminaría por cruzar el Atlántico cuatro veces.
También intenté enviar a Janette una maleta con ropa que había dejado. Resultó imposible por razones sanitarias –era exportar ropa usada. Regalé un par de prendas y Patrizia de Candia se quedó con la maleta, asegurándome –por no dejar- que la llevaría consigo y la expediría cuando fuera, en unos meses, a Chicago.
A los dos días de la fecha programada para mi viaje, volvió Guido, y Antonia le hizo una fiesta de bienvenida. Llevamos mescal y aquello se convirtió en una gran borrachera. Una parte del mescal cayó sobre la cama que amorosamente había hecho Antonia, con todo y sábanas de lino. Estaba yo muy contento con Guido, y era ya muy noche, cuando ella, molesta con razón, me corrió.
El día siguiente, Mapes y Carreto partieron rumbo a París. Buscarían a Echeverría, recién nombrado embajador de México ante
Mi última noche en Módena, los cuates –encabezados esa ocasión por Paolo y Anna- me hicieron una suerte de reunión de despedida, muy cálida.
Patrizia y yo nos quedamos abrazados un buen rato. Ella suponía que yo salía de Módena a las 7 de la mañana, pero no: a esa hora salía el avión de Milán, yo tomaba el tren de las 2 y 20 de la madrugada. Le regalé dos discos. Uno, que yo tenía muchísimo en el corazón y que expresaba mucho de lo que sentía hacia ella, era un disco doble con las mejores canciones de Incredible String Band. El otro le gustaba sobremanera a ella, y se enterneció cuando lo recibió: otro disco doble, éste de James Taylor.
Me llevó a la estación. En el andén le dije que nos volveríamos a ver, que iríamos juntos al Festival Mundial de
El tren partió y, cuando había pasado hora y media de viaje, se detuvo intempestivamente en Piacenza. Una huelga salvaje de los ferrocarrileros autónomos, quién sabe qué tan larga. Luego de desesperar una hora, pensé en bajar y llamar a De Candia para que viniera por mí y me llevara a Milán. Me dije que era pedirle demasiado. Más tarde hice cuentas y deduje que, aun si ella hubiera accedido, yo no habría llegado a tiempo. Concluí que si el tren no salía y yo perdía vuelo y conexión, era un designio del destino.
Tras dos horas de parada, el tren retomó su camino. Llegué apenas quince minutos antes de la salida, pero pude checar y abordar. Había terminado mi estancia estudiantil en Italia.
2 comentarios:
Mezcal, doctor, con z
Es que yo creo que aquella bebida tenía mucha mescalina (¿o se escribe mezcalina?).
Publicar un comentario