viernes, diciembre 11, 2009

Biopics: Adioses y designios

La introducción de la tesis estaba hecha y revisada. La beca todavía no llegaba. Extrañaba a De Candia, que no retornaba de Elba, y de paso a Guido que, para desesperación de Antonia, prolongó su estancia en Nápoles. Pero entendí que ya era hora de hacer maletas y regresar.

Como no cabía todo, hice una gran caja de libros para enviar a México por vía marítima, y puse como remitente a Claudio Francia, con la dirección de su casa. Esa pobre caja terminaría por cruzar el Atlántico cuatro veces.

También intenté enviar a Janette una maleta con ropa que había dejado. Resultó imposible por razones sanitarias –era exportar ropa usada. Regalé un par de prendas y Patrizia de Candia se quedó con la maleta, asegurándome –por no dejar- que la llevaría consigo y la expediría cuando fuera, en unos meses, a Chicago.

A los dos días de la fecha programada para mi viaje, volvió Guido, y Antonia le hizo una fiesta de bienvenida. Llevamos mescal y aquello se convirtió en una gran borrachera. Una parte del mescal cayó sobre la cama que amorosamente había hecho Antonia, con todo y sábanas de lino. Estaba yo muy contento con Guido, y era ya muy noche, cuando ella, molesta con razón, me corrió.

El día siguiente, Mapes y Carreto partieron rumbo a París. Buscarían a Echeverría, recién nombrado embajador de México ante la Unesco, para que abogara por la pronta entrega de las becas. Como el gato Berlinguer se quedaría solo tras mi partida, le preparé una gran cantidad de comida y agua –como para cuatro o cinco días-, pero mis amigos estuvieron fuera más de una semana y, escribió Carreto, al regresar el gato estaba flaquísimo, y los vecinos, encabronados por lo mucho que había maullado de hambre.

Mi última noche en Módena, los cuates –encabezados esa ocasión por Paolo y Anna- me hicieron una suerte de reunión de despedida, muy cálida. La Dandi me regaló un tríptico-collage y la versión italiana de Del Amor, de Stendhal, como amable contraparte de unos poemas, un tanto sádicos, que le había yo dado, y en los que la calificaba de “pequeña heroína stendhaliana”.Cerca de la medianoche llegó Patrizia de Candia y los demás compañeros discretamente se fueron.

Patrizia y yo nos quedamos abrazados un buen rato. Ella suponía que yo salía de Módena a las 7 de la mañana, pero no: a esa hora salía el avión de Milán, yo tomaba el tren de las 2 y 20 de la madrugada. Le regalé dos discos. Uno, que yo tenía muchísimo en el corazón y que expresaba mucho de lo que sentía hacia ella, era un disco doble con las mejores canciones de Incredible String Band. El otro le gustaba sobremanera a ella, y se enterneció cuando lo recibió: otro disco doble, éste de James Taylor.

Me llevó a la estación. En el andén le dije que nos volveríamos a ver, que iríamos juntos al Festival Mundial de la Juventud. Movió la cabeza con un gesto de melancolía. Me dijo que no era cierto. Que no nos veríamos más.

El tren partió y, cuando había pasado hora y media de viaje, se detuvo intempestivamente en Piacenza. Una huelga salvaje de los ferrocarrileros autónomos, quién sabe qué tan larga. Luego de desesperar una hora, pensé en bajar y llamar a De Candia para que viniera por mí y me llevara a Milán. Me dije que era pedirle demasiado. Más tarde hice cuentas y deduje que, aun si ella hubiera accedido, yo no habría llegado a tiempo. Concluí que si el tren no salía y yo perdía vuelo y conexión, era un designio del destino.

Tras dos horas de parada, el tren retomó su camino. Llegué apenas quince minutos antes de la salida, pero pude checar y abordar. Había terminado mi estancia estudiantil en Italia.

2 comentarios:

Carlos dijo...

Mezcal, doctor, con z

FBR dijo...

Es que yo creo que aquella bebida tenía mucha mescalina (¿o se escribe mezcalina?).