Luego de que Carlos Mársico regresó a Perugia, me quedé solo en el departamento, muy dispuesto a estudiar para el examen de Teoría Económica II, que pensaba presentar en poco más de un mes. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que un día llego el Time, al que estábamos suscritos gratuitamente gracias a los métodos de Mársico, y traía una noticia espeluznante: el peso mexicano se había devaluado abruptamente frente al dólar. Pasó de $12.50 a casi $20 por dólar.
Esta noticia, que a muchas personas de generaciones posteriores parece perfectamente normal, para mí era totalmente sorpresiva. La devaluación era un fenómeno para estudiarse, pero que sucedía en otros países. Cuando yo nací el peso estaba a $12.50 y la paridad se había mantenido inamovible toda mi vida. Lo peor es que aquello lanzaba una sombra de incertidumbre sobre el futuro de nuestras becas, porque de seguro estaban tasadas en pesos.
Para mi tranquilidad relativa, había cobrado hacía poco y tenía algunos ahorros. No tantos como Castañares, quien pasó por Módena por su última beca, ya casi en camino de regreso a México, porque él ya había terminado sus estudios.
Así las cosas, con una nubecita de preocupación en la cabeza, me dediqué a preparar Teoría Económica. Otra preocupación se sumaba, y es que el maestro Massimo Pivetti tenía fama de exigente: se decía que un tipo hizo un examen perfecto y Pivetti le dio 28 sólo porque lo notó “un poco dubitativo”. Tal vez por eso no éramos más de una decena los estudiantes de sus clases.
El núcleo duro del curso de Pivetti era
Yo estudié, estudié y estudié y se me hizo bolas el engrudo. Una tarde, desesperado, bajé al café de Lina y llamé por teléfono a Paolo Silvestri –quien ya había aprobado el examen- para decirle, quejoso, que no agarraba la hebra. Paolo, sin explicarme nada, me dio un tip excelente: separa cada una de las funciones en una gran página, haz las curvas y escribe la explicación de cada una de ellas, así como las distintas interpretaciones de sus posibles movimientos, luego que las tengas todas, armas el rompecabezas.
Más que otra cosa, fue un trabajo de orden mental, para reconstruir el desorden sólo aparente de la obra keynesiana. En efecto, la función de la preferencia por la liquidez determina, junto con la oferta (exógena) de dinero, la tasa de interés; la función de la eficiencia marginal del capital (que también tiene componentes políticos) determina, junto con la tasa de interés, el nivel de inversión y la función de la propensión marginal al consumo determina, junto con el nivel de inversión, el nivel de producción y empleo. La consecusión lógica de estas funciones me permitió, años después, cuando era profesor en
Después de entender, finalmente, a Keynes, quedó claro por qué Hicks y compañía lo pudieron reinsertar en su corriente (por ejemplo, Keynes no explica cómo se crea en la mente del público la tasa de interés esperada). En esas condiciones, la lectura de los otros ensayos fue coser y cantar. Salí airoso del examen, con un
Algunos de esos días de estudio también fueron de rol. Fui con Paolo y Anna a una cabañita que tenían los papás de él en Riccò, en la montaña modenesa. Era época de hongos y nos pusimos a buscar. También fuimos a Villa, casa de campo de los padres de
A finales de octubre mi billete de avión cumplía un año. Mi opción era pagar una lana para viajar más tarde o usarlo antes de la fecha límite. Dudé, porque estaba muy a gusto en Italia, pero la preocupación por el futuro devaluado me empujó a ir a México.
-Con gusto yo tomaba tu boleto –me dijo Paolo, el día antes de mi partida.
-Con gusto yo te lo daba, pero está a mi nombre –respondí.
En el viaje de regreso nadie se tomó la molestia de ver la foto de mi pasaporte. Eran otros tiempos. Paolo hubiera podido hacerla.
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