jueves, mayo 21, 2009

Biopics: Entre Keynes y la devaluación


Luego de que Carlos Mársico regresó a Perugia, me quedé solo en el departamento, muy dispuesto a estudiar para el examen de Teoría Económica II, que pensaba presentar en poco más de un mes. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que un día llego el Time, al que estábamos suscritos gratuitamente gracias a los métodos de Mársico, y traía una noticia espeluznante: el peso mexicano se había devaluado abruptamente frente al dólar. Pasó de $12.50 a casi $20 por dólar.

Esta noticia, que a muchas personas de generaciones posteriores parece perfectamente normal, para mí era totalmente sorpresiva. La devaluación era un fenómeno para estudiarse, pero que sucedía en otros países. Cuando yo nací el peso estaba a $12.50 y la paridad se había mantenido inamovible toda mi vida. Lo peor es que aquello lanzaba una sombra de incertidumbre sobre el futuro de nuestras becas, porque de seguro estaban tasadas en pesos.

Para mi tranquilidad relativa, había cobrado hacía poco y tenía algunos ahorros. No tantos como Castañares, quien pasó por Módena por su última beca, ya casi en camino de regreso a México, porque él ya había terminado sus estudios.

Así las cosas, con una nubecita de preocupación en la cabeza, me dediqué a preparar Teoría Económica. Otra preocupación se sumaba, y es que el maestro Massimo Pivetti tenía fama de exigente: se decía que un tipo hizo un examen perfecto y Pivetti le dio 28 sólo porque lo notó “un poco dubitativo”. Tal vez por eso no éramos más de una decena los estudiantes de sus clases.

El núcleo duro del curso de Pivetti era la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, de John Maynard Keynes, aderezada por el famoso ensayo de Hicks sobre la curva IS/LM y otros más, tanto los que reconducían la teoría keynesiana a la ortodoxia neoclásica, como los que la alejaban de ella. El pedo es que para entender a fondo todos los ensayos, había que entender perfectamente a Lord Keynes y, la verdad, la Teoría General es un libro bastante confuso y confundidor. Si no tienes claro el orden, que Keynes presenta en su capítulo 3, se te hace bolas todo el engrudo.

Yo estudié, estudié y estudié y se me hizo bolas el engrudo. Una tarde, desesperado, bajé al café de Lina y llamé por teléfono a Paolo Silvestri –quien ya había aprobado el examen- para decirle, quejoso, que no agarraba la hebra. Paolo, sin explicarme nada, me dio un tip excelente: separa cada una de las funciones en una gran página, haz las curvas y escribe la explicación de cada una de ellas, así como las distintas interpretaciones de sus posibles movimientos, luego que las tengas todas, armas el rompecabezas.

Más que otra cosa, fue un trabajo de orden mental, para reconstruir el desorden sólo aparente de la obra keynesiana. En efecto, la función de la preferencia por la liquidez determina, junto con la oferta (exógena) de dinero, la tasa de interés; la función de la eficiencia marginal del capital (que también tiene componentes políticos) determina, junto con la tasa de interés, el nivel de inversión y la función de la propensión marginal al consumo determina, junto con el nivel de inversión, el nivel de producción y empleo. La consecusión lógica de estas funciones me permitió, años después, cuando era profesor en la UNAM, explicar suscintamente a Keynes en un par de largas lecciones.

Después de entender, finalmente, a Keynes, quedó claro por qué Hicks y compañía lo pudieron reinsertar en su corriente (por ejemplo, Keynes no explica cómo se crea en la mente del público la tasa de interés esperada). En esas condiciones, la lectura de los otros ensayos fue coser y cantar. Salí airoso del examen, con un 27, a pesar de la dureza de Pivos.

Algunos de esos días de estudio también fueron de rol. Fui con Paolo y Anna a una cabañita que tenían los papás de él en Riccò, en la montaña modenesa. Era época de hongos y nos pusimos a buscar. También fuimos a Villa, casa de campo de los padres de la Dandi –recogíamos fresas silvestres y ella cocinaba maravillas a partir de la nada-. Veía mucho a Paolo y Anna, y poco a Claudio –quien, al igual que Daniele, estaba haciendo la naia, el servicio militar; Claudio pasó el verano en L’Aquila, pero sus conocimientos de matemáticas, y por tanto, de artillería, lo regresaron a Módena, donde era la sede de esa arma-. También por ese entonces Carreto regresó de Kenya, donde había pasado el verano, y contó sus aventuras –que están recogidas fielmente en Las Posibilidades del Odio, la novela de María Luisa Puga; lo gracioso es que los editores le dijeron a la Hija de Puga que la única parte no creíble de su novela era la del estudiante mexicano que rolaba con su cuate lúo… era la única parte de no-ficción.

A finales de octubre mi billete de avión cumplía un año. Mi opción era pagar una lana para viajar más tarde o usarlo antes de la fecha límite. Dudé, porque estaba muy a gusto en Italia, pero la preocupación por el futuro devaluado me empujó a ir a México.

-Con gusto yo tomaba tu boleto –me dijo Paolo, el día antes de mi partida.

-Con gusto yo te lo daba, pero está a mi nombre –respondí.

En el viaje de regreso nadie se tomó la molestia de ver la foto de mi pasaporte. Eran otros tiempos. Paolo hubiera podido hacerla.

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