miércoles, junio 25, 2008

Biopics: Funerales rojos

Corría el mes de abril y Carlos Mársico nos invitó a una convención de estudiantes izquierdistas latinoamericanos en Italia. Sería en pocos días, en Florencia. Decidí ir con Janette, y aprovechar la breve estancia para dar una turisteada por la ciudad de Dante. Paolo Mori, novio de Francesca Bucciarelli, y quien estudiaba allí, me prestó las llaves de la casa que compartía con otros jóvenes, muy cerca del Palazzo Pitti.

Apenas salimos de la estación de trenes, nos percatamos de que había un ambiente muy denso. No sólo corría abril, sino también un momento duro de aquellos “años del plomo”. Días antes dos muchachos de extrema izquierda habían sido asesinados por fachos en Milán. Pasamos enfrente de la iglesia de Santa María Novella y hacia nosotros se dirigía una marcha, que el código de vestimenta identificaba como ultraizquierdista. Los anorak verdes, las botas militares, las bufandas oscuras, y también muchos rostros ocultos. “Almirante come Falvella/ con un coltello nella budella!”, decía la consigna que gritaban, regocijados: Almirante (el líder nacional del MSI) como Falvella, (un militante fascista muerto por la extrema izquierda): con un cuchillo en las tripas. La tarde y la marcha tenían, efectivamente, una atmósfera plúmbea. Camino a casa de Paolo nos topamos con otro grupo de manifestantes antifascistas. Similar vestimenta, semejantes consignas violentas. También vimos pequeños camiones de policía estacionados.
Nos instalamos en la casa de estudiantes, y dimos luego un recorrido por los jardines del Pitti, por el Ponte Vecchio y la orilla del Arno. Yo quería imaginar el momento en el que Dante conoció a Beatriz.
Regresamos a descansar mientras, no muy lejos de ahí, había encontronazos violentos entre policías y militantes de los llamados “Comités Autónomos”, de extrema izquierda. A la mañana siguiente, los diarios relataban que en esos choques resultó muerto, de un balazo, Rodolfo Boschi, militante del PCI. De inmediato surgieron dos hipótesis: en una, había sido asesinado por agentes de policía vestidos de civil; en la otra, por el fuego de los Autónomos. Había incluso un ultra acusado, un tal Francesco Panucci. La mayor parte de las versiones apuntaban a que Boschi era ajeno al enfrentamiento. Vivía por ahí, y salió a cambiar su auto de lugar, porque algunos vehículos habían sido destruídos.

La convención de estudiantes de América Latina se llevó a cabo con normalidad. Pusimos un pequeño stand con las monografías políticas elaboradas por la ADELA, que se vendieron bien. A Janette la confundieron tranquilamente con mexicana. Y, como buenos latinoamericanos, nos acabamos peleando.
Sucede que uno de los ponentes era un militante del MIR chileno, organización a la que nosotros teníamos ubicada como corresponsable política del golpe. Se aventó un análisis perfectamente maniqueo y concluyó que la única respuesta era el levantamiento violento contra el capitalismo, con una consigna que escuchaba yo por primera vez: “La izquierda armada/ jamás será aplastada”. Intentó, con cierto éxito, que el público –compuesto en su mayoría por italianos- la coreara. Entonces me levanté y grité: “¡La izquierda aislada/ jamás será escuchada!”, que fue una consigna que me salió como respuesta inmediata (y que años después utilizaría en México). Carlos empezó a alegar en italiano que era muy fácil hablar de lucha armada desde la comodidad europea y con subvenciones democristianas (un madrazo a la OSLAI, que era la organización rival de la ADELA), y afirmó que en Chile, como en el resto del continente, se requería de coaliciones populares y democráticas para acabar con las dictaduras. Se armó el griterío y una efímera discusión. A la postre, como buenos mencheviques, los de la ADELA nos retiramos. La historia nos daría la razón, pero esa tarde éramos claramente minoritarios.

En la noche serían los funerales de Rodolfo Boschi, con una ceremonia en la Piazza della Signoria, el corazón histórico de Florencia. La plaza estaba llena, miles de personas. Varios jóvenes nos sentamos en una esquina, en los escalones de la Loggia dei Lanzi. Yo estaba exactamente debajo de la estatua de Perseo con la cabeza de Medusa.
La llegada del féretro, que se mantenía en lo alto y que estaba envuelto en la bandera roja del partido, con la hoz y el martillo, fue impresionante. Llovían claveles. Había un ambiente de conmoción. Entonces habló el alcalde.
Florencia era una ciudad de izquierda, gobernada por una coalición de los partidos socialista y comunista; el alcalde pertenecía al primero. Hizo el elogio del joven progresista, pero en un determinado momento lanzó su verbo contra los autónomos y culpó directamente a Panucci. Exculpó, implícitamente, a la policía.
De la zona donde yo estaba surgieron silbidos. De inmediato se volvieron hacia nosotros miradas durísimas de señores cincuentones que tenían una pañoleta roja al cuello. Ese paliacate era signo de que eran viejos partisanos, que habían resistido con las armas al fascismo y a la ocupación nazi en la II Guerra Mundial. Casi todos los partisanos pertenecían al ala tradicional del PCI. Se generó entonces una discusión a gritos:
-“¡No fue Panucci, fue la policía!”, decía un chavo tras de nosotros.
–“¡Ustedes cállense, no sean cómplices del fascismo!”, contestó un viejo partisano.
–“Los cómplices son ustedes”, respondieron.
La discusión pasó de ahí al “imbéciles”, “viejos apendejados” y “extremistas hijos de puta”. El ataúd con la bandera roja seguía ahí, en el mismo panorama visual que el David de Miguel Ángel. Decidimos alejarnos, pero la cosa no pasó de las palabras.

Con el tiempo se comprobaría que quien mató a Rodolfo Boschi fue un policía vestido de civil, de esos que se suponía no existían. Lo condenaron a ocho meses de cárcel, por exceso en el uso de la fuerza. A Panucci lo condenaron por delitos menores, a diez años en prisión. Han de haber sido muchos delitos menores.

Al otro día terminamos nuestro “tour dantesco” por Florencia y tomamos, junto con Carlos, el tren a Módena. A nuestro compartimento se subió un señor bigotón, muy serio, que a los pocos minutos de marcha, se salió, dejando su maleta. La siguiente parada fue en Prato, muy cerca de Florencia. La reacción de Carlos y mía fue inmediata. Salimos a verificar que el bigotón siguiera en el vagón, no fuera a ser que la maleta contuviera una bomba. El señor estaba en el compartimento de junto: se ha de haber cambiado de lugar porque nos vio sucios, greñudos, con pinta de izquierdosos y hablando un idioma extranjero.

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