De estatura, creció poco. A los nueve años, medía 1.13 y pesaba 24 kilos. Pero quería levantar pesas, una tradición en su Bulgaria natal. Llegó hasta el 1.50 y 60 kilos, en los que destacaba el músculo comprimido y bien entrenado. Con ese cuerpo alcanzó la gloria olímpica.
Era un fenómeno. A los 15 años empezó a despedazar los récords mundiales. Levantaba el triple de su peso. A los 17, era el gran favorito para llevarse el oro olímpico, pero el boicot de los países de la órbita soviética a los juegos de Los Angeles se lo impidió. Semanas después de los juegos, Naim levantó 30 kilos más que el campeón.
Jamás ganaría medallas para Bulgaria. A mediados de los ochenta, el régimen de Yitkov –tal vez para paliar el descontento interno- emprendió una persecución étnica contra la minoría turca, a la que pertenecía Naim Suleimanov. Pretendieron que el halterista renegara de su origen y afirmara que los otomanos habían forzado a sus ancestros a cambiarse el apellido. Se rehusó, pero de todos modos la prensa oficial publicó que había dicho lo que no había dicho. Aprovechó una competencia en Australia para desertar y solicitar la ciudadanía turca.
Con los padres del pesista como rehenes, hubo una intensa negociación entre las dos naciones. Turquía acabó pagando un millón de dólares por su liberación, y por su derecho para competir por el país de la media luna en los juegos de Seúl. Pasó a ser Suleymanoglu.
Lo que hizo en Corea no tiene precedentes. Rompió en añicos los récords mundiales: 152.5 kilos en arranque, 190 en envión. Derrotó al medallista de plata por 30 kilogramos y levantó más, incluso, que el campeón olímpico en la categoría inmediata superior.
De carácter exuberante, Suleymanoglu era a menudo personaje principal en la prensa escandalosa de Turquía. Pero en la competencia ponía mucha presión sobre sus rivales. Su táctica consistía en no ir a la segura, sino levantar pesos altísimos desde su primer intento. Así, derrotó fácilmente al búlgaro Peshalov en Barcelona, para conseguir su segundo oro. En Atlanta, se enfrascó en un duelo tremendo con un halterista griego, Leonidis, y tuvo que romper su propio récord mundial para obtener su tercer laurel. La táctica, sin embargo, no funcionó en Sydney, donde iba por una inédita cuarta medalla dorada.
El Hércules de Bolsillo es, según la opinión unánime, el más grande halterista de todos los tiempos.
Era un fenómeno. A los 15 años empezó a despedazar los récords mundiales. Levantaba el triple de su peso. A los 17, era el gran favorito para llevarse el oro olímpico, pero el boicot de los países de la órbita soviética a los juegos de Los Angeles se lo impidió. Semanas después de los juegos, Naim levantó 30 kilos más que el campeón.
Jamás ganaría medallas para Bulgaria. A mediados de los ochenta, el régimen de Yitkov –tal vez para paliar el descontento interno- emprendió una persecución étnica contra la minoría turca, a la que pertenecía Naim Suleimanov. Pretendieron que el halterista renegara de su origen y afirmara que los otomanos habían forzado a sus ancestros a cambiarse el apellido. Se rehusó, pero de todos modos la prensa oficial publicó que había dicho lo que no había dicho. Aprovechó una competencia en Australia para desertar y solicitar la ciudadanía turca.
Con los padres del pesista como rehenes, hubo una intensa negociación entre las dos naciones. Turquía acabó pagando un millón de dólares por su liberación, y por su derecho para competir por el país de la media luna en los juegos de Seúl. Pasó a ser Suleymanoglu.
Lo que hizo en Corea no tiene precedentes. Rompió en añicos los récords mundiales: 152.5 kilos en arranque, 190 en envión. Derrotó al medallista de plata por 30 kilogramos y levantó más, incluso, que el campeón olímpico en la categoría inmediata superior.
De carácter exuberante, Suleymanoglu era a menudo personaje principal en la prensa escandalosa de Turquía. Pero en la competencia ponía mucha presión sobre sus rivales. Su táctica consistía en no ir a la segura, sino levantar pesos altísimos desde su primer intento. Así, derrotó fácilmente al búlgaro Peshalov en Barcelona, para conseguir su segundo oro. En Atlanta, se enfrascó en un duelo tremendo con un halterista griego, Leonidis, y tuvo que romper su propio récord mundial para obtener su tercer laurel. La táctica, sin embargo, no funcionó en Sydney, donde iba por una inédita cuarta medalla dorada.
El Hércules de Bolsillo es, según la opinión unánime, el más grande halterista de todos los tiempos.
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