martes, enero 28, 2014

Pacheco


La muerte de José Emilio Pacheco nos ha dejado en una suerte de orfandad, tal vez porque JEP ayudó a más de una generación de mexicanos a definir sus afinidades electivas, porque fue un constructor del alma nacional.

Hay tantas cosas en la rica obra de Pacheco que es difícil fijar la mirada en el centro. Lo intento y miro polvo. El de la ciudad destruida por el terremoto, el de las explosiones de la guerra, el del castillo de arena que su hermano abolió a patadas, el que cubrió a Pompeya como sudario, el que pisa la humanidad al caminar. Miro también la reconstrucción, a partir del espíritu humano, siempre hambriento de trascendencia; la esperanza que se transluce, tenue, en una obra aparentemente pesimista y de zozobra. Una esperanza que es también, lo decía él, una “risible variedad de la neurosis”: la poesía.

Y miro a México. Un país y una ciudad amados con rabia por el poeta, con desazón, pero con tenacidad admirable.

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