Quien de verdad me movió el tapete fue Patrizia de Candia, una chava que conocimos a través de Claudio Francia, quien le había hecho conversación en la biblioteca de
Hablaba el italiano con un ligero acento inglés, que ella negaba poseer. Nacida en Alejandría de Egipto, había vivido su infancia y buena parte de su adolescencia en
Su maquillaje era suave; sus ropas, normalmente holgadas –Eduardo Mapes diría después que era para disimular sus atractivas formas-, eran de alta calidad; por su actitud, se sabía guapa; estaba –como todas- metida en la onda del feminismo, pero decía que no, tal vez porque no compartía el lenguaje radicaloso impregnado de marxismo. A mí me gustó de inmediato. Y mucho.
Yo también le gusté, porque pronto se convirtió en visitante asidua a nuestro departamento y aprovechábamos el tamaño de mi mesa de trabajo para estudiar juntos, cada quien su onda, durante largas horas, en las cuales no faltaban los guiños, las breves pláticas, la sensación de creciente calidez.
Esos fueron los días de explosión demográfica de las radios libres, un movimiento impulsado por el Partido Radical que pretendía que los ciudadanos le arrancaran al Estado el control de los medios de comunicación electrónica. Con una inversión mínima, se montaron decenas de estaciones pirata, que ocuparon el espacio (una de ellas, Radio Alice, incluso asesoraba a los autónomos en sus escaramuzas con la policía en Bolonia). Con el tiempo, la política cedió espacios al comercio y aquellas movilizaciones culturales terminarían por allanar el camino a los empresarios y sus jugosos negocios.
Pues bien, en Módena no podía faltar una radio libre, y los activistas nos invitaron a los estudiantes mexicanos a hacer un programa con música latinoamericana. Un día antes de la cita, nos enteramos por Il Manifesto y L’Unità que el movimiento sindical que unía a trabajadores académicos con los administrativos de
Al programa llevamos música de todo tipo, pero sobre todo guapachosas. De Celia Cruz a
Patrizia de Candia había estado estudiando conmigo hasta minutos antes del programa, nos llevó a la estación de radio y se quedó con nosotros todo el rato. Luego se dio cuenta -¡bendito Freud!- que había olvidado su bolsa en nuestro departamento, así que allá fue también de regreso. Ya era muy noche y la convencí de que se quedara (le presté una camisa mía de manta, que usó a manera de baby-doll). Nos la pasamos en cama platicando, besándonos, conociéndonos, fajando, platicando más, acariciándonos, mirándonos tiernamente, descubriéndonos hasta las seis de la tarde.
Un par de días después nos enteramos que los sindicalistas mexicanos habían sido liberados.
1 comentario:
Alejandro Pérez Pascual es mi actual asesor de tesis en la licenciatura en economía. No sabía mucho sobre su pasado, pero ahora que lo mencionas le preguntaré.
Saludos!
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