Los exámenes seguían, y presenté con éxito tanto Economía Internacional como Economía Agraria. La siguiente materia que me puse a estudiar fue Economía Industrial, la que daba el jefe Salvati, donde se estudiaban las diferentes versiones de la teoría neoclásica sobre la empresa productiva, el desarrollo más reciente de los mercados, así como los diferentes procesos de concentración de capital y de composición de los mercados. Una de las lecturas que más me interesó fue El Capitalismo Gerencial, un clásico de Robin Marris, que –a partir de la evidencia de que los dueños y los ejecutivos de las grandes empresas hace rato que no son los mismos- terminaba con las ideas decimonónicas del empresario y explicaba cómo los corporativos modernos tienen prioridades diferentes –como el crecimiento, la diversificación y el reconocimiento de la empresa-, y buscan un equilibrio con los objetivos tradicionales, de maximización de la ganancia, de mantenimiento de la propiedad, etcétera. Era particularmente divertido estudiar los modelos corporativos de defensa en contra de tomas hostiles en la bolsa de valores (hostile takeovers) de parte de compañías rivales.
Le escribí a mi papá, el viejo gerente de ventas, al respecto, preguntándole y preguntándome qué tanto de lo que reseñaba Marris había él puesto en práctica en su trabajo. En vez de comentarme su experiencia, me respondió con una carta con curvas de demanda, que todo lo que me decía era que él había leído algún libro de microeconomía.
Preparándome para el examen de Economía Industrial descubrí que mi horario natural es de 25 horas. Cada día me iba a dormir una hora más tarde, y siempre dormía mis ocho horas, así que llegó el momento en que me despertaba a eso de las dos de la tarde, con un hambre de la chingada.
Las condiciones se dieron para que el día del examen me tocara dormirme a las seis de la mañana. A esa hora salí al café de junto a echarme un capuchino y regresé a descansar un par de horas. El examen era a las once. Me fue muy bien, pero ya estaba cabeceando mientras pedaleaba de regreso a casa. Me dormí de inmediato, me desperté a las seis de la tarde con las tripas pegadas a la panza, no había nada de comer en casa y tuve que rolar por el centro en busca de una trattoría. La primera que abrió lo hizo a las siete.
Pocos días después, fui a ver a Salvati, porque había hecho la armazón de un proyecto de tesis, que tenía como título posible “Políticas keynesianas y estructura productivo-financiera de México”. Se basaba en la pregunta: ¿Hasta qué punto son válidas las políticas nacidas del análisis keynesiano para modificar la estructura productiva de México?
Leo en un viejo cuaderno que el proyecto partía de varios supuestos: que el desempleo no es sólo de demanda, sino estructural: el sistema productivo es incapaz de absorber a toda la fuerza de trabajo disponible; que una política de desarrollo a través del déficit público es inefectiva, porque el aumento esperado de la demanda se topa con rigideces de parte de la oferta (cuellos de botella en los principales sectores productivos, condiciones oligopólicas y de precios administrados, tanto del sector público como del privado); la política del banco central tampoco es efectiva, debido a dos factores: la reacción de la banca privada y del público frente a las acciones de la autoridad suele ser negativa y las medidas fiscales y monetarias tardan en hacer sentir sus efectos sobre la estructura de tasas de interés y sobre las condiciones de crédito, en manera suficiente para influenciar el gasto agregado –también debido al comportamiento de los intermediarios financieros y a las características del funcionamiento de los mercados de capital.
Los objetivos de la tesis eran identificar los nudos que impiden al sistema financiero mexicano servir para un desarrollo integral del país y hacer notar los límites del keynesianismo para la interpretación de un sistema económico y social como el mexicano, con sus características de desarrollo desigual y dependencia respecto al extranjero.
Salvati me dio dos muy buenos consejos. El primero, que me estaba proponiendo una tesis demasiado general, en la que era fácil perderse en meandros y que difícilmente contribuiría con algo original. El segundo, que mi interés por el sistema financiero seguramente encontraría una mejor guía en Riccardo Parboni, por lo que debería circunscribirme a ese sector –o mejor, a una parte del mismo- y elaborar un proyecto realmente novedoso con el maestro Parboni.
Con Parbus me entendí de inmediato. Quedamos en que la tesis sería sobre el proceso de concentración bancaria en México, y el paso de la banca especializada a la banca múltiple. De ahí salió el título –que, se verá después, no fue de mucha ayuda laboral-. De la investigación en sí saldría su contenido central: un análisis sobre los cambios en la composición de cartera de bancos comerciales, sociedades hipotecarias y sociedades financieras, y sus efectos en la estabilidad del sistema.
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