Otra de las cosas que hacía yo con Rafael Pérez Medinilla y con Víctor durante aquella estancia en México era ir a menudo al Sapo Cancionero, la peña que estaba en Satélite. Se tocaba música latinoamericana de protesta, pero el plato fuerte era Chava Flores, maestro de la trova cómica urbana, y también del albur. Ahí nos echábamos unas chelas, platicábamos de muchas cosas y en general la pasábamos bien.
Una noche, cuando el grupo de protesta en turno empezaba los acordes de “El Cóndor Pasa”, a Rafa se le ocurrió decir que era muy emocionante cuando tocaban esas notas en el momento en el que salían al campo los Cóndores de
-Pues ora por decir esa pendejada pagas las chelas –dijo Víctor, genuinamente indignado.
-Oye, no tengo lana para pagarles a todos.
Yo me zafé, pero Víctor insistió, y el pobre Rafael, a regañadientes, le pagó la cuenta.
No fue la única vez que Víctor dejó de pagar. En otra ocasión, fuimos un grupo relativamente grande de cuates al Bar León, en el Centro. La rumba empezaba a ser cultura. Después de chupar bastante, a Víctor se le ocurrió subirse a tocar la tumbadora con el grupo. No le fue muy bien y, en vez de regresar a la mesa con nosotros, se salió del local y se fue a su casa. Días después, le reclamé y me lo tomó muy a mal.
También en esos días se realizaron los Juegos Panamericanos en la ciudad de México. Fui un par de veces al beisbol, con Jonathan Davis, y vimos jornadas de gran calidad. También fuimos Davis, Rafael Rangel y yo a la final de futbol en el Azteca: México contra Brasil. Empezamos ganando, pero Brasil nos empató. Se fueron a tiempo extra y los brasileños estaban encima del área mexicana. Cuando más olía a gol sudamericano, un milagro: se fue la luz del estadio. Tras un rato de gritos multitudinarios de “¡juego, juego!”, a veces trocados por los de “¡fuego, fuego!”, se tomó la decisión –maquiavélica, más que salomónica- de otorgarle la medalla de oro a los dos equipos. Sentimos que era la manipulación priísta llevada a su máximo y nos fuimos del estadio. Era ya una multitud la que descendía por las rampas cuando sonaban los himnos (y la otra parte de los asistentes, emocionada, cantaba el himno nacional).
Turismo revolucionario
Cuando se acercaba la fecha de mi regreso a Italia, llegaron a México Carreto y Mapes. Su rol por Portugal había estado de lo más interesante, porque coincidió con la radicalización de
¡Que viene Vadillo!
Una tarde nos cita en la cafetería del CUC Alfonso Vadillo, aquel joven maestro con el que habíamos tenido problemas en segundo semestre. Nos dice que él también se va a estudiar a Módena, nos platica anécdotas muy cotorras –y otras, como la del tipo al que le pidió prestado su coche por un rato… y se lo llevó a Acapulco-, nos pide que le demos albergue los primeros días. Le decimos que sí. Salió a Italia pocos días antes que yo.
Especulaciones, y una gesta en marcha
A partir de los relatos portugueses de Mapes y Carreto, platicamos bastante acerca de los escenarios probables para una revolución democrática en México. Una de esas veces, en un Dennys, Carreto dijo que eso sólo podría pasar cuando el PRI se partiera en dos. Aseguró que él veía la coyuntura próxima: Mario Moya Palencia como candidato de la derecha priísta, y José López Portillo, como candidato de la izquierda. Eduardo le contestó que, en todo caso, la cabeza visible de la izquierda priísta sería Muñoz Ledo. Yo les dije que el PRI se partiría sólo desde abajo, cuando se rompiera el control corporativo sobre los obreros.
El tiempo diría que probablemente quien más cerca estuvo de la profecía fue Eduardo Mapes, pero en aquellos meses se gestaba la gesta obrera de
Yo ya había regresado a Italia, pero cuando llegaron Mapes y Carreto de México, estaban emocionados e impresionados por la marcha sindical, cuya vanguardia era
-Una manifestación gigante –me decía Eduardo, los ojos entintados de alegria-, ¡De obreros!
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