sábado, diciembre 22, 2007

Biopics: Perugia era una fiesta III (y la noche romana)

La Mensa y el Cinema Modernissimo

Dos lugares fundamentales de la vida estudiantil perusina eran la Mensa Universitaria y el Cinema Modernissimo. La Mensa era el enorme comedor de la Universidad de Perugia, al que también teníamos acceso los estudiantes de la Universidad para Extranjeros. Su mayor virtud era el precio: una comida completa te salía en 600 liras; es decir, menos de un dólar. La fonda más barata de la ciudad te cobraba 900. Eso significa, por supuesto, que siempre estaba llena y que había que hacer colas interminables –una vez llegó a ser de dos horas. Te servían siempre tu pasta –con poco queso-, un plato fuerte, ensalada, fruta y bebida a escoger (vino/cerveza/agua/chesco). Por una lana más le ponías mozzarella a tu ensalada. Allí aprendí que la mozzarella de búfala es maravillosa y me aficioné a un vinito local discreto, Dei Colli Umbri.
Los de la Universidad de Extranjeros teníamos la tendencia a sentarnos entre nosotros. Se armaban mesas muy internacionales y –habrá sido signo de los tiempos- a menudo se terminaba hablando de política. Tengo en mi mente la imagen de un japonés que fumaba sosteniendo su cigarro de un palillo que le había atravesado y escuchaba con atención el rollo de unos alemanes socialdemócratas sobre las ventajas de las pensiones. Recuerdo que pensé: “tienen 24 años y ya están pensando en pensiones”.
Asistiendo a la Mensa terminé por darme cuenta de que la Universidad de Perugia también estaba llena de extranjeros, sobre todo de árabes. Eran centenares los que comían allí día a día. Más del 90 por ciento eran hombres, siempre iban en grupo y parecían manejarse bajo conceptos jerárquicos.
Una ocasión, mientras los mexicanos hacíamos cola, el líder de los árabes corrió hacia nosotros y se le hincó a Consuelo. “Eres la mujer más bella que han visto mis ojos”, exclamó, ante la sonrisa complacida de ella. Sin embargo, no le sirvió de mucho, porque Consuelo no lo peló. Otra vez, a Charles, un inglés amigo de Ben, se le ocurrió abrir su paraguas mientras hacía cola: le llegaron como diez italianos enfurecidos, cuestionando su gesto portador de mala suerte. El contestó, con todo y sus nerdosos lentes de pasta: “Soy inglés, uso paraguas”. Uno de los italianos le espetó: “Lo cierras o te partimos la cara”. Charles cerró el paraguas.


El Cinema Modernissimo estaba cerca de casa de Mapes y Carreto (antes casa de Mapes y Casta), también era muy barato y tenía una característica que lo hacía extraordinario: cada día proyectaba una película distinta, todas eran de calidad, de varias nacionalidades y relativamente recientes. Las butacas eran de madera, no era muy grande, y a menudo se sobrevendían las localidades. Más de un buen filme me lo eché sentado en el suelo o tirado delante de la primera fila. Todas las películas estaban dobladas al italiano, lo que también significaba un buen entrenamiento en el idioma (el doblaje era neutro, y eso ayudaba a que entendiéramos mejor).
De entre las joyas extrañas que pude ver en el Modernissimo están “¡Viva la Muerte!”, el gran filme pánico de Arrabal, “La Invención de Morel”, una obra italiana basada en el texto de Bioy Cásares y “Family Life”, una extraordinaria película de Ken Loach. Nombro tres, pero era onda de ir cuatro o cinco veces por semana y darse un atracón de cine de calidad, antes de ir con los cuates a tomar una birra al Turreno.

Carlos Mársico y la ADELA,

En el Turreno conocí a un personaje clave de mi estancia en Perugia, y un amigo de toda la vida. Un argentino que estudiaba agronomía en la Universidad local, de nombre Carlos Mársico. Un cuate alto, flaco, que cojeaba por la polio y a quien el pelo lacio le llegaba a media espalda.
Carlos tenía 22 años; había llegado a Italia a los 15 (su padre trabajaba para la FAO) y se había quedado ahí, salvo dos estancias anuales en Argentina e Irlanda. Vivía en un amplio y húmedo departamento en Corso Garibaldi. Tenía cuatro recámaras y él rentaba tres de ellas, lo que le ayudaba a sus magros ingresos. Califiqué su cuarto de “combinación de lujo y miseria”, por algunos detallitos elegantes en medio de una improvisación total. Lo presidía un gran retrato de Marx: “Man, Thinker, Revolutionary”.
Con él, la química fue inmediata: tuvimos larguísimas conversaciones sobre rock, filosofía de la vida, diversidad de las culturas y política internacional, mucha política internacional. Él había sido trotskista en Argentina, “por antiperonista y porque el Partido Comunista Argentino es una mierda”, pero en Italia se identificaba totalmente con el PCI y despreciaba de manera cabal a los “gruppetari”, integrantes de organizaciones izquierdistas menores, al grado que el día que cerraba el Turreno, no iba al De Lillo. Recibía una gran cantidad de publicaciones, algunas gratuitas y las otras –como Time y Newsweek- mediante suscripciones que nunca pagaba (nos enseñó el truco). Era, además, el dirigente de la ADELA, Asociación De Estudiantes Latinoamericanos Antiimperialistas, a la que pronto nos adherimos, incrementando la membresía en algo así como 30 por ciento.
Como líder de la ADELA, Carlos tenía mucha relación con los dirigentes de los otros grupos de estudiantes extranjeros. Frente a la veintena de latinoamericanos estaban los griegos de izquierda, que eran como 300 y estaban enfrentados con los griegos fachos; los africanos, quizá 400, encabezados por un somalí de modales finos, llamado Ahmed, y los árabes, sobre todo palestinos, más de dos mil, divididos en varias ramas (se decía que incluso había miembros de Septiembre Negro estudiando en Perugia), pero con un representante único (efectivamente, el que se le había hincado a Consuelo, y ahora vivía con una gringa judía de Nueva York).
Carlos también vivía con una gringa de Nueva York –más específicamente de Scarsdale- que se llamaba Lynn. Los otros cuartos eran ocupados por una pareja alemana y por dos grillos italianos, mitad obreros y mitad estudiantes.

La ADELA era algo más que un membrete que le servía a Carlos para hacerse de una beca microscópica, suscripciones y apoyos para compañeros estudiantes peruanos de escasos recursos. Hacían, tras muchas discusiones, monografías histórico-políticas de los países latinoamericanos –cosas que hoy se podrían encontrar en Wikipedia-, que vendían entre los compagni. Carlos no tenía una visión en blanco y negro sobre la política del continente; eso permitía, por ejemplo, que sobre México el documento de la ADELA dijera que había que oponerse a Echeverría en lo interno y tener una actitud de “apoyo crítico” en el exterior. El grupito tenía una especie de cine-club mensual, en el que se presentaba algún documental político sobre nuestros países.
El 13 de mayo salí a Roma a recoger una de esas películas (“La Noche de los Generales”, de Danilo Trelles). La ADELA aprovechó así el viaje que hice para recoger a Janette, otra gringa de Nueva York, quien llegaba el día 14 y se quedaría por un tiempo, que resultó ser un año exacto.


La noche romana

Ese lunes tomé muy temprano el único camión que llevaba de Perugia a Roma, fui al despacho en donde me rentaron por tres días la película; salí de allí cargando el gigantesco disco metálico en el que se estaba la cinta… y me encontré con una enorme fiesta popular.
Empezaban a caer los resultados del referéndum abrogatorio del divorcio, y la respuesta mayoritaria había sido un claro NO. El norte y las ciudades habían votado masivamente en contra de la revocación de la ley, a pesar de las advertencias de la Iglesia –que habían tenido éxito relativo en el sur, en el Véneto y en las comunidades pequeñas-. Un río de gente, sobre todo jóvenes, bailaba por las plazas romanas. En esa multitud festiva me perdí por horas, con una sonrisa idiota en la cabeza y el cada vez más pesado e incómodo fardo de la película en la mano (y el brazo y el costado). Quería ir a una pensione pero no quería perderme un minuto del gozo popular: la sonrisa de las mujeres, la música de los chavos y la danza de la gente y de las fuentes en una tarde-noche de primavera que resultó inolvidable. A las mil y quinientas, agotado de caminar horas y horas entre el bullicio, me fui a buscar un lugar donde pasar la noche. La fiesta seguía.
A la mañana siguiente tomé otro camión. Al aeropuerto.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Francisco, me llevé una sorpresa que conocieras a Carlos Marsico, fuí amigo y compañero de él en el colegio Cervantes (Roma) Te agradecería mucho, si me pudieras dar su email o numero de telefono!! Mi nombre es Miguel Breton, actualmente vivo en Barcelona! Recibe un abrazo agradeciendote de antemano la gestión

Anónimo dijo...

Mi e-mail es bretonmiguel@hotmail.com, gracias Miguel

nuri dijo...

Hola Francisco, no se como he llegado a tu blog, y me ha emocionado que conocieras tan bien Perugia, mi hermano estudió allí y queria mucho a Carlos Marsico. Ahora esta un poco enfermo, y teagradeceria muchisimo pudieras darnos el mail de Carlos y poder contactar con el.
Muchas gracias, seria precioso.

Maia Huerta Alvarez dijo...

Hola Francisco, soy una "vieja" amiga de Carlos Marsico cuando estaba en Roma y luego en Perugia.
Me encantaria si es posible tener sus noticias y poder contactarle. Fuimos grandes amigos. Mi padre era Agregado Laboral de la embajada de España en Roma por aquel entonces.
Me llamo Maia Huerta Alvarez.
Muchas gracias

FBR dijo...

Nuri, Maia, gracias por sus comentarios, pero hagan lo que Miguel; necesito su mail para enviarles el de Carlos. No quisiera hacerlo público.

FBR

Maia Huerta Alvarez dijo...

Hola Francisco, te doy mi email para Carlos Marsico, muchas gracias.
A proposito, me encanta tu blog
Un saludo, Maia

Maia Huerta Alvarez dijo...

mi email: maia100hh@Hotmail.com para Carlos Marsico.
Gracias Francisco
Maia

Beatriz dijo...

CARLOS MARSICO FUE MI AMIGO DE LA INFANCIA, DE CDO VIVIAMOS EN UNOS DTOS DE LA CALLE ESTOMBA. HACE MUCHO QUE NO SE NADA DE EL Y TAMBIEN ME GUSTARIA VOLVER A CONTACTARLO. MI MAIL: crisbea49@hotmail.com. GRACIAS