Qué se decía en el referéndum del divorcio
Llegamos a Perugia en las semanas previas al referéndum abrogativo de la ley del divorcio, que había sido aprobada en 1970. Grupos conservadores cristianos habían juntado, con el abierto apoyo del Vaticano, las firmas necesarias para que la ley pudiera ser abatida mediante un referéndum por votación universal.
Todos los partidos políticos tomaron posición: a favor del divorcio (NO a la abrogación de la ley) estaban los partidos Comunista, Socialista, Socialdemócrata, Republicano y Liberal. En contra, (llamando a votar SI a la abrogación)
El tema se prestaba a simplificaciones, y la iglesia católica era la primera en usarlas. Aprueba el divorcio quien quiere “destruir a la familia” y acabar con un núcleo fundamental de la sociedad, anterior al Estado. De esa época es la canción de Modugno “Llora el Teléfono”.
En contraparte, estaban las condenas radicales al “matrimonio forzado” y la propaganda simple del PCI. Dice un niño: “Mis papás se llevan bien, pero entienden que no todos los papás son así, por eso votan NO”. O el poster que ponía en línea a varias mujeres campesinas: “Las mujeres de la familia Cervi votan NO”. Eran un símbolo: los siete hermanos Cervi murieron luchando en la resistencia contra el nazifascismo.
Más allá de la propaganda para consumo masivo, el tema central de la discusión era mucho más profundo: el carácter laico del Estado y la garantía de los derechos civiles. El divorcio decía que ni la iglesia ni el Estado tenían por qué definir la vida íntima de las personas: era un paso para afirmar que cada quien es dueño de sí mismo.
El referéndum también ponía en la balanza qué tanto había avanzado el proceso de secularización de la sociedad italiana: qué tanto se había alejado de las obligaciones morales impuestas por
Para nosotros era un espectáculo excepcional, por el flujo libérrimo de ideas contrapuestas, con todos los matices posibles, aunque por supuesto estábamos abierta y entusiastamente a favor del NO.
En esa ocasión, los extraparlamentarios fueron más prudentes. Decidieron hacer un mitin de repudio en Piazza Fortebraccio, mientras que los del PCI, y algunos socialistas, decidieron hacer frente directamente a los fachos en la plaza central.
El día señalado, fuimos primero a
Una de estas consignas fue de gran ayuda para mi aprendizaje de italiano:
Almirante testa in giù/ ci piace di più.
Esta consigna clarificaba dos palabras bastante complicadas para un novicio en la lengua del Dante. La primera palabra es giù, y significa “abajo”, y la consigna permite diferenciarla de su, que significa “arriba”. La segunda palabra es ci, y significa “nos”, y la consigna permite diferenciarla de vi, que significa “os” –en español de España- o “les” –en español latinoamericano-. Finalmente, la frase recuerda el uso obligatorio de las preposiciones: in, antes de giù; di antes de più.
Almirante cabeza abajo/ nos gusta más.
Para entender el significado político de esa consigna, había que escuchar otra que se exclamó ese día:
Piaz-za-le Lo-re-to! / Piaz-za-le Lo-re-to!
En una gasolinería de Milán, precisamente la que estaba ubicada en Piazzale Loreto, fueron expuestos, colgados cabeza abajo, los cadáveres de Benito Mussolini y su amante, Clara Petacci, luego de que fueran ajusticiados por una brigada de
En esa conversación, Ben aprovechó para decir que el cuarto en el que vivía se le hacía muy caro y que estaba buscando compañero. Me le acerqué después de la clase y le dije que estaba interesado. Extrañamente, me preguntó qué opinaba de la exposición de pintura que estaba en
El cuarto de Ben estaba en la casa de una señora llamada Vincenzina, en una calle empinada donde había un fresco de Raffaello. Era una recámara amplia, acogedora, limpia; tenía el defecto de que también estaba dentro de una casa. Pero esta era una señora clasemediera, supuestamente dedicada a la pintura.
Ben estaba esperando su momento de entrada a
Desde el amplio balcón del cuarto que Ben y yo compartíamos, se podía ver el fin de la ciudad de Perugia, la campiña y, en el siguiente monte, la pequeña ciudad de Asís. Una vista bella, con la que sentí comprender, de un solo jalón, la lógica del feudalismo.
Era lógico nada más ver. Ciudades en el cerro y fértil campo en medio. Cada ciudad peleando por tener a su alrededor más campo, más siervos de la gleba, más tributos a cambio de protección. Y nada más ver se te ocurría una guerra interminable.
En esos días, los mexicanos fuimos de visita a Asís, tierra de mi patronímico. Lo que más recuerdo son las basílicas de Santa Clara y de San Francisco, que son diferentes a otras iglesias: son de antes de que
Casta y “el lecho de los sacrificios”
“Ha convertido mi cama en el lecho de los sacrificios” –decía Castañares, sobre todo luego de enterarse de que una de las muchachas era virgen. Llegó el momento en que se hartó e hizo un pacto con Carreto. Casta se encontró otro departamento y Carreto se quedó a compartir cuarto con Mapes, con todo y “lecho de los sacrificios”.
Adelanto que Carreto no duró ni tres semanas.
Un día el maestro Di Giglio hace un dictado. Lo revisa y pasa al libio a que reproduzca en el pizarrón lo que escribió en el cuaderno. Es un desmadre, porque el pobre no distingue bien mayúsculas de minúsculas, y su alfabeto romano es casi ilegible. Se nota, incluso, que le cuesta trabajo escribir de izquierda a derecha. El profesor lo regaña, burlón.
Esa misma tarde, el maestro explica la palabra amico. En determinado momento, le pide al libio una frase en la que le diga que él es su amigo. El árabe se pone rojo y niega con la cabeza, grita: “Non amico! Non amico!”. Entonces Di Giglio abre los brazos y dice: “no entiendo”.
En ese momento me pongo de pie y me largo un breve discurso en el italiano más sencillo posible:
“Yo puedo explicar lo que quiere decir el estudiante libio. El profesor es muuuy amigo de la señorita alemana. El profesor es muy amigo del señor suizo y de la señorita inglesa. El profesor es amigo del estudiante japonés y, bueno… es amigo de los estudiantes mexicanos. El profesor no es amigo de los estudiantes árabes. El profesor no habla con los estudiantes africanos. El profesor es un racista.”
Los ingleses, varios australianos, los mexicanos, un par de suizos, Helga, el español, Angelos, el de Zaire, la gringa y todos los árabes se levantaron a aplaudir. El libio vino a mí, me abrazó y exclamó: “Amico, grazie!”.
Di Giglio se defendió. Dijo que no era cierto, que era amigo de todos. Predicó en el desierto.
Al salir, todos me dieron, cuando menos, una palmada en la espalda. Es un momento de orgullo que atesoro.
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