lunes, noviembre 27, 2006

El día que conocí a Raúl Velasco (Biopics atrasado)


Ahora que Televisa le prepara un homenaje, me acordé del día en que lo conocí. Estaba yo en la prepa y Raúl Velasco ya era Raúl Velasco.
Siempre en domingo ya dominaba la pantalla nacional y acaparaba las tardes plácidas del fin de semana. Todavía no era un monstruo, pero ya anunciaba que lo sería.


En esa época a Velasco se le ocurrió hacer un concurso mensual de ensayo entre jóvenes menores de 18 años. Tema libre. Como premio, dos dotaciones de libros: una para el ganador; otra, para la institución que él quisiera. Efectivamente, aquel Siempre en domingo tenía cosas que la generación siguiente no recuerda.

A mi mejor amigo de la prepa, Raúl Trejo, se le ocurrió concursar con un ensayo ­creo que sobre medios de comunicación, así es esto de la vocación­. Por supuesto, resultó triunfador. Me invitó a ir a recoger el premio, pero todavía no había decidido a qué institución le daría la segunda dotación de libros. Decidimos que fuera a la biblioteca de la escuela, buscamos al director de la biblioteca, no lo encontramos e hicimos, muy correctamente, una carta de aceptación. Yo falsifiqué la firma de Fritz Brehm.

Tomamos el Metro y recalamos en una oficina en Río de la Loza, donde nos esperaba, afable, Míster Televisión. Igualito que en la pantalla: camisa colorida de solapas anchas, lentes cuadrados de pasta, sonrisa perfecta. Nos recibió. Nos confundió (yo, modosito, me había puesto saco y corbata; Raúl iba con su eterna chamarra gris a cuadros). Felicitó a Raúl. Se echó un rollo acerca de la importancia de que la juventud contribuyera al progreso del país. Y luego nos soltó una noticia. Se dirigió a Raúl:

Lo siento pero, a diferencia de otros concursantes, tú no vas a poder recoger el diploma en el programa.

Al ver nuestra cara de extrañeza, dijo, a guisa de explicación:

Ustedes entienden.

Era el viernes 18 de junio de 1971. Ocho días después de la matanza del Jueves de Corpus.

Raúl, con la calma y la cabalidad que le caracterizan, respondió, en voz suave pero firme:

Entonces usted tiene miedo de que yo diga algo.

Velasco soltó una risa-mueca:

¿Miedo? ¡No, cómo crees! Son las circunstancias. Comprende. No es momento para presentar a los jóvenes.


Raúl lanzó a su vez una sonrisa, que quise ver como irónica. En el tono de sus palabras me había quedado claro que él no tenía la intención de decir nada peligroso. Le ofreció la mano a Velasco, que ahora sí sonrió con anchura y procedió a entregarnos los libros del premio. Unos 40.

He de agregar que eran libros de saldos viejísimos, sacados de alguna bodega polvosa. Yo me quedé con uno sobre problemas económicos, de 1958. Raúl, con tres o cuatro. Los demás fueron a parar a la biblioteca de la escuela.

(publicado en etcétera, noviembre de 2006)

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