Originalmente eran los comunistas de la vieja guardia, que aplaudían todo lo que hiciera la Unión Soviética. Se les dice así porque aprobaron la entrada de tanques soviéticos para aplastar la rebelión en Hungría, en 1956, y la primavera de Praga, en Checoslovaquia. Lo segundo es particularmente significativo, porque aquella primavera que aplastaron los tanques de Brezhnev estaba dirigida por un ala renovadora dentro del propio Partido Comunista Checo.
Detrás de la lógica de los tankies estaban (siempre han estado) una lectura superficial de las cosas, un marxismo mal leído y peor entendido y una tendencia al maniqueísmo. Y detrás de sus sentimientos, una clara preferencia por los regímenes autoritarios, sin importan qué tan inhumanos sean.
Un buen tankie desprecia por igual a la izquierda democrática que a la extremista, y no hace distingo alguno hacia lo que considera “la derecha”. Le dan igual los fascistas declarados que los demócratas, al cabo que considera a todos siervos del imperialismo. Y, cosa muy importante, imperialismo sólo hay uno: el de Estados Unidos.
Por lo mismo, no le importa si en EU gana un progresista o un conservador, un protector de los derechos civiles o un impulsor del racismo y la xenofobia. Por definición, el yanqui es enemigo de la humanidad, y contra él lucha (o dice luchar).
Por esas razones principales, al tankie la caída del bloque soviético, el fin de la URSS y la terminación de la Guerra Fría le pasaron de noche. Como rompían con su visión dual del mundo, prefirió ignorarlas. Se volvió como esas viudas que todavía le hacían su sopa favorita al esposo fallecido. Se pasó la realidad por el Muro de Berlín (porque el Arco del Triunfo es burgués).
Ahora el comunismo al estilo soviético no existe en ningún lado. El modelo maoísta tampoco funcionó, pero los chinos fueron capaces de hacer cambios hacia un capitalismo controlado por el Estado y por el Partido Comunista (que de eso todavía tiene el nombre). Algo similar sucedió en Vietnam. Lo que resta son Estados policiacos, militares y hasta teocráticos, todos ellos de capitalismo de cuates, que se envuelven y mal esconden su carácter autoritario o totalitario en la retórica socialista y antiyanqui. Y a veces sólo en lo segundo, como en la muy derechista Rusia de Putin. Estos gobiernos tienen la ventaja de que el tankie es capaz de defenderlos, aun ante la más amplia evidencia de que, además de exacerbar la desigualdad, tienen a la población reprimida y empobrecida. De Cuba, a Nicaragua y Venezuela. De Rusia y Belarús a Turkmenistán. De Irán a la Siria de Assad.
Es cierto que, durante décadas, Estados Unidos se ha ganado a pulso su mala fama en la opinión internacional (algunos todavía recordamos los nombres de Jacobo Arbenz, Mohammed Mossadegh y Salvador Allende) y que la potencia americana, más que amigos, tiene intereses. También, que muchos de sus cínicos movimientos estratégicos son tan de corto plazo que acaban revirtiéndose. Pero el tankie suele ver una gran conspiración inacabable, en la que una suerte de Estado Mayor de la Burguesía, con sedes en Washington y Nueva York, busca apropiarse del mundo, y en particular de los recursos naturales de los países tercermundistas (como si la economía mundial fuera todavía primordialmente extractivista). No faltará quien diga que todo lo sucedido en Siria es parte de la estrategia de EU para apropiarse del petróleo de ese país (sin tratar de averiguar que su producción es 0.05% del total mundial, o que sus reservas petroleras son el 0.2% del mundo).
Ahora que salen más a la luz los crímenes de Bachar al-Assad contra su propio pueblo, no falta el tankie que, entristecido por la derrota de Putin, de los ayatolas y de Hezbolá, insiste en que al menos se trataba de un gobierno formalmente laico y que lo que sigue será peor. Quién sabe si en lo último tenga razón, porque la guerra allí no ha terminado y hay muchas facciones en juego. Pero lo seguro es que cayó un tirano, uno de los carniceros más grandes del siglo XXI. Assad, además, generó una enorme oleada de refugiados (más de la cuarta parte de la población siria), lo que a su vez ha fortalecido la ola ultraderechista en Europa. Hay que alegrarse de su caída.
La promoción del maniqueísmo político en México y en otros países de América Latina ha servido para que crezca el número de tankies en la región. Esos que creen que el desastre cubano se debe al embargo estadunidense, que el fraude electoral de Maduro fue “patriótico” y que es mejor no hablar de Nicaragua porque les da penita. Son los que dicen que “daba lo mismo” entre Trump y Harris, que Ucrania debe ceder territorio a Rusia a cambio de paz, que los crímenes de guerra de Israel justifican las acciones terroristas de Hamás y, en fin, que el mundo se divide entre países pobres buenos y países ricos malos. A ver si el varapalo en Siria hace que algunos de ellos entren en razón (todos, imposible, porque así es esto del fanatismo).
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