Conocí a Struwwelpeter -el libro con dibujos de Heinrich Hoffmann- en una de esas larguísimas pláticas de adolescencia con Hermann Bellinghausen. Me enseñó una edición que guardaba su papá. La reacción inmediata fue de horror, porque las ilustraciones eran totalmente gore. La didáctica era muy simple: "si haces algo malo, te va a pasar algo peor". En resumen, la instrucción a través de la imagen de la desgracia (o peor, de la tragedia).
Lo más curioso es que, cuando Struwwelpeter se publicó por primera vez, en 1845, fue presentado con el subtítulo Historias muy divertidas y 15 estampas aún más graciosas para niños de entre 3 y 6 años. Se le consideraba un bonito regalo navideño. Si para un adulto tiene una extraña y repulsiva fascinación morbosa, no me quiero imaginar qué angustias pudo haber causado a los niños a quienes originalmente estaba dirigido.
Otra cosa extraña del librito es la desproporción de los castigos, que no va de acuerdo a la travesura o desobediencia cometida. A un niño muy agresivo y mala onda lo muerde un perro, pero hay varios que se mueren por pecados muy menores. Y no hablemos del pequeño chupadedos, víctima de un auténtico sicópata.
A continuación, un divertimento: una versión mía sobre seis de los diez poemas del librito, con lenguaje coloquial mexicano (no como unas traducciones horribles) que, además, toma en cuenta algunas de sus contradicciones y, de pilón, tiene algo de mala leche.
Struwwelpeter
Struwwelpeter era un hippioso
de verdad zarrapastroso.
Con greña afro y sin bañar,
las uñas largas se fue a dejar.
Pinche Struwwel Changoleón,
ser tan guarro está cabrón.
Pura mugre, sarna y roña,
¡Huele peor que Noroña!
La increíble y triste historia de la pequeña pirómana
"Si juegas con cerillos te vas a quemar",
le dice Mamá a la niña babosa. Pero la escuincla se pone a jugar.
Los prende: se cree muy chistosa.
Los gatos maullan: "no no, no lo hagas",
la torpe chamaca los manda a volar,
pero muy pronto la alcanzan las llamas,
todo su vestido se empieza a quemar.
Se quema la espalda, la nariz, la boca,
el pecho, las piernas y hasta el corazón;
pinche niña mensa, pinche niña loca,
ora sí se puso tremendo quemón.
Entre quemaduras, la niña agoniza.
Lo que fue tan bello ahora es un despojo.
Nada queda de ella: tan solo cenizas;
sólo sobreviven sus zapatos rojos.
Y si te preguntas a qué se debe ésto:
a que los zapatos eran hechos de asbesto.
Kaspar contra la sopa
Kaspar era un gordazo y también un mamilón.
"¡No quiero sopa! ¡No quiero sopa!"
gritaba con su vozarrón,
"¡Es que no quepo en mi ropa!"
(es que le daba coraje
que no cambiaran potaje).
"Toy a dieta, ya no como,
me cae que no abro la boca.
¿Qué tal si me dan un pomo
en vez de esa horrible sopa?"
(pero le servían lo mismo:
la sopa era el catecismo)
El chamaco se hizo flaco
(no le ofrecieron ni un taco)
Luego parecía un hilo
que no pesaba ni un kilo.
La sopa jamás comió
(sólo eso se cocinó)
y al final se petateó.
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Niklas y los chamacos de tinta
Tres alemanes racistas
de un negrito se burlaban
El mago Niklas les grita:
"Chamacos no sean gandallas,
el negro no tiene culpa,
ya no le hagan trifulca".
Los muchachos no escucharon
y al negrito lo bulearon.
Y que el mago los envuelve,
que los mete a un tintero,
que de ahi salen bien negros,
y la tinta es indeleble.
¡Ay qué pinche castigote!
¡Ay que Niklas tan culero!
Racista de capirote
los volvió negros a güevo.
¡Qué va a ser eso un castigo!
Ora sí lo contradigo:
Negros como la tinta,
se ligan a güeras gringas
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El Club de los Chupadedos
La mamá dice a Conrado:
"¡Jamás te chupes el dedo!
Pues vendrá un sastre malvado
que te la va a hacer de pedo. Con tremendas tijerotas
el pulgar te va a cortar.
Conrado, no seas idiota
que cucho vas a quedar."
El niñete, que era tonto,
apenas se va la ñora
el consejo pronto ignora
y el dedo se chupa a fondo.
Llega el sastre larguirucho,
con tijeras especiales
le tumba los dos pulgares
y el chamaco queda cucho.
Brota sangre, claro está
de esos deditos partidos.
Conradito, malherido,
la sangre se chupará.
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Instrucciones para cuando sopla el viento
Cuando arrecia el temporal
es mejor quedarse en casa;
si eres poco cerebral
te sales a echar la guasa.
Este muchacho baboso
a dar la vuelta salió,
la tormenta lo envolvió:
fue algo muy doloroso.
Con el paraguas voló,
fue más alto que las nubes,
ya nunca más regresó:
hoy vuela con los querubes.
La moraleja es muy clara:
si con lluvia has de salir
el paraguas no hay que abrir
o la pagarás muy cara.
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